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sábado, 25 de octubre de 2014

Otoño alcalaíno


Otoño alcalaíno
 

 

Si  el invierno es la estación típica de los pueblos alpujarreños,  la estación otoñal se presenta para  los alcalaínos como una  alfombra que se  instala  sigilosa y paulatinamente en los primeros peldaños de los días níveos. El otoño de la ciudad de la Mota  es un resumen perfecto de un  año climático:  se disfruta de los calores del verano de San Miguel y el del membrillo;  otras veces, uno se  levanta uno con los fríos matinales y , a eso de media mañana, se ve obligado a quitarse el jersey o la blusa  como si  fuera un día de plena primavera; y, de improviso, allá  por el puente de la Constitución y de la Inmaculada, la garganta necesita el calor de una recia  bufanda y un chaquetón de pana,  porque parece  que nos encontramos  en el  meollo del invierno. Será la altura, o la cercanía con las montañas de Sierra Nevada, pero lo cierto que  este microclima ofrece al alma momentos de  entusiasmo, de  recogimiento, de soledad gozosa y de disfrute de  las reuniones grupales. Apetece el senderismo como si fuera  un reflejo del  camino de la vida, al que hay que salvar con  los  escollos y pendientes  a los que se enfrenta cualquier persona y grupo.

Por eso, no hay estación que mejor  encuadre a la ciudad de Alcalá que el otoño. Su cielo azul turquesa  limpio y como una patena, solo perturbado por una tormenta inesperada, amplia  la dimensión de  la mente humana para proyectarse a nuevas metas. El ocre y amarillo de las alamedas  resaltan, junto a las riberas de los arroyos, en medio de unas tierras que reciben  las primeras sementeras y planteras de arbolado. Contrasta  el horizonte con el amarillento resplandor de las piedras centenarias de las atalayas y de las crestas de los  cerros y, sobre todo,  se sublima el fulgor de la mole amarillenta de  la fortaleza o ciudad fortificada de la Mota. El otoño invita a la  meditación, a la sensatez y  a huir del bullicio festivo: Beatus ille qui procul negotiis…Es el tiempo del descanso del sarao, para planificar las futuras contiendas.  Ahora, se toman medidas en los cuarteles de invierno, para salir con brío de ellos en la estimación primaveral. De ahí que el primer mes de primavera esté dedicado  a Marte, el dios de la guerra.

No nos extraña que, en otoño,  se hagan las programaciones de los colegios, se planifiquen los  eventos de las asociaciones,  se den los primeros pasos del año agrícola, y se preparen, por este tiempo, las candidaturas de las diversas agrupaciones o  partidos que acudirán a la contienda electoral de primavera. La contienda, más bien, la fiesta de la democracia, como siempre  deben interpretarse los comicios  políticos.  Y, declaro que mejor no valdría  considerarla de esta manera que convertirla en un  combate  de púgiles, a ver a quien se le salta antes el  ojo.      Pues corren tiempos de crisis, de frío humano, de desosiego y de desencanto, y, de hartazgo social por los malos ejemplos de  algunos gobernantes. Hay que a seguir apoyando a las personas sensatas, con túnica blanca, símbolo de la pureza ética,  como la llevaban  los futuros ediles  del cursus honorum romano.

 

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