FIESTAS MEDIEVALES
Se extienden
por el territorio nacional las fiestas medievales. Desde Manlleu a Almuñécar, y
desde Badajoz a Jávea se multiplican unos actos festivos que han nacido al
amparo y protección de un nuevo tipo de turismo interior. No es sino una simple
evasiva colectiva hacia otro mundo para librarse de la pesada carga a que la dura crisis
somete a la gente. Se repite el mismo esquema que no es sino buscar otro tipo
de mundos alejados del tiempo, experimentar
otras formas de vivir como si las personas se transplantasen a una sociedad ficticia y sin compromiso alguno. La tipología varía
de un pueblo a otro en pequeños matices: de la fiestas calatravas a las de moros
y cristianos pasando por los mundos de fronteras, eso sin omitir a las de
los moriscos de la Alpujarra o la de reivindicaciones de batallas más o menos
importantes de España, como la de Bailén . Pero las actividades se concretan, en la mayoría de las ocasiones,
en un episodio bélico, con motivo de la
ocupación y conquista de un pueblo sobre otro, generalmente el cristiano sobre
el musulmán o el español sobre el francés. Abundan los duelos, las luchas
cuerpo a cuerpo, los preparativos para la batalla, los torneos, las
teatralizaciones de los ejércitos en campos de batallas: en suma, el circum, la
simulación de la sangre vertida de una
parte derrotada que entusiasmaba a los espectadores del medievo y los primeros
años del Renacimiento.
Sin embargo, en aquellos tiempos reales, los
movimientos bélicos eran escasos con respecto a los 365 días del año, en los
que se negociaba, se trabajaba, se vivía el ocio y … se amaba. Sin embargo, mira que casualidad, no proliferan las fiestas
de convivencia, celebrando los pactos federales, tan hoy de moda, entre vecinos
de los reinos, o entre íberos y romanos,
que abundaron en la provincia de la Bética romana; ni el mundo de convivencia idílica entre judíos, cristianos
y musulmanes está presente. Y no digamos que la inventiva escasea con
frecuencia a la hora de programación del currículum festivo. Casi todos son
iguales, con los mismos actos: un desfile, una batalla y, si acaso, una fiesta
de victoria. En vez de estos
multitudinarios desfiles de tropas, filás, patrullas, comparsas, o escuadras
guerreras, podrían recuperarse las divertidas mascaradas de los gremios de la
ciudad; pues era un desfile mucho más completo que los del carnaval , en los
que los diferentes grupos sociales vestían con ficticios disfraces y ejercitaban ingenios
los más creativos y variados para
divertir al pueblo. Y, además, estos desfiles no quedarían anclados en una
etapa histórica determinada, sino que podían recorrer diacrónicamente toda la
actividad laboral desde el medievo hasta la edad actual, ejemplificando y
mostrando vías de desarrollo y el esfuerzo colectivo. Lo lúdico podría
recrearse con la autenticidad de los juegos populares , sin necesidad de
buscar siempre los mismos argumentos: el halcón con sus garras amenazadoras, el
juego las saetas de fuego, la s danzas
del vientre….. En la Mota de la ciudad, podrían
simularse los juegos colectivos del ganso, del niño trepador del árbol gigante para alcanzar las telas de seda en la plaza
alta, los espaderos de palos se divertirían como si jugasen a la gallina ciega,
los duendes de la Casa del Miedo volarían de torre en torre, la simulación
caballeresca se completaría con la alcancía o las cintas, sin pasar por alto
otro juegos como los de mesa , los naipes, el atuque, echar cartas, o la adivinación…Hasta el carnaval de verano
podría incluirse en estas actividades, así como los cantes y danzas flamencos
para comparar momentos y épocas.
En el fondo,
una nueva recreación de las fiestas es mantener la evasión ante la crisis que
nos amenaza con la soledad de las calles; pero, al menos, se promociona
la participación vecinal y la creatividad colectiva con un mensaje histórico de
lo que un pueblo fue capaz. Puede ser un peldaño para la pedagogía de la paz y
la formación para iniciarse en otros campos del progreso social. Olvidar las
guerras y posicionarse ante la utopía de una nueva sociedad.
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