Abu Yafar nació
probablemente el año 1126 d.C. en el castillo de la Mota, donde su padre, Abd al Malik ben Said, gobernaba y
residía en aquella fortaleza. Fue
educado en un ambiente refinado y educado, pues pertenecía a una saga de
ilustres literatos, establecidos en su reducto cultural de Qalat Banu Saîd,
donde su padre ejercía como un auténtico protector de la cultura, al mismo
tiempo que era un magnífico guerrero y letrado. No conocemos nada de su
infancia ni de sus primeros maestros. Algunos autores creen que fueron sus
maestros Ibn Jafaya e Ibn al Zaqqaq. Fue nombrado visir del castillo alcalaíno
por su padre, que se sentía agobiado por las continuas luchas con los nuevos
invasores. Sin embargo, tras normalizar la situación, cansado del trabajo
burocrático, pidió que lo relevaran de su cargo y se entregó a la poesía.
Pronto se trasladó a Granada, pues no se sentía atraído por la ambición de
poder administrar aquella fortaleza, sino más bien por los goces de la poesía y
del ambiente literario de la ciudad de la Alhambra. Célebres son aquellos
versos que manifiestan esta situación vital:
Déjame que
renuncie a todo aquello.
Yo sólo quiero
vivir,
escribir
poemas,
no quiero
glorias ni prestigio.
Con la llegada
de los almohades, debió sufrir las tristes circunstancias del
apresamiento de su padre aliado con el almorávide Yahya ben Ganiya, gobernador
de Valencia y Murcia.
En la corte granadina, conoció a la
poetisa Hafsa bint al -Hayy al Rakuniyya, de la
que se enamoró intensamente. Aunque
Abu Yafar remontaba sus orígenes
en Amnar ben Yasir, compañero del profeta Mahoma en las batallas de su tiempo, ello no fue
obstáculo para emprender estos amores con esta rica y acomodada musulmana, de
origen bereber y entroncada con los almorávides. El poeta y la poetisa
compartieron e intercambiaron versos y poemas en medio de unas escenas que se
asemejaban al mundo feliz de la Arcadia y entre unas vivencias que compartían
todos los sentimientos más intensos que nacen de una pasión amorosa. Una común
vida amorosa y literaria se mantuvo
inmutable hasta que fue interrumpida con la llegada de Abu Said, nuevo
gobernador almohade a Granada, que, al principio, encarceló a su padre por
haberse opuesto a su gobierno.
Al principio,
en Granada disfrutó del ambiente literario de su época compartiendo las
tertulias poéticas con el poeta granadino al-Kutandi, el valenciano Ibn Yubnar, el cordobés al-Marawi
y, ocasionalmente, con el sevillano al-Lissi. Los lugares de aquellos
encuentros eran su casa rodeada de bellos jardines y alamedas junto al río
Genil, los atrios de las casas de personajes famosos de la aristocracia
granadina y los baños públicos. A veces, frecuentaba otros pueblos y otros
poetas como Ibn Nizar en Guadix.
En un ambiente
pletórico de felicidad, donde el naranjo y limonero rodeaban el agua de las
albercas y los pájaros, principalmente la tórtola, cantaban al par de los
poetas, entonaban bellos poemas de amor, y otros temas dedicados a todos los
elementos que recreaban aquel paraíso eterno, donde caían vencidos por el vino,
la música, el mirto y el canto poético.
Gracias a sus
gestiones, logró librar a su padre de la cárcel, incluso, fue nombrado
secretario del gobernador. Sin embargo, nunca olvidó aquella medida que había mancillado
su linaje. Aún más se recrudeció al sentirse traicionado por los amores
furtivos que compartieron su amante Hafsa y el nuevo gobernador. De ahí que
pronto renunció a aquel cargo administrativo. A pesar de todos los intentos del
gobernador para mantenerlo entre sus protegidos y reconocerle todos los favores
anteriores, el poeta no podía afrontar los continuos coqueteos de la poetisa con el nuevo jefe de la corte
granadina.
Por otra parte,
la poetisa no sólo consiguió atraerse al gobernador sino que lo enroló en aquel
ambiente literario, convirtiéndole en un hombre amante de las letras y de las
artes. Esta misma quiso darle muestras de su agradecimiento por haberle librado
de Ibn Mardani, rey de Murcia, que había ocupado el gobierno de Granada durante
la ausencia de Abu Said. Por eso, le
sirvió como pretexto los coqueteos de Abu Yafar con una esclava negra para
romper con los amores anteriores con el poeta alcalaíno.
Esto dio lugar
a que por parte de Abu Yasar naciera un furibundo odio hacia el gobernador, al
que satirizaba con sus poemas. Al ser destituido del cargo, trató de
vengarse y se alió con su hermano Abd-al Rhaman, su primo Hatim ben Hatim y el
gobernador de Murcia. Alertado el gobernador granadino ante el futuro incierto que suponía el
enclave independiente de aquella fortaleza gobernada por la familia de los Banu
Said, lo persiguió cuando se dirigía a Qalat Banu Said. En el
trayecto, fue alertado por unos espías que le aconsejaron que se dirigiera
hacia Málaga, donde tendría protección de Ib Mardani.
Oculto durante
cierto tiempo en esta ciudad, al final fue descubierto. En la prisión recibió
la muestras de compasión de al-Hussayn ben Duwaina y el arrepentimiento de su
antigua amante Hafsa que de nuevo le reiteraba su amor por medio de varias
epístolas.
A los treinta
años, un día de abril de 1163 fue ejecutado
por orden de Abu Said siendo crucificado para que sirviera de
escarmiento de futuros traidores.
Unos años más
tarde, su padre abandonó Qalat Banu Said y se dirigió al norte de África.
También lo hizo su amante Hafsa que no podía soportar la pérdida de su amor.
Retirada de la Corte y vestida de luto se dedicó a la enseñanza, muriendo en
el año 1191 en la Marrakeh.
El valor
poético de su obra se refleja en estas palabras de Inb Said al Magribi:
"Entre
todos los Banu Said no hay nadie que haya llegado en poesía a la altura de Abu
Yafar ben Abd al- Malik"
Su muerte
temprana interrumpió una brillante carrera literaria, que conocemos a través
del Mugrib, Ihata y el Bafhaal-Tib, fuentes en su mayor parte incompletas.
Bibliografía:
Moral Molina,
Celia. Abu Yafar ibn Said. Granada, 1986.
Said al
Magribi, Alí ibn. El libro de las Banderas de los campeones. Traducción
de Emilio García Gómez. Barcelona 1978.
Cano Ávila,
Pedro. Alcalá la Real en los autores musulmanes. Diputación Provincial
de Jaén. 1990.
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