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jueves, 27 de marzo de 2014

DESDE EL MIRADOR DEl HACHO EN IDEAL ALCALLÁ LA REAL.


DESDE EL MIRADOR DEL  HACHO

 

Si era arduo  subir al mirador de San Marcos, hacerlo por la parte superior de San Marcos es todavía más complicado; pues pequeñas  veredas y senderos empinados  nos conducen a una tierra arenisca y rocosa que  debió ser habitada por la cultura de las cuevas. En sus alrededores, mirando hacia el portillo de los Aspadores, se encuentran restos de cerámica argárica y abrevaderos artificiales de ganado tallados a la piedra. Pero, si se dirige la mirada hacia el ocaso del sol,  en un día claro y azul podrá  presenciarse  una despedida  muy bella  del día entre colores rojizos y  amarillentos  que se mezclan  y se confunden  por el entorno de la torre de los Pedregales.

            Este mirador, desde hace unos veinte  años, descubre unos nuevos  barrios de la  ciudad  que se encaraman en la  ladera del cerro de la Mota. Donde subían  los  caminos viejos  del Castillo de Locubín,  Priego  y Jaén  hasta alcanzar los aledaños de los parajes de la ermita de San Sebastián, la Peña Horadada y el convento de San Francisco, tan solo ha quedado como un testigo de aquellos tiempos el paredón  del testero de la iglesia del convento de los franciscanos mínimos. Aquel camino que se enredaba entre los últimos cadalsos de la cruz del Barrero, y las fosas anárquicas de los fusilamientos de la incivil guerra, se ha transformado en una colmena de calles de nombres europeos,  donde se albergan las familias jóvenes de Alcalá la Real. Aquel barrio se ha expandido  desde las Azacayas y ha traspasado el cerco artificial de la ciudad moderna a lo largo de las eras de las Córdobas y el camino Nuevo. El Centro  de Sánchez Cuenca saluda a los que visitan a la ciudad como tarjeta de visita de una ciudad de servicios; este edificio  es su símbolo, que  la  ha proyectado hacia el futuro atendiendo la diversidad y cuidando por favorecer a todas las personas sin exclusión social (como también lo hace en el  Centro de los Amigos  y los múltiples servicios sociales).

Quedan desgraciadamente pocos vestigios de  los antiguos telares que abundaron por la entrada de la carretera de Priego y de Jaén, aquel sector secundario que  atrajo a las churilleras e integró a la mujer en el mundo del trabajo a principios del siglo XX;  tan sólo,  la artesanía se recuerda con el antiguo barrero de donde se sacaba el barro para la tinajería y la cantarería- y ahora se transforma en artística gracias a las manos de Salvador-. Atrás quedaron los aladreros, albardoneros, carpinteros, herreros…ante el choque frontal  y destructivo con las nuevas tecnologías.

 No obstante, todavía, aquella salida hacia el sector primario por la calle del Campo es un canto de sirena que entona,  por estos Lares, la presencia de campesinos de fin de semana, pluriempleados a medio camino entre los oficios y la agricultura, emigrantes temporeros que se albergan en casas semiabandonadas para el tiempo de la aceituna, personas representativas de la nueva migración entre las aldeas y la ciudad de Alcalá la Real: son  las que abandonaron los cortijos y las viviendas del mundo rural para pasar el mayor tiempo  del año, como hacían los antiguos, en  una ciudad de mayores servicios.

    Es un barrio que ha crecido confundiéndose con los linderos de las antiguas calles de Mesa, Ancha y San Francisco, donde se mezcla la vivienda tradicional de dos pisos y pajares abandonados con las nuevas casas y bloques de arquitectura convencional y simplista. Es un barrio en el que las nuevas familias viven la incertidumbre de una juventud que no encuentra un futuro estable en medio de una crisis que desborda las previsiones  y  los proyectos más seguros.

Desde este  barrio se contempla el Tajo del Hacho con diafanidad, no es de extrañar que sea  como el espejo donde se fijen los vecinos en todas las estaciones del año. Pues el Hacho  fue una antigua  atalaya que  indicaba el camino para muchos caminantes que se acercaban a Alcalá la Real,  hacía honor  a un término muy usado  en la abadía aludiendo a ser sinónimo de  “hacha” “vela”, porque en este tajo  se encendería el leño resinoso o el manojo de paja y esparto para alumbrar, para despertar esperanza a  las personas sin rumbo;  su elevado lugar no tenía necesidad de levantar  la torre, el hacho era una torre  que se erguía en  el mar centenario de los Llanos, desde donde podía descubrirse los paisajes más insospechados o podían recibirse señales de salvación. Eso es lo que necesitamos que se encienda, la luz del Hacho en estos momentos, en los que  ni siquiera se vislumbra un cambio de sistema productivo, sino más bien las migajas del puro y duro  capitalismo. Y, nos preguntamos  ¿no puede encender una luz de esperanza a las nuevas  generaciones  este hacho  alcalaíno?  Parece que más que su significado  original se ha quedado en su valor de germnanía “persona que roba y hurta”, en este caso sistema económico depredador y abrasivo. 

 

 
 

 

 

 

 

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