ÁTICO
I
Pomponio Ático, descendiente de una de
de las más antiguas familias de Roma, obtuvo la dignidad ecuestre heredada en
perpetuidad de sus antepasados. Tuvo un padre diligente y, según eran los
tiempos, rico, y muy dado a la
literatura. Este educó a su hijo, de la misma manera que amaba la literatura,
en todas las disciplinas, en las que se debe instruir a los niños. Pues, ya, de
niño tenía, a parte de la facilidad de aprender, la más alta gracia de
presencia y voz para entender rápidamente todo cuanto le enseñaban y , también para pronunciar excelentemente. Por esta
razón decían que se señalaba entre sus condiscípulos o compañeros, y se hacía más famoso que estos deseosos de
gloria podían soportarlo de buen agrado. De esta manera incitaba estudiar a todos,
entre ellos estuvieron Lucio Torcuato, Cayo Mario hijo y ;Marco Cicerón:; a
estos se los atrajo de tal manera con su trato y semejanza de vida que nadie
hubo más querido para estos a lo largo
de su vida.
II
Su padre murió repentinamente. El mismo,
siendo adolescente, a causa de su parentesco con Publio Sulpicio, que fue
matado como tribuno de la plebe, no estuvo libre de aquel peligro. Pues,
Anicia, prima hermana de Pomponio,
se había casado con Servio, hermano de Sulpicio. Así, muerto Sulpicio,
después que se dio cuenta de que la
ciudad había sido alterada por el levantamiento de Cinna y no se le daba
posibilidad, según se dignidad ecuestre de vivir, sin ofender a una u otra parte, estando muy encontrados los ánimos de sus
paisanos, porque unos estaban a favor de los partidarios de Sila, y otros
de los de Cinna, habiendo pensado que
era el momento idóneo de continuar sus estudios, se retiró a Atenas. Y, no por
esto, ayudó con sus medios al
adolescente Mario, considerado enemigo, a cuya huida con dinero apoyó. Y
para que aquel viaje y estancia en Atenas no perjudicara su hacienda
particular, transportó gran parte de sus bienes muebles a esta ciudad. Este
vivió de tal manera que era muy querido por todos los ateniense gracias a sus
méritos y favores Pues además de su gracia, que ya era grande en su
adolescencia, a menudo alivió con sus recursos la pobreza de aquellos. Como los atenienses se vieran en la precisión
de hacer una deuda para pagar otra y no encontrasen dinero sino a costas de
crecidas usuras, siempre medió dando el dinero de tal manera que nunca aceptó de ellos usura ni permitió que se le debiera más allá de lo
que se había aplazado. Ambas cosas eran provechosas para los deudores. Pues ni
permitía que, dando largas, la deuda se eternizase, ni esta creciera
multiplicando los intereses. Acrecentó este beneficio con otro acto de liberalidad. Pues donó a todos con trigo de tal
manera que a cada uno se le dieron seis
modios de trigo; este modio de medida se llama “medinmo” en Atenas.
III
Pero, tratándose de toda administración de la cosa
pública, lo consideraban como autor y actor. Y se comportaba de tal manera que
era afable con los humildes, e igual con los principales clase alta. Por
esto, consiguió que le daban en público todos los honores que podían y se procuraba
hacerlo ciudadano de Atenas. El no quiso gozar de esta buena obra, porque
algunos interpretaban de esta manera, que el perdía la ciudadanía romana
haciéndose ciudadano de otra. Mientras estuvo presente en Atenas, se resistió a
que le pusiesen una estatua; ausente,
no pudo prohibirlo. De esta manera, algunos la erigieron a él mismo y a Fidias en
los lugares mas sagrados. Por eso, el primer favor de la fortuna fue el haber
nacido en aquella ciudad, en la que estaba la sede del imperio del orbe de la
tierra, de modo que la tenía como patria y también como lugar de vivir. Y, también fue un
modelo de prudencia, el ser muy
querido por los atenienses, habiendo se retirado a esta ciudad de Atenas,
la cual sobresalía a todas en antigüedad,
doctrina y cultura.
IV
Como Sila hubiese venido en su retirada
de Asia a Atenas, tuvo con él a
Pomponio, pues estaba prendado de su cortesía y exquisitez. Pues hablaba en
griego como si pareciese que había nacido en Atenas; pero era tan grande la
dulzura de su habla latina que se
mostraba que había en él una gracia natural en hablarla, no adquirida. También decía
de memoria obras poéticas en griego y latín de manera que no había más que
oír. Por
esto, sucedió que Sila nunca lo
dejaba irse y deseaba llevarlo siempre consigo. Este intentando éste
persuadirlo, Pomponio le dijo: “No
quieras, te lo pido, llevarme contra los que
dejé en Italia, para no tomar las armas contra ti”. Pero Sila, alabando la buena correspondencia
de Ático con sus ciudadanos, ordenó que le trajeran todos los regalos, que
había recibido en Atenas, en su marcha. Este
habiendo permanecido durante muchos años, dedicándose tanto al cuidado
de su hacienda cuanto debía serlo un trabajador padre de familia y empleando el
resto del tiempo a la literatura o al gobierno de los atenienses, no menos hizo buenos servicios a sus amigos.
Pues acudió con frecuencia a sus juntas, y, si algún asunto más importante se
trató, nunca faltó. Como con Cicerón, se mostró fiel, en todos los asuntos
apurados de las personas; y a este, precisamente, le entregó 250.000 sestercios
en su destierro de la patria. Pero, en medio de la tranquilidad de la situación
política de los romanos, según creo,
volvió a Roma bajo el consulado de Lucio Cota y Lucio Torcuato; en su retirada, toda la ciudad de los atenienses le hizo tan
memorable que mostró su dolor con las
lágrimas de que le echaban de menos.
V
Tenía como tío materno, a Quinto Cecilio, caballero romano, amigo de Lucio
Luculo, rico, de temperamento muy
intratable. Temió su hosquedad de tal modo que mantuvo su benevolencia hacia
él hasta lo más avanzado de su vejez sin
ofenderlo al que nadie podía soportar. Hecho esto, obtuvo el fruto de su
respeto. Pues Cecilio, lo adoptó en su testamento al morir e hizo heredero de
las tres cuartas partes de sus bienes; de la cual heredad recibió unos diez
millones de sestercios. La hermana de Ático
estaba casada con Quinto Tulio Cicerón;
y había ajustado este matrimonio Marco Cicerón ,
con el que Pomponio vivía muy unido
desde el tiempo de condiscípulo, con mucho más amistad que con Quinto, de modo que podía considerarse
que la semejanza de costumbres eran más importantes que el parentesco.
Disfrutaba del trato íntimo Quinto
Hortensio, que, por estos tiempos, era
le más importante orador, de modo que no se podía saber a quien de los dos lo
quería más, si a Cicerón u Hortensio. Y, lo que era más difícil, lograba que, entre todos los que competían por ser muy alabados,
ningún reproche los distanciara y existiera la unión de unos varones tan
importantes.
VI
En la gobernanza de tal manera se comportó, que siempre era y se le consideraba del partido de los optimates, y sin embargo
no se entregaba a las disensiones
civiles , porque pensaba que no
eran más dueños de sí mismos , los que
se habían entregado a estas, que los que eran zarandeados por los olas del
mar. No pretendió, siéndole fácil
conseguirlos por su influencia o por
su dignidad, porque ni podía ser
pretendidos, según la costumbre de sus antepasados, ni ser
tomados , mientras se mantenían las leyes de amplio cohecho, ni se podían gestionar desde el poder sin peligro en medio de la corrupción de las
costumbres de la ciudad. Nunca accedió a
la subasta pública. No fue hecho
fiador ni comprador de ninguna
cosa. No acusó a nadie con su nombre ni
dando su consentimiento. Jamás compareció en juicio para defender un asunto suyo. No tuvo pleito alguno.
Aceptó las prefecturas que muchos
cónsules y pretores le delegaron
de tal modo que no llevó a nadie consigo a la provincia; quedó contento de su cargo y despreció la
ganancia de su hacienda particular. Este
ni siquiera quiso ir con Q. Cicerón a Asia, pudiendo ocupar un lugar de legado
junto a aquel. Pues pensaba que no era conveniente que el, no habiendo querido ser pretor, ocupara un
puesto de séquito del pretor. En este
asunto no solo miraba por la dignidad
sino también por la tranquilidad de ánimo, evitando también las sospechas
acusaciones. Por esto sucedía que por su buena y arreglada vida se granjeaba la estimación de todos cuando ellos veían que éstas era atribuidas al cumplimiento del deber y no al temor o la
esperanza.
VII
Se levantó aquella Guerra civil de
César, cuando tenía unos 60 años. Se valió del privilegio de la edad, y no se retiró a ningún lugar fuera de la
ciudad. Todo lo que sus amigos habían
necesitado en su marcha hacia Pompeyo, se lo entregó de su hacienda
familiar. No se disgustó con Pompeyo,
con quien tenía alguna relación, aunque no seguía su partido. Porque no le debía favor ni merced
alguna, como todos los demás que, por su
mediación, habían recibido cargos o
riquezas; pues unos le acompañaron en la
campaña de muy mala ganas, y otros se quedaron en su casa muy contra a su gusto. Mas la neutralidad e Ático fue agradó tanto a
Cesar, que, siendo vencedor, como exigiera dinero a los particulares a través
de cartas, a éste no sólo no le molestó pidiendo dinero, sino que le envió
perdonando al hijo de su hermana y a
Quinto Cicerón que habían participado del bando de Pompeyo. Con este
antiguo modo de vida, escapó de los nuevos peligros.
VIII
Muerto César, se siguió aquel tiempo, en el que parecía que la republica pertenecía a los
Bruto y los Casio y que toda la ciudad
había caído en sus manos. Gozó de la amistad de Bruto de modo que,
este, siendo adolescente, a ninguno de su edad trató con más intimidad que a
este anciano Ático, y no sólo lo tenía por
principal consejero, sino también lo tenía en su compañía. Algunos se imaginaron
que un fondo privado sería puesto
por los caballeros romanos para los que lo mataron a César. Pensaron que esto se podía hacer
fácilmente, si los principales de este
orden hubiesen reunido el dinero. De esta manera, Cayo Flavio, amigo de Bruto, llamó a Ático para que quisiese ser el protagonista de esta contribución. Pero aquel, que
consideraba que debía favorecer a los
amigos sin partidismo y siempre se había
alejado de tales planes, respondió
“ que, si Bruto quisiese valerse de sus bienes, los podría emplear usará tanto cuanto
estuvieran claras y manifiestas, pero que el no se trataría sobre este asunto ni se acompañaría con cualquier
faccionario”. De esta manera, con la
oposición de uno sólo se desvaneció aquel proyecto que habían formado los
faccionarios. No mucho después, Antonio
empezó a salir victorioso de tal manera que Bruto y Casio, una vez
quitada la tutela de las provincias que se le habían dado por el cónsul a causa
de ricos, desesperanzados por la situación salieron desterrados. Y no, por eso,
lisonjeó a Antonio que se hallaba en las pompas del poder, ni los dejó
en la estacada. Ático, que no había querido reunir dinero junto con los
demás para aquel partido cuando estaba
en su mayor auge, al cesado Bruto que
salía fugitivo de Italia, envió 100.000 sestercios como regalo al que se
retiraba de Italia, y, estando lejos, en Epiro ordenó a este mismo que se le dieran
300.000
IX
Siguió la guerra que tuvo lugar en las cercanías de Módena.
En esta ciudad, si lo calificara tan sólo como prudente, me quedaría más corto
de lo que debiera, porque el fue más bien adivino, si la adivinación debe
llamarse a aquella continua bondad natural, que no se altera ni se baja por ninguna circunstancia. Antonio, declarado
enemigo de la patria, se había retirado
de Italia, no había ninguna esperanza de que volviera. No sólo los enemigos,
que eran muchísimos y poderosísimos en aquel tiempo, sino también los que se
coaligaban con los enemigos de Antonio y esperaban conseguir algún favor en
causarle daño, molestaban a los seguidores de Antonio, deseaban despojar a su
esposa Fulvia de todas las cosas, y se
preparaban a matar a sus hijos. Ático,
valiéndose de la íntima amistad de
Cicerón, y siendo, también., muy amigo de Bruto, no sólo no fue nada
complaciente con estos dos para ofender a Antonio, sino que, al contrario. protegió a sus amigos en al huida de la
ciudad, todo cuanto pudo y ayudó en las que necesitaron. Pues a Publio
Volumnio le favoreció tanto que su padre no hubiera podido sacar más cosas. Además a la misma Fulvia, siendo
víctima de procesos y vejada con
grandes terrores, sirvió con tan gran cuidado que ella no afrontó
ninguna comparecencia sin estar presente Ático, y fue el defensor de todas sus
causas. Es más, como aquella dejase escapar
un terreno puesto a plazo fijo,
cuando se hallaba en auge, y no
pudiese tomar un préstamo a causa de la
desgracia, él se interpuso y le prestó dinero sin interés y sin
obligación alguna. Considerando que era la mejor ganancia que lo
recordaran y fuese reconocido como
hombre digno de agradecimiento, y, al mismo tiempo, manifestándose que el no
solía ser amigo de la fortuna, sino de
los hombres. Cuando hacía esto, nadie podía considerar que el lo hacía por las
circunstancias del tiempo. Pues nadie se
hacía el juicio de que Antonio volvería a levantarse con el mando. Pero, en
secreto, era reprehendido por algunos optimates, porque, según ellos, parecía que
odiaba poco a los malos ciudadanos. Pero, Tito Pomponio hombre firme en
su opinión, miraba mejor lo que era justo que se hiciera a que otros lo tuviesen que alabar.
X
Tomó
de repente otro rumbo la fortuna por completo. Después que Antonio
regresó a Italia, todos habían
juzgado que Ático estaría en gran peligro a causa de la gran amistad que tenía con Cicerón y Bruto. Así pues, ante la llegada de
los jefes, se había retirado del foro, temiendo la proscripción y se ocultaba
junto con Volumnio, a quien, como hemos mostrado un poco antes, le había prestado ayuda.- era tan grande el
carácter cambiante de la fortuna en estos tiempos, que una veces estos, otras
aquellos se encontraban en los más altos precipicios o peligros-y lo
acompañaba Quinto Gelio Cano de la misma
edad y muy semejante a él mismo en costumbres y buenas prendas. Sirva también esto de ejemplo de su
bondad, el hecho de que vivió con aquel,
que había conocido de niño en la
escuela, de tal modo estaba tan unido que
hasta el final de la vida fue en aumento su amistad. Aunque Antonio se había llevado arrastrar por
un odio tan grande contra Cicerón, que
no solo era enemigo suyo sino también de
los amigos de éste; y los quería
proscribir; sin embargo , a instancias de de muchas personas, se acordó de lo beneficios que debía a Ático, y, habiendo preguntado
dónde estaba, con su propia mano escribió: que
no temiese y que en seguida fuese a verle, reafirmándole que el mismo lo había exceptuado de la lista de los
proscritos a él y a Cano por él .
Y para que ninguno peligro le
sobreviniese, porque era de de noche, le
envió una escolta de defensa. Así Ático, en medio de la más alto miedo, no sólo se protegió así mismo sino también, conjuntamente, a quien quería muchísimo. Pues no sólo se libertó
ayuda de su salvación de sí mismo , sino de todo lo que estaba unido a
él, para dejar claro que n quería que su fortuna estuviera separada de ninguno. Y si es muy
alabado un timonel, el cual mantiene la nave a salvo de la tempestad o del
rocoso mar, por qué no se va a considerar ejemplar la prudencia de aquel que salió libre de
tantos y tan graves guerras civiles hasta alcanzar la salvación?
XI
Cuando salió a salvo de estas
desgracias, nada otra cosa hizo que ayudar a muchísimos. Como el vulgo buscase a proscritos alentado por los premios
de los triunviros, nadie a Epiro vino, a
quien le faltara alguna cosa y todos tuvieron la posibilidad de quedarse allí perpetuamente:
y lo que es mas incluso, Ático después del combate de Filipos y la muerte de
Casio y Bruto, dispuso proteger al expretor
Lucio Julio Mocila, y a su hijo a
y a Aulo Torcuato, y ordenó que todos
sus bienes le fueran llevados a Samotracia desde Epiro. Es difícil seguir
refiriendo todas sus cualidades, principalmente las que son de poca
entidad. Sólo queremos que
comprendamos, el que su liberalidad no
duraba cierto tiempo ni la prestaba con
malicia. Se puede sacar juicio de esto a partir de los mismos acontecimientos y
circunstancias, que no se vendió por amigo de los que se hallaban en auge, sino que siempre socorrió a los afligidos;
pues este honró a Servilia, madre de Bruto, más después de su muerte como
cuando se hallaba en auge. Así empleando su liberalidad, no tuvo
enemistades algunas, porque ni ofendía
ni hacía daño a nadie, ni, si alguno le
había hecho alguna injuria, prefería olvidarla a vengarla. El mismo
guardaba los beneficios recibidos en su
memoria inmortal, pero solamente se acordaba de
lo que el mismo había hecho,
mientras estaba contento aquel
que los había recibido. De esta manera este hizo que pareciera un dicho
verdadero: “Según la conducta de cada
uno, así es su fortuna”. Sin embargo, el no fabricó antes su fortuna antes
de arreglar su vida, pues se guardó de hacer cosa alguna que le pudiesen tachar con razón.
XII
Así pues, por esto, hizo que Marco
Vipsanio Agripa, íntimo amigo del joven
César, no habiendo clase alguna, por distinguida que fuese, con quien
pudiese emparentar, por el valimiento y el poder de César, eligiera a Ático por suegro y que prefiriese
casarse con Ática, hija de un caballero romano que con la de cualquier
senador. Y fue quien concertó este
matrimonio-pues no debe ser ocultado-
Marco Antonio, el triunviro nombrado para levantar la república. Como
pudiese acrecentar las posesiones con cuyo favor , estuvo tan alejado de
codiciar dinero que, en ningún asunto, se aprovechó del favor de Antonio a no
ser para socorrer a los amigos en los
peligros e incomodidades, lo cual, en realidad, se vio claramente, cuando
estaba más en su fuga proscribir,
confiscar y vender sus bienes en almoneda. Pues, como los triunviros hubiesen
vendido los bienes de Lucio Saufeyo, caballero romano, coetáneo suyo, que,
dedicado al estudio de la filosofía, vivía en Atenas y tenía posesiones de alto
valor en Italia, según el estado que tenían las costumbres, con las que entonces las cosas se
llevaban a cabo, con el trabajo y diligencia de Ático se
consiguió que, por el mismo mensajero,
Saufeyo se enterara de haber perdido y
haber recuperado el patrimonio. Lo mismo, le sucedió a Lucio Julio
Cálido, el cual me parece que, tras la
muerte de Lucrecio y Catulo, es el poeta más elegante que ha habido en
nuestros tiempos y no menos hombre bueno y erudito en óptimas
artes, y al, que, tras las proscripción que se siguió a los caballeros, procuró restablecerlo,
mientras estaba ausente, porque había
sido incluido en el número de los
proscritos por el jefe de las tropas Publio Volumnio a causa de sus grandes posesiones africanas . Difícil es
de juzgarle lo que, por el momento, fue mas digno de su trabajo y fama, porque se vio que Ático, en medio de los peligros, estuvo
no menos vigilante de la libertad de los amigos ausentes que de los presentes.
XIII
Mas aquel hombre fue considerado más buen padre de familia que
ciudadano. Pues como fuese adinerado, ninguno hubo menos amigo de hacer compras
que él y ni de hacer obras. Y no obstante no dejó de vivir una habitación
bastante cómoda y de regalarse las cosas
mejores. Pues tuvo la casa Tanfiliana en la colina Quirinal, heredada de su tío
abuelo; cuya recreación y deleite no consistía en la hermosura de la fábrica del edificio sino de la selva de su alrededor. Tenía la misma casa
hecha de antiguo más de gusto que de gasto; en la cual nada cambió, a no ser si
en algo fue obligado por ser vieja. Tuvo una familia, de servidumbre
extraordinaria, si debe calificarse de servicio; si por su lucimiento, a penas mediocre. Pues
ella tenía criados muy ilustrados, óptimos lectores, y muchísimos copistas, de modo que ni
siquiera hubo esclavo, que llamamos de escalera abajo, que no pudiese hacer
bien una y otra de las dos cosas; de
igual modo los demás artífices, que se necesitan en el cuidado doméstico, eran muy
todo buenos. Sin embargo, no tuvo a ninguno de estos que no hubiera nacido ni sido educado en su casa; lo que es
prueba no solo de moderación sino
también de la elegancia. Pues el no desear con demasiada codicia las
cosas, lo que tu veas de muchísimos, debe ser considerado propio del hombre no ambicioso, y es más propio de una
no mediocre actividad lograrlo con diligencia más que con dinero. De buen
gusto, no de mucha ostentación; de lucimiento, no derrochador; y ponía su
esmero en conseguir la pureza, no el derroche :
su ajuar módico, nada excesivo, para que no se le pudiese notar en lo poco ni en lo mucho; no pasaré por alto, aunque considero que parecerá sin importancia
para algunos lo siguiente: como fuese el caballero romano muy dedicado en comer y, con mucha
liberalidad, invitase a los hombres de
todas las clases a su casa, sabemos que
no acostumbró a gastar nada más que 3.000
ases anotado en el morral, lo mismo un mes que otro de acuerdo con la efemérides. Y no escribo
esto como si lo hubiera oído sino que lo puedo dar por
experimentado; pues, a menudo, gracias a
su amistad, estuvimos dentro de las celebraciones de sus casa.
XIV
Nadie en su banquete escuchó otra
concierto que el lector de mesa, que, según nuestro criterio, era muy
agradable, y nunca se cenó sin escuchar alguna lección en su casa de modo que
los convidados se deleitaban más con el espíritu que con el vientre. Pues
convocaba a aquellos cuyas costumbres
fueran muy compatibles con las
suyas. Aunque entró en su poder tanto dinero, no cambió nada de su modo de ser
cotidiano, nada de las costumbres de su vida,
y tuvo una moderación tan grande
que ni en los 2 millones de sestercios que había recibido de su padre, se comportó poco espléndido; ni cuando tenía
10 millones vivió con mayor ostentación
que la que se había establecido
como norma, y con el mismo rasero
se comportó tratándose de una y otra fortuna que tuviese. No tuvo huertos, ninguna casa de campo o de mar suntuosas, ni finca rústica en Italia y,
cerca de Ardea, una hacienda de campo, y otra en Nomenta; todas sus rentas consistían en las haciendas
que tenía en Epiro y en posesiones de
Roma. De lo que podemos saber que
acostumbraba arreglar el uso de su dinero no con grandeza sino con cordura y
prudencia.
XV
Ni mentía ni podía aguantar la mentira. Así pues, su
compañía no estaba sin respeto, ni su
seriedad de trato sin afabilidad de tal manera que era difícil de saber si los
amigos lo veneraban más que lo amaban.
Cualquier cosa que se le pedía, con cautela lo prometía, porque pensaba
que no era de un hombre liberal
sino de poca entidad prometer
lo que no se podía cumplir. En
apoyar lo que había dicho, sí se
preocupaba tanto que parecía llevar a
cabo el asunto, no como que se le había mandado, sino como suyo. Nunca se cansó de asumir un negocio que se
hubiese encargado, pues consideraba que en esto iba su estima; que era lo que más estimaba. Por
esto acontecía que cuidaba de todos los negocios de Cicerón, Mario Catón, Quinto Hortensio, Aulo Torcuato,
y muchos caballeros romanos. A partir de estas premisas, se podía juzgar
que el esquivó la administración de la república no por desidia sino por
prudencia.
XVI
No puedo
aportar ninguna prueba más grande
de humanidad que, siendo un adolescente,
fue muy agradable al viejo Sila.
Y en la vejez, lo fue a Marco Bruto;
mas con sus coetáneos, Quinto Hortensio
y Marco Cicerón, vivió de tal manera que es difícil juzgar, a qué edad estuvo
más ligado con ellos. Aunque Cicerón lo
amó, sobre todo, de modo que ni siquiera le fue
más querido o más amigo su hermano Quinto. Esto lo prueban además de los
libros, en los que hace mención sobre él, que fueron editados para el
pueblo, en 11 volúmenes de cartas
enviadas a Ático desde su consulado hasta el último momento de su vida; pues el
que las lea, no echará de menos una historia seguida de aquellos tiempos. Pues,
todas las cosas fueron escritas
detalladamente sobre las pasiones de los principales, los vicios de los
jefes, y los cambios de la república de tal manera que todo se descubría en
estas cartas y podía verse fácilmente
que el conocimiento que Cicerón tenía de las cosas en cierto modo era un
adivinación: pues Cicerón no sólo pronosticó las cosas que en vida sucedieron,
sino que cantó como adivino lo que ahora vienen acostumbrándose.
XVII
¿Qué más cosas puedo recordar sobre el
corazón piadosos de Ático? Puesto que yo lo
escuché lleno de gloria en el entierro de su madre, que alcanzó los
90 años, y estando a la edad de 67, que
nunca le tuvo que perdonar su madre ., ni nunca tuvo con su hermana en diferencias, que
era casi de la misma edad. Esto es prueba de que nunca hubo ninguna queja entre
ellos, y que este era de una indulgencia tal con respecto a los suyos, que
consideraba no permitido enfadarse con aquellos con los que debía amar. Y no sólo, por su genio hizo esto, aunque
todos estemos sujetos a él, sino también por su doctrina. Pues tuvo tan hechos
suyos los preceptos de los principales
filósofos que se servía de estos para vivir y no para la ostentación.
XVIII
Ático imitó muchísimo el comportamiento
de sus antepasados y amó la antigüedad, en la cual estuvo tan instruido que la expuso por completo en aquel libro,
con el que ordenó las magistraturas. Ninguna ley, pues, ni guerra ni hecho
ilustre del pueblo romano hay que no haya sido escrita en este libro cuando
sucedió, y lo que muy difícil de hacer, de tal manera insertó en su obra la genealogía de las
familias que podemos conocer, a partir de esta obra, la estirpe de los más famosos varones. Hizo esto mismo por
capítulos en otros libros, a saber, exponer con detalles, a instancias de Marco
Bruto, la familia Junia desde su origen
hasta su tiempo, anotando cuales eran los s orígenes de cada uno, qué cargos y
en qué momento los había desempeñado; de
igual modo, se lo hizo a instancias de
Marcelo Claudio sobre los Marcelos;
a Escipión Cornelio y Fabio Máximo
sobre los Fabios y Emilios. Nada
puede ser más agradable que estos libros para los que tienen algún interés de
conocer sobre los famosos varones. También estudió algo de Poética, creemos, para no carecer de la
dulzura de este arte. Pues, expuso con los versos, que resaltaron a los demás
personajes del pueblo romano por su
honor y grandeza de gestas, de tal manera que describió, al pie de la estampa de cada uno de
ellos, sus hechos y sus
magistraturas con no más de cuatro o
cinco versos cada uno. Lo que apenas debe ser creído, que cosas tan importantes
pudieran ser declaradas con una concisión
tan grande. También, tiene un solo libro, escrito en griego, sobre el
consulado de Cicerón.
XIX
Todo lo que hasta aquí dicho, los
publiqué en vida de Ático. Ahora, puesto que la fortuna ha querido que
yo le sobreviva, continuaré con lo que
sucedió después de su muerte, y todo cuanto pueda, lo mostraré con ejemplos
para los lectores, como antes he
indicado, : “Según la conducta de cada
uno, así es su fortuna”. Pues, Ático, contento en el orden ecuestre, en el
que había nacido, llegó a emparentar con
el emperador Augusto, el Hijo Divino de Julio César, habiéndolo conseguido antes de su amistad, no por ninguna cosa que
por la buena conducta de vida con que había captado a los demás principales de
la ciudad, y, con igual dignidad, a los mas débiles por la
fortuna. Pues, se empeñó tanto la fortuna en favorecer a César que no dejó de darle la fortuna, que aportó antes
a cualquier otro y le proporcionó lo que, hasta entonces, ningún ciudadano romano trató, sin descanso,
de lograr. Pues Ático tuvo una nieta de
Agripa, con quien había casado a su hija doncella. César apenas
desposó a esta, cuando apenas tenía la edad de un año, con Tiberio Claudio
Nerón, hijo de Drusilla, su hijastro; este parentesco no solo estrechó su amistad, sino que también
aumentó el trato que se tenían.
XX
Aunque Augusto, antes de estos matrimonios, no sólo cuando
estaba lejos de la ciudad, nunca envió cartas a ninguno de los suyos, sin escribir antes de todos a Ático
preguntándole qué hacía, qué leía y en
qué lugares y cuánto tiempo lo debía de aguardar, sino
también, cuando se encontraba en la Roma ciudad y trataba con Ático
a causa de sus infinitas ocupaciones menos a menudo que quería, casi
ningún día por descuido dejó pasar
casualmente, para no escribirle preguntándole algo sobre la antigüedad o proponiéndole
alguna cuestión poética, y, entre
medias y con bromas hacía que escribiese
cartas más profusas. Por esto aconteció
que, como cayese en ruinas el templo de Júpiter Feretrio que estaba en el Capitolio levantado por Rómulo, sin embargo
descubierto por la incuria y su estado
ya antiguo, por las advertencias de Ático, César trató de reconstruirlo.
Y, estando lejos , no menos era honrado
por Marco Antonio con cartas de tal manera que
aquel procuraba informarle a Ático qué hacía desde los últimos lugares de la tierra. Cómo puede ser esto, lo podría considerar más
fácilmente aquel que pueda juzgar cuánta sabiduría tuvo en mantener el trato y la benevolencia, entre
aquellos que no solo porfiaban por las
más importantes cosas sino también por el empeño de desacreditarse el uno al otro,
como fue preciso que hubiese entre Cesar y Antonio, al pretender
cada uno ser el príncipe de la ciudad de Roma sino del orbe de las
tierras.
XXI
Habiendo
cumplido los 77 años de edad con esta forma excelente de vida, y habiendo
crecido no menos en esplendor que en la aceptación y
riquezas (pues había conseguido muchas
herencias sin ningún otro motivo que por su bondad), y habiéndose mantenido siempre en tan robusta salud, que
no necesitó la medicina en treinta años, tuvo una
enfermedad que, al principio, el mismo y los médicos no le dieron importancia;
pues creyeron que era pujos de sangre,
contra los que se le aplicaron los
remedios caseros y fáciles de recetar.
Habiendo cumplido tres meses sin
dolor alguno, salvo los que sentía
cuando se le curaba, de pronto la fuerza de la enfermedad se retiró
de tal modo a lo más profundo del
vientre que, ya en los últimos días de su vida, se le abrió en los dorsos una
fístula agangrenada, después que se dio cuenta que, cada día, se le aumentaban
los dolores y le subían las fiebres, ordenó llamar a su yerno Agripa, y, junto
con este, a Lucio Cornelio Balbo y Sexto Peduceo. Una vez que vio que estos habían venido, recostado
sobre la cama, les dijo: “Puesto que vos
pongo por testigos de cuánto cuidado y diligencia he puesto en recobrar mi
salud, no es necesario contar nada más
con muchas palabras. Porque me he sentido satisfecho con estos cuidados, según
espero, y no me ha quedado nada por hacer que se refiriera para curarme, me resta que yo mismo mire por mí. He querido que vosotros sepáis
esto, pues de mí depende acabar de sustentar
mi enfermedad. En efecto,
durante estos días, he tomado algún que otro alimento, y me he
alargado la vida de tal manera que he
aumentado mis dolores sin esperanza de salvarme. Por esta razón, os pido que,
primero, aprobéis esta determinación mía, y, luego, que no os canséis en vano en disuadirme de que yo coma”.
º XX
Habiendo
dicho esto con tanta firmeza de voz y de expresión que parecía que no se iba de
la vida, sino de casa en casa, como Agripa, entre lloros y lágrimas, le pidiera
y suplicara con encarecimiento que no se diera prisa también a si mismo hacia
lo que la naturaleza obligaba activar, y, supuesto que enfermo como estaba
podía vivir más tiempo, se conservara
por sí y por los suyos; empeñado en no tomar alimento, le tapó la
boca con no responder a las súplicas que
Agripa le hacía. Habiéndose así abstenido de comer durante dos días, de pronto
bajó mucho la calentura y empezó a mejorar la enfermedad. Sin embargo, no menos
que antes se mantuvo firme en la resolución;
ya los cinco días de haber tomado esta determinación, murió el 31 de marzo bajo el consulado de
Cneo Domicio y Cayo Sosio. Fue llevado
en una litera cubierta de luto, como el había ordenado por escrito, sin ninguna pompa fúnebre, acompañado de los
buenos hombres de la ciudad y un grandísimo concurso de gente. Fue sepultado
junto a la Vía Apia a cinco millas en el sepulcro de Quinto Cecilio.
y
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