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sábado, 29 de abril de 2017

LA INSCRIPCIÓN INICIA. A MODO DE LEYENDA.

INICIA        
           INICIA        
           Me acerqué a una inscripción romana del Museo de Alcalá la Real. Leí  la leyenda de su texto, que decía  INCIA, XXI ANNORUM. De pronto, del interior de la piedra salió esta voz  y me contó esta historia en varios capítulos
            Soy una joven romana que he nacido en la zona suroriental del conventus  asitgitanus, perteneciente a la provincia romana  de  la Bética. Quiero contarte mi historia truncada a los veintiún años por una muerte repentina tras unas fiebres altísimas que tuve que soportar en los albores de la primavera del año 212 después de Cristo. Creerás que este personaje fue un invento de tu profesor de Lengua y Cultura Latina. Pero esto no es cierto. Este personaje, fue verdaderamente  una persona de carne y hueso. Existí, viví durante 21 años y trabajé bajo el cuidado y mimo de mi matrona en una de las villas que se extendían en torno a una fuente cercana de la ciudad actual de Alcalá la Real.
            No nací  precisamente en estas tierras, sino que mis padres huyeron de una  famosa  ciudad hispanorromana, cuyo nombre no recuerdo,  y se asentaron  en estos lugares. Me comentaron que, antes de nuestra llegada,  hubo varios poblados muy importantes, a los que denominaban oppida, lugares situados en las cumbres de los cerros, cercanos a  los ríos, fortificados con unos pequeños muros  y relacionados unos con otros en forma de una red de comunicación muy parecida a las que luego existieron durante la frontera granadina. Entre todos ellos, destacaba  un poblado o núcleo más importante, también llamado oppida u oppidum, donde residía la fuerza militar y el reyezuelo del lugar. Estos poblados estuvieron habitados por los indígenas de este sitio, denominados universalmente por el gentilicio de los iberos, pero, que, en esta zona, dependía de una rama de ellos, los iberos batestanos. Mis padres me contaban que el núcleo más importante era  la  actual Baza, de la provincia de Granada, en aquel tiempo perteneciente al conventus gaditanus.
No sabía localizar mi ciudad y tomé un pergamino con la figura de la Bética, y le puse, en el centro el nombre de  Bética con letras más grandes, al mismo tiempo que la dividí en las cuatro  demarcaciones que me habían referido, para ello me ayudó mucho mi padre y  un mapa que él conservaba de cuando ejerció de tribuno militar  en el  ejército romano. Siempre fui muy amante de mi tierra pequeña y, por eso,  le pedí a mi padre otro trozo de pergamino, donde hice un plano  para situar  los pueblos, qué digo, los oppidda,  de nuestro entorno y las villas o casas de campo  de nuestros vecinos. Entre los primeros, mi padre me señalaba cuatro: Encina Hermosa o Cabeza Alta, La Gineta, La Mesa y el Villar de la Rábita; entre los segundos, recuerdo que no paraba de citarme nombres: la Fuente, Santa Ana, el Villar Alto y Bajo, La Lancha, Acequia Alta, Medialuna, Vegas de Paz, Ribera Alta, Puertollano, Fuente de la Salud,.. Se detuvo un momento y  me dijo que otro día  me contaría  la historia de cada uno de ellos. 
Me encontré a un descendiente de un antiguo indígena que  me refirió que, por este lugar, también pasaron otros pueblos no iberos, principalmente los cartagineses y no me lo decía con seguridad, pero me insinuaba que, probablemente, muchas torres, colocadas en las cimas de las montañas y  a la vera de los caminos, habían sido construidas por estos vecinos del Norte de África para introducirse en el interior de la Península y controlar los itinerarios de las tropas y las mercancías que intercambiaban con los iberos, Incluso, sus ascendientes romanos las mantuvieron para proteger los itinerarios de las vías romanas.
No podemos olvidar la presencia de los cartagineses en esta tierra, porque fue objeto del enfrentamiento con los romanos durante la Segunda Guerra Púnica .Mi padre me contaba que sus antepasados venían como libertadores de los iberos subyugados por los cartagineses , pero que, tras la derrota cartaginesa, se asentaron en muchos lugares, dividiendo a Hispania en Ulterior y Citerior, según se comprendiera más allá y mas acá de Roma, tomando como eje el río Guadalquivir y Cartagena. Cuentan que hubo algunas batallas por estas tierras en Iliturgi y en Castulo, donde Anibal se casó con Himilce, hija de un reyezuelo de aquella zona”.  




Miró, de nuevo y con detenimiento, la  inscripción,  y observo en la parte Inferior una pequeña circunferencia y un triángulo; al lado, varios triángulos invertidos; en un nivel mas bajo una media luna. Y me pregunto: ¿No será esta muchacha una devota de la diosa Tanit? ¡Qué lío, era romana, de ascendencia púnica y con vecinos iberos! Llaman a la puerta, y un amigo me trae una moneda con una cara de Aníbal y un caballo entre palmeras. Y me cuestiono mi origen mientras repito:  en mi interio:” siempre hombres de frontera”.

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