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martes, 18 de noviembre de 2014

SOBRE EL CASTILLO DE LOCUBÍN. LA PESTE DE 1680.


 

la peste de 1682 en el Castillo de Locubín

 



Una de las más importantes epidemias que influyeron en la comarca, concretamente en la villa del Castillo de Locubín, fue la peste que se extendió desde Cartagena desde el año 1676. En la comarca, al principio, afectó en el gran desembolso económico que suponía los preparativos, prevenciones y colaboraciones con otras ciudades, y, la villa sufrió los efectos mortales en 1682, que tuvo una gran trascendencia en la vida económica de la comarca. Hubo necesidad de solicitar nuevas roturaciones de tierras para afrontar todos los gastos que se produjeron relacionados con la peste y otros muchos que se pueden concretar en la reedificación de casas y murallas, las malas cosechas de años anteriores, la baja de la moneda, el pago de los cuarenta guardas diarios que suponían cuatrocientos ducados para lo que se vendieron 100 fanegas de trigo. la construcción del nuevo lavadero de Mari Ramos, la aportación a la Corona de los donativos anteriores y la parte correspondiente del servicio ordinario, otro impuesto,  que suponía cada año 121.653 maravedí y no se habían pagados en el trienio de 1667 al 1668.

 

La ciudad de Alcalá la Real que tuvo que hacerse cargo de toda esta administración sufrió una crisis especial al tener que afrontar las prevenciones y la incidencia de la  peste, sobre todo , en la villa del Castillo de Locubín, que en el camino hacia Granada tenía dificultades de control del camino de  los forasteros en sus Alamedas como ya previno el prior de los capuchinos en 1680 . Sin embargo, las medidas preventivas se remontaban al nueve de julio de 1676, cuando se le noticia del inicio de la peste en Cartagena por el Presidente de la Chancillería de Granada don Carlos Villamayor Urbano. Con su reverdecimiento en Cartagena y Crevillente en 1677 y una año después en 1678, se intensificaron las medidas del cerco y cierre de puertas en Arcos, Tejuela y san Bartolomé, por las partes más abiertas que eran la Peña Horadada, Capuchinos y Pilarejo. A finales de este año, los arrieros que comerciaban el pescado con Alcalá y el trigo alcalaíno en Málaga trajeron nuevas noticias de su contagio en muchas zonas, entre las que destacaban la capital y la Ajarquía. A esto se añadió la situación financiera embarazosa de retrasos en los pagos y la morosidad de muchos labradores , sobre todo, en los impuestos de millones y rentas reales, que se quejaban ante la ciudad de las medidas de los receptores, como aconteció a finales del año 1678. Los gastos de veinte guardas a caballo y de las puertas de los Álamos, Tejuela y san Bartolomé, que recaían en vecinos y trabajadores elegidos a suerte sobrepasaban los 550 reales diarios, con el fin de impedir la llegada de vecinos de Málaga y obligar a los transeúntes a la correspondiente cuarentena. La economía se resentía porque tan sólo se permitía a los agricultores ir al campo a través del Barranco de Millán y la Cruz de los Moros o quedarse en los cortijos, prohibiendo cualquier tipo de comercio. Tan sólo, los molineros y los abastecedores de hortalizas tenían esta única salida y entrada para comunicarse con la ciudad mediante control. La situación se hizo bastante tensa hasta el punto que hubo que encarcelar a algunos labradores que no podían soportar tantos días de inactividad y el propio corregidor propuso que se les concedieran tres reales por cada noche de guarda que realizaba para poder sustentar a sus familias. A las circunstancias de la peste se unía la carestía del pan, acudiendo al Duque de Sesa que les conseguía salvar la situación con el envío de 600 fanegas desde Baena.   

 



A pesar del cerco de la ciudad y del Castillo de Locubín, y, tras haber adoptado medidas oportunas en los cortijos y caserías, habiendo avanzado su contagio a los pueblos cercanos de Illora  por la parte de Granada, a Lucena y Priego por Córdoba y por el norte a Torredonjimeno y Alcaudete en la provincia de Jaén, también afectó a la comarca, particularmente al Castillo de Locubín en el 1682. Para ello de nuevo se cerraron las puertas, se puso una aduana a media legua de la ciudad y se prohibió el comercio y la salida de sus habitantes, tan sólo en las puertas de los Álamos y Tejuela mediante registro de dos caballeros y en el portillo del Cambrón a través del Postigo para los hombres del campo. Tampoco sirvieron las medidas de restricciones a mesoneros, bodegueros y taberneros impidiendo el alojamiento de personas sin licencia,  ni el que las boticas dispusieran de las medicinas necesarias, sobre todo la trinca de Toledo, el control sanitario de las personas viajeras, los 60 guardas de día y de noche ni la comisión especial para asuntos de urgencia, constituida por varios regidores y jurados y el corregidor, ni los registros ni la prohibición de ventas y comercio de ropa, lienzos, paños ni especería.
La población de los doscientos cincuenta cortijos  también se vio afectada con medidas de alojamiento de mujeres y niños en Alcalá y control exhaustivo de los hombres que tan sólo se les permitía ira a trabajar o, a lo más residir en los cortijos durante el contagio, recibiendo el alimento necesario en las puertas de la ciudad para impedir que metieran  el trigo y la cebada entre las ropas. Se impidió que la población lavara la ropa en el lavadero de la Fuente Rey, levantándose el de Mari Ramos.  El comercio con Motril, Antequera y algunas ciudades de Málaga contagiadas  se cerró ; tan sólo se permitió el abastecimiento con los campos cercanos a través de las puertas de Cambrón y Cruz de Los Moros. Incluso, algunas medidas llegaron a ser trágicas como la demolición de las casas y albergues de Frailes y el alojamiento de sus vecinos a Alcalá por la primavera del años 1680:

o salgan del término por no estar cercadas dichas casas y es contingente que reciban en dichas algún forastero que venga de parte contagiosa y que participe  con lo que residen en dichas Casas de Frailes a los vecinos de esta dicha ciudad por tener en ella libre entrada

En el Castillo, en el año 1680, hay avisos por los forasteros que corren por las alamedas y el ganado caprino se ve afectado por una peste de zangarriana.

 


Incluso aplicándose  dichas medidas y la proliferación de  grandes rogativas que se hicieron a la patrona santa Ana, Virgen de las Mercedes, san Roque y san Sebastián en el año 1680, en el Castillo de Locubín, donde se habían encargado dos regidores locales y los alcaldes ordinarios y también se había cercado , el alcalde del Castillo Sebastián Pérez de Aranda anunció en veinte de mayo de 1682 que la peste se había propagado en la villa. El comisario de la peste don José de Narváez estaba ausente en su cortijo y hubo que nombrar nuevos comisarios. Pronto se tomaron las medidas sanitarias, médicas y hacendísticas, cerrando por completo las puertas y cercas de Alcalá mediante una aduana y unos 36 hombres de guarda y solicitando una provisión real de más de tres mil ducados para afrontar los gastos. Afectó a más de noventa y cuatro casas, ciento cincuenta personas tuvieron que curarse de cuarentena, y murieron unas ciento diez personas. El comercio quedó completamente paralizado y no se permitió la salida al trabajado en la villa del Castillo. Como la villa estaba desabastecida de Hospital y servicios médicos, se invirtieron cuatro mil ducados en un hospital en las Almenillas, servicios médicos, farmacéuticos y cuatro franceses para quemar los enseres de los afectados. Además durante los meses de mayo hasta parte de agosto debieron vivir de las limosnas la mayor parte de la población, y, sobre todo, la parte jornalera. El efecto de la peste fue enorme simplemente la quema de todo tipo de enseres, la pérdida de cosechas, la ausencia de comercio y el abandono de los campos supusieron treinta tres mil reales para aquella villa, a lo que había que añadir los cuatro mil ducados invertidos por la ciudad de Alcalá la Real y la limosnas de los vecinos para alimentar a los  vecinos durante este período.

El final de la peste dejó otras huellas importantes, pues la baja de la moneda  de cuatro maravedís a uno y de ocho a dos, provocó situaciones de desabastecimiento de trigo, No obstante se recompensó a la ciudad con una feria, que era tradicional entre los comarcanos, donde se  vendía  , sobre todo, ganado y había entrado en litigio con la de Noalejo que se celebraba por las mismas fechas. La importancia económica de dicha  feria consistió en convertirla

 perpetua , desde el día doce hasta el veinte de septiembre de cada año, pagándose alcabalas y demás derechos reales de todo lo que no es franco y reservado más de  que por sí dicha Ciudad en virtud de privilegios
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
estuviese excepta.

 

En 1681, se trasladó una gran cantidad de moneda de molino a la Casa de Moneda para se fundida en vellón grueso. Sólo en arbitrios 1034 reales.

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