ANTONIO PÉREZ AFÁN DE RIBERA
Hay
lugares del barrio de San Juan, cuya huella ha quedado impresa en todos sus
vecinos. Uno es la iglesia; otro es el Hospital Civil y su Gota Leche; y el
tercero es el conjunto de tabernas que le daban un encanto y tipismo diferente
al resto de los barrios de la ciudad de la Mota.
Las tabernas de este
barrio ocupaban el sitio de los casinos burgueses como lugar de encuentro de
campesinos, labradores y jornaleros, y, en las épocas del desarrollo tecnócrata,
el sitio de la tertulia de artesanos y profesionales de los diferentes oficios.
Además, cada taberna ofrecía una singularidad: en el Bodegón de los Muertos
predominaba el sector de la construcción; en Atranque los pegujareros y
los miembros del sector de servicios; en
Caniles, se abría un mundo donde te
podías esperar los últimos cantos del cisne; en Canastas se respiraba el aire
de libertad de los primeros años de la democracia; en la de Joaquín Hermoso, se
recordaba a tiempos anteriores y de solera; y en la de Antonio Pérez la casa se
transformaba en la esencia vecinal y en
el encanto de la familia del siglo XX. Y, es que, en el patio de aquella
taberna, se escuchaba el primer clarinazo por el que se proclamaban candidatos a
hermano mayor de las hermandad de solera del barrio, la del Cristo de la Salud. Allí , Antonio recibía,
tras la celebración de la junta
directiva, a todos sus miembros y los
agasajaba con sus buenos caldos y , sobre todo, con toda la amabilidad. El blanco cristal de las
botellas de Licor 43 y los pequeños vasos de cubo siempre se ofrecían con una
limpieza sin igual de tal manera que sedaba las penas de los trabajos de todos aquellos acudían a la cita
diaria. En el patio todavía se
encontraba oculto el espíritu cofrade de los años sesenta, aquellos hermanos que
porfiaban por engrandecer el templo y la
cofradía sanjuanera. En sus sillas de enea y sus
mesas rústicas quedaban los trazos
del calco de los acuerdo de palabras de honor entre hombres leales. En su
bodega, los niños aprendieron las reglas del fútbol compitiendo en el futbolín
mientras sus padres se ponían de acuerdo por temas laborales o por asuntos de
la sociedad. La familia ofrecía su cariño
y, hubo momentos en los que los clientes disfrutaban del calor de los braseros
preparados con mucho esmero en aquel amplio
patio. Si esta taberna representaba a la cofradía del Cristo de la Salud , Antonio aprendió o bebió de ella seguramente el espíritu de
servicio y de bondad que le caracterizaba; no hay mejor persona al que le
cuadre eso que dicen que "era un pedacico de pan"; le habían nacido
los dientes de la entrega a los demás, pues complementaba su negocio con el servicio de bodas preparando
el menú de los casamenteros y cortando los embutidos con una magistral mano.
Relatar la vida de una taberna como
la de Antonio llevaría a cualquiera a
relatar una novela como La Colmena de Camilo José
Cela. Pues su familia, y, en este caso,
Antonio y su esposa e hijos siempre
ofrecieron su casa con las puertas abiertas a toda la vecindad, de modo
que fueron generosos en todo, hasta con
algunos objetos de campo que donaron a la cofradía, porque se los legó tiempos ha y quedaron como muestra etnográfica del
Rincón del Pujarero.
Este espíritu cofrade fue heredado por sus nietos de tal manera que se subieron al timón de la
barca sanjuanera para dar testimonio de su
abuelo, y, en verdad que deben estar agradecidos, porque su abuelo fue
un alma reivindicativa de muchos de ellos. Recuerdo cuando solicitaba el
funcionamiento de la piscina cubierta y lo hacía con toda la pasión para que la
pudieran utilizar sus nietos que tenían necesidad vital de ella.
Hay personas que pasan
desapercibidas en la sociedad, Antonio era sencillo como las pompas de jabón y
podía dar la sensación que no se alteraba por nada. Simplemente era fruto de
una bondad personal con la que transmitía paz y sosiego a todos los que acudían a su negocio o
compartían la vida en familia o
laboral
Podríamos contar muchas anécdotas
de aquel rincón de la calle Luque, en la que aprendimos mucho de los antepasados, tomamos la antorcha
de finales del siglo XX y quedó interrumpida por el cierre de la jubilación del
querido Antonio. Es que con las nuevas tecnologías, ya los garbanzos
tostados no convocaban a la tertulia
sana y amable. Nos hemos hecho muy sofisticados. Gracias, Antonio y familia por lo que nos
hicisteis compartir de hermandad cofrade, por vuestra amabilidad y hospitalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario