OFICIOS Y TRADICIONES PÉRDIDAS DE LA SIERRA SUR. PESCADEROS O PLAYEROS.
Desde
tiempos de la conquista, el pescado fue un alimento básico para los
vecinos de las ciudades del reino de Jaén. En tiempos de Cuaresma, se imponía
como un alimento obligatorio con el fin de cumplir el ayuno y abstinencia, para
todo ser viviente. Incluso, uno de los antiguos caminos que comunicaba con los
que se dirigían al Mediterráneo recibió el nombre de los playeros. Se basaba en
que los vendedores del pescado subían desde el litoral mediterráneo hasta la
misma Mancha. Desde los pueblos que comprendían este arco costero
entre Torre del Mar y Motril a través de Vélez-Málaga hacia las tierras de la Mancha. Tras su
recorrido por pueblos malagueños y
granadinos, pasaban por el lindero occidental del término alcalaíno a
través de un camino que provenía de Venta de Zafarraya, Alhama de Granada y Villanueva
de Mesía y. a través de las cercanías de Íllora y Parapanda, se adentraban en tierras montefrieñas,
y en la Cañada de Ámbar, proseguían la
Venta de los Agramaderos, Cortijo de la Cruz y, de allí hasta llegar Puente
Suárez y subir a las tierras de Jaén
, donde se expandían por las diversas comarcas a través de caminos secundarios. Entre estos, el primero con que se topaban los playeros era el de Montefrío a Alcalá que enlazaba con el anterior para traer el producto en la ciudad fortificada de la Mota. Y abundan los documentos y las huellas de estos comerciantes en esta ciudad de la Sierra del Sur. Pues, estos comerciantes y arrieros no hacían el camino en balde, sino que se servían de las ventajas del comercio autárquico, porque, a la vuelta, bajaban con sus serones llenos de productos que escaseaban en las ciudades costeras. Por ejemplo, era muy codiciado el trigo alcalaíno para venderlo a las tierras de Málaga.
Los
arrieros o playeros venían cargados con todo tipo de pescado protegido
con la sal y palmas para evitar la descomposición itineraria a causa de las
temperaturas. Sus reatas de mulos y burros
transportaban una gama variada de
pescado: desde el cecial al tollo sin dejar el cazón, el pulpo, y, sobre
todo la sardina. Al llegar a la ciudad caían en la tentación de venderlo a
particulares y en los mesones. Pero las ordenanzas municipales obligaban a que
se vendiera en la plaza de la Mota para controlar el peso, los impuestos
y la oferta en la puerta de la harina. Lo hacían en tiendas de la plaza
junto con las de hortalizas, frutas y otros mantenimientos, lo que provocaban
que al estar descubiertos no les pagaran, o, en invierno sufrieran las
incomodidades de la lluvia y de la nieve. Como se transportaba en
forma de salazones o seco se colocaban en remojaderos para pasarlo a los
tinajones, donde se desalaba y se colocaba en grandes banastas para venderlo en
las tiendas de pescadería.
Curiosamente, un
documento del acta de cabildo de la última semana del mes de abril
de 1576 nos aclara del momento de levantar las primeras pescaderías en
el recinto mencionado. Este es el
documento de la primera pescadería en la Mota: " por
debajo del camino del gabán hay disposición de que pudiese hacer la dicha
pescadería en lugares debajo de la plaza, que es donde ni la muralla ni
particular ni la calle recibe perjuicio,
y está en cubierto y se hará con mucho menos costa ". Los regidores y demás
miembros del cabildo municipal acordaron: ""que la dicha
pescaderías se haga por encima del arco del repeso de la harina".
Siglos después,
se bajaron al llanillo y, en el siglo XVIII, se colocaron en las casas de
enfrente de la Plaza Vieja o del Ayuntamiento De allí, a
mediados del siglo XX se trasladaron al mercado de la calle Real y
al nuevo del barrio de Andalucía hasta
que se expandió en varias pescaderías de las plazas, avenidas, y calles. Por los años
treinta, se bajaba a Málaga y Torre del Mar con camiones y camionetas que
abastecieron el mercado del pescado en los puestos de las plazas. Las familias
de Marañón, Rueda, Arroyo, Rosales e Hinojosa fueron los más conocidos en el comercio
y transporte de las pescaderías. A las aldeas, en bicicletas y animales de
cargas se comerciaba el pescado de sardinas y boquerones por Juan Peña
“Marquitos, en la zona de Santa Ana, los Bastianes y Ferminillos en Mures, los
Hinojosa en Las Caserías… Las
grandes superficies y los megamercados acabaron con estos oficios. Pero
los verdiales todavía mantienen sus ecos en los fandangos del Castillo de
Locubín, y, sobre todo, el de la aldea de Charilla: La luna se va, se va.../Déjala
tu que se vaya, /que la luna que yo espero,/sale por esa ventana.//Esta noche
voy a ver/la voluntad que me tienes:/si me cierras la ventana/ya sé que tu no
me quieres.//Si me quieres dime sí/ y si no, me das veneno.//Me acabaras de
matar, pero olvidarte no puedo.//. Quiéreme,
charillerita, / mira que soy charillero, y están tocando en la plaza//
fandangos del mundo entero.//
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