A
tí, Encarnita, Te despidieron en tu último adiós tus fieles amigos en la
iglesia de Nuestra Señora de las Angustias de Alcalá la
Real. Los de tu círculo y vínculo de amor
que te atendieron en los buenos momentos y en los del silencio forzado por la
enfermedad maldita de la vejez. No faltaron los miembros de una institución que
tanto amaste y colaboraste a lo largo de tu vida hasta que pudieron tus fuerzas
asistirte en los diversos talleres, campañas de recogida de alimentos, días de la Caridad , cursos de
formación, voluntariado desinteresado en ropero y en lo que se te encomendaba.
Crearon estos miembros de Cáritas Interparroquial huella y testimonio en muchas
generaciones, de las que bebieron muchos voluntarios de aquella virtud, que san
Pablo distinguía por la primera entre la Esperanza y la Fe. Y
tú fuiste crónica e historia de esta viviencia de entrega. De estas aguas
manaron estos ríos, de aquellos cursos de formación de los años setenta
siguieron los meandros del caudal de amor derrochado.
No
podía faltar en tu despedida el
sacerdote don Miguel Vallejo, entrecortado y ahíto por un profundo pesar, apenas pudo emitir palabras de gran afecto y
cariño con esta familia, a la que había
estado muy ligado desde que llegó a Alcalá, allá por los años cincuenta, cuando
ejerció como coadjutor de la parroquia de Santo Domingo de Silos. Siempre
acudió a tu casa y frecuentó el calor familiar de una pareja, modelo que no
pudo extender su descendencia en un hijo ansiado. No olvidó nunca en las peticiones,
en el introito, en los recordatorios y en la despedida a tu esposo Manolo
Alamedas, con el que disfrutaste de todos los momentos de tu paso por tierras alcalaínas
compartiendo vivencias, pareja, amistades y aficiones. Erais distinguidos por
vuestras muestras testimoniales de
un matrimonio unido hasta que Manolo ya
no pudo resistir los embates del sino fatal. No pudiste resistir la soledad y la ausencia de tu amado y un golpe
mortal te ensimismó durante los mismos
años compartiendo nuevos tiempos en la Residencia de Nuestra
Señora de las Mercedes. No te faltaron las cuitas ni las visitas de tus
allegados, mantuvieron el hilo del agua amorosa en un caudal arrollado por el
thanatos de la materia. Eras la
Penélope entretejiendo el tapiz de tu vida marcada por la
tragedia esquilea esperando el encuentro con tu amado en el reino de la eternidad. En el cuerpo de aquel cuadro con hilo vital
entretejáis una vida zaherida por la desgracia y el dolor, con la pérdida de
tus hermanos en la adolescencia, y la despedida
repentina de tus padres. No era todo desgracia
en aquella escena sino que tu llegada a la ciudad de la Mota por el destino de tu
padre como guardia civil, te agració con la acogida de la familia Alameda, que
te donó a un esposo deseado con gran intensidad. No le faltaron hilar escenas
de buenos ratos con las amigas de siempre, del testimonio y de los contactos
parroquiales; o con otros círculos como las socias de Amas de casa, en la que
asistías con asiduidad todos los jueves, frecuentabas excursiones, derrochabas
esa sonrisa que amainaba las situaciones embarazosas y destensabas cualquier
intento de acritud. Como Yerma repetías al ver a los niños: "Te diré ,
niño mío, que sí, / tronchada y rota soy para tí,/¿cómo me duele esta cintura/
donde tendrás primera cuna!/ ¿Cuándo mi niño vas a venir?/ Cuando tu carne
huela a jazmín, ¡ Que agiten las ramas al sol/ y salten alas fuentes alrededor!
Como
Penélope, forjaste este tapiz con hilos
de roja púrpura de la antigua Fenicia, repleta de amor, derrochando ternura
desde la cercanía y desde esa mirada, candor de generosidad, juventud perenne
hasta en los últimos momentos de la vida
y frescura de unas aguas que supo sacar del pozo de la sabiduría eterna.
Ya pasó tu odisea
personal, tu caminar matrimonial, tu
romería en un peregrinaje para encontrarte con el Otro. Disfrutas del encuentro
con el ulises del amor que te derrochará una generosidad de cumplimiento
de todos tus deseos . Recogiendo como el
celebrante de tu despedida unos versos de san Juan de
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