Archivo del blog

lunes, 6 de enero de 2025

MILCÍADES . CORNELIO NEPOTE AL ALCANCE DE TODOS, (II) I

 




 

 

MILCÍADES

 

                         I

 

          Milcíades, hijo de Cimón, era ateniense. Excediendo a todos en   alcurnia de su linaje  y fama de sus antepasados y  en  su sabiduría, y siendo de una edad tan floreciente, en la que sus paisanos  podían tener las más grandes esperanzas en él, así como confiar en que sería tal como lo juzgaron una vez que lo hubieron experimentado, aconteció que los atenienses querían enviar unos colonos a Quersoneso. Presentándose un gran número de estos,   y muchos reclamando acompañarlo a  su  empresa, se eligieron algunos de estos y  fueron enviados a Delfos a preguntar a Apolo qué jefe se valdrían  principalmente. Pues, por aquel tiempo, se adueñaban de auella  región los tracios, con los que habían tenido que luchar con las armas. A la consulta de estos, personalmente,  la  Pitonisa  ordenó  que asumieran como jefe a Milcíades. Y, si lo hicieran así,  la empresa tendría un final feliz. Tras la respuesta del oráculo, Milcíades con un escogido  grupo de soldados marchó con su armada a Quersoneso habiéndose acercado acercado a Lemno, y  queriendo someter  a sus habitantes bajo  el poder de  los atenienses ;  y,   habiéndoles pedido que los habitantes de Lemnos lo hicieran por su propia voluntad, éstos entre risas,  le respondieron que lo harían  cuando  él,  marchándose de su país,   con las naves hubiera llegado a Lemnos con el vientoaquilón ( Pues este viento,  que procede del septentrión  sopla de cara contra  los que marchan de Atenas). Milcíades sin tener tiempo de detenerse emprendió la marcha a  donde se dirigía y llegó a Quersoneso.

 

                                                 II

 

En este lugar, una vez derrotadas las tropas de los tracios, se apoderó de toda la región a la que  había atacado, fortificó los lugares ventajosos con castillos, alojó en las campiñas a mucha gente que le había acompañado, y las enriqueció con la rapiña de las continuas incursiones. Y, tratándose de este asunto, no menos le favoreció su prudencia que su buena suerte. Habiendo derrotado enteramente al ejército de los enemigos con el valor supremo de sus soldados, organizó la situación con la máxima equidad y el mismo decidió  permanecer allí mismo.  En efecto, entre ellos era considerado con dignidad y autoridad de Rey, aunque no tenía nombre de Rey, y lo consiguió menos por el poder que por la justicia  y buena conducta. Y no por eso dejaba de prestar servicios a sus paisanos de Atenas, de donde había marchado. Por estos motivos, acontecía que mantenía  perpetuamente  el poder no menos por la voluntad de aquellos que lo habían enviado como  por la  de aquellos, con los que había marchado. Una vez arreglado de esta manera Quersoneso, regresa a Lemnos y, conforme al pacto, solicita que le entregasen la ciudad. Pues, los de Lemnos habían dicho  que se la entregarían, cuando hubiera regresado  allí tras marchar de su casa con el viento bóreas, y Milcíades  afirmaba que el, en persona, tenía  la casa en Quersoneso. Los carios, que habitaban por entonces  Lemnos, --aunque la situación había acontecido en contra de su parecer, sin embargo estaban más obligados por las palabras dichas, que  por la fortuna favorable de los adversarios-, no se atrevieron a resistir y  se retiraron de la isla. Con similar suerte puso  bajo el  poder  de los atenienses el resto de las islas que se llaman Cícladas.

                                       III

 

Durante estos mismos tiempos,  Darío, rey de los persas, tras pasar su ejército desde Asia a Europa, dispuso hacer la guerra contra los escitas. Levantó un puente en el río Danubio, por donde pasaría  las tropas. Hasta que él estuviera ausente, dejó de guardianes de este puente a los principales, que había traído desde Jonia y Eólide,  a cada uno de los cuales  le había entregado el gobierno perpetuo de aquellas  ciudades.  Pues, con mucha facilidad pensó que él mismo conservaría  bajo su poder a los que hablaban la lengua griega,  y que habitaban Asia,  con tal de haber  entregado las ciudades a  sus amigos para que las defendieran  de modo que, si  fuese muerto el propio Darío,  ninguna esperanza de salvación les quedaría. Por aquel tiempo,  entre estos se encontró Milcíades, para confiarle aquella misión de guardia. Este, como quiera que continuos mensajeros le comunicasen que Darío pasaba muchos apuros, exhortó a los guardianes del puente para que no dejasen pasar la ocasión, que la fortuna había puesto en sus manos, de liberar Grecia. Pues, les decía que, si Darío  muriese con aquellas tropas, que había transportado consigo mismo, no sólo Europa se quedaría a salvo y segura, sino también que aquellos, que habitaban Asia  procedentes de linaje griego,  se verían  libres del poder y tiranía de los persas, y esto se podría  conseguir fácilmente.

          En efecto, decía que,  destruido el puente, el rey moriría en pocos días  a manos de  los enemigos o por falta de víveres. Aunque la mayoría estaba de acuerdo con este  plan, el milesio  Histeo se opuso a que el asunto llegara a buen término diciendo que  la razón de estado no era la misma para aquellos  mismos  que ejercían el mando supremo, y  para   el pueblo, porque su autoridad pendía en que reinase Darío, alegando que, muerto este, ellos mismos, tras ser expulsados del poder por sus paisanos, serían castigados. De esta manera declaró que él se  apartaba del plan de los demás de tal modo que  pensaba que no había cosa más provechosa para  ellos  que  afirmarse en el poder de los Persas. Habiéndole seguido este parecer la  mayor parte de los principales, Milcíades, sin dudar que sus planes llegaran a los oídos del rey,  al saber que muchos eran los que lo sabían,  dejó el  Quersoneso y de nuevo regresó a Atenas. Aunque su opinión no prevaleció, sin embargo  muchos se vieron obligados a alabarlo, porque el había sido más amigo de la libertad de todos que de su  propio poder. 

 

                                                 IV

 

          Mas, Darío habiendo regresado de  Europa a Asia,  y, ante  el ruego  de sus amigos que le pedían que sometiera Grecia bajo su poder, preparó una armada de 500 naves y  puso al frente de ella a Datis y Artafernes y  les dio a estos 200.000 soldados de infantería y  10.000 de caballería alegando el motivo de que el mismo era enemigo de los atenienses, porque, con su ayuda,  los jonios se  habían  apoderado de Sardes y  habían pasado a cuchillo a los soldados que tenían de guarnición. Aquellos prefectos de rey persa, una vez  arribada la armada cerca de Eubea, tomaron por la fuerza Eritrea y enviaron  a todos los paisanos  de su pueblo, que habían  sido apresados, a Asia ante la presencia del rey. Desde allí, se acercaron a Ática y bajaron sus tropas a la llanura de Maratón. (Esta se encuentra lejos de la ciudad de Atenas a unos diez mil pasos). Los atenienses, alterados por el temor deuna irrupción tan cercana y tan colosal, pidieron socorro sólo a los lacedemonios y enviaron a Fidipo, correo de esta clase que llaman hemerodrome “corredores de día”,  a Lacedemonia  para anunciar que tenían gran necesidad de su ayuda.

 Entre estos hubo un gran debate sobre si defenderse desde sus propias murallas o salir  al encuentro de los enemigos y luchar en línea de combate. Nombraron diez jefes  para que se pusiesen al frente del ejército.  Milcíades era el único  de estos que apoyaba, principalmente, que en primer lugar se entrara en campaña alegando que, si esto se hiciera, se acrecentaría el valor de los ciudadanos  al ver que no perdían la esperanzas de su valor, y, además,  que los enemigos se acorbadarían  por este motivo, si advertían  que se atrevían a luchar  en línea de batalla  en contra de  ellos mismos  y con tan pocas tropas. 

 

                                                V

 

En aquel conflicto no hubo ninguna ciudad que apoyara a los atenienses salvo los habitantes de Platea. Esta ciudad envió  de socorro mil soldados. De esta manera, con su llegada,  se completaron diez mil soldados armados, un puñado de soldados que ardía en deseos, dignos de admiración, de entrar en combate. Con esto se consiguió que Milcíades impusiera su criterio por encima del resto de sus colegas. Por eso, los atenienses, impulsados por su autoridad, sacaron las tropas de la ciudad y colocaron el campamento en un lugar apropiado. Luego,  al día siguiente, una vez dispuesta la línea de combate a la falda de un monte enfrente en un terreno no muy abierto, -  pues los árboles estaban de trecho en trecho en muchos lugares-entablaron combate  de tal manera que estaban protegidos por la altitud de la montaña y la caballería de los enemigos era impedida por el arrastre de los árboles con el fin de  que no fueran encerrados por la multitud  de los enemigos.

          Datis, aunque no veía un lugar adecuado para luchar, sin embargo, confiado en el número de sus tropas, deseaba entrar en combate y,  sobre todo,  porque pensaba que era más útil pelear  antes de que llegaran los lacedemonios. Así aformó la línea de combate a unos  cien mil soldados de infantería y diez mil de caballería, y entabló combate. En esto que los atenienses tuvieron tanto valor que derrotaron a un número diez veces mayor de enemigos  y los aterraron  de tal modo que los persas nos se fueron a sus campamentos sino a las naves. No ha habido nada más famoso que esta batalla. Nunca, pues,  un pequeño pelotón de soldados derrotó a un ejército  tan numeroso.

 

 

VI

 

          No parece fuera de propósito mostrar  qué tipo de premio de esta victoria  se le concedió a Milcíades, con el fin de que más fácilmente pueda entenderse que es el mismo modo de ser de todas las ciudades. Pues de la misma manera que los honores del pueblo romano, en otro tiempo, fueron escasos y sin pompa alguna   y por este motivo llenos de fama, ( ahora, sin embargo se  prodigan  y menospreciados), así  en otro tiempo encontramos que también los hubo de esta manera entre los Atenienses. Pues, a Milcíades, que había liberado Atenas y toda Grecia, se le concedió un honor tal cual ,  en el pórtico que se llama de Pecile, se pintó, en medio de los diez generales,  su  imagen  mientras exhortaba a los soldados a entablar el combate. Aquel mismo pueblo,  después que consiguió el más grande imperio y se corrompió por el despilfarro de sus gobernantes,  ordenó levantar 300 estatuas a Demetrio Faléreo.  

 

VII

 

          Tras este combate los atenienses le entregaron a Milcíades una armada de 70 naves, para  hostigar las islas que habían ayudado a los bárbaros en la guerra. Bajo su mando obligó a la mayor parte de ellas a volver a  cumplir  sus órdenes y  sometió a algunas con la fuerza de las armas. Al no poder atraerse a la obediencia  con la palabra a la isla de Paros, ufana por sus riqueza, sacó las tropas de las naves, cercó  la ciudad con las obras de ingeniería  y la privó de todo tipo de abastecimiento. Después, tras colocar los manteletes y  las “tortugas” o  testudos, se acercó a sus murallas. Encontrándose en este punto de apoderarse de la ciudad, a lo lejos, en tierra firme, se incendió  de noche un bosque, que se veía desde la isla. No sé por qué circunstancia, cuando fue vista esta llama por los ocupantes de la fortaleza  y  atacantes, creyeron que era una señal  proveniente de las armada del rey persa. Por lo que sobrevino  que  los de Paros desistieran de su  rendición   y, Milcíades, con el temor de que la armada persa se acercara,  tras incendiar las trincheras, que había levantado, ordenó regresar a Atenas con la mismas naves que había marchado  y con gran enojo de sus paisanos de regresar a Atenas. Así pues, fue acusado de alta traición aduciéndose  que, pudiendo atacar Paros, fue sobornado  por el rey  y se había retirado sin culminar la acción.

 

 

 En este tiempo, y así como estaba enfermo  por unas heridas, que había recibido en el asalto de la fortaleza, porque decían que no podía defenderse por sí mismo, lo sustituyó en su defensa su hermano Esteságoras.  Tras ser vista la causa, absuelto de la pena de muerte fue castigado con una multa de dinero y esta lite fue estimada en 500 talentos, valorada en el gasto que se  había hecho con respecto a la armada.  Puesto que no podía pagar este dinero de  momento,  fue enviado a la cárcel pública,  y allí pasó hasta el último día de condena.

         

 

VIII

 

 

Aunque éste fue acusado por este delito de Paros, sin embargo otro fue el motivo de la condena.  Pues, los atenienses a causa de la tiranía de Pisístrato, que había  gobernado unos pocos años antes, sentían cierto temor  por el poder  de todos sus conciudadanos. Milcíades muy  versado en los mandos y cargos, parecía que no podía  ser privado de ellos, porque, según la opinión de muchos, se veía arrastrado,  como de costumbre, por el ansia  de  mandar. Pues, en Quersoneso había obtenido el poder continuado  durante todos aquellos años que él la  había ocupado,  y, por eso,  había sido llamado tirano, pero justo. Mas no lo había conseguido por  la fuerza, sino porque los suyos propios lo querían de buen agrado  y, por eso, retenía el poder con su bondad. Pero se dice  y se considera que todos son  tiranos, a saber,  los que tienen el poder continuado tratándose de aquella ciudad que anteriormente tuvo libertad.  Pero Milcíades no solo tenía una muy grande bondad sino también una maravillosa condescendencia  de tal modo que no hubo  nadie, por la baja esfera que fuese, a que no le diera acceso para hablarle, y además  tuvo gran autoridad en todas las ciudades, gran fama  y la  alabanza más importante  del arte militar.  El pueblo considerando esto,  prefirió  que  fuese castigado sin culpa alguna a verse con el temor de ser  tiranizado durante largo tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario