Archivo del blog

martes, 1 de julio de 2014

LA DECADENCIA DEL VINO EN EL SIGLO XVIII


La decadencia del vino en  el siglo XVIII

 

            Los viñedos habían quedado reducidos a un paisaje cercano a las tierras  de la ciudad, y, en muchas ocasiones, incluso, había desaparecido de los llamados ruedos. No obstante, todavía suponían su extensión el doble de la del olivo con unas 1.910 fanegas de viñedo frente a las 873 de olivar. La producción de vino sufrió un duro golpe con la peste de los años ochenta  y las continuas epidemias y la competencia exterior.

 Este era el caso del Castillo de Locubín, que comenzaba a una especialización del olivar- Redondal, Saetilla, Cañada de Marinieves, Lagar del Llano, Nava,- con unos viñedos que tenían unas plantaciones de unas 1.200 cepas por fanega, mientras  en Alcalá la Real a 800 cepas por fanega, aunque el olivar todavía no influía en la destrucción del viñedo ya comenzaba a competir en terrenos nuevos como los Llanos y la Dehesilla a la hora de las nuevas plantaciones. Había quedado reducido a las laderas de los montes cercanos que, sobre todo, se denominaba Solanas, la de Montefrío  o Rosalejo y la de la Hondonera,  Camuña, las Caserías, Cañuelo, Prado Gordo, Monte del Rey, Torre de los Llanos y ya cercano a Frailes, los Torcales y la Celada.

            Como es natural,  las mejores tierras de la comarca se encontraban en las riberas del Río de Frailes, donde sin orden y en los lindazos, se plantaban las parras. Sin orden ni regla, a excepción de alguna que otra viña.

            Los oficios derivados de la producción vitivinícola quedaron afectados. De ahí que tan solo hubiera un solo fiel o medidor del vino, vinagre y aceite, cuyo salario se le pagaba a cuatro maravedís por arroba y no ganaba  ni una décima parte de un guarda de montes. En la ciudad no existía ni un solo un cambista o vendedor al por mayor.

            Las tabernas públicas, destinadas a comprar  vino para vender, eran solamente cinco y el resto eran públicas y secretas, porque los cosecheros vendían el vino de sus propias cosechas y no tenían un plus comercial. Curiosamente, gran parte del vino que se vendía en el año, era alcalaíno, pero  la importación de los vinos cordobeses habían hecho una gran mella en el comercio local. Lo denota que los tenderos y comerciantes son muchos de origen francés:  Los Lac, Juan de Leo,  Bertín y tan sólo dos eran alcalaínos. Muchos de ellos compartían la venta del vino, comestibles, y el aguardiente. Por otra parte, los mesones se habían convertido en sitio de pernoctar y de mantener las caballerías en los recorridos. Y nació una nueva figura: los bodegones, que  en años posteriores se confundió con las tabernas. Incluso, cuatro fábricas de aguardiente destilaban esta bebida que se va imponiendo en las costumbres de los labradores y campesinos.

            No obstante su actividad debió ser importante pues fue regulada por las Ordenanzas del año 1760. Todavía se mantiene la dureza del castigo por  hurto de uvas que era muy frecuente en los primeros momentos del mes de octubre, y, para ello impedía cualquier trasiego de uvas en canastos sin licencia o guía del corregidor, incluso,  la rebusca tan sólo se podía hacer tras la recolección.
Cultura de este tiempo era la fiesta de aldea o casa rural tras la recolección de los frutos de la vendimia. En ella se personaban amigos y extraños a la casa de los labradores, cantaban la tania y el fandango de Cádiz, baile que se prolongaba hasta la madrugada con los sonidos de una guitarrra de cinco cuerdas, el moterete, los platillos de metal,  y la carrañaca, cosa que también lo usaban las comparsas de Carnaval y en las fiestas extraordinarias las comparsas del campo. Solían acabar dicha fiesta con alguna que otra riña, pues María Pilar Contreras dice que los celos, los triángulos de amor, los enfrentamientos entre mozos acababan como el rosario de la Aurora o de las Cuevas.

           
 

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario