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jueves, 15 de junio de 2023

CAPITULO VII. ALCALÁ LA REAL EN TIEMPOS DE FELIPE III.Entre ciudad fortificada y la nueva ciudad

 


 

El recuerdo de tiempos pasados y de privilegios alcanzados en el período de conquista de Granada era el argumento básico para mantener la independencia con los reinos de Granada y Jaén, pero la nueva política regia, que era apoyada por las ciudades en las Cortes, a veces dejaba sin ninguna razón de independencia jurisdiccional a la ciudad de Alcalá. Los munícipes se veían obligados a no dejarse representar por los procuradores en Cortes en Jaén. Y el regidor Pedro Veneroso acudió a la Corte  para que hable con los letrados que allí tiene para que la ciudad de Jaén no hable en Cortes por esta ciudad ( Cf. 17.4.1601).

Sin embargo, la nueva distribución territorial de España, que disponía para recoger fondos a través de los impuestos de millones, ubicaba la Junta en la ciudad de Jaén. De ahí que la respuesta del cabildo jiennense no era otro sino:

la ciudad de Jaén respondió el dicho requerimiento que le ha hablado en todas las cortes por sí y su tierra, partido y provincias en que se comprehenden la dicha ciudad de Alcalá la Real e la villa del Castillo de locubín e que ansí contribuyeran en el servicio de los ocho millones que se otorgó a el rey nuestro Señor, que aya gloria, en  virtud de la real cédula que se le envió fecha del ocho de septiembre del año pasado de 1590, en que se mandó que, sin perjuicio de los dichos privilegios,  se pagasen un quento y sesenta y quatro mil ciento diecisiete maravedís, que se imponga de dicha sisa.        

Alcalá se vio a pagar el reparto correspondiente con la sisa del vino y aceite, a pesar de todos los intentos que pretendían volver a una situación privilegiada que ya no respondía con un período bélico anterior. Una fuente tan importante como era la cosecha del vino tuvo su contradicción por los labradores y arrendadores, que trataban de evadir, e, incluso,  a finales del 1602. el alcalde mayor tuvo que apresar algunos arrendadores, que se excusaban diciendo que las bodegas se hallaban en los campos y cortijos. Por ello hubo que nombrar comisarios que pudieran aplicar la nueva imposición (Cf.29.1.1602).

A veces, nuevas figuras como el teniente alcaide de la fortaleza encontraban sus resistencia a la hora de establecerlo dentro de un cargo, que a la vez se le quería dar un rango jerárquico en detrimento de otros regidores más antiguos.

El siglo XVI había supuesto un aumento de población que había desbordado el recinto fortificado, ya que no podía albergar todo tipo de servicios ni oficios. De ahí que se viera obligada  a prolongar, tras la aprobación del rey en el año 1605,  su zona desde la Plaza de la fortaleza hasta el Llanillo y la fuente de los álamos. Sin embargo, el descenso de población en los años posteriores, provocó rectificar aquella medida que iba contra los intereses hidalgos de exención de impuestos. 

 

 

 

El carácter privilegiado de la ciudad por su carácter fronterizo era uno de los objetivos de los regidores e hidalgos  antiguos, que procuraban por todos los medios defender la habitabilidad de la ciudad de la Mota. Varios son conflictos relacionados con esta postura entre los que destacan a lo largo del presente e, incluso, principios del siglo XVIII, el mantenimiento de los edificios públicos civiles y religiosos en dicho recinto de la Mota, la prohibición del traslado de la vida administrativa a la nueva ciudad que se estructuraba a las faldas del dicho cerro, el veto de cualquier actividad gremial fuera del recinto fortificado y el ejemplo dado por la iglesia y por los miembros de algunas familias hidalgas de no abandonar el recinto , cuando ya era imposible la vida en medio de un lugar inhóspito lleno de ruinas y pasto para el ganado.

Por eso, en el año 1615, se obligó a volver a todas las tiendas de la Mota a que se reformaran y se volvieran a habitar por todos los tenderos y mercaderes, que se habían ubicado en la nueva calle Real y otros lugares de la ciudad. Fue un intento baldío de ocupar las tiendas de la plaza baja y alta, las de la iglesia, la botica, la de la memoria, las de la plaza alta de la Mota, la de la escaleruela, las de las Entrepuertas, la del postigo junto a la puerta de la imagen, las del albaicín, en el adarvillo de Moya, junto al pósito y junto a la alhóndiga. LO mismo que el establecimiento de una alhóndiga cerca del convento de la Trinidad o el obligar a pasar todo tipo de controles por el Pósito. Como prueba del estado de abandono , en el mes de diciembre de 1602, se derrumbó una gran parte de la muralla con su caída , que invadió una calle provocando una cadena de derrumbamientos de casas. Y no fueron estos los únicos casos sino la torre del cubilete en la Puerta Nueva, la de la casa de Francisco de Herrera, el Bahondillo o el arco que sostenía todos los corredores en el 1620.  

 Lo mismo ocurrió con los escribanos que despachaban los asuntos de la ciudad en las tiendas de los corredores de la plaza y ficticiamente ejercían sus trabajos en las nuevas calles de la ciudad, alegando labor de archivo y depósito. La iglesia, sin embargo, tardó en bajar a los nuevos arrabales y mantuvo hasta principios del siglo XIX la iglesia matriz en el recinto fortificado;  tan sólo  la ayuda de parroquia de santa María la Mayor en la Iglesia de Mayor dio lugar al traslado de algunas actividades religiosas a finales de siglo  XVI, conservando la procesión del Corpus y las casas abaciales en la Mota hasta muy entrado el siglo XVIII, cuando ya se había abandonado toda la vida civil y judicial en la antigua fortaleza.

 Dos obras importantes fueron la carrera de los caballos y las obras de la iglesia mayor. Otros intentos de paralizar la demolición de casas en 1614 fueron baldíos. En concreto, se acabó en el año 1613, la carrera de los Caballos de san Bartolomé, dando un gran empuje a un barrio cercano a la fortaleza y con un interés ganadero, porque procuraba un beneficio para hacer los potros y corres caballos. La obra tenía unas dimensiones de 150 varas de largo por encima de la tierra y vara y media de alto por encima de la  tierra (12.7.1613). La Iglesia Mayor comenzó a terminarse, acudiéndose a una financiación con las rentas de la abadía y con la participación de Ginés Martínez de Aranda en el año 1617, lo mismo que los corredores de la plaza que se estaban cayendo .  

 Sin embargo un canto de cisne significaba medidas que trataron de impedir en 1622 la construcción de solares en el barrio de la Viñuela, actual calle del Pintor, la ciudad moderna era ya una realidad (12.5.).

 

 

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