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domingo, 30 de julio de 2017

OFICIOS Y TRADICIONES PÉRDIDAS DE LA SIERRA SUR. PESCADEROS O PLAYEROS.



OFICIOS Y TRADICIONES PÉRDIDAS  DE LA SIERRA SUR. PESCADEROS O PLAYEROS.












Desde tiempos de la conquista, el pescado fue un alimento  básico para los vecinos de las ciudades del reino de Jaén. En tiempos de Cuaresma, se imponía como un alimento obligatorio con el fin de cumplir el ayuno y abstinencia, para todo ser viviente. Incluso, uno de los antiguos caminos que comunicaba con los que se dirigían al Mediterráneo recibió el nombre de los playeros. Se basaba en que los vendedores del pescado subían desde el litoral mediterráneo hasta la misma Mancha. Desde los pueblos que comprendían este  arco costero  entre Torre del  Mar y Motril a través de Vélez-Málaga  hacia las tierras de la Mancha. Tras su recorrido por pueblos malagueños y  granadinos, pasaban por el lindero occidental del término alcalaíno a través de un camino que provenía de Venta de Zafarraya, Alhama de Granada y Villanueva de Mesía y. a través de las cercanías de Íllora y Parapanda, se adentraban en tierras montefrieñas, y en  la Cañada de Ámbar, proseguían la Venta de los Agramaderos, Cortijo de la Cruz y, de allí hasta llegar Puente Suárez y subir a las tierras de Jaén


, donde se expandían por las diversas comarcas a través de caminos secundarios. Entre estos, el primero con que se topaban los playeros era el de Montefrío a Alcalá que  enlazaba con el anterior para traer el producto en la ciudad fortificada de la Mota.  Y abundan los documentos y las huellas de estos comerciantes en esta ciudad de la Sierra del Sur. Pues, estos comerciantes y arrieros no hacían el camino en balde, sino que  se servían de  las ventajas del comercio autárquico, porque, a la vuelta, bajaban con sus serones llenos de productos que escaseaban en las ciudades costeras. Por ejemplo, era muy codiciado el trigo alcalaíno para venderlo a las tierras de Málaga.
Los  arrieros o playeros venían cargados con todo tipo de pescado protegido con la sal y palmas para evitar la descomposición itineraria a causa de las temperaturas. Sus reatas de mulos y burros  transportaban una gama variada de  pescado: desde el cecial al tollo sin dejar el cazón, el pulpo, y, sobre todo la sardina. Al llegar a la ciudad caían en la tentación de venderlo a particulares y en los mesones. Pero las ordenanzas municipales obligaban a que se vendiera en la plaza de la Mota para controlar el peso, los impuestos  y la oferta en la puerta de la harina. Lo hacían en tiendas de la plaza junto con las de hortalizas, frutas y otros mantenimientos, lo que provocaban que al estar descubiertos no les pagaran, o, en invierno sufrieran las incomodidades de la lluvia y de la nieve. Como se transportaba en forma de salazones o seco se colocaban en remojaderos para pasarlo a los tinajones, donde se desalaba y se colocaba en grandes banastas para venderlo en las tiendas de pescadería.  
 
Curiosamente, un documento del acta de cabildo de  la última semana del mes de abril de 1576   nos aclara del momento de levantar las primeras pescaderías en el recinto mencionado. Este es el documento de la primera pescadería  en la Mota: " por debajo del camino del gabán hay disposición de que pudiese hacer  la dicha  pescadería en lugares debajo de la plaza, que es donde ni la muralla ni particular ni la calle recibe perjuicio,  y está en cubierto y se hará con mucho menos costa  ". Los regidores y demás miembros del cabildo municipal  acordaron: ""que la dicha pescaderías se haga por encima del arco del repeso de la harina".

Siglos después, se bajaron al llanillo y, en el siglo XVIII, se colocaron en las casas de enfrente de la Plaza Vieja o del Ayuntamiento  De allí, a mediados del siglo  XX se trasladaron al mercado  de la calle Real y al nuevo del barrio de Andalucía  hasta que se expandió en varias pescaderías de las  plazas, avenidas,  y calles. Por los años treinta, se bajaba a Málaga y Torre del Mar con camiones y camionetas que abastecieron el mercado del pescado en los puestos de las plazas. Las familias de Marañón, Rueda, Arroyo, Rosales e Hinojosa fueron los más conocidos en el comercio y transporte de las pescaderías. A las aldeas, en bicicletas y animales de cargas se comerciaba el pescado de sardinas y boquerones por Juan Peña “Marquitos, en la zona de Santa Ana, los Bastianes y Ferminillos en Mures, los Hinojosa en Las Caserías… Las  grandes superficies y los megamercados acabaron con estos oficios. Pero los verdiales todavía mantienen sus ecos en los fandangos del Castillo de Locubín, y, sobre todo, el de la aldea de Charilla: La luna se va, se va.../Déjala tu que se vaya, /que la luna que yo espero,/sale por esa ventana.//Esta noche voy a ver/la voluntad que me tienes:/si me cierras la ventana/ya sé que tu no me quieres.//Si me quieres dime sí/ y si no, me das veneno.//Me acabaras de matar, pero olvidarte no puedo.//.  Quiéreme, charillerita, / mira que soy charillero, y están tocando en la plaza// fandangos del mundo entero.//
 


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