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lunes, 14 de julio de 2014

TRAS LA FIESTA DE HUERTA DE CAPUCHINOS. LEYENDA Y FOTOS.


El soldado Martín Jiménez

Ante el escribano, 1570. Alonso Ramírez no se esperaba escribir un documento































tan insospechado como el que le aconteció aquella mañana de agosto. Desde el

mirador de la Mota, asomándose por la parte trasera de la tienda de escribanía,

el día anterior había visto venir a la ciudad una caterva de personas, con triste

atuendo de moriscos que parecían una prenda de un botín de guerra; venían escoltados

por un jefe y varias escoltas de soldados, y caminaban arrastrando los pies

y, a veces, el mismo cuerpo y asidos a las sogas de los soldados y los burros a los

que los tenían atados. Corrían los trágicos momentos del final de la guerra del levantamiento

morisco de las Alpujarras. El escribano recordó en su interior que la

Pragmática Sanción de Felipe II en 1567, limitando las libertades religiosas de los




moriscos, provocó un levantamiento, principalmente en las Alpujarras. No hacía


sino darle vueltas que, en los últimos momentos, se habían acrecentado el mercado

de esclavos, los fugitivos por las Sierras y muchas caravanas de personas que

se trasladaban hacia el interior, apartados del Reino de Granada. Comentaban

que el ejército castellano no había podido sofocar aquella sublevación, cuando se

encontraba al mando del Marqués de Mondéjar. Pero, desde que llegó don Juan

de Austria como capitán general habían cambiado muchas las cosas, en 1570, año

este en que el levantamiento fue sofocado por don Juan de Austria al mando de

un ejército regular traído de Italia y del Levante español. Hasta la llegada de las

tropas de don Juan de Austria actuó la milicia local, en la que se integraba la compañía

de don Diego Mejía, compuesta por 300 hombres, algunos de ellos de pueblos

de la comarca de La Serena. Ante las deserciones que se producen, el 29 de

abril de 1570, “el fiscal de Su Majestad de la Orden de Alcántara actúa contra Francisco





Benítez, de Campanario, y contra Juan Ramírez, vecino de Villanueva de la Serena”.

Un vecino de Villanueva, Juan Alguacil, testigo en la causa, relata cómo el

capitán se encuentra por el camino, al regreso de una misión que le había llevado

a Órgiva, con otros desertores: “un hijo de Salvador Pérez que se llama Juan Pérez





y a Pedro Gómez y a Pedro Escobar y a dos hijos de Pedro García que se llaman Juan y


Alonso y a Martín Alonso Márquez, vecinos todos de esta villa de Villanueva y ansí en el

dicho camino vido que venían hasta esta tierra Marcos Hernández y a Francisco Pérez”.
Comentaba aquella mañana la llegada de un capitán muy apuesto, que había

encerrado a todos los moriscos en el Hospital del Dulce Nombre de Jesús y de

la Veracruz. Pernoctaban hacinados para hacer una nueva etapa con dirección a

Extremadura.

Pero, muy de mañana subió a la fortaleza, y vivió este acontecimiento de un

paisano suyo ante el escribano.

16 Ruta entre cuentos y leyendas. Desde los miradores de las Cruces




Inesperadamente se topó con este soldado de la guerra de las Alpujarras, que


se sentía ufano de haber acudido a la guerra con el ilustrísimo capitán don Juan

de Sande. Lo primero que hizo al entrar al escritorio, fue decirles a los escribanos,

-Aoy soldado del capitán Juan de Sande. Me tiene que servir usted con todos

los honores. No soy un prófugo ni un…

Pero, al ver al oficial se salió y dijo:

-A sus órdenes, mi capitán.

El escribano, sorprendido, le preguntó:

-Que le trae por estos altos.

-Un simple papel de trueque de soldados, me llevan por la calle de la amargura,

entre cambios, deserciones… y fallecidos.

-Me dice sus datos.

-Soy el capitán Juan de Sande, de la ilustre casa de los señores de Valdefuentes,

oriundo de Galicia y, actualmente, vecino de Cáceres, donde ejerzo de regidor y

además me nombraron como capitán de una compañía de la ciudad.

-Ilustre linaje, los Sande, me suena don Álvaro de Sande, sus batallas con Carlos

I. Dicen que su abuelo, el poderoso Sancho de Paredes Golfín, escribió al Emperador

Carlos I de España y V de Alemania, para que lo admitiera a su servicio. Estuvo




presente en numerosas batallas en Europa en la conquista de Luxemburgo, Epernay.


Aquí una mina le abrasó el cuerpo: pero no desistió en la carrera de las armas,

siguió dirigiendo la batalla desde la camilla donde esta postrado, conquistando

Augsburgo, Frankfort, Parma, Siena y África, donde presenció el desastre de la isla

de los Gelves. Cayó prisionero de los turcos y fue llevado a Constantinopla, donde

estuvo cinco años. Libre de cautiverio, al haberse pagado un fuerte rescate, volvió

a guerrear contra los turcos como Maestre de Campo General, consiguiendo liberar

la isla de Malta. Llego a ser Gobernador y Capitán General de Milán en 1571.

Felipe II le concedió el marquesado milanés de la Piovera y sus descendientes




cambiaron el título por el español de marqueses de Valdefuentes.


-Soy hijo de su hermano Pedro, el que heredó el título -el cuarto señor de Valdehondo-,

pero pasó a manos de su hermano y engrandecido con el de Piovera y

señor de Valdehondo.

Francisco Martín Rosales 17




-Si no me equivoco, su divisa y escudo es un águila en vuelo orlada de banderas


y estandartes.

-Claro que sí.

-Mi madre, no dude usted que, también es de alta alcurnia. Doña Aldonza de

Torres, hija de García Fernández de Vargas y Marina Paredes.

-Pero, a que viene usted mi capitán, me basta con su presencia y sus titulaciones

de capitán.

-Sí, capitán en esta guerra contra los moriscos, por tierras de Almería. He

traído una partida de moriscos para venderlos en los mercados de fuera del reino

de Granada. Algunos los llevaré al mercado extremeño de Cáceres y otros nos los

reservaremos como botín de guerra.

-Cuando quiera iniciamos los contratos de compraventa, no tiene más que

buscarme a los compradores, ahí en la plaza abundan los regatones y los mercaderes.

-No ni mucho menos, este no es el motivo de mi visita.

-Entonces, ¿en qué le puede complacer?

-Un poder notarial.

-Que no, que no, es un trueque…

-Un cambio de alguna moneda, con esto de la inflación…

-Tampoco, no es un asunto ajeno a mi persona. Un soldado.

-Sí ese que me espera en la puerta.

Martín Jiménez hablaba con el alguacil menor a la puerta de aquella torre,

en el soportal de un cuerpo recién construido. Le comentaba que había estado

recorriendo los campos de Almería, allá por tierras de Cadiar y la alpujarra almeriense,

su anterior su oficio de vaquero, que le servía de apellido. Y, en medio

de la conversación le desveló que tuvo que venirse a la guerra en una de las levas

que hicieron para la guerra y encuadrado a las órdenes del capitán Sande. Le

mostraba su arcabuz, su frasco, su rodela y sus prendas de vestir de la guerra algo

deterioradas. Pero, mantenía asidas con mucha fuerza las armas porque no se fiaba

que algún rufián pasara por la plaza y se las quitara. Era una orden tajante que

debía cumplir de su capitán. Junto a él se encontraba Juan Zamorano, otro joven

cacereño que había quedado de reserva de leva de la ciudad extremeña, y había

acudido a la cita notarial de la ciudad de la Mota por una misiva que le envió el

capitán Sande. Un poco aturdido de la situación, no sabía lo que le esperaba si

acompañar a la comitiva hasta Cáceres o volver con el capitán a la guerra. Los dos

andaba en una densa conversación contemplando el trasiego comercial de aquella

plaza alta de la Mota, rodeada de casas y tiendas de la ciudad y particulares,

un hospital (que algunos denominaban de los Monteses), las Casas de Cabildo y

una Iglesia, la Mayor, alzándose en torno a una anterior de estilo gótico y con un

bello claustro adosado a las Casas de Cabildo. Se oían las voces de los mercaderes

portugueses que vendían telas, hilillos y prendas de Portugal en las tiendas debajo

de los escritorios, junto a la casa del corregidor. Salían los vecinos con sus varas

18 Ruta entre cuentos y leyendas. Desde los miradores de las Cruces




de tela de tiradizo, de tafetán, lino y estopa. Los había que compraban especies y


productos de comida en la plaza.

Salió el escribiente del notario Alonso Ramírez_

-Martín Jiménez Vaquero.

-Servidor.

-Juan Zamorano, servidor.

-Entren, entren en la escribanía.

Alonso Ramírez abrió el legajo y, como muestra de notoriedad, se puso manos

a la obra con su pluma.

Comenzó escribiendo “En la ciudad de Alcalá la Real, llave, guarda e defendimiento

de los Reinos de Castilla y León, a 2 de junio de 1570,…” de pronto

interrumpió la escritura del documento.

-¿Quien se obliga en este caso?

-El soldado Martín Jiménez, natural de Cáceres y estante en esta ciudad.

Pero, entró el capitán y cambió de aspecto.

Le entregó las armas a su colega y se obligó a no desertar y a volver a la guerra.

Francisco Martín Rosales 19




 

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