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viernes, 31 de enero de 2025

MARCO TULIO CICERÓN




 


 

 

 

I

 

Marco Tulio Cicerón, perteneciente a la clase ecuestre, nació en Arpino, que es una ciudad de los volscos. Uno de su abuelo tuvo colocada una verruga en  la punta de la nariz, semejante a un grano de garbanzo; de ahí el apodo de Cicerón “Verruga” puesto  a su familia. Como algunos se lo echasen en cara al  bueno de Cicerón, les dijo: “ Procuraré que este apodo supere el esplendor de los más  famosos nombres”.  Como aprendiera aquellos  estudios, con los que se conforma la edad de la infancia hacia la cultura espiritual,  su talento relumbró de tal modo que sus coetáneos, cuando regresaban de la escuela, lo rodeaban colocándolo  en medio como si fuera   un rey y así lo llevaban a su casa: incluso, sus padre, cautivado por la fama del niño, solía acudir  la escuela para verlo. Sin embargo este hecho cabreaba a algunos de talento rústico e inculto, los cuales increpaban a los demás  niños con palabras graves, porque sentían envidia de que le dieran un honor tan grande a su propio condiscípulo.

                                      

 

 

                                                 II

          Tulio Cicerón, en su adolescencia, demostró su oratoria y sus deseos de libertad en contra de los partidarios de Sila. Atacó a un tal Crisógono, liberto de Sila, con gran acritud, porque este, confiado en el poder del dictador, desamortizaba los bienes de los ciudadanos. Por eso, Cicerón, precaviéndose de su odio, se dirigió a Atenas, donde acudió a los estudios del  filosofo Antíco. Desde allí, para perfeccionar su elocuencia,  se retiró a Rodas,  donde trató con el  ilustradísimo maestro de oratoria  Molón. Este, habiendo oído a Cicerón cuando expresaba un discurso, se dice que lloró, alabando  su talento y  elocuencia porque  vaticinó  que los romanos aventajarían a los griegos por su causa. Tras su regreso a Roma, fue cuestor en Sicilia. Y, en verdad que no hubo cuestura más  de más agrado  y brillante que ésta. Como, en medio de las dificultades de una carestía muy grande, enviase una ingente cantidad de trigo a  Roma, al principio se ofendieron los sicilianos; pero, después, cuando se dieron cuenta de su diligencia, justicia y su afabilidad, le otorgaron los mayores honores que a ningún  otro pueden otorgarse.

                                                  III

          Cicerón, hecho cónsul, aplastó la conjuración de Catilina con valor, constancia y sumo tacto. Este, tras la indignación de haber soportado la repulsa en su pretensión de ser cónsul, fuera de sí, acompañado de muchísimos varones nobles, había decidido matar a Cicerón, destruir al senado y esquilmar el erario público. Esta tan atroz conjuración fue descubierta por Cicerón. Catilina, temiendo al cónsul,  huyó de Roma junto al ejército que había preparado. Sus aliados, una vez capturados, fueron matados en la cárcel. Incluso,  cierto senador condenó con el suplicio de muerte a su propio hijo. Pues estaba claro que este joven, que llamaba la atención por su talento, cultura y porte entre sus coetáneos,  había seguido  por los malos consejos la amistad de Catilina, y, trataba de refugiarse en su campamento; su  padre lo mató, haciéndole volver a mita de camino, increpándolo con estas palabras: “Yo no te engendré como un hijo  contra la patria sino contra Catilina”.

                                       IV      No, por eso, Catilina desistió de su empresa, sino que dirigiéndose a Roma a banderas desplegadas, fue pasado a cuchillo junto con su ejército. Se luchó con tanta crueldad que ninguno de los enemigos se salvó; cada uno de ellos, al morir, cubría aquel lugar que había ocupado a la hora de la lucha. El propio Catilina, lejos de los suyos, cayó muerto en medio de los cadáveres de aquellos que había matado;  con una muerte honradísima,  si de esta manera hubiera muerto por su patria. El Senado y el Pueblo Romano nombró a Cicerón Padre de la Patria. Sin embargo, este hecho dio lugar, después, al odio contra Cicerón,  de tal modo que cierto tribuno de la plebe lo acusó ante el pueblo, cuando no ejercía cargo público, porque había condenado a unos ciudadanos sin declarar públicamente el delito, y solamente le  permitió prestar el acostumbrado juramento. Entonces, Cicerón con una potente voz, dijo: Juro que la ciudad de Roma esta salvada gracias a mi esfuerzo, solamente de él; con esta frase quedó satisfecho el pueblo romano y el mismo juró que era verdadero su juramento. 




                                                

 

V

          Pocos años después, Cicerón fue hecho preso por el tribuno de la plebe  Clodio,  por este mismo delito, porque había matado sin duda a ciudadanos romanos. Entonces, el Senado entristecido, como si fuera en un luto público, cambió de vestido. Cicerón, pudiendo defender su salvación con las armas, prefirió retirarse de Roma,  a ser matado por su propia culpa. Todos lo acompañaron llorando cuando se  retiraba de la ciudad. Tras esto, Clodio dictó un edicto con el que ordenaba desterrarlo; e incendió su casa y villas. Pero aquella violencia no se mantuvo mucho tiempo.; pues, más tarde, con el apoyo de todos los estamentos de Roma, Cicerón fue reclamado a volver a la patria. Todos salieron a su encuentro en su regreso; su casa fue reconstruida con dinero público. Después, Cicerón, aún habiendo seguido el partido de Pompeyo, fue perdonado por César  que había salido vencedor en la  Guerra Civil. Muerto este,  apoyó a Octavio, heredero de César, y le ayudó con sus bienes para oponerlo contra Antonio que vejaba la república.; después, fue abandonado y condenado por este.

                                                

 

 

VI

          Antonio, una vez iniciada la alianza con Octavio,  metió en la lista de proscritos a Cicerón,  muy enemigo suyo desde hacía tiempo. Tras conocer esta orden, Cicerón se retiró habiendo pasado por muchos caminos a su villa de campo, que esta a lo lejos próxima al mar; desde allí  se embarcó, para trasladarse a Macedonia.  Como los vientos adversos lo hubiesen hecho llevado a alta mar muy adelante, y el mismo no pudiese soportar el zarandeo de la nave, tras regresar a su villa, dijo: “Moriré en una patria que había sido salvada muchas veces”. A continuación, acercándose los sicarios, como su siervos estuviesen dispuestos para hacer frente con valentía, el mismo les ordenó que lo bajaran de  la litera en la que era transportado,  y  soportar, estándose  quietos, lo que la injusta suerte les deparara. Al salir de la litera y ofrecer su cuello inamovible, la cabeza  le fue decapitada. Sus manos también fueron cortadas; su cabeza fue llevada ante Marco Antonio. Y a instancias suya fue puesta entre las dos manos en la tribuna de los oradores del Foro de Roma. Fulvia, mujer de Antonio, que  se consideraba resentida   con  Cicerón, tomó la cabeza con las manos, la colocó sobre sus rodillas y clavó la lengua, tras extraerla, con una aguja.

                                      











VII

          Cicerón era burlón y amante de los chistes, de tal manera  que sus enemigos solían llamarlo “payaso exconsul”. Como hubiese visto a su yerno Léntulo, hombre de pequeña estatura ceñido con una larga espada, le dijo: “¿Quien ató a mi yerno a una espada? Cierta matrona simulando que era más joven que él, le andaba diciendo que ella tenía tan sólo 30 años; le respondió Cicerón: “ Es verdad lo que dices, pues te estoy oyendo decir esto durante 20 años”. César, una vez muerto uno de los  cónsules el último día de diciembre, había renunciado en el cónsul Caninio en la hora séptima, para la restante parte del día, ; como mucha gente fuera a saludarle según era costumbre, le dijo: “Démonos prisa, antes de que se retire del cargo” Sobre lo mismo Cicerón escribió a Caninio; Fue digno de admirar  su  vigilancia en Canino, porque no vio el sueño en todo su consulado. 

                             

 

 

 

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