En 1925 se celebraron Juegos
Florales en honor de la Virgen de las Mercedes. En una novena de 1923, surgió la idea de la coronación de la
Virgen y, para ello, se constituyó un comité de la Coronación, se prepararon
las distintas actividades de la organización y, además, se llevaron a cabo
varias gestiones con el Nuncio, el Prelado de España, el Obispo de Jaén, el
Arzobispo de Granada y en 1929, se intentó llevar a cabo la coronación de la
Virgen y se solicitó la Presidencia de la Reina[1].
Impulsó la idea el arcipreste don Antonio Montañés Chiquero, y quiso imitar a
la que por aquel tiempo se había realizado a la Virgen de la Capilla. Se
constituyeron comités de aldeas y de damas, se aportaron donativos y
prácticamente todas las gestiones estaban concluidas. Intervino el deán Mudarra
en las gestiones con asuntos relacionados con la coronación y logró la aceptación
de la reina que concedió el regalo de un zafiro. Las gestiones estaban a punto
de finalizar, pero la proclamación de la República influyó en que dicha
coronación no tuviera efecto. Por este año, también, se llevó a cabo una
rogativa solicitada por los labradores y pujareros.
En tiempos de
la República, se mantuvo la religiosidad popular y la devoción a la Virgen de las Mercedes. Tan sólo, se requirió el traslado del Archivo
Eclesiástico del Palacio Abacial, que pudo salvarse del posterior incendio y destrucción
de documentos, pero el párroco pidió varias prórrogas que dieron lugar a que no
se trasladara a la capital del Santo
Reino. En la calle, salvo los primeros
años, en suma se respiraba un clima de
conformismo y de aceptación ante el nuevo orden impuesto por las autoridades
locales de la C.E .D.A
en 1934. La normalidad alcanzó, incluso, en el campo religioso. Claro
testimonio son las palabras del erudito y arcipreste Montañés Chiquero:
“Alguna vez
pudo creerse que ese fuego estaba del todo muerto; más sólo eran apariencias.
Sólo era, al parecer el fuego sacro que Nehemías hallara escondido en el fondo
del pozo, y al cabo de largos años, dio señales de vid, al despuntar la Aurora , provocando voraz
incendio. De igual manera, el fuego de
la devoción a nuestra Virgen, escondido en las cenizas de la ignorancia, de la
sensualidad, de la ambición y demás
humanas pasiones, al toque de la gracia del Sol divino, surgió potente,
esplendoroso y triunfador. Siempre fue esa devoción para nuestro pueblo como el
hilo de oro, invisible conductor de la gracia y caridad cristiana, y para
muchos desdichados, el único elemento que les unía a Dios ......en las últimas
pruebas porque pasó la fe de este pueblo , la maldita vergüenza y el temor
mundano habían regresado y escondido la bendita luz y ese calor celestial,
convirtiendo a muchos creyentes en hijos pródigos y en “perros cobardes”; pero
cesó la tormenta, amaneció el Sol de la fe y
la Virgen
de nuestros amores, el Faro de nuestra Esperanza volvió como nunca a brillar en
las calles de esta ciudad para que millares de gargantas enronquecieran,
aclamando a su Reina y Madre de las
Mercedes[2]”
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