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domingo, 13 de julio de 2014

CUARTO DÍA DE FIESTA DE LOS SAUCES. LA RANA, DOMIINÓ Y LA COMIDA DE LA SECRETARIA. TRAS LA VERBENA CON TRÍO BOHEMIA.


14  DOMINGO  
 
AYER                
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
HOY
 
A partir de las 1o finales del Torneo de dominó

 

Trofeos para las tres primeras parejas clasificadas

Inscripciones: Club del Centro de Día

 

CONTINUACIÓN DE MUS , JEROGLÍFICOS Y RANA

.

 

MEDIODÍA

SABROSA  Y TRADICIONAL SECRETARIA

DE

CONVIVENCIA

(Para socios)

ENTREGA

DE TROFEOS Y PREMIOS.



 y una leyenda

El morisco Andrés de Mendoza
No era un morisco normal como lo eran aquellos que vivían en la Mota. Bueno,
más bien los pocos que habían quedado tras las diferentes dispersiones de años
anteriores. En 1609, Andrés de Mendoza regentaba una tienda de la plaza de la
Mota. Vendía y traficaba paños, pues el ganado lanar abundaba en la comarca
alcalaína y los telares eran la herramienta de trabajo de las casas de muchos vecinos.
Los regidores se vieron obligados a examinar a todos los cardadores para ganar
en calidad a la hora de las ventas en otros mercados de alrededor. Andrés prosperaba
y, además, recibía el apoyo de un regidor que había llegado a la ciudad

de la Mota a principios de siglo XVII. Este munícipe comenzó a traficar con el


ganado y logró enriquecerse en poco tiempo despertando la envidia de la casta
de los poderosos locales, los Cabrera y Aranda, ya que controlaban la riqueza de
aquella abadía. Pero, a estos dos personajes se les cruzó un personaje sórdido y
malévolo, Martín Jiménez Carrillo, la mano ejecutoria de la orden de la expulsión
de los moriscos de la ciudad. Este contó con el apoyo del alcalde mayor que le
preparaba todo el aparato jurídico para hacer realidad todos los actos infames. Y
de su instintos nefastos. Decir los apoyos jurídicos es un decir, porque este alcalde
más que implantar justicia era un experto en levantar altercados y pleitos contra
todo ser viviente de la ciudad; sobre todo era el punto de mira del abad Alonso de
Mendoza y todo su cabildo, pues había tenido la osadía de enfrentarse aun clérigo
suyo con la espada en mano. A Andrés de Mendoza y Francisco de Herrera, le
cayó la suerte de la pedrea con estos personajes cuando encontraron el motivo
más nimio para desgajar la felicidad y la amistad de estos dos personales.
Andrés temiendo lo peor, habló con su amo y le propuso abandonar la tienda
de la Plaza Alta para retirarse a un escondrijo de una de sus heredades. Baremaron
diversas posibilidades y sitios y se decidieron por la parte oriental de las tierras
abaciales, porque le permitía escapar, en caso de verse cercado, por entre aquellos
montes boscosos y cubiertos de encinares, quejigos y fresnos y dirigirse, a través
de los montes granadinos, a tierras almerienses. Así, lo hizo y se llevó a su mujer,
con la intención de que vinieran mejores tiempos para su vida.
Andrés, escondido en una alquería de retama de una casa de campo del regidor
Francisco de Herrera, recordaba cuando la autoridad ordenó expulsar a todos los

Francisco Martín Rosales 13


moriscos tras la guerra de las Alpujarras, y sólo se habían salvado aquellas mujeres,
no por dignidad, sino por ser hilanderas de un arte que no lo sabían trabajar
las mozas castellanas: la seda. Él había tenido la suerte de vivir en este cortijo
alejado de la fortaleza de la Mota, y no figuraba inscrito en ningún padrón. Hasta
aquella casa rural de retama, no llegaron los alguaciles para detenerlo. Y eso que
algunos ministros de la justicia venían persiguiendo a los leñadores furtivos y a
los ganaderos forasteros: unos acudían a los montes para rozar ilegalmente los
montes, y, los segundos, para pastar con sus ganados organizando intercambios
ilegales fingidos y simulados para evadir la justicia.

Pero, aquel nefasto año del reinado de Felipe III, no le valieron las buenas


artes ni la influencia de su señor Francisco de Herrera para salvarlo. Pues, don
Francisco de Irazabal, envió un comisario llamado Martín de Carrillo, que había
tenido conflictos con el buen regidor Herrera, lo había acusado en varias ocasiones
para entablar pleitos de hidalguía, incluso llevó el conflicto a la Chancillería
de Granada tachándolo de no ser cristiano viejo y ser un aventurero que había
conseguido la nobleza por sus éxitos económicos; decía que había alcanzado con
estos medio la regiduría alcalaína. Usando artimañas entre los vecinos consiguió
que le desvelaran los moriscos escondidos, pues eran motivo de conversación de
algunos resentidos que no pudieron escapar de la justicia y perdieron a sus esclavos
moriscos con este último bando.
Martín Carrillo estaba alojado en la posada de la calle Mesones, y, cercano a
su estancia, se encontraba la casa de Francisco Herrera. A pesar de que entre los
vecinos corrían como la mecha cualquier noticia, esta vez cogió de improviso al
regidor. Bajó por entre las escaleras del Pósito y se acercó a su casa situada en la
calle Cava, junto a una torre, por cuya puerta los vecinos se adentraban al barrio
de Santo Domingo de Silos. Curiosamente los muchachos la utilizaban para jugar
a los “apedraícos” y asaltaban de una casa a otra para divertirse y asustar a los vecinos
del arrabal viejo. Aquel día de primavera no pudo evadir la justicia, pues el comisario
encontró al
regidor dándoles
órdenes para que
le trasladara una
carga de trigo a sus
clientes de Granada.
El comisario le
comunicó la orden
de detención y se
lo llevó maniatado
en medio de cuatro
arcabuceros y dos
alguaciles a su criado
y su mujer.

14 Ruta entre cuentos y leyendas. Desde los miradores de las Cruces


Lo metió en la mazmorra de la Cárcel Real, mientras hacía las diligencias para
tramitar su traslado hacia África, en el primer embarque que anunciara el capitán
General de la Costa. Habiendo pasado durante varios días detenido, lo envió en
dirección hacia el puerto de Málaga junto con otra partida que habían recogido
de otros pueblos de la Abadía. Desde Alcalá salieron escoltados de varios alguaciles
y hombres con arcabuces a través del camino de los playeros y pasaron por
pueblos del reino de Granada hasta llegar al puerto malagueño. Tras embarcar
con otros muchos moriscos de otros reinos de Andalucía y pasar el mar, Andrés
arribó en Tetuán, donde se alojaron en un hostal para distribuirlos en otros pueblos
de alrededor.
Tras varios meses de soledad y privanza de su criado, Francisco de Herrera se
enteró, por medio de un fraile trinitario, de que se encontraba en aquella ciudad
africana. A escondidas, junto con su familia tramó un plan para rescatarlo, envió a
su hijo y, dando dádivas a varios soldados de aquella ciudad africana, logró traerlo
otra vez, junto con su familia a Alcalá la Real. Para que nadie lo descubriera, lo
envió de nuevo a su alquería de la ribera de Frailes.
Enterado de aquello Martín Carrillo, no cejó en el empeño de encontrarlo y
además buscar cualquier motivo para detener al regidor Francisco de Herrera.
Por eso, se valió de la influencia que tenía sobre el corregidor Pedro Enríquez de
Valdelomar. También, para acusarlo le sirvieron varios asuntos sobre el origen
del linaje de Francisco de Herrera. Se veía inmerso en aquel intento de condenarlo
como fuera, incluso para remontarse a otros episodios supuestamente
legales Ahora lo hacía con mayor encono y enojo, pues se enteró por oídas que se
encontraba en la plaza de la ciudad regentando una tienda de telas con su mujer
(los dos se hacían pasar por comerciantes portugueses) y envió una pareja de arcabuceros
junto con el alguacil para detenerlo. Lo llevó de nuevo a los tribunales.
Pero, de nada le valieron sus malas artes, porque el asunto llegó a la Chancillería
y Francisco de Herrera montó una buena defensa de su detenido. Acusó a Martín
Jiménez de usar las malas artes de la venganza y de valerse de delatores falsos.
Le dio la vuelta a la tortilla, y encuadró a Andrés de Mendoza dentro de aquellas
familias que habían detenido simplemente por encontrarse entre su familia algún
ascendiente morisco. Incluso el oidor el licenciado Perada de Velarde falló a su
favor y acusó a los delatores de actuar con pasión.
Un día se encontró Herrera a aquel jovenzuelo comisario en la plaza y le dijo:
-Tienes mucha ambición y te ha desbordado el ansia de alcanzar riquezas muy
de prisa.
Aquel le miró torvamente y le respondió:
-Todavía no las tienes todas contigo. Tú no te quedas atrás. Hoy, he recibido
una orden sobre los moriscos para que fueran apresados y enviados a las galeras
como esclavos.
-¿Y no perdonarías ni a sus hijos ni sus mujeres?
-Me los llevaría de esclavos, como dice la orden.


-No seas tan atrevido, que yo sepa se refiere a los que se cautivase de la berbería...
y a estos no le atañe...



Francisco Martín


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