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domingo, 1 de septiembre de 2019

EN LA REVISTA DEL CRISTO DE LA SALUD, LA CALLE ROSARIO DEL MAWESTRO ALARIFE, DE LOS FAMOSOS ALBAÑILES MARTÍN ESPINOSA Y DE OTROS OFICIOS


LA CALLE ROSARIO, DEL MAESTRO ALARIFE, DE LOS FAMOSOS ALBAÑILES MARTÍN ESPINOSA Y DE OTROS  OFICIOS


Cuando el Catastro de la Ensenada realiza la declaración vecinal de la calle Rosario en 1751, más de un siglo y medio antes  esta calle recibía este nombre, en honor al convento  que se ubicaba al principio de su principio sector vial. Antes, se denominaba con otros nombres relacionados con el Pozuelo e iglesia de San Juan, según declaraba el cronista  Guardia Castellano. Como la calle Real, fue calle hidalga, con casonas de privilegiados y  pegujareros, y se irguió, al principio,  el convento dominico dedicado a Nuestra Señora del Rosario, que daba a la plaza del mismo nombre. Una calle que se seccionaba en varios tramos: uno primero por la calle Luque y Trinidad, otra por la calle Veracruz, y una tercera por la mima placeta de San Juan, donde acaba su trayecto.  Todavía queda alguna vivienda con reminiscencias de hidalguía en su enrejado de forja y sillar de sus fachadas, aunque se encuentra muy deteriorada desde los años setenta del siglo XX, por las fachadas que descompusieron su fisonomía andaluza con los balcones corridos, los zócalos de ladrillo y la  pérdida de los vanos antiguos al ser sustituidos por cocheras de puertas de hierro. Esta calle, se origina por el camino vecinal o real  que procede  del camino de Castillo y de Charilla.  Enlaza con Pedro de Alba, tramo segundo de calle Real y Rosario hasta llegar a los arrabales. Rompe el damero de tiempos de los Reyes Católicos, y es un asentamiento primero de los caballeros e hidalgos que se mantienen hasta el siglo XVI gracias al repartimiento de solares para edificar.
De hidalga pasó a ser calle de familias artesanas, lugar de servicios con el Hospital Civil de Nuestra Señora de las Mercedes, vivienda de campesinos y  propietarios, escuela de niños de cubero de la maestra Tomasa, algún que otro pinito constructivo modernista como la casa de los López, y algunas otra de vecinos en lugar de las antiguas privadas de un solo vecino. 
 Retumban las bombas que comenzaron a caer desde el camino de San Bartolomé hasta la calle Real, aquella mañana de 1936, cuando las tropas granadinas del general Queipo de Llano tomaron la Alcalá republicana. Murieron varios vecinos de  esta calle, de la familia de los Moya, y sobre todo, en la casa de los Aranda, cayó una bomba. Este día se hizo memoria histórica y un vecino  nos comentó que, a las nueve de la mañana del 30 de septiembre, aparecieron varios aviones de la base de Armilla  sobre el cielo alcalaíno apuntaron sobre la iglesia de San Juan y el Hospital del Rosario, creyendo que allí se encontraban algunos cuarteles de los milicianos. Todos corrieron hacia los refugios, sobre todo niños y personas mayores. Entre ellos José Moya Toro, labrador, casado Ángeles Marañón Serrano, un niño de nombre Francisco Rosales Guerrero y el zapatero Francisco Moya García. Estos lo hicieron en la bodega de la casa de Alonso Rubio Arand-Piqueras, con la mala suerte de que cayó una bomba y dejó enterrados bajo los escombros a tres personas, que no pudieron recibir sepultura hasta pasados varios días, por las órdenes del comandante de la plaza. Pero, eso ya era historia, historia que aclaraba dudas sobre el momento de la entrada del ejército de Granada si estas personas habían sido fusiladas, simplemente habían sido víctimas inocentes de la guerra civil.

Por esta calle, se oyeron los gritos de los heridos de la caída de la Plaza de Toros en los años cincuenta, descargaron los cuerpos de los maquis en los años cuarenta, se recogieron niños en el torno de la Inclusa, la Gota Leche con Patro palió el hambre de muchos pobres de la posguerra, se curaban los sabañones y las heridas con Luís Hinojosa “Regalado”. Olía a las ovejas de Manuel Rosales, al vino de las bodegas pujareras, a hornazos y roscos de los hornos familiares. El primer protestante de los años sesenta vivió en una de sus viviendas. Jugaban los niños a los corros, las máscaras, y a miles de actividades lúdicas. Esta calle posee un embrujo especial, pues muchos niños de las nuevas generaciones que compartieron cargos y oficios y carreras con el renacimiento de la democracia,  aprendimos a andar en esta calle, tiramos los cántaros de Baltasar hechos añicos en los carnavales, jugamos s masculillo y culón, lanzamos el pincho y salimos en  la Semana Santa  vestidos de nazarenos en la de procesión  del Cristo de la Salud por primera vez. Comíamos majoletas de los Tajos y  zarzamoras de las cunetas de las carreteras. Con Antonio, sus hermanos, los Marquitos celebrábamos las semana santas infantiles de papel de seda, y de cruces pintadas por los encaladores del barrio, comíamos castañas calientes de las estufas de Aguayo y nos calentamos con las piedras ígneas retostadas en las brasas de los lares; se nos quedaba el cuello pegajoso con el sudor cubierto de polvo de paja en los días de agosto, y la matalauva iniciaba a muchos en el vicio del tabaco. La Luciana nos vendía bolillas de anís y comprábamos vino blanco en la tienda de Francisco. Muchos vecinos se marcharon a tierras catalanas por los años sesenta, se mantuvieron los pujareros, y, comenzamos a sustituir la escuela de alquiler de nuestros padres por las escuelas profesionales de la Sagrada Familia.
El año pasado, recogimos algunos hidalgos del siglo XVII, en este número lo dedicamos a los  hombres de servicios de aquellos tiempos.   Entre ellos,  había varios zapateros. Bartolomé de la Torre  con el número vecinal (1274), maestro de este oficio, casado con Francisca Gutiérrez, con dos hijos menores y dos hijas. No ganaba más que cuatro reales que, como auténtico autónomo de aquel tiempo, lo recibía en los días que abría puertas de tienda y recibía demanda de arreglos de zapatos y albarcas.
Juan del Pozo, viudo, maestro de zapatería (1285), Alcanzaba casi los mismos ingresos que el anterior, y se acompañaba del oficial Cristóbal de Arjona.  Me recuerdan a Sebastián Pañalón que, a mediados del siglo XX, ejerció el mismo oficio y marchó a  tierras catalanas como emigrante, luego volvió a su tierra, persona muy querida. 

Entre el mundo del  corte de cabello, Manuel Ruiz,
 de 45 años, maestro barbero, por el que recibía 200 reales  y se complementaba como estanquero de Tabacos, por el ingresaba 1.100 reales, con una hija (1289). Vivía en la Placeta del Rosario. Casado con Juana de Rivilla y una hija. Poesía una casa en la calle Real, compuesta de portal, cuartos principales, segundo, caballeriza, corral, de 5 varas de frente y 8 de fondo, arrendada en 11 ducados, lindera con don Juan Antonio Cano, por la parte alta, y, por la baja, con casa  del granadino Vicente Mirasol, gravada con 150 ducados a favor del convento dominico de la Encarnación con cuatro reales y medio anuales. Poseía la memoria de Aparicio López de Moya en el convento franciscano de Consolación con tres misas a dos reales cada una, en la Hondonera, lindera con tierras del presbítero don Antonio de Contreras (E), del presbítero don Pedro Valderas (O), de los propios (N)  de don José Ruiz  Guillén, con producción de tres fanegas. ...
En el sector de la alimentación, Miguel Gil, de 42 años, casado con  María de la Trinidad Ruiz, y tenía cuatro hijas (1290). Era  panadero y sacaba de renta 750 reales con la venta del pan nuestro de cada día.

En el sector de la construcción,  destacaron muchos albañiles, luego años después lea sucedieron los Granados (uno de ellos emigró a América a principios del siglo XX), y  los Hidalgos o Arturicos,  Fernando Martín, maestro albañil, de 68 años viudo  con dos hijas (1275)  padre de  dos hijos menores, entre ellos el que sería el famoso arquitecto Amonio Martín Espinosa, y albergaba  una parienta con un hijo de 18 años. Ejercía de maestro de alarife de la ciudad de Alcalá, el auténtico maestro de obras, que se ocupaba desde la fontanería de sus calles,  al alcantarillado, canalización de aguas, fuentes, edificios públicos, caminos, calzadas, inspección, tasación y valoración de edificios, puentes, ingeniería
 (del árabe hispánico «al'aríf», a su vez del árabe clásico «‘arīf», experto ) Entre los oficios relacionados con la construcción fue sinónimo del arquitecto o el maestro de obras y de forma general de albañil.​ En Alcalá podemos recordar a famosos alarifes como  Juan Sánchez,  Pedro Ramos , Garrido, y Ginés  Martínez de Aranda en el siglo XVI; en el siglo XVII, el propio Ginés,  y Manuel del Álamo  que enlaza con el siglo XVIII con Mateo Primo y Felipe García Peinado. Los comentados Granados en el siglo, XIX. Y, en el XX, Cándido Álvarez o Manuel López de la Morena entre otros., 
Fernando complementaba su oficio con  labor de  una fanega y media  en el Cerrillo de los Caballero, con la renta de dos a siete y cuarto de semillas, propias del convento trinitario, y  lindero con tierras de doña María Montijano de la Rosa (E), del presbítero don Gaspar de Jerez(O), con las de la  monja clarisa doña Jacinta Carrillo (N), y de 
María Teresa (S). 

En cuanto a los servicios religiosos, Manuel Martín Espinosa de los Monteros (1288), era sacristán de la iglesia parroquial de san Juan, y, casado con Ana del Castillo, tenía una hija. Su oficio religioso le proporcionaba seis fanegas de trigo y catorce ducados al año que alcanzaba los 66 reales anuales. 



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