LA CALLE ROSARIO, DEL MAESTRO ALARIFE, DE
LOS FAMOSOS ALBAÑILES MARTÍN ESPINOSA Y DE OTROS OFICIOS
De hidalga pasó a ser calle de familias artesanas, lugar de
servicios con el Hospital Civil de Nuestra Señora de las Mercedes, vivienda de
campesinos y propietarios, escuela de niños de cubero de la maestra
Tomasa, algún que otro pinito constructivo modernista como la casa de los López,
y algunas otra de vecinos en lugar de las antiguas privadas de un solo vecino.
Retumban las bombas que comenzaron a caer desde el
camino de San Bartolomé hasta la calle Real, aquella mañana de 1936, cuando las
tropas granadinas del general Queipo de Llano tomaron la Alcalá republicana.
Murieron varios vecinos de esta calle, de la familia de los Moya, y sobre
todo, en la casa de los Aranda, cayó una bomba. Este día se hizo memoria histórica y un
vecino nos comentó que, a las nueve de la mañana del 30 de septiembre,
aparecieron varios aviones de la base de Armilla sobre el cielo alcalaíno
apuntaron sobre la iglesia de San Juan y el Hospital del Rosario, creyendo que
allí se encontraban algunos cuarteles de los milicianos. Todos corrieron hacia
los refugios, sobre todo niños y personas mayores. Entre ellos José Moya
Toro, labrador, casado Ángeles Marañón Serrano, un niño de nombre Francisco
Rosales Guerrero y el zapatero Francisco Moya García. Estos lo hicieron en la
bodega de la casa de Alonso Rubio Arand-Piqueras, con la mala suerte de que
cayó una bomba y dejó enterrados bajo los escombros a tres personas, que no
pudieron recibir sepultura hasta pasados varios días, por las órdenes del
comandante de la plaza. Pero, eso ya era historia, historia que aclaraba dudas
sobre el momento de la entrada del ejército de Granada si estas personas
habían sido fusiladas, simplemente habían sido víctimas inocentes de la guerra
civil.
Por esta calle, se oyeron los gritos de los heridos de la caída de la Plaza de Toros en los años cincuenta, descargaron los cuerpos de los maquis en los años cuarenta, se recogieron niños en el torno de la Inclusa, la Gota Leche con Patro palió el hambre de muchos pobres de la posguerra, se curaban los sabañones y las heridas con Luís Hinojosa “Regalado”. Olía a las ovejas de Manuel Rosales, al vino de las bodegas pujareras, a hornazos y roscos de los hornos familiares. El primer protestante de los años sesenta vivió en una de sus viviendas. Jugaban los niños a los corros, las máscaras, y a miles de actividades lúdicas. Esta calle posee un embrujo especial, pues muchos niños de las nuevas generaciones que compartieron cargos y oficios y carreras con el renacimiento de la democracia, aprendimos a andar en esta calle, tiramos los cántaros de Baltasar hechos añicos en los carnavales, jugamos s masculillo y culón, lanzamos el pincho y salimos en la Semana Santa vestidos de nazarenos en la de procesión del Cristo de la Salud por primera vez. Comíamos majoletas de los Tajos y zarzamoras de las cunetas de las carreteras. Con Antonio, sus hermanos, los Marquitos celebrábamos las semana santas infantiles de papel de seda, y de cruces pintadas por los encaladores del barrio, comíamos castañas calientes de las estufas de Aguayo y nos calentamos con las piedras ígneas retostadas en las brasas de los lares; se nos quedaba el cuello pegajoso con el sudor cubierto de polvo de paja en los días de agosto, y la matalauva iniciaba a muchos en el vicio del tabaco. La Luciana nos vendía bolillas de anís y comprábamos vino blanco en la tienda de Francisco. Muchos vecinos se marcharon a tierras catalanas por los años sesenta, se mantuvieron los pujareros, y, comenzamos a sustituir la escuela de alquiler de nuestros padres por las escuelas profesionales de la Sagrada Familia.
El año pasado, recogimos algunos hidalgos del siglo XVII,
en este número lo dedicamos a los
hombres de servicios de aquellos tiempos. Entre ellos, había varios zapateros. Bartolomé de la
Torre con el número vecinal (1274), maestro
de este oficio, casado con Francisca Gutiérrez, con dos hijos menores y dos
hijas. No ganaba más que cuatro reales que, como auténtico autónomo de aquel
tiempo, lo recibía en los días que abría puertas de tienda y recibía demanda de
arreglos de zapatos y albarcas.
Juan del Pozo, viudo, maestro de zapatería (1285), Alcanzaba casi los mismos ingresos que el anterior, y se acompañaba del oficial Cristóbal de Arjona. Me recuerdan a Sebastián Pañalón que, a mediados del siglo XX, ejerció el mismo oficio y marchó a tierras catalanas como emigrante, luego volvió a su tierra, persona muy querida.
Juan del Pozo, viudo, maestro de zapatería (1285), Alcanzaba casi los mismos ingresos que el anterior, y se acompañaba del oficial Cristóbal de Arjona. Me recuerdan a Sebastián Pañalón que, a mediados del siglo XX, ejerció el mismo oficio y marchó a tierras catalanas como emigrante, luego volvió a su tierra, persona muy querida.
Entre el mundo del corte de cabello, Manuel Ruiz, de 45 años, maestro barbero, por el que recibía 200 reales y se complementaba como estanquero de Tabacos, por el ingresaba 1.100 reales, con una hija (1289). Vivía en la Placeta del Rosario. Casado con Juana de Rivilla y una hija. Poesía una casa en la calle Real, compuesta de portal, cuartos principales, segundo, caballeriza, corral, de 5 varas de frente y 8 de fondo, arrendada en 11 ducados, lindera con don Juan Antonio Cano, por la parte alta, y, por la baja, con casa del granadino Vicente Mirasol, gravada con 150 ducados a favor del convento dominico de la Encarnación con cuatro reales y medio anuales. Poseía la memoria de Aparicio López de Moya en el convento franciscano de Consolación con tres misas a dos reales cada una, en la Hondonera, lindera con tierras del presbítero don Antonio de Contreras (E), del presbítero don Pedro Valderas (O), de los propios (N) de don José Ruiz Guillén, con producción de tres fanegas. ...
En el
sector de la alimentación, Miguel Gil, de
42 años, casado con María de la Trinidad Ruiz, y tenía cuatro hijas
(1290). Era panadero y sacaba de renta
750 reales con la venta del pan nuestro de cada día.
En el sector de la construcción, destacaron muchos albañiles, luego años después lea sucedieron los Granados (uno de ellos emigró a América a principios del siglo XX), y los Hidalgos o Arturicos, Fernando Martín, maestro albañil, de 68 años viudo con dos hijas (1275) padre de dos hijos menores, entre ellos el que sería el famoso arquitecto Amonio Martín Espinosa, y albergaba una parienta con un hijo de 18 años. Ejercía de maestro de alarife de la ciudad de Alcalá, el auténtico maestro de obras, que se ocupaba desde la fontanería de sus calles, al alcantarillado, canalización de aguas, fuentes, edificios públicos, caminos, calzadas, inspección, tasación y valoración de edificios, puentes, ingeniería (del árabe hispánico «al'aríf», a su vez del árabe clásico «‘arīf», experto ) Entre los oficios relacionados con la construcción fue sinónimo del arquitecto o el maestro de obras y de forma general de albañil. En Alcalá podemos recordar a famosos alarifes como Juan Sánchez, Pedro Ramos , Garrido, y Ginés Martínez de Aranda en el siglo XVI; en el siglo XVII, el propio Ginés, y Manuel del Álamo que enlaza con el siglo XVIII con Mateo Primo y Felipe García Peinado. Los comentados Granados en el siglo, XIX. Y, en el XX, Cándido Álvarez o Manuel López de la Morena entre otros.,
Fernando complementaba su oficio con labor de
una fanega y media en el Cerrillo de los Caballero, con la renta de
dos a siete y cuarto de semillas, propias del convento trinitario,
y lindero con tierras de doña María Montijano de la Rosa (E), del
presbítero don Gaspar de Jerez(O), con las de la monja clarisa doña Jacinta Carrillo (N), y
de
María Teresa (S).
En cuanto a los servicios religiosos, Manuel Martín
Espinosa de los Monteros (1288), era sacristán
de la iglesia parroquial de san Juan, y, casado con Ana del Castillo, tenía una
hija. Su oficio religioso le proporcionaba seis fanegas de trigo y
catorce ducados al año que alcanzaba los 66 reales anuales.
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