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viernes, 25 de julio de 2014

DESDE EL MIRADOR DE LA TORRE DE LA DEHESILLA


DESDE EL MIRADOR DE LA TORRE DE LA DEHESILLA

 

Resulta arduo subir desde la carretera de Villalobos hasta los repetidores de telefonía y encaminarse por el camino de la loma de la  Torre de la Dehesilla. Una vez traspasado el camino de las Solanas, parece más cómodo el caminar y la vista se extiende a derecha e izquierda entre olivares y algún que otro encinar. Te atrae, poco a poco,  esta  torre gótica, atalaya esbelta y coqueta como si fuera una dama de un caballero homiciano. Al llegar a sus pies, resuenan los mensajes transmitidos de recuas de playeros, las avanzadillas de moriscos de Íllora y el paso de afectados de las pestes y epidemias. Como si fuera la parte superior de una cabeza humana, por el sitio  que mira a la ciudad de la Mota, se divide en suertes de cuatro a seis fanegas, que parecen conquistadas a un monte bajo, antaño de encinas y matorral, y hoy de olivo picual; en su parte baja, abunda el cereal y algún que otro huerto  sustituyendo los suelos linderos de un extenso descansadero de animales y una era colectiva y comunal. Actualmente,  una población dispersa de segunda residencia en torno a la variante viaria de índole nacional ha sustituido aquel corral de los animales preparados  para las carnicerías públicas  y  para  la doma de caballos y yeguas.

            En la Ddehesilla se escenifica el paso de la ganadería a la agricultura entre los vecinos de Alcalá la Real. Y se asiste a la puesta en escena de los primeros pasos de la industrialización comarcalPues, se topa uno, sin darse cuenta, con el rótulo de la calle Industria, que responde a los  primeros asentamientos del sector secundario que, por los años cincuenta del siglo pasado,  modernizaron  la ciudad de la Sierra Sur tras el adelanto  de la industrias agroalimentarias de principios de siglo XX. Cercanos  al Llano de las Aves Frías, se yerguen dos hitos de la historia económica de Alcalá la Real, dos formas de entender la economía, la del modelo empresarial  y  la del cooperativista. A saber, Condepols y la Cooperativa Metalúrgica de San José Artesano. Ambas han resistido reestructuraciones, reflotaciones,  recortes,  crisis, crack,   y una historia difícil  de batallas ganadas a los banqueros, a los accionistas, a las tentaciones de los socios y, sobre todo, al mundo financiero y del capital, que no valora el humanismo de sus productores frente a  la ganancia anónima del dinero.  Son un ejemplo de resistencia obrera y de testimonio de  quijotes productores  que han sobrevivido  a planes provinciales y han superado los embates y envites del mercado. Han extendido sus productos a los rincones más lejanos de nuestra tierra, en el mundo y en muchas ciudades españolas. Han sabido adaptarse además a los tiempos más penosos: la primera cambió de las redes y de  las  maromas de la pesca marítima a  las  enormes sacas de contenedores pasando por los fardos y otros productos derivados del polipropileno; la segunda creó un equipo excepcional de trabajadores expertos en el tratamiento del metal, rejería,  aluminio y calderería reclamados en muchas obras y servicios.

Desde la Dehesilla, se asoma la nueva ciudad que se ensanchó hacia el Sur, prolongándose  a extramuros, en las afueras del casco histórico. A expensas del sector de servicios, el cerrico de Vilches recogió el cementerio de la ciudad fortificada de la Mota;  entre la Cruz de los Muladares y  la cruz de los Blanquitos,  nacieron los barrios de la Tinta, la Quinta, Belén, San José Obrero, Iberoamérica, Salvador, Cuesta del Cambrón  y  el Camino del Cementerio Nuevo. En este solar urbano, se experimentaron los diferentes planes de promoción de la vivienda (desde las protegidas a la libre competencia), y, recogieron  los sudores de su trabajo de muchos emigrantes  en tierras europeas.

Desde la Dehesilla, se divisa una ciudad en progreso,  que vació muchas casas del  recinto histórico artístico, encerrando las cruces de los antiguos caminos como un canto de cisne de una sociedad tradicional  que se escapa de las manos en el siglo veintiuno. Frente a la piedra y mole de las torres históricas del fondo,  se levantan la cal y la negra pizarra de la torre de la nueva parroquia del Salvador, sobresale el tejado del silo ya abandonado y que cambió su uso agrario por el de consumo del ocio; duerme la Mota  todas las tarde en los tejados y terrazas del Campero. Si es de noche y verano, el bulevar ha fijado sus servicios junto al Centro de Salud y Deporte, la Piscina Cubierta Municipal, un destello de arquitectura moderna en su fachada, interiores y empleo de materiales modernos.
En pocos minutos, se ha bajado de la tranquila cumbre de la torre al bullicioso llano, y se ha pasado del sector primario al de servicios, y, en estos tiempos, sin dejar huella el secundario, ya que la silueta urbana  no se interrumpe con las numerosas grúas de años pasados.       

 

 

 

 

 

 


 


 

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