La decadencia del vino en el siglo XVIII
Los viñedos habían quedado reducidos a un paisaje cercano a las
tierras de la ciudad, y, en muchas
ocasiones, incluso, había desaparecido de los llamados ruedos. No obstante,
todavía suponían su extensión el doble de la del olivo con unas 1.910 fanegas
de viñedo frente a las 873 de olivar. La producción de vino sufrió un duro
golpe con la peste de los años ochenta y
las continuas epidemias y la competencia exterior.
Este era el caso del Castillo
de Locubín, que comenzaba a una especialización del olivar- Redondal, Saetilla,
Cañada de Marinieves, Lagar del Llano, Nava,- con unos viñedos que tenían unas
plantaciones de unas 1.200 cepas por fanega, mientras en Alcalá la Real a 800 cepas por fanega,
aunque el olivar todavía no influía en la destrucción del viñedo ya comenzaba a
competir en terrenos nuevos como los Llanos y la Dehesilla a la hora de las
nuevas plantaciones. Había quedado reducido a las laderas de los montes
cercanos que, sobre todo, se denominaba Solanas, la de Montefrío o Rosalejo y la de la Hondonera, Camuña, las Caserías, Cañuelo, Prado Gordo,
Monte del Rey, Torre de los Llanos y ya cercano a Frailes, los Torcales y la
Celada.
Como es natural, las mejores
tierras de la comarca se encontraban en las riberas del Río de Frailes,
donde sin orden y en los lindazos, se plantaban las parras. Sin orden ni regla,
a excepción de alguna que otra viña.
Los oficios derivados de la producción vitivinícola quedaron
afectados. De ahí que tan solo hubiera un solo fiel o medidor del vino, vinagre
y aceite, cuyo salario se le pagaba a cuatro maravedís por arroba y no
ganaba ni una décima parte de un guarda
de montes. En la ciudad no existía ni un solo un cambista o vendedor al por
mayor.
Las tabernas públicas, destinadas a
comprar vino para vender, eran solamente
cinco y el resto eran públicas y secretas, porque los cosecheros vendían el
vino de sus propias cosechas y no tenían un plus comercial. Curiosamente, gran
parte del vino que se vendía en el año, era alcalaíno, pero la importación de los vinos cordobeses habían
hecho una gran mella en el comercio local. Lo denota que los tenderos y
comerciantes son muchos de origen francés:
Los Lac, Juan de Leo, Bertín y
tan sólo dos eran alcalaínos. Muchos de ellos compartían la venta del vino,
comestibles, y el aguardiente. Por otra parte, los mesones se habían convertido
en sitio de pernoctar y de mantener las caballerías en los recorridos. Y nació
una nueva figura: los bodegones, que en
años posteriores se confundió con las tabernas. Incluso, cuatro fábricas de
aguardiente destilaban esta bebida que se va imponiendo en las costumbres de
los labradores y campesinos.
No
obstante su actividad debió ser importante pues fue regulada por las Ordenanzas
del año 1760. Todavía se mantiene la dureza del castigo por hurto de uvas que era muy frecuente en los
primeros momentos del mes de octubre, y, para ello impedía cualquier trasiego
de uvas en canastos sin licencia o guía del corregidor, incluso, la rebusca tan sólo se podía hacer tras la recolección.
Cultura de este tiempo era la fiesta de aldea o casa rural tras la
recolección de los frutos de la vendimia. En ella se personaban amigos y
extraños a la casa de los labradores, cantaban la tania y el fandango de Cádiz,
baile que se prolongaba hasta la madrugada con los sonidos de una guitarrra de
cinco cuerdas, el moterete, los platillos de metal, y la carrañaca, cosa que también lo usaban
las comparsas de Carnaval y en las fiestas extraordinarias las comparsas del
campo. Solían acabar dicha fiesta con alguna que otra riña, pues María Pilar
Contreras dice que los celos, los triángulos de amor, los enfrentamientos entre
mozos acababan como el rosario de la Aurora o de las Cuevas.
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