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EN EL JAÉN DE HOY, MI HOMENAJE A MI AMIGO ANTONIO LÓPEZ MARTÍN
ANTONIO LÓPEZ MARTÍN
Siempre he escrito sobre el
voluntariado, un capítulo fundamental de la humanidad y una vivencia trascendental del ser humano
que se completa con las notas de la
generosidad y altruismo. Para algunos, el voluntario desborda el parámetro de
medir el comportamiento de los seres vivos, porque supera la concepción egoísta del hombre y lo eleva a
la categoría de lo social. Y lo hace con el argumento de tejer la convivencia
de los tejidos sociales con las manos de
la solidaridad. Este es el caso de Antonio López Martín. Desde que lo conocí,
siempre complementaba su vida familiar,
en la que se integraban su mujer Estrella y sus dos hijos, recientemente
aumentada por sus nietos, con la entrega a los demás.Su vida profesional de mancebo de la
farmacia de Santiago no se embadurnaba sólo de la alquimia de aquel recinto, sino que aplicaba sus dotes de
buenas relaciones públicas para atender a los clientes, sus amigos y asesorados,
siempre con la sonrisa en el rostro y marcando las buenas intenciones para
paliar las grandes y pequeñas enfermedades. Y, con su espíritu altruista, transportaba
la farmacia y los servicios básicos de salud a los rincones más inéditos, de
modo que no era cicatero para atender a
la mujer olvidada de la última cuesta de las Cruces o de San Juan, o a la octogenaria
que caminaba con dificultad hacia los
últimos pasos de la vida; tampoco, le
faltaba tiempo para prestar los primeros auxilios en el momento más inoportuno
de un accidente fortuito. Lo había aprendido en su farmacia, y lo había
cimentado en los cursos de su ONG más querida, la Asamblea de la Cruz Roja de
Alcalá la Real, donde regentó el cargo de vicepresidente y las veces de presidente durante muchos años de estos últimos decenios. Si el cerro de la Luna hablara, comentaría el
hambre que palió en los más excluidos y emigrantes. Si las paredes del viejo
Hospital visualizaran su vida, no
olvidaría tantos esfuerzos para mantener y crear una asociación con su infraestructura
y su formación en primeros auxilios, con un amplio círculo de voluntarios y con
las campañas más variopintas para paliar
la exclusión social: desde la atención a los emigrantes, hasta la primera
comida de los más necesitados pasando
por la presencia de los servicios
médicos en los grandes acontecimientos
del pueblo de Alcalá la Real.; y comportándose con su dedicación contra viento
y marea de los que no comprenden que hay necesitados. Si el cielo del
patín de San Juan se abriera, se vería a Antonio, con su cornetín, organizando aquella banda de
los años ochenta, lo que repitió con la del Dulce Nombre de Jesús, o acudiendo
a la fiesta anual del Cristo Septembrino o desviviéndose por aquel grupo de
amigos que siempre apoyó, y arrostrando con entereza sus anhelos y sus desvelos
de presidir una hermandad que siempre amó. Si el pilar de la fuente de la Mora cantara
gestas anteriores, no olvidaría su apoyo a momentos trascendentales en la
comunidad alcalaína que las generaciones actuales dan por hechos sobrados, cuando afortunadamente se siente saciada del bien
básico del agua. . Y todo, a cambio de nada. Tan sólo, de la sonrisa de una
visita a Rute o al Rocío; de un apretón de manos que lo convertía en un sello
indeleble con la fuerza que lo imprimía; de un recuerdo de hermandad o de
asociación que preparaba con todo mimo; de un redoble y una marcha de Jesús Nazareno
ante las Dominicas; de una visita a la persona más humilde; de una oferta de
nueva entrega, de un estrambote final para despertar una sonrisa con tus
ingeniosas ocurrencias y sagaces frases de bella ironía.El voluntario es, a veces, un
incomprendido; no se le cree en su generosidad, el ladrón piensa que todo el mundo es de su condición; pero el ser creador, de seguro
que le abrirá las puertas levitando los sacrificios y los
malos tragos de sus últimas soledades en
la patena de libación colectiva y de la ofrenda final. Y sin dudas que Antonio habrá
entrado como heraldo tocando su cornetín de órdenes y templando las notas de una historia sencilla
y humilde de un testimonio de voluntariado
y solidaridad. Gratias tibi, Antonio, compañero miembro de aquella
hermandad que compartí desde el acta fundacional en una
visita a la bodega de anís de Rute, con el nombre de un dulce, que siempre te
marcó. Y, como siempre, decías, colorín colorado, este relato de amor se ha acabado en este camino humano.
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