I
Marco Tulio Cicerón, perteneciente a la
clase ecuestre, nació en Arpino, que es una ciudad de los volscos. Uno de su
abuelo tuvo colocada una verruga en la
punta de la nariz, semejante a un grano de garbanzo; de ahí el apodo de Cicerón
“Verruga” puesto a su familia. Como
algunos se lo echasen en cara al bueno
de Cicerón, les dijo: “ Procuraré que
este apodo supere el esplendor de los más
famosos nombres”. Como
aprendiera aquellos estudios, con los
que se conforma la edad de la infancia hacia la cultura espiritual, su talento relumbró de tal modo que sus
coetáneos, cuando regresaban de la escuela, lo rodeaban colocándolo en medio como si fuera un rey y así lo llevaban a su casa: incluso,
sus padre, cautivado por la fama del niño, solía acudir la escuela para verlo. Sin embargo este hecho
cabreaba a algunos de talento rústico e inculto, los cuales increpaban a los
demás niños con palabras graves, porque
sentían envidia de que le dieran un honor tan grande a su propio condiscípulo.
II
Tulio
Cicerón, en su adolescencia, demostró su oratoria y sus deseos de libertad en
contra de los partidarios de Sila. Atacó a un tal Crisógono, liberto de Sila,
con gran acritud, porque este, confiado en el poder del dictador, desamortizaba
los bienes de los ciudadanos. Por eso, Cicerón, precaviéndose de su odio, se
dirigió a Atenas, donde acudió a los estudios del filosofo Antíco. Desde allí, para
perfeccionar su elocuencia, se retiró a
Rodas, donde trató con el ilustradísimo maestro de oratoria Molón. Este, habiendo oído a Cicerón cuando
expresaba un discurso, se dice que lloró, alabando su talento y elocuencia porque vaticinó
que los romanos aventajarían a los griegos por su causa. Tras su regreso
a Roma, fue cuestor en Sicilia. Y, en verdad que no hubo cuestura más de más agrado
y brillante que ésta. Como, en medio de las dificultades de una carestía
muy grande, enviase una ingente cantidad de trigo a Roma, al principio se ofendieron los
sicilianos; pero, después, cuando se dieron cuenta de su diligencia, justicia y
su afabilidad, le otorgaron los mayores honores que a ningún otro pueden otorgarse.
III
Cicerón,
hecho cónsul, aplastó la conjuración de Catilina con valor, constancia y sumo
tacto. Este, tras la indignación de haber soportado la repulsa en su pretensión
de ser cónsul, fuera de sí, acompañado de muchísimos varones nobles, había decidido
matar a Cicerón, destruir al senado y esquilmar el erario público. Esta tan
atroz conjuración fue descubierta por Cicerón. Catilina, temiendo al
cónsul, huyó de Roma junto al ejército
que había preparado. Sus aliados, una vez capturados, fueron matados en la
cárcel. Incluso, cierto senador condenó
con el suplicio de muerte a su propio hijo. Pues estaba claro que este joven,
que llamaba la atención por su talento, cultura y porte entre sus coetáneos, había seguido
por los malos consejos la amistad de Catilina, y, trataba de refugiarse
en su campamento; su padre lo mató,
haciéndole volver a mita de camino, increpándolo con estas palabras: “Yo no te engendré como un hijo contra la patria sino contra Catilina”.
IV No, por
eso, Catilina desistió de su empresa, sino que dirigiéndose a Roma a banderas
desplegadas, fue pasado a cuchillo junto con su ejército. Se luchó con tanta
crueldad que ninguno de los enemigos se salvó; cada uno de ellos, al morir,
cubría aquel lugar que había ocupado a la hora de la lucha. El propio Catilina,
lejos de los suyos, cayó muerto en medio de los cadáveres de aquellos que había
matado; con una muerte honradísima, si de esta manera hubiera muerto por su
patria. El Senado y el Pueblo Romano
nombró a Cicerón Padre de la Patria. Sin embargo, este hecho dio lugar,
después, al odio contra Cicerón, de tal
modo que cierto tribuno de la plebe lo acusó ante el pueblo, cuando no ejercía
cargo público, porque había condenado a unos ciudadanos sin declarar
públicamente el delito, y solamente le
permitió prestar el acostumbrado juramento. Entonces, Cicerón con una
potente voz, dijo: Juro que la ciudad de
Roma esta salvada gracias a mi esfuerzo, solamente de él; con esta frase
quedó satisfecho el pueblo romano y el mismo
juró que era verdadero su juramento.
V
Pocos
años después, Cicerón fue hecho preso por el tribuno de la plebe Clodio,
por este mismo delito, porque había matado sin duda a ciudadanos
romanos. Entonces, el Senado entristecido, como si fuera en un luto público,
cambió de vestido. Cicerón, pudiendo defender su salvación con las armas,
prefirió retirarse de Roma, a ser matado
por su propia culpa. Todos lo acompañaron llorando cuando se retiraba de la ciudad. Tras esto, Clodio
dictó un edicto con el que ordenaba desterrarlo; e incendió su casa y villas.
Pero aquella violencia no se mantuvo mucho tiempo.; pues, más tarde, con el
apoyo de todos los estamentos de Roma, Cicerón fue reclamado a volver a la
patria. Todos salieron a su encuentro en su regreso; su casa fue reconstruida
con dinero público. Después, Cicerón, aún habiendo seguido el partido de
Pompeyo, fue perdonado por César que
había salido vencedor en la Guerra
Civil. Muerto este, apoyó a Octavio,
heredero de César, y le ayudó con sus bienes para oponerlo contra Antonio que
vejaba la república.; después, fue abandonado y condenado por este.
VI
Antonio, una vez
iniciada la alianza con Octavio, metió
en la lista de proscritos a Cicerón, muy
enemigo suyo desde hacía tiempo. Tras conocer esta orden, Cicerón se retiró
habiendo pasado por muchos caminos a su villa de campo, que esta a lo lejos
próxima al mar; desde allí se embarcó,
para trasladarse a Macedonia. Como los
vientos adversos lo hubiesen hecho llevado a alta mar muy adelante, y el mismo
no pudiese soportar el zarandeo de la nave, tras regresar a su villa, dijo:
“Moriré en una patria que había sido salvada muchas veces”. A continuación,
acercándose los sicarios, como su siervos estuviesen dispuestos para hacer
frente con valentía, el mismo les ordenó que lo bajaran de la litera en la que era transportado, y
soportar, estándose quietos, lo
que la injusta suerte les deparara. Al salir de la litera y ofrecer su cuello
inamovible, la cabeza le fue decapitada.
Sus manos también fueron cortadas; su cabeza fue llevada ante Marco Antonio. Y
a instancias suya fue puesta entre las dos manos en la tribuna de los oradores
del Foro de Roma. Fulvia, mujer de Antonio, que
se consideraba resentida
con Cicerón, tomó la cabeza con
las manos, la colocó sobre sus rodillas y clavó la lengua, tras extraerla, con
una aguja.
VII
Cicerón
era burlón y amante de los chistes, de tal manera que sus enemigos solían llamarlo “payaso exconsul”. Como hubiese visto a
su yerno Léntulo, hombre de pequeña estatura ceñido con una larga espada, le
dijo: “¿Quien ató a mi yerno a una
espada? Cierta matrona simulando que era más joven que él, le andaba
diciendo que ella tenía tan sólo 30 años; le respondió Cicerón: “ Es verdad lo que dices, pues te estoy oyendo
decir esto durante 20 años”. César, una vez muerto uno de los cónsules el último día de diciembre, había
renunciado en el cónsul Caninio en la hora séptima, para la restante parte del
día, ; como mucha gente fuera a saludarle según era costumbre, le dijo: “Démonos prisa, antes de que se retire del
cargo” Sobre lo mismo Cicerón escribió a Caninio; Fue digno de admirar su vigilancia en Canino, porque no vio el sueño
en todo su consulado.
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