Otoño alcalaíno
Si
el invierno es la estación típica de los pueblos alpujarreños, la estación otoñal se presenta para los alcalaínos como una alfombra que se instala sigilosa y paulatinamente en los primeros peldaños de los días níveos. El
otoño de la ciudad de la Mota es un
resumen perfecto de un año
climático: se disfruta de los calores
del verano de San Miguel y el del membrillo;
otras veces, uno se levanta uno con los fríos matinales y , a eso
de media mañana, se ve obligado a quitarse el jersey o la blusa como si
fuera un día de plena primavera; y, de improviso, allá por el puente de la Constitución y de la
Inmaculada, la garganta necesita el calor de una recia
bufanda y un chaquetón de pana,
porque parece que nos encontramos en el
meollo del invierno. Será la altura, o la cercanía con las montañas de
Sierra Nevada, pero lo cierto que este
microclima ofrece al alma momentos de
entusiasmo, de recogimiento, de
soledad gozosa y de disfrute de las
reuniones grupales. Apetece el senderismo como si fuera un reflejo del camino de la vida, al que hay que salvar
con los
escollos y pendientes a los que se
enfrenta cualquier persona y grupo.
Por eso, no hay estación que
mejor encuadre a la ciudad de Alcalá
que el otoño. Su cielo azul turquesa
limpio y como una patena, solo perturbado por una tormenta inesperada,
amplia la dimensión de la mente humana para proyectarse a nuevas
metas. El ocre y amarillo de las alamedas
resaltan, junto a las riberas de los arroyos, en medio de unas tierras
que reciben las primeras sementeras y
planteras de arbolado. Contrasta el horizonte
con el amarillento resplandor de las piedras centenarias de las atalayas y de
las crestas de los cerros y, sobre
todo, se sublima el fulgor de la mole
amarillenta de la fortaleza o ciudad
fortificada de la Mota. El otoño invita a la
meditación, a la sensatez y a
huir del bullicio festivo: Beatus ille qui procul negotiis…Es el tiempo del
descanso del sarao, para planificar las futuras contiendas. Ahora, se toman medidas en los cuarteles de
invierno, para salir con brío de ellos en la estimación primaveral. De ahí que
el primer mes de primavera esté dedicado
a Marte, el dios de la guerra.
No nos extraña que, en otoño, se hagan las programaciones de los colegios,
se planifiquen los eventos de las
asociaciones, se den los primeros pasos
del año agrícola, y se preparen, por este tiempo, las candidaturas de las diversas
agrupaciones o partidos que acudirán a
la contienda electoral de primavera. La contienda, más bien, la fiesta de la
democracia, como siempre deben
interpretarse los comicios
políticos. Y, declaro que mejor
no valdría considerarla de esta manera que
convertirla en un combate de púgiles, a ver a quien se le salta antes
el ojo. Pues corren tiempos de crisis, de frío
humano, de desosiego y de desencanto, y, de hartazgo social por los malos
ejemplos de algunos gobernantes. Hay que
a seguir apoyando a las personas sensatas, con túnica blanca, símbolo de la
pureza ética, como la llevaban los futuros ediles del cursus honorum romano.
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