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viernes, 27 de septiembre de 2019

EN IDEAL. LA HOYA DE CHARILLA


LA HOYA DE CHARILLA

 
Al paraje de la Hoya hay que encontrarlo. A pie o en coche, da igual, por camino o carretera, por senda o veredas, pero el esfuerzo es vertical. Si alguien intenta dirigirse a la Hoya de Charilla, puede hacerlo por diversos itinerarios o senderos. Desde Frailes, por la carretera que  se dirige a Valdepeñas, y, desde  la cercanía de los Llanos del Ángel, se adentra una carretera que conduce a este paraje natural de gran belleza; si lo hace a pie,  desde Santa Ana sube por tierras de la Carraca, y, dirigiéndose hacia  Charilla  entre la Celada, cortijo del Ángel y de la Cruz por los Collados, por una senda de pronunciada pendiente, se adentra  en un paraje agroganadero, con una tierra cultivada, restos de la actividad ganadera, corralones y  parajes de una arboleda  de quejigos, encinares y monte bajo, el agua escasea y aparece en alguna fuente seca en verano;  y la ruta más conocida, la que parte  desde Alcalá la Real o Castillo de Locubín, a través de la antigua variante de la N-432, se llega a la carretera provincial  JV 2264, y tras, parar en Charilla para recuperar fuerzas, por una carretera municipal, un antiguo camino asfaltado en los años ochenta del siglo por el IRYDA, permite el acceso tras un trayecto de más de siete Kilómetros, tras pasar por los pagos de la Dehesa, el Cementerio, e. portillo de Alcalá, la Lastra y adentrarse en un terreno cada vez más marcado y agreste. Hasta al automóvil, esta vía se le resiste, entre cuestas con gran desniveles, curvas y pronunciadas pendientes, donde solamente se permite la relajación tras el ascenso al portillo de las Alhucemas. Pues, es un elevado y privilegiado  mirador de toda la comarca de la Sierra Sur, desde donde se divisan las tierras que se extienden desde la Nava y Acamuña hasta  los Tajos de Charilla, desde  la Martina hasta  los Pedregales. Esta atalaya natural se envuelve entre olivares y predios ganaderos,  y otea a sus pies la zigzagueante vega del Guadalcotón entre arrañales y canteras, contempla tierras de olivares  del entorno de  la Fuente del Gato, Robledo  y la Lastra y se adentra por los cortijos de los primeros colonos en tierras castilleras, donde sus paredes recuerdan gestas de monfíes, bandoleros,  gente de la Sierra o maquis de la posguerra.

            La Hoya es una tierra de conquista humana a la naturaleza. Desde  lugar casi inaccesible a encuentro de caminos, hoy carreteras municipales y asfaltadas,  entre los términos de Frailes, Valdepeñas, Castillo de Locubín y Alcalá la Real. Muy remotos son los tiempos  de los siglos modernos en los que el corregidor y los miembros del cabildo municipal fijaban los mojones de  los términos entre las anteriores poblaciones, colocándolos en el Majanillo, los Collados, la Huesa de los Enamorados, de la covezuela de la Manseguilla de la Peña y el del camino entre el camino real de Valdepeñas y Jaén, y en medio de todos ellos el de la Peña Bermeja, que era como se llamaba en el siglo XVI. Se reservaba a la primera conquista humana de los ganaderos, a las dehesas comunales, a los recursos cinegéticos  y  a una vía de comunicación por tierras de evadir las rutas tradicionales. No era un terreno que se reservaba al encinar y al monte bajo, sino que los quejigos, el fresno, la coscoja, la cornicabra y los robles proliferaban para señalar las cruces de términos. El espliego, el tomillo, el romero y los arbustos más aromáticos se emplean para la medicina artesanal y como condimento de las carnes a la brasa.   Dos siglos después, la Hoya  cambió el  primer epíteto cromático de bermeja, sin lugar a dudas por el asentamiento de una alquería musulmana,  y se convirtió  en Redrada, un adjetivo que contiene la aféresis de  su primera sílaba a lo largos de los documentos alcalaínos, y alude a su segunda conquista, la del movimiento roturador de la Edad Moderna, cuando las  zonas comunales se reservaron en favor de los vecinos de Alcalá la Real y el Castillo, en medio de trances y suertes que ocuparon pastores y agricultores con chozones y viviendas de retamizas.  Y, en este tiempo de la Ilustración, esta tierra comenzó a un nuevo periodo de expansión poblacional disperso, que alcanzó su primera población estable en tiempos de Madoz.  Un momento en el que llegó  a formar un núcleo rural en  torno al núcleo rural de los cuatro cortijos de la Joya, como le gustaba llamarse a sus vecinos olvidando  que eran una depresión entre los cerros del Marroquín, Rompezapatos y Martina, configurando un valle donde corrían las aguas de una fuente que no surtía siempre de aguas.   Pero culminó, a mediados del siglo XX, con nuevas conquistas sociales, fue sede del ayuntamiento republicano en la retaguardia durante un mes d la Guerra Civil, aumentaron las viviendas rurales hasta alcanzar en todo su entorno las cien familias, el maestro comenzó a ser presencia en este diseminado (desgraciadamente fue sitio de docentes desterrados en los años del hambre), un pequeño oratorio se levantó para celebrar a la Virgen de Fátima en el mes de mayo hasta que los nuevos tiempos la trasladaron a principios  de septiembre y un lavadero a mediados del siglo XX; llegaron los progresos,  la luz, el asfaltado de la carretera y el telefonoro  a finales de los ochenta del siglo pasado.

 Actualmente, la Hoya olvidó su primitivo nombre de Redrada y se convirtió en la Hoya de Charilla. Es un rincón apetecido por los amantes de la naturaleza,  a siete Kilómetros de la aldea que le da nombre y a otros  cuatro más de Alcalá la Real, atrae  a turistas de tierra adentro  senderistas y se yergue como baluarte de la tierra vacía, ofrece  el paraje de los que ejercitan en el bucolismo, o de los que ansían  compartir las vivencias del poema de  Beatus ille qui procul negotiis. En la Sierra Sur, es un solaz de abandonar la rutina ,  y de  disfrutar  de la belleza de sus campos o de gustar de sus gastronomía en el Hostal de Sierra Martina, rodeado de la Martina (1.558 m.), Rompezapatos (1410)  y el Marroquín ( 1553), donde abundan los Títiros en medio de un paisaje arcádico de la Sierra Sur. En la ruta hacia los Llanos del  Angel  se comparten las huellas ovinas  de la vida ganadera  con sus apriscos en las cuevas, y los arroyuelos con las minas abandonadas; en la ruta de los Collados, los abrevaderos  economizan un aguas estancada para las cabras que se reservan para los quesos artesanales, y, sus casas son testigos de unas familias que, incluso, dieron vida a personajes como el famoso deán Mudarra;  por carretera,  se topa con una arboleda de  grandes troncos y con casas abandonadas, que recuerdan las leyendas de embaucadores, espiritistas y fantasmas, y por veredas las cuevas se transformas en archivos de cuentos orientales, relatos de triángulos de amor y de narraciones de ficticios tesoros. Todavía, la vegetación mediterránea se cubre con torviscos y rosas silveltres, lirios blancos del campo y  jacintos naturales en medio de una presencia testimonial de actividad agroganadera. Actualmente, viven apenas pocas familias, que mantienen sus lazos con su lugar de origen, y algunas han desarrollado algunas propuestas de  turismo rural, porque en estos lugares se prestan a ser un sitio estratégico para visitar rincones turísticos de las provincias andaluzas así como de disfrutar el encanto de la naturaleza lejos del atjetreo urbano.        


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