ALCIBIADES
I
Alcibíades, hijo
de Clinias, era ateniense. Tratándose de este, parece experimentarse qué puede
sacar la naturaleza de el misma. Consta, pues, que de entre todos aquellos que lo recordaron, no hubo persona más excelente que aquel
en cuanto a los vicios o virtudes.
Procedente de una
noble familia en una famosísima ciudad, fue el más hermoso de todos los de su
edad, preparado para todas las cosas y muy ingenioso-pues fue el más alto jefe,
por tierra y mar, tan elocuente que se llevaba la palma a la hora de los discursos, porque era tan grande gracia, la majestad de sus semblante y elocuencia que
nadie se le podía enfrentar en la
oratoria- rico; cuando lo pedía la
ocasión; trabajador y paciente, liberal,
espléndido no menos en la vida como en
el modo de vivir; afable, blando, adaptándose astutamente a las circunstancias;
el mismo, luego que quedaba libre de los negocios y cuidados y no quedaba
motivo para atarearse, se manifestaba
lujurioso, disoluto, lascivo, y sin moderación, de tal modo que todos se
quedaban admirados de que un mismo
hombre tuvieran altibajos tan grandes y
tanta diversidad de costumbres.
II
Educado en la casa de Pericles, ( pues se dice que
era su hijastro), tuvo por maestro a Sócrates, Tuvo por suegro a Hipónico, el más elocuente de
los griegos, de modo que, si el mismo quisiese fingir unos bienes, no podrían ideárseloS más
grandes ni en mayor cantidad que los que
la naturaleza y la fortuna la había concedido. En el principio de la mocedad, le amaron
muchos según la costumbre de los griegos; de entre estos Sócrates, del que hace mención en su Banquete. Pues lo puso en su
diálogo diciendo que había dormido con Sócrates, y que se había levantado de con él con la
misma modestia que debió un hijo levantarse con su padre. Después que se
hizo más adulto, amó a muchos más en cuyos amoríos mitigó
muchas cosas con maña y con
dichos jocosos.; en cuanto le fue posible hacer estas cosas odiosas, las
referiríamos, si no fuera que tendremos que contar mejor cosas más
importantes.
III
Por su
consejo y autoridad, en la guerra del
Peloponeso, los atenienses declararon la guerra contra los Siracusanos, Y para
dirigirla eligieron al mismo Alcibíades por
primer , además se le dieron dos
compañeros para que fuese absoluta su autoridad, Nicias y Lamacio. Con estos preparativos, antes de
salir la armada, aconteció que, en tan sólo noche, fueron echadas por tierra todas las estatuas
de Mercurio, que estaban en la ciudad, excepto una, que se encontraba delante de la puerta de
Andócides( de esta manera aquel se llamó Mercurio Andócides). Estando claro que esto se había hecho por una gran conspiración, la
cual estaba relacionada no tanto
con el interés privado sino contra
la républica, pues el pueblo entró en un
gran temor de que se levantase
repentinamente en la ciudad algún alboroto, que aplastase la libertad
del pueblo. Parecía que esto principalmente se dirigía contra Alcibíades, por
que era considerado más poderoso y más importante que un particular, pues a muchos los tenía obligados con su
liberalidad, y y a muchos los había hecho de su partido con su fuerza forense.
Por esto sucedía que se llevaba tras de sí la atención de todos cuantas
veces se había presentado en
público, y a ninguno lo tenían por igual
a Alcibíades. De esta manera, no sólo tenían puestas la más alta esperanza
en él, sino también el temor de podía
ser un motivo de enfrentamiento o una persona muy provechosa. Además, se formaba mal concepto
de él, porque se decía que celebraba
juntas secretas sobre puntos de religión, lo que no estaba permitido por la
costumbre de los atenienses, y además se consideraba que esto no estaba
relacionado con la religión sino con la conjuración.
Sus enemigos lo acusaban de este delito en
una asamblea. Pero se echaba encima el
tiempo de marchar hacia la guerra. Alcibíades,
considerando esto y no ignorando la costumbre de sus paisanos pedía que, si querían infirmarse de
su conducta judicialmente, se le hiciese el proceso, estando él presente, que
el que en la ausencia, lo acusasen con cargos surgidos de la envidia. Pero sus enemigos juzgaron que, por entonces,
no deberían entablar la causa, porque creían que no se le debía dañar, y que
debían esperar a que hubiese marchado de Atenas para acusarle, cuando estuviese
ausente, y así lo hicieron. Por esta razón,
como un mensajero le fuera enviado a Sicilia por un magistrado, para que volviera a su patria a defenderse, y Alcibíades tuviese grandes esperanzas
de manejar bien aquella provincia, quiso
obedecer y se embarcó en una galera de tres remos enviada para
conducirlo. Dándoles vueltas en su ánimo, tras ser transportado a Turios en territorio italiano, acerca del carácter licencioso e inmoderado
de sus paisanos de la crueldad con los
nobles, juzgando que lo más útil
era escapar del peligro que estaba metido,
a escondidas se escapó de entre las manos de los guardas y desde allí
primero llegó a Élide, luego a Tebas. Pero
supo por oídas que le habían condenado a muerte, habiéndole confiscados
sus bienes y vendidos en almoneda, y
que, según se había acostumbrado, que el pueblo había obligado a los
Emólpidas sacerdotes a que echasen maldiciones sobre él, para que durase más la
memoria de esta excomunión, y que una copia quedase esculpida en una lápida de piedra. Allí, como había por
costumbre publicar, hizo la guerra no contra la patria, sino contra los
enemigos, porque estos mismos eran enemigos de Atenas.; pues sabían los
atenienses que Alcibíades servía de mucho provecho a la república, y que lo habían echado de Atenas, llevándose
más de su ira que del bien común. Así
pues, por consejo de Alcibíades, los lacedemonios hicieron la alianza con el
rey Persa, a continuación fortificaron Decelia en Ática y allí tuvieron cercada
a Atenas con una guarnición puesta en continuo.
Por la diligencia de Alcibíades, hicieron los lacedemonios que
Y, por estas cosas, los lacedemonios no se
hicieron tan amigos de Alcibíades como alejados de él por el temor
que le tenían. Pues, como se
diese cuenta de su destacada sabiduría
de singular varón en todos los asuntos, temieron que, llevado del amor que
tenía a la patria, al fin los dejase y
volviese a hacer las amistades con los suyos. Por eso, dispusieron buscar el momento
de matarlo. Durante largo tiempo, esto no pudo estar oculto a Alcibíades: pues era tan sagaz que no podía
ser engañado, porque había puesto todo su
ánimo en estar a la mira de lo
que podría suceder, estando alerta por su propia defensa. De esta manera, se retiró junto a Tisafernes, gobernador de
Darío.. Como hubiese llegado con este a
una íntima
amistad y viese que las fuerzas, el poder de los atenienses flanqueasen los
asuntos llevados a cabo en Sicilia, y por el contrario las fuerzas de los lacedemonios
iba en aumento, primero con el general Pisandro, que tenía el ejército cerca de Samos, por e4mdio de unos
interlocutores, se reunió y le hizo
proposiciones sobre volver. Pues este era de la misma inclinación que
Alcibíades, enemigo del poder del pueblo, y favorecedor de los magnates.
Habiéndole negado Pisandro el socorro que le pedía por los buenos oficios de negociación de
Trasíbulo, hijo de Lico, es recibido por
el ejército y se convirtió en general
cerca de Samos, se levanto el destierro
de acuerdo con un decreto de la
plebe por la influencia de Teramenes y se el dio el cargo del ejército con
igual mando que Trasíbulo y Teramenes.
Durante el mando de estos , tuvieron tal mudanza las cosas
que los lacedemonios, un poco antes habían sido los vendedores, llenos de terror pidieron la paz. Pues habían sido vencidos en cinco batallas
terrestres, y tres navales, en las habían perdido 200 naves trirremes, que,
apresadas, habían caído en manos de los enemigos. . Alcibíades, con sus
compañeros había recuperado
VI
Habiendo salido todos los de Atenas al puerto del Pireo a recibir a estos, fue
tan grande el deseo que todos tenían de ver a Alcibíades, la muchedumbre corría
en tropel a su galera y como si hubiera
arriba el sólo. Así tenía creído el pueblo
que las pasadas desgracias y el favorable estado de las presentes habían
acaecido por su intervención. Por eso, se habían atribuido por su culpa la perdida del mando de Sicilia y las victorias de los
lacedemonios, porque habían expulsado a de Atenas a un varón
de tal rango. Y no parecía que
esto lo pensaban sin motivo alguno.
Pues , después que se ponía al frente del ejército, ni por tierra ni por
mar, los enemigos le podían hacer frente. Cuando este desembarcó de la nave, aunque Teramenes y Trasíbulo
habían estado al frente de los mismos ejércitos y habían llegado a la vez al
Pireo, todos lo vitoreaban a él solo, y lo que nunca había ocurrido antes salvo
para los vencedores de Olimpia, recibía coronas de oro y bronce por parte la
muchedumbre. El, entre lágrimas, recibía tantas muestras de cariño por parte de
sus paisanos, acordándose de la amargura del anterior tiempo. Después que
llegó a Atenas, habiendo convocado al pueblo, habló de tal modo que ninguno
hubo de corazón tan duro que no llorase su desgracia y que no se declarase
enemigo de aquellos, por cuya influencia había sido desterrado de la
patria, como si hubiera sido otro
pueblo, y no aquel mismo, el que ahora
lloraba, que le había condenado de sacrilegio. Por consiguiente, le fueron
restituidos todos sus bienes de la
almoneda pública, y los sacerdotes eumolpidas, por su parte, que le habían
echado las maldiciones se vieron obligados a levantar la anatema y
fueron arrojadas al mar las lápidas aquellas , en las que había escrita
la maldición.
VII
No le duro mucho
esta alegría a Alcibíades. Pues, como
todos los honores les hubiese sido concedidos y se le hubiese sido puesto todo
el gobierno de la república en paz y guerra,
para que el solo lo gobernase todo a su arbitrio, y el mismo hubiese solicitado que se le
diesen como colegas a Trasíbulo y Adimanto, y esto no se le hubiese negado,
habiendo marchado con la armada a Asia, porque le había salido la empresa con
poca felicidad junto a Cime, sufrió otra
vez las garras de la envidia del pueblo porque decían que estaban en sus manos
hacer cuanto el quisiese. A partir de esto acontecía que todo lo que no salía
con éxito, lo atribuían a su culpa, diciendo de voz en voz que Alcibíades lo había hecho con negligencia y
malicia, tal como aconteció por entonces: que le acusaban de no haber querido
conquistar Cime sobornado por el rey de Persia. Y así hago juicio que lo que
más perjudicó a Alcibíades fue el alto concepto de talento y valor, que le
habían formado las gentes; pues era temido no menos que era amado, con el miedo de que, ufano de la favorable fortuna y
del gran poder, aspirase a la tiranía,.
Por esto, le quitaron en su ausencia el
cargo y pusieron a otro en su
lugar. Cuando el supo esto, no quiso regresar a su patria, y se retiró a Pactie, y allí fortificó tres castillos, Ornos,
Bizancio y Neonticos, y, habiendo juntado sus tropas, fue el primero de una ciudad griega que entró en Tracia,
teniendo por más honroso haberse hecho rico con el botín de los bárbaros que el
de los griegos. Por este motivo, había
crecido no sólo en fama sino en riquezas, y había logrado tener estrecha
amistad con ciertos reyes de Tracia.
VIII
Con todo no pudo
dejar el amor que tenía a la patria. Pues, como , cerca del río Egos , Filocles, jefe de los atenienses,
hubiese plantado su armada y estuviese cerca Lisandro, que solo se cuidaba de
dilatar la guerra lo más que pudiese, porque el rey Darío les daba grandes
cantidades de dicnero a ellos mismos; por el contrario apurados los atenienses, faltos de dinero y
de soldados, excepto las armas y las naves que les habían quedado,
Alcibíades llegó al ejército de los atenienses y allí, delante de los soldados, empezó a decir que si ellos quisieran, obligaría a que Lisandro viniera a luchar o a pedir
la paz; que los lacedemonios no querían luchar con la armada allí, porque
tenían n más tropas de tierra que
navales; pero que era una cosa muy fácil para él atraerse a Seute. Rey
de Tracia, para echarlo de su tierra; Y hecho esto, que había de dar la batalla naval o hacer las
paces Aunque Filocles se había dado
cuenta de esto , sin embargo no quiso hacer lo que se le pedía, porque
conocía que , volviendo Alcibíades a tomar el mando,
que no tendría estima alguna en el ejército, y, si acontecía alguna cosa
favorable, no participaría nada en ella; por el contrario, si sucedía alguna desgracia, a él solo le echarían la culpa..
Alcibíades, retirándose de este, le
dijo: “ Puesto que te opones a la
victoria de la patria, te aconsejo que tengas unas trincheras que registre de
cerca al enemigo, pues corre el peligro
de que por la falta de disciplina militar de vuestros soldados, se le dé
a Lisandro la ocasión de oprimir a nuestro ejército”. Y no se engañó en
hacer este juicio; pues Lisandro habiendo sabido por unos espías que los
soldados de Atenas se habían lanzado a saquear la tierra y que las naves habían
quedado casi sin tripulación. No perdió la ocasión de dar el golpe y, con
este asalto, puso fin a la guerra logrando una completa victoria.
IX
Pero, Alcibíades, juzgando que, una vez
vencidos los atenienses, no estaba bastante seguro en aquellos castillos, se
escondió en lo más retirado de Tracia más arriba de
X
Maquinando estas
cosas y pidiendo a Farnabazo
ser enviado ante el rey, en este mismo momento Critias y los demás
tiranos de los atenienses habían enviado hombres de confianza a Lisandro que se
encontraba en Asia, para que supiera que, si no mataba a Alcibíades, sería nulo
cuanto el había dispuesto en Atenas; por esta razón, si quería que lo que había
hecho fuera permanente, procurase quitarle la vida. Lacón, movido por esto, creyó que debía tratar con más arte con Farnabazo. Por eso, le dijo claramente a
Farnabazo que no sería de ningún valor
lo concertado entre el rey y los lacedemonios, a no ser que se le hubiese
entregado vivo o muerto a Alcibíades. No tuvo valor el gobernador
Farnabazo y prefirió faltar a la piedad
a que fuesen a menos las fuerzas del Rey. Por eso, envió a
Sisamitre ya Bageo para matarlo, puesto que Alcibíades estaba
ya en Frigia y estaba preparando el viaje para verse con el rey. Los que fueron
enviados ocultamente dieron el encargo a la vecindad, que tenía Alcibíades, para matarlo. Aquellos,
como no se atreviesen a atacarlo con la
espada, de noche reunieron pañetas de leña cerca de la choza, en la que estaba
durmiendo y la incendiaron, con el fin
de matar
con el incendio a aquel que
desconfiaban de poder logarlo. Luego
que se despertó por el chisporreteo de las llamas, aunque le habían quitado la espada sin que lo
sintiese, agarró un puñal de un pariente suyo que acostumbraba a llevar debajo
del brazo. Pues estaba con él un cierto compañero de
XI
Tres muy seignifcados historiadores alabaron a
Alcibíades , sin embargo criticado por la mayoría de los escritores. Tucídies ,
de la misma edad, Teopompo, nacido algo después, y Timeo; estos dos, a pesar de que muy críticos
convinieron sólo en alabarlo. Pues, publicaron estas cosas, que he
escrito anteriormente, y mucho más que
esto: refiriendo que , habiendo nacido
en la muy importante Atenas, que excedió a todos en esplendor y decoro de vida; después
que fue desterrado de ésta ciudad y
llegó a Tebas, se acomodó tanto a las costumbres de los tebanos que nadie le
pudo igualar en ejercicio y fuerza
corporal ( pues todos los beocios destacan más por la fortaleza de su cuerpo
que por la agudeza de su espíritu); que el mismo , en medio de los
lacedemonios, cuyas costumbres e colocaban el aguante en la mayor alabanza, se había entregado a la aspereza de la vida
de tal manera que los aventajaba a todos los lacedemonios en la moderación del comer y cuidado del cuerpo; que había sido entre
los tracios tendentes a la borrachera
y entregados a la lujuria, también a estos aventajaba en estos vicios,
que había vivido junto a los persas,
quines alababan muchísimo cazar
con valentía, y vivir con libertada, que
llegó a imitar de tal modo sus costumbres
que ellos mismos sentían muchísima
admiración por que era
considerado como uno de ellos. Por eso, consiguió que se llevara la
primacía y fuera el más querido con cualquiera que estuviera con él. , pero basta ya con
esto ; empecemos hablar del resto de los
jefes.
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