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domingo, 15 de julio de 2018

FIDEL GONZÁLEZ CASTRO






FIDEL GONZÁLEZ CASTRO
En la Sierra Sur, siempre impresiona. Su paisaje singular entre sierras alomadas y montañas más elevadas en las zonas de división de términos, de modo que queda la huella de su dispersa población.  El ser humano se singulariza y se convierte en una persona privilegiada que entra en contacto con la naturaleza y con el mundo supraterrenal. También, sabe reconocer el esfuerzo para compartir la vida de comunidad y la conquista de la tierra. Fue terreno de roturación de la naturaleza salvaje, no hace muchos años. Y, en este medio natural, compartieron vida los campesinos y los ganaderos. Surgieron hombres buenos, que sacralizaron lugares singulares, y recibieron el nombre de santos por los vecinos de aquellos parajes.
 En comunidad, proliferaron los zahoríes, esos hombres sabios, correcaminos, trotamundos, que, al final, se avecindaron en estos rincones y pasaron de ser ministros o capellanes de aquellas comunidades rurales a ministros de justicia; y de ministros a alcaldes pedáneos. Lo dominaban todo, solucionaban miles de problemas. 
Tampoco no faltaron en estos lares, más bien nunca se perdieron, por estas tierras, los juglares populares, herederos de aquellos poetas ciegos que imitaban a los aedos griegos como Homero, o a los trovadores medievales. Casi todas las aldeas alcalaínas podrían hacer gala del nombre de uno de ellos,( ya del pasado, e, incluso del presente) y en la misma Alcalá. Pues, todo el mundo, en Alcalá, se acuerda de poeta López, el Bizco Guaíco, cuando describía las situaciones sociales con aquellos versos acertados del cambio social. Casino, conservador, /antaño de caballeros, /hoy es la sede/ de un sinfín de cortijeros. // La lista sería interminable.  Si comenzáramos con Mariano Mesa, natural de la zona de la Pedriza, terminaríamos con la poetisa Maxi Cano en Ermita Nueva. Con ellos, recorreríamos, aldea por aldea, sus historias rurales, las vivencias personales y los pregones poetizados e invitando a las fiestas en cada uno de los rincones, como Antonia Hinojosa en la Fuente del Rey. 
En la aldea decana de Charilla, nació un poeta orgulloso de su tierra y jilguero de sus hazañas y sus gentes. Este era Fidel González Castro. Se sentía vanaglorioso de haber nacido en uno de estos lugares que conquistaron los hombres de la Sierra Sur, las Nogueruelas; un lugar arañado por el hombre a la naturaleza a medio camino entre Charilla, Santa Ana y Frailes.
Este poeta popular era el cronista rural que se avecindó en la aldea de la ciudad de Flora, y se sentía muy sartisfecho por haber logrado compartir, en este rincón del Sur,  familia, con su esposa Elena Ramírez y por haber criado a sus hijos Amor de Dios e Isidro. Como decía en sus versos. Esta relación que yo invento/ yo la digo en recital/aunque soy un hombre pobre, / procedente del lugar/estas cosas que yo vivo/ son de historia y realidad. //
Y se encadenó en estas gentes, y se hizo portavoz de aquel tesoro hispanoárabe, que se encuentra en el Museo de Jaén. En el sitio de Charilla/ existió aquí una ciudad, /con recuerdos de la misma/ se debió aquí encontrar, /un tesoro muy bonito / de remota antigüedad. // Y, en una tierra, en la que sed invadía muchos años de sequía, este vate popular no dejó pasar un gran alumbramiento de tierras que brotó por los años sesenta del siglo pasado, que parecía que cubría todas las necesidades de la comarca alcalaína.  Como también encontraron/aquí cerca una manantial, / del poueblo a cuatro pasos, / en las faldas de la atalaya, /o la era del Villar.
En sus últimos años, tras su tiempo recorrido y labrado por sus muchas horas de trabajo, y lustrado por su sabiduría popular, se avecindó en la ciudad de la Mota. Se le veía recitando sus moralejas, sus historias de aldea, su versión de los contrastes de civilizaciones y sus vivencias personales. Siempre se consideraba respetuoso, mientras te las leía o te regalaba el pliego de una fotocopia moderna. Y terminaba con esta estrofa de epitafio:  ·y con esto me despido, / y al final tengan en cuenta, / que esto es lo que yo me imagino, / y no lo estudio por leyendas.//
No perdió nunca su añoranza por su ciudad de Flora, la aldea del Rosario, a la que cantó en más de una ocasión, ni por algunos personajes como Ben Jakán o los maestros de aquellos lugares como Alfonso López, ni por sus vecinos que siempre lo escuchaban con atención. Y, nadie se olvida en aquel rincón de aquellos versos que le servían de epitafio:  De Charilla yo me voy, /de Charilla yo me marcho. /Pero aquí dejo mis huellas, /Fidel González Castro./// 

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