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sábado, 28 de septiembre de 2024

RELATOS E IMÁGENES. Encuentro con el Grupo de Entre Aldonzas y Alonsos y III Concurso de Fotografía Ecocostumbrista y Vecinal

 

XXV ANVERSARIO DE LA ASOCIACIÓN HUERTA DE CAPUCHINOS-LOS SAUCES VERDES

ALCALÁ LA REAL

RELATOS 

E IMÁGENES

Encuentro  con el Grupo  de Entre Aldonzas y  Alonsos y III Concurso de Fotografía Ecocostumbrista  y Vecinal

Julio 2017

               Nuestra asociación cumple el XXV ANIVERSARIO  desde su creación, allá por el año 1992  y se organizaban los primeros viajes en torno a la EXPO 92.  Merecen un gran aplauso y nuestro reconocimiento aquellos socios pioneros de nuestra andadura vecinal, y, sobre todo los que se han mantenido dando luz a esta antorcha con su participación y su  dedicación a las actividades desarrolladas a lo largo de todos estos años.  Nuestro recuerdo especial a los que compartieron actos, actividades, fiestas y días de convivencia con nosotros y nos dejaron a lo largo de esta vida asociativa.

XXV años es el momento de acordarse de los pasos que ha dado la asociación en todas sus etapas, lo logros conseguidos con el esfuerzo de todos y  evaluar el recorrido vecinal  para  corregir los  errores y comprometernos más con la cédula suprafamiliar, que es la vecindad. No quedan en olvido hechos importantes como el ovoide de la Avenida de Europa, muestra incorporación al voluntariado en el Banco de Alimentos, Belén Solidario y Ayudas a  ONG, el acierto de un senderismo de convivencia y eco costumbrista con más de cincuenta citas anuales ( diurnas y nocturnas), nuestros viajes culturales y rutas de Al-Ándalus, la convivencia de tres fiestas que celebramos anuales ( Candelaria, Víspera de San José y del Barrio) , edición de libretos y folclore de la comarca, concursos y deportes....Tampoco pasamos por alto  el adentrarnos en el tercer decenio del milenio tercero, con la alforja de  veinte y cinco años de vida orgánica dentro del tejido asociativo de nuestra localidad, participando, compartiendo  y colaborando  en muchas actividades y con muchas instituciones .  

Se han  reivindicado mejoras y necesidades  del barrio, colaboramos   con  toda la comunidad vecinal a la hora de resolver  problemas de su barrio –grandes o pequeños, urgentes o complementarios-. Tampoco, dejaremos atrás otros campos  como el medioambiente, sanidad o participación ciudadana, en la que se  le ha reclamado nuestra  voz. 

Junto con lo reivindicativo, recogimos aspectos de folclore y los Cuenta Cuentos reconvertidos en los Encuentros Entre Aldonzas y Alonsos que editamos con esta obra junto con los premios de fotografía.  

Queremos agradecer el esfuerzo de todos los miembros de  la Junta Directiva en implicarse en todos los actos que hemos realizado.  Muchas gracias al ayuntamiento alcalaíno, y con la delegación de Cultura, seguiremos en la brecha y colaborando en los programas que se nos propongan.

También, agradecemos la colaboración de las áreas de Participación Ciudadana, Urbanismo, Servicios, Patrimonio, Policía, Juventud y Deportes de nuestro ayuntamiento.

           

 

 

 

 

 







 

 

 

 

 

 

 

             SOBRE LA HUERTA DE CAPUCHINOS

 

 

 

            La HUERTA DE CAPUCHINOS  no ha presentado el aspecto ni el  desarrollo urbano tal  como hoy día nos la encontramos, en el que podemos distinguir varias fases.

 

1.     Antes de la conquista de  los Reyes Católicos, formaba parte del ruedo de la ciudad y, en su mayor parte, eran fincas  de cereales y, en torno a unos arroyuelos,  había zonas de  arbolado.

 

 

2.     En tiempos de Carlos V y Felipe II, se transformó primero en un ejido-. lugar común para pastar el ganado-, lindando con tierras de particulares y con los caminos de la Fuente del Rey  y de Granada. En dicho lugar pastaban ganado de la ciudad antes de ser inmolado en el matadero.  Posteriormente, se creó la Fuente Nueva, un lavadero, la puerta de los Arcos, y una Alameda, que comprendía principalmente el sitio de la actual Huerta de Capuchinos hasta el colegio Alonso de Alcalá, donde se ubicaba una ermita dedicada a  María Magdalena.

Esta alameda se plantó en torno a los años setenta del siglo XVI, tenía una calzada central y varios canales de riego, y a su cargo había un guarda nombrado por el cabildo municipal que cuidaba de los álamos, acequias y de las plantas. Ejemplo de ello son estas palabras de los regidores del año 1597 También le preocupó a la ciudad el reparo de la alameda, pues se hallaba  casi perdida, así como la calzada y sin agua en acequias, no se podía ir a pie ni a caballo. De este tiempo, es  la casilla de junto a la puerta de los Álamos para caseta del guarda, que regaba la zona.   Pues en esta ciudad no tenía otra cosa de ella para  paseo de recreación de los vecinos.

 

Era un lugar donde los vecinos solían ejercitarse en el manejo de la caballería corriendo y domando caballos, haciendo simulaciones de combates y juegos de cañas. Por otra parte, cuando se puso de moda el uso del trabuquete y arcabuz en la guerra, como en el periodo de la guerra de las Alpujarras, los milicianos solían estrenar haciendo la diana en unas paredes de aquella zona, y le daban de premio al mejor arcabucero que consistía una medalla con  agnus dei de oro.

 

3.     En el siglo XVII,  se  reservó una parte de aquella alameda para el convento y huerta de los Capuchinos, lo que hoy día es el actual barrio y quedó acotado en medio del ejido y rodeado de la ala meda y los dos caminos. A partir de mediados del siglo XVIII, el parque recibió una nueva remodelación, prácticamente que afectó a todo el recinto, a la manera del  jardín francés, distribuyéndose en diversos parterres y una calle central con una fuente, así como se mantuvo parte de la alameda y se renovaron las plantas y flores. De este tiempo y principios del siglo XIX, viene el nombre de Paseo Público y el uso de una glorieta para las verbenas, amenizadas por las bandas de las compañías que se alojaban en la ciudad. Hemos encontrado, tras la desamortización de Mendizábal relatos curiosos de ser este recinto un lugar muy propio y elegido al juego prohibido de naipes, que era perseguido por la Justicia, sobre todo, en los días de fiestas, cuando acudían forasteros con puestos ambulantes. El convento pasó a manos particulares y se transformó en varias casas de vecinos. A finales del siglo XIX,  sufrió una gran pérdida, pues  se destruyó la puerta de los Álamos.

 

4.     En el siglo XX, de nuevo, el convento se usó de casa señorial, fábrica de aceito y casas de los mayordomos, y en el resto del recinto se llevaron a cabo varias remodelaciones, una muy importante en tiempos de Benavides, y entre ellas, la última la pérdida de la alameda que rondaba la entrada a la ciudad por los años sesenta y, así como la urbanización de la Huerta de Capuchinos, primero levantándose  un hotel, posteriormente  también destruido junto con algunas casas de arte regionalista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Actualmente,  en los últimos decenios del siglo pasado se ha remodelado el parque, se ha recuperado como patrimonio municipal la iglesia y el convento, donde se instalaron servicios de cultura como la biblioteca.

 

Francisco Martín Rosales

 

 

ENCUENTRO DEL GRUPO DE ALDONZAS Y ALONSOS 6 JULIO 207  EN BAR CASABLANCA

Ricardo San Martín

 MELODÍA

 

Así se llamaba: Melodía. Nunca un nombre coincidió mejor con la persona a la que identificaba.

Quizás rondase los cuarenta. Lucía, casi siempre falda larga, y cubría su pelo ensortijado con un sencillo sombrero de fieltro.

Era menuda, de movimientos etéreos y pausados en su cuerpo; no así sus dedos, largos y fibrosos que parecían volar con vida propia cuando grácilmente deslizaba el arco sobre las cuerdas de su violín.

Alguien me contó que había realizado estudios de música en el Conservatorio Nacional de Viena. En esta ciudad acudía a las clases de violín con un afamado maestro alemán. Al parecer, ella se enamoró de su profesor, con el cual tuvo una relación amorosa durante meses. Enterada la esposa del maestro de su aventura extraconyugal, le amenazó con abandonarlo, llevándose sus hijos de regreso a Berlín, si no ponía fin a aquella relación. Puesto en esta tesitura, el alemán renunció a su amada y puso fin al idilio. Fue un duro desencanto para Melodía que permaneció encerrada en su apartamento vienés durante dos semanas. Después, sabiendo que nunca volvería a estar con quien había rendido su cuerpo y su corazón, decidió regresar a Alcalá, su pueblo natal, aunque aquí no le quedaba familia.

Lo hizo con un aspecto desaliñado y un espíritu abatido.

Vivía en el Paseo. Allí pasaba los primeros días, mañana y tarde, tocando melancólicamente su violín y recibiendo las monedas de quienes le ayudaban con sus dádivas. Se sentaba en el banco junto a la estatua del músico y el perro, bajo el alto pino y allí tocaba ensimismada, como ausente. Sonaban quejumbrosas sus notas. Llevaba sus pocas pertenencias (algunas ropas, otro sombrero y varios libros) en un desvencijado carrito de la compra. Al llegar la noche subía lentamente hasta las Cruces y ocupaba una casa abandonada en la que dormía.

Algo vino a cambiar su vida: un día, mientras tocaba el violín en el parque, un perro mínimo y lanudo se le acercó y se tendió a sus pies mirándola con ojos lastimeros. Melodía sacó los restos de un bocadillo de su carrito y se los ofreció al chucho. Los comió con ganas el perrillo y, agradecido, restregó su cuerpo contra las piernas de la violinista. Parecieron quedar unidos por un vínculo invisible. Quizás era un lazo entre seres abandonados.

Pero desde ese día, desde esas caricias del animalito, Melodía recobró progresivamente la alegría en su vida. Parecía bastarle con aquel afecto animal que nada le pedía y nada esperaba. Le dio un nombre, decidió llamarle Mozart por un doble motivo: su pelo blanco como el de la peluca del compositor austríaco y por su carácter alegre y juguetón.

Se entendían en sus silencios, se complementaban en su soledad. La vida de ambos fue mejor a raíz de su mutua compañía.

Los acordes del violín de Melodía adquirieron vivacidad, alegría; su aspecto volvió a ser pulcro y aseado.

Ahora, durante el día, se podía ver a la pareja por diversos puntos de Alcalá. Tocaba Melodía en el parque, en los bares y terrazas, en el compás de Consolación, junto a los andenes de la estación de autobuses despidiendo o recibiendo a los viajeros o los martes moviéndose entre quienes hacían la compra en el mercadillo, con Mozart escoltando su mínima figura.

Así se ganaba la vida: tocando alegres canciones, con una sonrisa en los labios y un fiel compañero a su vera. Interpretaba piezas clásicas y otras de su propia creación; todas ellas impregnadas de positividad y dulzura, la misma que el singular dúo emanaba.

Formaban parte del paisaje y paisanaje alcalaíno. Dejaba Melodía oír sus arpegios y cuando recibía una propina de un transeúnte, sonreía mientras pronunciaba un suave "gracias". Mozart ladraba vivaz.

En un momento determinado, se comenzó a extender por Alcalá el rumor de que el viejo Tomás, aquejado de una dolorosa artritis, se sentía más aliviado a raíz de las reiteradas audiciones callejeras de los sones de Melodía.

Luego se habló de beneficios en las jaquecas que padecía Luisa y en la depresión que arrastraba Ramiro. Ambos eran asiduos a las sesiones de música improvisada en el parque.

El efecto determinante, su salto definitivo a la devoción popular, llegó cuando Bernarda, diagnosticada de un cáncer de mama, afirmó sentirse curada tras prolongados ratos oyendo la música de Melodía. Sin embargo, hubo quien aseguró que lo de Bernarda había sido un caso de diagnóstico  médico erróneo, que nunca había habido cáncer y, por lo tanto, no había lugar a la curación.

Pero para entonces las gentes habían decidido creer en el poder curativo de las notas del violín de Melodía y buscaban a ésta para que fuese por las casas donde había enfermos, confiando en ella y su música, como en una nueva "santa" de las cuales había larga tradición en la Sierra Sur.

Melodía se avenía a acudir a quienes la requerían y se despedía de los enfermos con una sonrisa y un "Dios te bendiga", que parecía ser refrendado por los ladridos de Mozart. Jamás aceptó ninguna remuneración por sus visitas musicales.

Seguía la violinista deleitando a los paseantes del parque. Se situaba bajo el pino, junto al músico y su perro, componiendo un llamativo cuarteto, o cerca de la fuente de las ranas e interpretaba sus partituras. En primavera sus notas flotaban en el aire mezcladas con el olor de las rosas.

Fue algo súbito, sucedió inopinadamente. Una mañana que la gente caminaba por el paseo, el silencio se adueñó del lugar desde la fuente de Remigio del Mármol hasta la Biblioteca. Los días que siguieron fueron del mismo tenor. Los alcalaínos se preguntaban si Melodía habría caído enferma y Mozart, fiel compañero, permanecería a su lado. Subieron a la casa que ambos ocupaban en las Cruces, pero el lugar estaba desierto.

Corrió la noticia de que Melodía había recibido la visita de su antiguo amante, el profesor austriaco, quien, tras dejar a su esposa, habría decidido volver con su enamorada. Decían que la había buscado y cuando supo que vivía en Alcalá había venido a nuestra ciudad. Tras el imaginado reencuentro la pareja, junto con Mozart, habrían retomado su idilio en alguna ciudad de la Costa del Sol.

Hubo quien especuló que, dada la inusual capacidad curativa de Melodía y su violín, una prestigiosa clínica privada le había hecho una oferta para atender y sanar a sus clientes ricos en no sé qué ciudad del centro de Europa.

El misterio y la intriga sobre la desaparición de Melodía y Mozart sigue hoy en día, pero son muchos los alcalaínos que aseguran que, en las cálidas noches veraniegas, si te sientas en el banco del paseo, bajo el pino y pones atención, en medio de la oscuridad parecen oírse los sones acompasados de un violín y una tenora.

Incluso hay quien mantiene que la estatua del músico y su perro parecen tener ahora un gesto más alegre, como transmutados por algún maravilloso y salutífero sortilegio.


 

Marina León

UNA TARDE DE VERANO

Cuando acababa la siesta de por la tarde, en ese caluroso verano de 1993, lo primero que hacía Julia era asomarse a la ventana de su cuarto. Desde aquella ventana, tenía una vista completa del parque que había debajo de su casa. Durante aquellos años el parque estaba siempre abarrotado de niños jugando y de ancianos sentados en los bancos. Julia era una niña muy pizpireta, graciosa y simpática, que hablaba con todo el mundo sin cortarse un pelo.

Una de sus mayores aficiones era trepar a los árboles, con la misma agilidad que un mono. Los vecinos del barrio, especialmente un grupo de señoras mayores, se divertían con las ocurrencias y las peripecias de la niña. Al salir al parque, Julia llamaba al porterillo de sus amigos para que bajasen a jugar. En aquellos años aún se quedaba sin necesidad de usar nada más que tu palabra. Tú quedabas con tus amigos en el parque a las cinco, y allí aparecíais, sin necesidad de confirmarlo con un whatsapp ni nada.

Los viernes eran el día favorito de Julia. Sus padres tenían por costumbre quedar todas las noches de ese día de la semana en el bar Los Sauces, en el parque vecino al que daba a su casa. De hecho, todo el barrio ha sido siempre conocido por el nombre de este bar, abierto desde que Julia recuerda. Esas noches Julia veía  a todos sus amigos y si tenía suerte podía conseguir cien pesetas para disfrutar de una leche merengada fresquita de la Estefanía. Julia y todos sus amigos se divertían jugando al fresco de la noche de verano.

Una de sus mayores diversiones era fantasear sobre el bajo permanentemente en obras que estaba al lado del bar Los Sauces, ese que ahora tiene el pub l@lola. Siendo Julia pequeña imaginaba mil y una cosas que podía haber ahí dentro, desde fantasmas hasta un tesoro. Una de esas noches de viernes, su curiosidad le pudo y le pidió a su amigo Luis que la subiese a hombros para poder asomarse al bajo a través de un agujero que había en la parte superior de la pared. Julia, conocida por sus grandes dotes trepadoras, no le tenía miedo a las alturas. Puso un pie en el hombro derecho de su amigo, a continuación puso el pie izquierdo, y Luis la alzo con un temblor peligroso. Estaba Julia llegando a su objetivo consiguió asomarse un poco y lo que vio la decepcionó horriblemente. Ni fantasmas, ni tesoros, ni nada, simplemente un bajo sin construir y lleno de polvo.

    - ¿Qué hay? Dime, ¿qué ves Julia? -le gritaba Luis desde abajo.

    - Pues yo no...

En ese momento Luis no pudo aguantar más el peso de su amiga, las rodillas le temblaron y cayó al suelo. Julia se quedó colgando del agujero al que había logrado agarrarse, pero sus manos le fallaron y se precipitó al suelo con la mala suerte de hacerse una esguince que le hizo llevar una escayola durante el resto de verano.

Ahora Julia, veinticuatro años después de ese accidente, se sienta en la terraza del Bar Los Sauces recordando con cariño esos tiempos, observando cómo la plaza ha cambiado pero, en realidad, sigue igual que siempre.

Nono Vázquez

LA TARDE AZUL

 (SONETO)

 

 

 

 

 

La tarde azul, la de la luna ajena,

se despierta al café de aroma tibio,

se zambulle en la bulla con alivio,

mata el ardor con su canción serena.

 

El canto de la sombra que refrena

los silencios, el sopor del sacrificio

del que ya no conoce el artificio,

y persigue al chimpún de una verbena.

 

Es julio, el de las mantas reservadas,

novio de canículas, sin vergüenza,

que hoy quiere reventar en mil palabras.

 

Con versos de poetas que no lo eran:

de julio, el de las reservadas mantas,

se riega dulcemente, hoy, su Huerta.

 


 

Alfredo Luque

SAMBUQUE

El jóven ingeniero agrónomo iba pasando lentamente las páginas del manuscrito deteniéndose un buen rato en cada una como si quisiera atrapar para si lo que allí se decía. Leía acerca de cómo la zanahoria es emoliente y resolutiva en cataplasmas calientes; la hierba de los canónigos se acomoda a todos los terrenos; el acerolo prefiere los suelos sueltos y le son muy perjudiciales los compactos, húmedos y arcillosos; los berros tienen propiedades depurativas y fortificantes; la lenteja que crece en suelos pobres y ligeros; y el apio, que aunque es una planta rústica le teme mucho al frío.

Todo esto habrían de anotar en las páginas de aquellos viejos tratados, los frailes capuchinos a la luz de las velas. Pasar del latín a la pluma de pavo y la tinta. Del olor de las viejas cocinas, a los aperos de labranza y esperando quizás, que las tormentas de verano no destruyesen los surcos recién hechos en la tierra reseca. De cómo guardar, confitar o encurtir los excedentes de frutas y verduras y sobre todo de como aprender a cultivar los árboles frutales, las flores y las hortalizas "al estilo capuchino".

Los farragosos tomos que el joven ingeniero agrónomo encontró en la biblioteca del convento pertenecieron a un monje que, con su larga barba blanca y su hábito austero, estaban a su vez basados en otros textos aún más antiguos, que recopilaban todo el saber hortofrutícola desde las culturas más primitivas hasta el siglo XVI. Encontró algunos de ellos, incluso, de origen incierto. Buceó y buceó entre documentos y manuscritos de los distintos archivos eclesiásticos para extraer todo un completo recetario médico y de cocina. Las anotaciones de aquel fraile demostraban que en aquella época, ya existían remedios para todo.

Los había contra la fiebre, usando endrina. Para fortalecer las encías, resina de condrila y para los bronquios, salvia, que era la planta favorita de los romanos, a su vez un buen colirio, digestiva, antiséptica y cicatrizante. Encontró además plantas remotas, que se usaban ya en la Edad de Piedra, como la cola de caballo, el suco y la semilla de majuelo o espinal, un excelente tónico cardíaco y la planta curatodo por excelencia, que es el cardo de santo, que cura el dolor de cabeza y el de oído, los vértigos y favorece la memoria.

Le resultaba increíble y a la par fascinante, leer cómo los antiguos monjes horticultores medievales crearon sus propios métodos para sacar el máximo rendimiento a las huertas y campos de cultivo que rodeaban sus conventos y de los que se abastecía toda la comunidad. Los monjes eran expertos en conservar el excedente de alimentos y verduras producidas, como alcachofas, coliflor y guisantes, para asegurar el sustento en los duros inviernos. Quizás fuera suficiente este ejemplo, a poner en práctica por los ingenieros agrónomos del futuro: el secreto de los capuchinos para conservar durante varios meses los melones consistía simplemente en enterrarlos en ceniza. De igual forma, estos monjes también contaban con un método propio para aprovechar el agua de lluvia, reteniéndola con unas zanjas llamadas mulladuras, que permitían que el agua se filtrara progresivamente al subsuelo.

Pasaba página tras página, para comprobar que en los huertos que se describían, se cultivaba especialmente acerolos, granados, nísperos, melocotoneros, guindos, azufainos, limoneros, naranjos, ciruelos y manzanos. Los frailes introdujeron en el refectorio la espinaca, que tradicionalmente había tenido uso terapéutico contra el asma. También los colinabos, chirivías, espárragos, lechugas y rábanos eran otros de los cultivos que abundaban en las huertas capuchinas. Anticipándose a lo que  se ha denominado "cultivo ecológico", aquellos hortelanos capuchinos trataban de evitar la proliferación de orugas plantando hileras de cáñamo en los jardines y huertas conventuales y solían impedir la acción nociva de las babosas, sembrando garbanzos.

Además, con las hierbas aromáticas preparaban el agua de lavanda y de colonia y también perfumaban el "óleo de San Serafín", un ungüento que se ponía en el pecho de los enfermos afectados por los fuertes catarros y bronquitis crónicas debidas a los frios y las nevadas tan abundantes, por aquel entonces.

El joven ingeniero agrónomo cerró el pesado volumen y lo depositó cuidadosamente en  la vitrina donde estaba guardado, cerca del claustro, en una estancia, que formaba parte aún de lo que quedaba en pie de la que fuera la biblioteca del monasterio. Se quitó unos desgastados guantes de fibra que usó para ir pasando las delicadas páginas y los depositó en la mesa. Recogió el cuaderno de notas y salió al exterior. Afuera el sol golpeaba incipientemente las paredes compuestas de grandes bloques de piedra medio derruidos. Atravesó el recinto y dio una vuelta casi completa por los alrededores intentado ubicar el terreno donde tuvo que estar asentada la huerta del convento. No encontró rastro alguno de los antiguos surcos, o algún pozo. Ahora ya no quedaba nada, salvo estructuras de hormigón y hierros retorcidos cubiertos de óxido.

Ni las juntas de las baldosas albergaban algún vestigio de vida vegetal, pues las tapaba un cemento gris y áspero. Sin embargo al fondo, entre algunos cascotes de piedra amarillenta y arenosa, y medio oculto a la sombra de la tapia que delimitaba el recinto, vio algo que captó su atención: Un brote minúsculo, comenzaba a tomar forma y a desarrollar unas pequeñas hojas adornadas por un fruto brillante. Era un sauco, una antiquísima y poderosa planta con cuyas flores los antiguos curanderos hacían cataplasmas para aliviar la nariz, los lacrimales y purificar el cuerpo. Era conocido por los frailes, como el "buen árbol".  En la antigua Grecia era conocido como sambuque, un árbol sagrado y en Roma, la ciudad eterna, como el Sambucus Nigra, una planta de hojas y bayas milagrosas. Se decía que de tan noble árbol sólo podía extraerse la belleza, pues en las mismas ruinas de la clásica Creta se encontró un instrumento musical, de miles de años, de nombre sambuque, consistente en una especie de arpa, al parecer fabricada con la madera de esa planta.

Quizás no todo estuviera perdido, como creía el joven ingeniero, pues siempre, de entre la destrucción y las ruinas, surgen los nuevos comienzos, y la vida, la belleza y la alegría que ello conlleva, terminan por abrirse paso lentamente. Como sucedió con la alegría de la huerta de aquellos monjes de largas barbas blancas.

 

 Jorge Romero

SAUCES

 (SONETO)

 

 

 

 

Conozco yo un vergel donde conviven

edificios, gente y la vida entera;

solsticio de verano en primavera

con hado y delicia que nos cautiven.

 

Donde tantos besos que se cultiven

compongan de tiempo su enredadera.

Ya no tendrán el alma callejera

los abrazos libres que allí perviven.

 

Pasearé en silencio sus senderos,

que atentos mis ojos piden sosiego

como los árboles al firmamento,

 

que muestran deslumbrantes sus luceros

con recuerdos de luz plenos y fuego.

Pintaré su luna en mi abatimiento.

 


 

Rafa Vera

DE SONETOS VA LA TARDE

(SONETO)

 

 

 

 

 

DE SONETOS LA TARDE, ¡VAYA COSA!

¿QUIÉN TE IBA A TI A DECIR, A ESTAS ALTURAS,

QUE TENDRÍA TAL NIVEL Y ENVERGADURA

LA FIESTA DE ESTA HUERTA PRIMOROSA?

 

DE NADA HAY QUE EXTRAÑARSE: LOS LLAMADOS,

PESE A VENIR DE MÁS DE MIL LUGARES,

REVOLOTEAN PALABRAS. SON COMO AVES

DEL CUERVO AL GORRIÓN, Y HASTA AL ALBATROS.

 

PASAMOS BUENA TARDE, DISFRUTANDO

DE PALABRAS, OÍDOS, MUECAS, PALMAS,

Y SÓLO POR SEGUIR A ESA QUIMERA

 

QUE, TAL CUAL, ES GUSTAR Y SER GUSTADO.

ES SENTIR QUE SE LLENA YA LA PLAZA

Y RECOGER LOS FRUTOS DE LA HUERTA.


 

Raúl Góngora

A MI MESA

Prologo:

Un estudioso franciscano, a inicios del S. XX, mientras seguía el rastro de la segregación monacal de mediados del XIX, encontró una pequeña tumba de piedra junto a la ermita de una familia adinerada de Arjona. Allí se leía: Hno. Pedro, el del Puerto. Y en su parte inferior las siglas: 2.E.E.D. y la inscripción en latín De gradus in mensa (que quiere decir: en los escalones de la mesa).

Las campanas del convento no tañían

Hacía ya algunos días que las campanas del convento no tañían con el fresco cacareo de cada mañana.

El Hermano Pedro, el del Puerto lo llamaban por su origen en aquella maravillosa ciudad gaditana, parecía transmitir en su toque de campanas el desasosiego, que a modo de niebla a ras de suelo, vagaba esos días por el convento. Y es que no se hablaba de otra cosa por los pasillos y celdas capuchinas que no fuera la llegada de un tal Mendizabal, como Ministro de Hacienda de la regente María Cristina de Borbón, y su forzada desamortización y exclaustración (supresión de conventos religiosos). Se palpaba en el ambiente.

    - ¡De mi tierra tenía que ser... de mi casa vendrá el que nos echará! -se repetía esos días el Hermano Pedro, refiriéndose al origen gaditano del tal Mendizabal.

No se sabe si por su neutralidad en aquel convento, pues fue el último en incorporarse a la orden o simplemente por la confianza que transmitía su semblante, el caso es que el Guardián del convento, la misma noche del día del ingreso del Hermano Pedro, entró en su celda y estuvo hablando con él durante una hora. Le pidió que escondiera unas letras y números que le había hecho memorizar en el sitio más lejano de la vista emponzoñada del hombre, y cercano a la plena divinidad de Cristo. El nuevo quedó sin pronunciar palabra durante minutos hasta que el superior del monasterio se dispuso a salir y Pedro se despidió con un inaudible así se hará.

El del Puerto, no pegó ojo en las poca horas que duraban sus noches, pensando en lo que el guardián, le había confiado, y sobre todo en cumplirlo como Dios lo requería.

Estuvo dándole vueltas a las indicaciones que el viejo guardián, el Hermano Blas, le había dicho; algo cercano a la plena divinidad de Cristo.

    - ¿Qué hay más cercano a Dios, al cielo, que un monacal repique de campanas?

Aquel mismo amanecer Pedro talló en la parte superior de la pequeña espadaña, que había al fondo del pasillo principal del convento, las letras y números que el guardián le había hecho memorizar: 2.E.E.D.

Tan solo un par de semanas más tarde, aquel nuevo decreto ministerial que se supone que ayudaría al país a sanear sus arcas y acarrearía beneficios para todos, cosa que quedó bastante lejos del efecto de aquella desarmotización, estaba siendo ejecutado con todo rigor.

    - Recuerda hijo, que el hombre es el que nos empuja al abismo y Dios el que nos tiende escaleras hacía la verdad -le dijo el guardián, el superior del convento al Hermano Pedro, con los ojos abiertos como platos y haciendo hincapié con su voz en la palabra escaleras.

    - Cada vez que suene una llamada a misa, sea donde sea, me acordaré de usted. Usted ha sido la piedra angular que ha guiado mi voz en este convento.

Y así mirándose fijamente a los ojos y hablándose como si los dos tuvieran problemas auditivos, se despidieron el superior del convento y el Hermano Pedro, encargado de marcar los tiempos en el convento, y ahora arrastrando algo más en su carga.

Ambos sabían que probablemente no se volverían a ver nunca más. Por la extraña situación política del país tras el cierre de conventos y por la avanzada edad y estado de salud del actuar guardián del convento.

    - ¡Recuerda, Pedro, que separarnos de nuestros lugares sagrados ha sido la menos salomónica de todas  las decisiones posibles! -le volvió a gritar el superior, alzando notablemente la voz en la palabra salomónica.

    -  ¡Los peldaños de nuestra fe nos unirán en la catedral divina con el resto de fieles!

Y su voz se perdió entre el trote de los caballos que tiraban de aquel carruaje a modo de cárcel.


 

PREMIOS DEL  III CONCURSO DE FOTOGRAFÍA ECOCOSTUMBRISTA

PAISAJE EN EL CASTAÑAL. AUTOR  FERNANDO DEL PINO.PRIMER PREMIO EN SENDERISMO.





VIA VERDE. AUTOR FRANCISCO GARCÍA PÉREZ SEGUNDO PREMIO DE SENDERISMO.

 

 

REGANDO MACETAS.AUTOR  ANTONIO HEREDIA.PRIMER PREMIO DE ECOCOSTUMBRISMO.

                                        LAGUNA.  AUTORA- LOLI SILES- PREMIO ACCÉSIT DE ECOCOSTUMBRISMO.

 

 

COMIDA VECINAL. AUTORA LOLI SILES. PRIMER PREMIO DE INTERÉS VECINAL.


MARATÓN. FRANCISCO GARCIA. PREMIO ACCÉSIT DE INTERÉS VECINAL


 

 

 

 

 

 EN LA FIESTA.FERNANDO DEL PINO.- PREMIO ACCESIT. INTERÉS VECINAL.


 

 

 

 

 



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