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viernes, 12 de febrero de 2016

LAS FIESTAS DE LA proclamación de los reyes (iii)



Las fiestas reales más importantes se relacionan con la proclamación de los reyes. Desde la entronización de Felipe V hasta Alfonso XIII, vienen recogidas detalladamente  todas las ceremonias y actos que ilustran los días de celebración. Observamos que la tipología cambia conforme nos acercamos al presente siglo, aunque suelen mantenerse los mismos caracteres. Mantiene algunos elementos de anteriores fiestas como el anuncio por el correo del Presidente de Castilla o el del Consejo de Estado, la posterior Carta Real y el acatamiento del cabildo de la invitación a las fiestas. Su acto más importante es el alzamiento del pendón y la proclamación del nuevo rey por el pueblo. Para ello, al principio, se celebran  en la plaza del castillo de la Mota, donde se aderezan sus puertas, se engalana la plaza y se levanta un tablado. El alférez mayor de la ciudad prepara el estandarte en su casa, donde lo guarda, y prepara las distintas ceremonias con dos diputados del cabildo. A  pesar del carácter festivo, la ceremonia suele tener dos elementos definitorios: las exequias fúnebres por el rey fallecido, que nos referiremos en otro apartado  y el acto de la proclamación. En las casas del ayuntamiento se coloca bajo dosel la efigie del rey, protegido por dos soldados de guardia- alabarderos, de milicia, y de los regimientos de alojamiento-. A la casa del alférez mayor acude la tropa de la ciudad, generalmente, una compañía de soldados o el regimiento alojado para acompañar el pendón junto con la comitiva de todos los miembros del cabildo- oficiales, regidores y jurados y corregidor- y el abad de la ciudad, montados a caballo, ricamente adornados para dicho día. Se  inicia un desfile hasta las casas de cabildo donde colocan el pendón por la mañana temprano. A las diez de la mañana, el corregidor de la ciudad entrega el estandarte al alférez mayor o al regidor más antiguo y se forma una comitiva, que encabezan los porteros , cubiertos de ropas carmesí, y siguen los oficiales-escribanos, jurados, y regidores- hasta el corregidor  que la preside, tutelando el pendón real, que se dirige a la iglesia mayor abacial. Allí, los recibe el abad mayor con todo el cabildo eclesiástico, y que, sentado en su sitial y vestido con pontifical, bendice el pendón. Tras el regreso a las casas de cabildo, el señor corregidor y el alférez mayor, protegidos por los reyes de armas, de lo que van vestidos los porteros, y refrendados por dos escribanos, se asoman al balcón del ayuntamiento- por cierto, en este siglo XVII, ya no se encuentra en la fortaleza de la Mota, sino en casas arrendadas y, posteriormente, en la actuales casas capitulares.



El ceremonial de su proclamación ante el pueblo se repite de una manera inamovible. Los reyes de armas se dirigen al pueblo para pedir silencio con estas palabras:
-Atended, atended, atended.
-Silencio.
A continuación el regidor más antiguo, exclama:
-Castilla, por Felipe V, que por siempre viva.
Repetido en tres ocasiones y contestado por la muchedumbre:

-Viva.
La muchedumbre se arremolina en torno al estrado, porque  el regidor más antiguo suele repartir monedas de plata y reales de vellón.
Después, se traslada la comitiva al castillo de la Mota con el mismo orden- porteros con mazas, escribanos del cabildo, jurados con el alcalde mayor, regidores, y en la parte final, el corregidor y el alcalde mayor con el estandarte. Allí lo espera el capitán de milicias, formando filas con los arcabuces, y manteniendo el orden de la plaza del ayuntamiento, se dirigen al castillo que tiene las puertas cerradas, donde se encuentra el capitán, que pregunta:
-) Quien llama?
-El rey Felipe V. Contesta el alférez.
- No conozco sino a Carlos II, que me ha puesto en este sitio. Le contesta el alcaide de la fortaleza.
- Abra, alcaide, a Felipe V, Nuestro Señor Rey de España, que Carlos II ya es muerto y pasado de esta presente vida. Le contesta el alférez.

-En fe de esa palabra y , dándomelo por testimonio, abriré dicha puerta.
Al decir estas palabras, se abren las puertas del castillo y entra todo el cabildo y la ciudad  en el patio, donde se  queda con su alcalde mayor y un escribano del ayuntamiento. El corregidor y alférez mayor con el estandarte, y acompañados de los reyes de armas y dos escribanos suben a la torre, desde donde se divisa toda la ciudad. Hacen arbolada del estandarte y los reyes de armas repiten los gritos de la plaza, pidiendo silencio, proclamando al rey y siendo correspondidos con los vivas de la gente. En este momento, las chirimías y arcabuceros lanzas sus sones militares y las salvas de honor en hacimiento de gracias.
Vuelve la ciudad a formar las filas referidas, encaminándose  hacia la plaza, precedida de la compañía de la milicia, y sube a la casas de Justicia, donde residen el corregidor, allí suben al balcón el corregidor, los reyes de armas y el alférez mayor con el estandarte, desde donde se hacen las mismas aclamaciones y el alférez mayor arroja monedas al  pueblo en nombre de su majestad. Vuelve a las casas de Cabildo y colocan el estandarte bajo el dosel, flanqueándolo con un cuerpo de guardia de la compañía de milicia con la orden de que se mantengan hasta que se ponga el sol.
Curiosamente, este resumen está recogido de una detallada descripción del escribano del cabildo del año 17OO, que hasta refiere la nota curiosa de que el corregidor se entró con los regidores del cabildo para dar el punto o las vacaciones de Pascua en el Ayuntamiento por ser el día de la proclamación el veinticuatro de diciembre de 1700.
Refleja perfectamente este acto de proclamación el mantenimiento de los tres estamentos: el municipal, que representa al pueblo y la bendición de la iglesia, el gubernativo-judicial en la figura del corregidor, y el militar en la figura del alcaide y la compañía de los soldados. Conforme avance el siglo XVII, los distintos elementos se superpondrán y  desaparecerán algunos, fruto de una evolución, en la que el elemento político alcanzará mayor predominio frente a otros elementos[11].
Estos actos se repiten miméticamente a lo largo de los dos siglos posteriores, y son descritos pormenorizadamente por el escribano del cabildo. La proclamación de Luis I fue muy vistosa, porque participó en el desfile  la compañía de los granaderos armados de espada y con los gastadores e instrumentos de abúes, timbales y tambores y resaltó el vestido de los miembros de cabildo, con sus vestidos negros, plumaje y joyas. Los actos de proclamación se llevaron a cabo en la calle Real, ya que el ayuntamiento estaba en una casa alquilada y las proclamaciones se hicieron por primera vez en los tablados colocados en la calle Real y la placeta de la Trinidad[12].
En el año 1746, con la proclamación de Fernando VI destaca acto de la presentación del retrato del rey, que así es descrito:

a las doce del día se manifestó al público el retrato que se ha hecho a S.M. el Rey, que Dios Guarde, con la solemnidad, aparato y decencia correspondiente, cuyo retrato se colocó bajo de su dosel en los balcones de las casas capitulares con el adorno de las colgaduras en todos ellos, y estando prevenidas las dos compañías de soldados llamadas para esta  función formadas en la plaza pública de esta Ciudad, ante las puertas de estas casas capitulares, la de caballería con sus clarines y timbales, y la de infantería con sus tambores y flautas, y teniendo formado su cuerpo de guardia en las puertas de dichas casas, y en el balcón, a los lados del citado real retrato, algunos soldados de guardia, y todos ellos con sus respectivos uniformes; al dar el reloj la dicha hora de las doce, corrieron la cortina y descubrieron el citado real retrato, disparando al mismo tiempo la fusilería y echando a vuelo y repicando las campanas de las iglesias de esta ciudad, disparando variedad de fuegos y tocando las chirimías, clarines, timbales, tambores y flautas y haciendo todas las demás demostraciones de júbilo correspondientes a la lealtad con que esta muy Noble Ciudad  se ha manifestado siempre para con sus Reyes y Señores naturales.
El acto de la proclamación comenzaba recogiendo de su casa  al alférez mayor por parte de los cuatro comisarios regidores, montados a caballo y precedidos por la compañía de caballos con sus clarines y timbales y los porteros, vestidos de reyes de armas. Tras entrar en el ayuntamiento, suben todos los caballeros y regidores junto con el corregidor al balcón del Ayuntamiento, donde estaba el retrato del Rey y el pendón. Allí, el alcaide , en este año don José de Estrada y Manrique, y también regidor más antiguo,le entrega al corregidor el estandarte besándolo y diciendo estas palabras en presencia de los Reyes de Armas y de todo el cabildo  :

-En nombre de la Muy Noble y Leal Ciudad, se lo entrego a v.m. para que lo pase a manos del señor alférez Mayor, para que ejecute la Real Proclamación, que la Ciudad  en consecuencia de su lealtad estaba pronta y dispuesta para ello.
El corregidor tomó el pendón diciéndole a don Manuel de Lastres, alférez Mayor:
-Señor don Manuel de Lastres, alférez mayor de esta ciudad, en nombre de S. M. el Rey Nuestro Señor, que Dios guarde, cuya jurisdicción administro, entrego a vuestra señoría este Real estandarte, para que en su nombre levante y proclame, manifestando el vasallaje en que estamos constituidos a S.M. el señor Fernando Sexto.
Lo tomó respetuosamente el alférez respondiéndole:
-En cumplimiento de su obligación, empleo y lealtad, estaba pronto a proclamar su Real Nombre y batir su estandarte.


Hay algunos detalles que complementan el acto. El uniforme  nos indica la nueva moda del momento: casacas y calzones negros y chupas blancas, que importaron trescientos treinta doblones. Se confeccionó un nuevo pendón El desfile, este año, se componía de la tropa de caballería con timbales y clarines y espada en mano, seguidos de los alguaciles con mazas de plata y las ropas de damasco carmesí, los escribanos, los jurados y regidores, los reyes de armas de dos en dos y el corregidor, acompañado a su derecha por el alférez. Cerraba la comitiva la tropa de infantería de guardia del dicho pendón. El acto de la proclamación del pueblo se realizaba en varios tablados de la ciudad, y en cada una de las esquinas, con el mismo formulario de otras ocasiones. Era una novedad que éstos estuvieran colocados en la plaza de las nuevas casas consistoriales, en el Llanillo,  en la calle Trinidad y en la calle Real. En cada uno de los sitios, los mismos formularios, reparto de monedas y aclamaciones del pueblo acompañados de las salvas de fusilería.
Tras los gritos de :
- Castilla, Castilla, Castilla.
-Este pendón y estandarte se levanta la ciudad por su  rey y señor, el señor don Fernando VI.
se coloca el estandarte bajo dosel en el mismo sitio, montando la guardia de dos soldados durante tres días y se despide al alférez mayor con la misma ceremonia que su llegada hasta dejarlo en su casa. Un refresco cumplimentaba a las autoridades.
Por la noche se celebraron fuegos y luminarias, continuándose las noches siguientes. En medio del día se hizo una corrida de toros que costó cien doblones.

La llegada del rey Carlos III tuvo una gran acogida en nuestra ciudad. Para ello, se prepararon monedas especiales de plata con la efigie del rey en una cara y las armas de la ciudad (consisten en una llave, orlada de Castilla y leones con las letras correspondientes). El escribano del año 1759 relató todos los actos de proclamación, que muestran un momento distinto de la vida española. La fachada del ayuntamiento se adornó con colgaduras de damasco carmesí y galones de  oro en todos los balcones y rejas. El retrato del Rey Carlos III, obra de Melgar, se  puso en el dosel del balcón central. Los soldados pertenecían a  los milicianos de la ciudad con sus fusiles y del regimiento de Caballería de Calatrava, alojado en la ciudad con sus clarines y timbales. Se repite el acto de la manifestación del retrato del rey, el de la recogida del alférez mayor, que es recibido en la antesala del ayuntamiento por la ciudad y le entrega al portero el estandarte, y los  actos de proclamación. El uniforme de los miembros del cabildo municipal no variaba salvo las chupas u vueltas de tela blanca con felpas y flores de oro y seda de colores, botines, pelucas y sombreros iguales, que nos muestra los pequeños cambios de la moda. En el acto de la proclamación se dijeron las siguientes palabras rituales de silencio y llamada de Castilla, cambiando el formulario de vasallaje:
-Este pendón y estandarte se levanta en la ciudad de Alcalá la Real por su rey y señor , el señor don Carlos III, que Dios guarde por muchos años y felices años.
Tras batir el pendón, se nos describe la ceremonia del reparto de monedas de plata, que llevaba el mayordomo en un precioso cofre y cuyas llaves custodiaba el escribano del cabildo. El recorrido a caballo por los otros tablados- Llanillo, placeta de la Trinidad y Real, se describe con el vestido de gala de  la comitiva, precedida de un sargento y cinco soldados de caballería montados con espada en mano, y el orden  de otras ocasiones. Los caballos del alférez, alcaide y regidores llevaban recios aderezos y con su volantes bien vestidos del lado de cada uno, con sus criados de librea con vestidos nuevos y muy bien galoneados. El resto de la caballería militar presentaba un

vestuario nuevo con uniforme bien equipado y la espada en mano para proteger el estandarte, a cuyo frente iba el teniente coronel. Se mantienen por tres días  la despedida del alférez, la guardia del pendón y el final nocturno de luminarias y fuegos. El refresco se detalla y consistió en bebidas, dulces y chocolate, servido por los porteros a todos los miembros del cabildo, corregidor y alcalde mayor[13].-          

En el año 1789, el acto de la proclamación de Carlos IV se complementa con dos nuevos actos que recogen una tradición anterior interrumpida en los anteriores reinados: la bendición del pendón y la misa de Te Deum en la Iglesia mayor por parte del cabildo eclesiástico.
En el primero de los actos, la ciudad se reunía unos días antes en las casas capitulares con todos sus miembros- corregidor, alcaide de la fortaleza, regidores y diputados del común, personero y jurados. Los comisarios del acto recogían en el Palacio Abacial al señor Abad y lo acompañaban hasta la iglesia de los Padres Terceros de San Francisco, donde estaba la sede de  la iglesia mayor. Una vez terminado el acto, acudía al cabildo donde avisaban que estaban preparados  todo el cabildo eclesiástico y los miembros de los distintos de las otros conventos dispuestos para iniciar la ceremonia. Tras la orden del señor corregidor de formar la comitiva, se  dirigían a la iglesia a las doce de la mañana. En aquel año abría  el orden el sargento de la infantería de Navarra con cuatro soldados armados, le seguían dieciocho músicos, después dieciocho volantes, vestidos de gala y en fila de cuatro; tras ellos, el alguacil mayor y los oficiales del cabildo, los porteros, de damasco carmesí, guarnecido con galones de oro, mazas y escudos de plata con sus arañas, los escribanos, los jurados, regidores, comisarios de ganado, de fiesta, regidores, alcaide, capellán del a ciudad, los reyes de armas, vestidos para la ceremonia, el corregidor y a su derecha el alférez con el pendón y  varios regimientos de infantería. Los recibieron cuatro miembros del cabildo eclesiástico a las puertas del templo. Tras colocarse en el sitio destinado de la iglesia, se bendijo el pendón por el señor abad, al mismo tiempo que se descargaron varias cargas por los regimientos uniformados en la puerta. La comitiva volvió con el mismo orden pero uniéndose entre ellos el cabildo eclesiástico y la comunidad franciscana. El dosel, realizado de damasco carmesí y adornos de oro, estaba cubierto con una cortina, en un balcón central junto al cual se colocó el estandarte. El acto de la manifestación del retrato del rey  es similar a otros anteriores, aunque destaca la aclamación popular con una nota pintoresca:
echándose a vuelo la campana de las casas consistoriales y de todas las iglesias de la ciudad, tocando varios conciertos y sonatas con timbales, clarines y otros instrumentos músicos que estaban prevenidos, resonando los vivas y aclamaciones del numeroso público.
El acto de proclamación se realizaba a las tres de la tarde
con los mismos pasos que en anteriores ocasiones. Sin embargo, es interesante el adorno de las fachadas del ayuntamiento:
con colagduras de damasco, varias arañas de cristal, gran número de cornucopias, y otras alhajas y lo mismo las de las Casas Portales de la pescadería.

La compañía de caballería de Alcántara, formando los cuatro primeros  bastidores, seguidos de  los clarines y timbales ,y la música de la compañía de Granada, y todo el regimiento, acompañaban a todos los actos y al cabildo  con la  espada en mano, diferentes caballos, ricamente enjaezados, y  criados de librea del cuerpo y varios coches de respeto. Sin embargo los tablados, estaban ricamente adornados con arcos triunfales y el itinerario cambió este año por el Llanillo, calle Verácruz, placeta de san Juan , de la Trinidad y calle Real, por encima de la fuente de la Mora. La costumbre de las monedas de plata se hizo tradición con las efigies del Rey y reina y las armas de la ciudad. El vestuario del cabildo cambió con calzones  y casacas de terciopelo negro, forradas de tafetán de color de leche, chupas del mismo color, bordadas de oro, guantes blancos, botines negros, pelucas y sombreros con los caballos también enjaezadas y con cintales uniformes con los volantes.
Por la noche se celebraban en medio de las luminarias y fuegos artificiales las mojigangas, en las que participaban los diversos gremios de la ciudad. Estas pequeñas  actuaciones consistirían en pequeñas escenificaciones de disfraces tan frecuentes en la Semana Santa, aunque con  un sentido distinto festivo y lúdico.

El segundo acto consistía una función religiosa , oficiada de pontifical, que la dedicaba el abad en honor de la exaltación del Rey y acierto de  su reinado, a la que asistía la ciudad, participando del Te Deum y misa solemne[14].

La proclamación de Carlos IV establece definitivamente las líneas de programación de futuros reyes. No así, la de Fernando VII, que recibió varios aplazamientos al no entender claramente los dos cabildos las razones de la abdicación, quedando reducido a una misa en la Iglesia de Consolación y el acto de la proclamación. Tan solo, destaca el de Isabel II en el año 1843, en que durante tres días se programan el de la muestra del retrato y bendición del pendón, la proclamación del estandarte y la misa de Te Deum, y la corrida de toros y el baile popular en los lugares apropiados. No obstante, las fiestas de luminaria, la iluminación de la plaza y casas de enfrente y el refresco tendrán unas nuevas características.  Así, se ampliará este acto con la invitación del abad, el comisario y los jueces. La milicia nacional está formada por gente de la ciudad. A la ceremonia del Te Deum se a acude con una carro que porta el retrato de la reina en volandas. Se celebran corridas de toros y las mojigangas de gremios se aumentan con las de los hombres del partido del campo. Destaca que se hace una coincidencia de mojiganga, comparsa y máscara  durante todas las noches y la distinción de gremios de la ciudad y de los partidos de los campos. Por la noche, los tres días acaban con veladas  musicales, fuegos, castillos y luminarias [15]. El acto protocolario, de acuerdo con las nuevas bases municipales y constitucionales, que han derogado la figura del corregidor, alcaide y alférez, son ejercidas por el alcalde segundo y primero o constitucional. Los alguaciles y empleados del ayuntamiento ocupan el puesto de los porteros y los escribanos. 

Todos los momentos de la vida del monarca se viven con intensidad, su participación en la batalla por medio de rogativas, la llegada a la Corte, pero sobre todo, se participa de los momentos de enfermedad. Dentro de ellos, aunque pocos en la historia de España, son los atentados, el año 1852, el cura Merino atentó contra la reina Isabel II. El día dieciséis tuvo lugar un cabildo en el que se fijaron las fiestas  por el feliz restablecimiento de la reina. A la tradicional misa de Te Deum acudía la ciudad, representada por el ayuntamiento, miembros de la beneficencia, militares, comisarios de enseñanza y empleados públicos, que se les invitó tras la ceremonia. En la procesión cívica, se engalonaron las calles de la estación y se desplazó una carroza con el retrato de Isabel II, acompañada de música marcial y repique de campanas. Por la noche hubo iluminarias.



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