CATORCE ESTACIONES
A LA CRUZ DEL ECCE´HOMO Y LAS TRECE ESTACIONES RESTANTES
¿Quien
sería el franciscano,
Devoto
de la pasión,
Que
puso en el altozano
Tu
primera estación?
Y
se enreda la, leyenda,
Cabo final de
una calle,
Donde una cruz
hoy recuerda
una
pasión al amarse.
º º Y, le recuerda la lámina,
del
Ecce-Homo encerrado,
que
el no tuvo perdón,
por
romanos condenado.
Ya cerca de un corral
Que llaman el del Concejo,
Carga Jesús con la cruz,
Grabada en el arrabalejo.
Por la calle Corredera,
Por primera vez se cae,
Sin tener ninguna
ayuda
Que la que le dio su Padre.
En la
subida al cerro,
Por una
ventana asoma
su madre que le consuela
libándole
con su aroma
Y en medio
de la subida,
Una cruz de
tosca piedra,
A cirineo simula,
Compartiendo
la condena.
En lo alto
de la cuesta,
Junto a una
casa humilde,
Le espera
una mujer
Que le
anima y bendice.
Ya vuelve por la vereda,
Entre
romero y tomillo,
Mientras
las santas mujeres
Lloran por
si fuera su hijo.
Por medio
de la vereda,
Dos cruces
blancas y un cuadro,
Representan
a Jesus
Cayendo a
dos por cuarto.
Junto a la
casa del pobre,
La cruz se
va convertiendo
En despojo
y en privanza
De riquezas
y atuendos.
Ya, al
rellano he llegado,
Y ante la
cruz me he postrado,
Porque allí
te encuentras herido
Y estás en
una cruz clavado.
Junto al
bello oratorio,
De san
Judas Iscariote,
Acompaño a
su madre,
En el
trance de esta noche.
Y, en el altar presidiendo
Solemne y
majestuoso,
Yacente en
el sepulcro
Te muestras
el más glorioso.
Rezo, en mayo, Señor,
La perdida de las estaciones,
Crisol de tiempos pasados,
Y alambique de pasiones.
Epítome de pasión,
De una mujer de la seda,
Todavía oculta queda,
Esta primera estación.
F.
MARTÍN
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