MILCÍADES
I
Milcíades,
hijo de Cimón, era ateniense. Excediendo a todos en alcurnia de su linaje y fama de sus antepasados y en su sabiduría,
y siendo de una edad tan floreciente, en la que sus paisanos podían tener las más grandes esperanzas en
él, así como confiar en que sería tal como lo juzgaron una vez que lo hubieron
experimentado, aconteció que los atenienses querían enviar unos colonos a
Quersoneso. Presentándose un gran número de estos, y muchos reclamando acompañarlo a su
empresa, se eligieron algunos de estos y
fueron enviados a Delfos a preguntar a Apolo qué jefe se valdrían principalmente. Pues, por aquel tiempo, se
adueñaban de auella región los tracios,
con los que habían tenido que luchar con las armas. A la consulta de estos,
personalmente, la Pitonisa ordenó
que asumieran como jefe a Milcíades. Y, si lo hicieran así, la empresa tendría un final feliz. Tras la
respuesta del oráculo, Milcíades con un escogido grupo de soldados marchó con su armada a
Quersoneso habiéndose acercado acercado a Lemno, y queriendo someter a sus habitantes bajo el poder de
los atenienses ; y, habiéndoles pedido que los habitantes de
Lemnos lo hicieran por su propia voluntad, éstos entre risas, le respondieron que lo harían cuando
él, marchándose de su país, con las naves hubiera llegado a Lemnos con
el vientoaquilón ( Pues este viento, que
procede del septentrión sopla de cara
contra los que marchan de Atenas).
Milcíades sin tener tiempo de detenerse emprendió la marcha a donde se dirigía y llegó a Quersoneso.
II
En este lugar, una vez derrotadas las
tropas de los tracios, se apoderó de toda la región a la que había atacado, fortificó los lugares
ventajosos con castillos, alojó en las campiñas a mucha gente que le había
acompañado, y las enriqueció con la rapiña de las continuas incursiones. Y,
tratándose de este asunto, no menos le favoreció su prudencia que su buena
suerte. Habiendo derrotado enteramente al ejército de los enemigos con el valor
supremo de sus soldados, organizó la situación con la máxima equidad y el mismo
decidió permanecer allí mismo. En efecto, entre ellos era considerado con
dignidad y autoridad de Rey, aunque no tenía nombre de Rey, y lo consiguió
menos por el poder que por la justicia y
buena conducta. Y no por eso dejaba de prestar servicios a sus paisanos de
Atenas, de donde había marchado. Por estos motivos, acontecía que mantenía perpetuamente
el poder no menos por la voluntad de aquellos que lo habían enviado
como por la de aquellos, con los que había marchado. Una
vez arreglado de esta manera Quersoneso, regresa a Lemnos y, conforme al pacto,
solicita que le entregasen la ciudad. Pues, los de Lemnos habían dicho que se la entregarían, cuando hubiera regresado allí tras marchar de su casa con el viento bóreas,
y Milcíades afirmaba que el, en persona,
tenía la casa en Quersoneso. Los carios,
que habitaban por entonces Lemnos,
--aunque la situación había acontecido en contra de su parecer, sin embargo estaban
más obligados por las palabras dichas, que
por la fortuna favorable de los adversarios-, no se atrevieron a
resistir y se retiraron de la isla. Con
similar suerte puso bajo el poder
de los atenienses el resto de las islas que se llaman Cícladas.
III
Durante estos mismos tiempos, Darío, rey de los persas, tras pasar su
ejército desde Asia a Europa, dispuso hacer la guerra contra los escitas.
Levantó un puente en el río Danubio, por donde pasaría las tropas. Hasta que él estuviera ausente, dejó
de guardianes de este puente a los principales, que había traído desde Jonia y
Eólide, a cada uno de los cuales le había entregado el gobierno perpetuo de
aquellas ciudades. Pues, con mucha facilidad pensó que él mismo
conservaría bajo su poder a los que
hablaban la lengua griega, y que
habitaban Asia, con tal de haber entregado las ciudades a sus amigos para que las defendieran de modo que, si fuese muerto el propio Darío, ninguna esperanza de salvación les quedaría.
Por aquel tiempo, entre estos se
encontró Milcíades, para confiarle aquella misión de guardia. Este, como quiera
que continuos mensajeros le comunicasen que Darío pasaba muchos apuros, exhortó
a los guardianes del puente para que no dejasen pasar la ocasión, que la
fortuna había puesto en sus manos, de liberar Grecia. Pues, les decía que, si
Darío muriese con aquellas tropas, que
había transportado consigo mismo, no sólo Europa se quedaría a salvo y segura,
sino también que aquellos, que habitaban Asia
procedentes de linaje griego, se
verían libres del poder y tiranía de los
persas, y esto se podría conseguir
fácilmente.
En
efecto, decía que, destruido el puente,
el rey moriría en pocos días a manos
de los enemigos o por falta de víveres.
Aunque la mayoría estaba de acuerdo con este
plan, el milesio Histeo se opuso
a que el asunto llegara a buen término diciendo que la razón de estado no era la misma para
aquellos mismos que ejercían el mando supremo, y para
el pueblo, porque su autoridad pendía en que reinase Darío, alegando
que, muerto este, ellos mismos, tras ser expulsados del poder por sus paisanos,
serían castigados. De esta manera declaró que él se apartaba del plan de los demás de tal modo
que pensaba que no había cosa más
provechosa para ellos que afirmarse
en el poder de los Persas. Habiéndole seguido este parecer la mayor parte de los principales, Milcíades,
sin dudar que sus planes llegaran a los oídos del rey, al saber que muchos eran los que lo sabían, dejó el Quersoneso y de nuevo regresó a Atenas. Aunque
su opinión no prevaleció, sin embargo
muchos se vieron obligados a alabarlo, porque el había sido más amigo de
la libertad de todos que de su propio
poder.
IV
Mas,
Darío habiendo regresado de Europa a
Asia, y, ante el ruego
de sus amigos que le pedían que sometiera Grecia bajo su poder, preparó
una armada de 500 naves y puso al frente
de ella a Datis y Artafernes y les dio a
estos 200.000 soldados de infantería y
10.000 de caballería alegando el motivo de que el mismo era enemigo de
los atenienses, porque, con su ayuda,
los jonios se habían apoderado de Sardes y habían pasado a cuchillo a los soldados que
tenían de guarnición. Aquellos prefectos de rey persa, una vez arribada la armada cerca de Eubea, tomaron
por la fuerza Eritrea y enviaron a todos
los paisanos de su pueblo, que
habían sido apresados, a Asia ante la
presencia del rey. Desde allí, se acercaron a Ática y bajaron sus tropas a la
llanura de Maratón. (Esta se encuentra lejos de la ciudad de Atenas a unos diez
mil pasos). Los atenienses, alterados por el temor deuna irrupción tan cercana
y tan colosal, pidieron socorro sólo a los lacedemonios y enviaron a Fidipo,
correo de esta clase que llaman hemerodrome “corredores de día”, a Lacedemonia
para anunciar que tenían gran necesidad de su ayuda.
Entre estos hubo un gran debate sobre si
defenderse desde sus propias murallas o salir
al encuentro de los enemigos y luchar en línea de combate. Nombraron
diez jefes para que se pusiesen al
frente del ejército. Milcíades era el
único de estos que apoyaba,
principalmente, que en primer lugar se entrara en campaña alegando que, si esto
se hiciera, se acrecentaría el valor de los ciudadanos al ver que no perdían la esperanzas de su
valor, y, además, que los enemigos se
acorbadarían por este motivo, si
advertían que se atrevían a luchar en línea de batalla en contra de ellos mismos
y con tan pocas tropas.
V
En aquel conflicto no hubo ninguna ciudad que apoyara a los atenienses
salvo los habitantes de Platea. Esta ciudad envió de socorro mil soldados. De esta manera, con
su llegada, se completaron diez mil
soldados armados, un puñado de soldados que ardía en deseos, dignos de
admiración, de entrar en combate. Con esto se consiguió que Milcíades impusiera
su criterio por encima del resto de sus colegas. Por eso, los atenienses,
impulsados por su autoridad, sacaron las tropas de la ciudad y colocaron el
campamento en un lugar apropiado. Luego,
al día siguiente, una vez dispuesta la línea de combate a la falda de un
monte enfrente en un terreno no muy abierto, -
pues los árboles estaban de trecho en trecho en muchos
lugares-entablaron combate de tal manera
que estaban protegidos por la altitud de la montaña y la caballería de los enemigos
era impedida por el arrastre de los árboles con el fin de que no fueran encerrados por la multitud de los enemigos.
Datis,
aunque no veía un lugar adecuado para luchar, sin embargo, confiado en el
número de sus tropas, deseaba entrar en combate y, sobre todo,
porque pensaba que era más útil pelear
antes de que llegaran los lacedemonios. Así aformó la línea de combate a
unos cien mil soldados de infantería y
diez mil de caballería, y entabló combate. En esto que los atenienses tuvieron
tanto valor que derrotaron a un número diez veces mayor de enemigos y los aterraron de tal modo que los persas nos se fueron a sus
campamentos sino a las naves. No ha habido nada más famoso que esta batalla.
Nunca, pues, un pequeño pelotón de
soldados derrotó a un ejército tan numeroso.
VI
No parece fuera de propósito
mostrar qué tipo de premio de esta
victoria se le concedió a Milcíades, con
el fin de que más fácilmente pueda entenderse que es el mismo modo de ser de
todas las ciudades. Pues de la misma manera que los honores del pueblo romano,
en otro tiempo, fueron escasos y sin pompa alguna y por este motivo llenos de fama, ( ahora,
sin embargo se prodigan y menospreciados), así en otro tiempo encontramos que también los
hubo de esta manera entre los Atenienses. Pues, a Milcíades, que había liberado
Atenas y toda Grecia, se le concedió un honor tal cual , en el pórtico que se llama de Pecile, se
pintó, en medio de los diez generales,
su imagen mientras exhortaba a los soldados a entablar
el combate. Aquel mismo pueblo, después
que consiguió el más grande imperio y se corrompió por el despilfarro de sus
gobernantes, ordenó levantar 300
estatuas a Demetrio Faléreo.
VII
Tras
este combate los atenienses le entregaron a Milcíades una armada de 70 naves,
para hostigar las islas que habían
ayudado a los bárbaros en la guerra. Bajo su mando obligó a la mayor parte de
ellas a volver a cumplir sus órdenes y
sometió a algunas con la fuerza de las armas. Al no poder atraerse a la
obediencia con la palabra a la isla de
Paros, ufana por sus riqueza, sacó las tropas de las naves, cercó la ciudad con las obras de ingeniería y la privó de todo tipo de abastecimiento.
Después, tras colocar los manteletes y las “tortugas” o testudos,
se acercó a sus murallas. Encontrándose en este punto de apoderarse de la
ciudad, a lo lejos, en tierra firme, se incendió de noche un bosque, que se veía desde la
isla. No sé por qué circunstancia, cuando fue vista esta llama por los
ocupantes de la fortaleza y atacantes, creyeron que era una señal proveniente de las armada del rey persa. Por
lo que sobrevino que los de Paros desistieran de su rendición
y, Milcíades, con el temor de que la armada persa se acercara, tras incendiar las trincheras, que había
levantado, ordenó regresar a Atenas con la mismas naves que había marchado y con gran enojo de sus paisanos de regresar
a Atenas. Así pues, fue acusado de alta traición aduciéndose que, pudiendo atacar Paros, fue sobornado por el rey
y se había retirado sin culminar la acción.
En este tiempo, y así como estaba enfermo por unas heridas, que había recibido en el
asalto de la fortaleza, porque decían que no podía defenderse por sí mismo, lo
sustituyó en su defensa su hermano Esteságoras.
Tras ser vista la causa, absuelto de la pena de muerte fue castigado con
una multa de dinero y esta lite fue estimada en 500 talentos, valorada en el
gasto que se había hecho con respecto a
la armada. Puesto que no podía pagar
este dinero de momento, fue enviado a la cárcel pública, y allí pasó hasta el último día de condena.
VIII
Aunque éste fue acusado por este delito
de Paros, sin embargo otro fue el motivo de la condena. Pues, los atenienses a causa de la tiranía de
Pisístrato, que había gobernado unos
pocos años antes, sentían cierto temor
por el poder de todos sus conciudadanos.
Milcíades muy versado en los mandos y
cargos, parecía que no podía ser privado
de ellos, porque, según la opinión de muchos, se veía arrastrado, como de costumbre, por el ansia de
mandar. Pues, en Quersoneso había obtenido el poder continuado durante todos aquellos años que él la había ocupado, y, por eso,
había sido llamado tirano, pero justo. Mas no lo había conseguido
por la fuerza, sino porque los suyos
propios lo querían de buen agrado y, por
eso, retenía el poder con su bondad. Pero se dice y se considera que todos son tiranos, a saber, los que tienen el poder continuado tratándose
de aquella ciudad que anteriormente tuvo libertad. Pero Milcíades no solo tenía una muy grande bondad
sino también una maravillosa condescendencia de tal modo que no hubo nadie, por la baja esfera que fuese, a que no
le diera acceso para hablarle, y además
tuvo gran autoridad en todas las ciudades, gran fama y la
alabanza más importante del arte
militar. El pueblo considerando esto, prefirió
que fuese castigado sin culpa
alguna a verse con el temor de ser
tiranizado durante largo tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario