En torno a los años noventa del siglo XX, se extinguió la
vida e historia de un tejar que se remonta al orto de los tiempos primeros de
la ciudad del Llano. Como es lógico, en torno al agua y en las afueras de la ciudad
se ubicaron las tenerías, atarazanas, remojaderos y otros oficios más contaminantes. La calle
Tejuela ofrecía para los artesanos todas esas garantías. Por un lado, desde los
Llanos afloraba el agua en la Fuente Tejuela, regaba la vega de las Azacayas y
permitía todo tipo de estanques para cualquier labor de depuración a través de
las aguas. Lo mismo era un lugar adecuado para la alfarería y los tejares. El tejar de la tejuela fue el más famoso y conocido por los que pudimos contemplarlo hasta los años noventa,
en que sufrió la rectificación de su terreno para ampliar la peligrosa curva de
la carretera de Jaén, antiguo camino del Castillo. Gracias a un buen concierto
con los propietarios que ya mantenía en desuso el tejar se logó aquella
ampliación.
Pues bien, viene esto a cuento de que he encontrado los
primeros pasos de aquel tejar nada menos que en el siglo XVI. Ante el escriban
Antón Hernández se comprometen Bartolomé de León y su mujer María Gutiérrez, a arrendar el tejar a Marina González, viuda del jurado Pedro Garrido, en las
siguientes condiciones:
-Se componía de tejar, horno, casa, pozo y, barrero y dos
hazuelas de tierra.
-Se pagaba por arrendamiento de cinco años desde el día de
San Miguel una renta anual de 20 ducados (7,500 maravedíes). No podían sacar el
barro in su licencia ni darla a otra persona salvo a Diego Ruiz cantarero.
Establecía una pena de cuatro ducados por incumplimiento. No podía subarrendarse. Se obligaba al
mantenimiento del pared y arcos del horno, Tenía que pagarle los 25 reales que
le había costado el pozo y los gastos del horno, construidos en este año del
arrendamiento.
-Se localiza en la Tejuela, linde con casas de Pedro Hernández
de Jaén, jurado, u el camino de Castillo
de Locubín.
-Para afrontar los gastos hipotecaron sus casas de la calle Antigua.
-La fecha del contrato dos de julio de 1576.
Los niños de los cántaros de la fuentes, los arrieros de
llevar sus mulas a las fuentes y los usuarios del abastecimiento doméstico por los pilares recuerdan
que eran imprescindibles aquellos cántaros y contemplaban las tejas cuando de compra de un cántaro acudían al tejar de Baltasar, que mantenía el torno de madera, aunque en los
últimos años lo mecanizó con un motor eléctrico.
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