Entre las puertas de la entrada de la Mota, quedan en pie las del Arrabal, Lanzas, Imagen y Peso de la Harina o de la Plaza Baja o de la Villa; cerrada la de la Puerta Nueva; localizadas y recuperadas con nuevo formato de Santiago o del Aire; la del Cambrón y Granada, en buen estado, localizadas y con arranque de pilares de entrada, Martín Ruiz y Zayde. Esta última se encuentra localizada al pie de la Torre de la Cárcel Real, y, abierta su calle de entrada, real como se llamaba cualquier calle que se abría, desde el Rastro a la calle del Postigo. Comunicaba el barrio del Rastro,Puerta Nueva y Matadero con el de Santo Domingo, y, a través de la calle Postigo con el de la ciudad fortificada de la Mota; y a la Plaza por el Cañuto hasta que se mantuvo levantado en 1580. En su entorno existían casas, como lo demuestra este documento en 1526, ante Francisco Ordoñez, por un censo de Pedro Jimenez de las Vacas casado con Catalina González que le hizo el licenciado Diego López de Villalobos en la cantidad de 10.000 maravedíes sobre unas casas bajo la Puerta de Martín Zayde, linderas con Pedro Martín de Castilla, Por estas fotos recreamos, el contexto, son obra de Pacomures, Francisco García Pérez a quien le agradezco la colaboración. Por su colocación y ubicación se comprende la Leyenda de la Mina, por aquí acabaría el pasadizo de salida de la ciudad fortificada y no por la falda de los Llanos.
ESTA ES LA LEYENDA QUE EDITAMOS
viernes, 11 de julio de 2014
La leyenda de la Mina
La última vez que me recordaron el nombre de La Mina fue con motivo de una conducción de agua que bajaba al Cuartel de la Guardia Civil. Se había agotado aquel canal de agua y los miembros de la Benemérita, alarmados me pidieron ayuda en mi servicio municipal. Y ahondé en los derechos adquiridos su historia.
Ví La mina, de pequeño, y mis abuelos me habían contado miles de historias. La mina se ubicaba en la falda del nuevo barrio que había nacido en torno a las calles de Moreas de Gamboa y Tal de Arroba. La orientaba un cronista hacia el occidente del barrio de las Cruces, moteado de blancas cruces.
Pero realmente se hallaba en dirección sur, en la ladera de los peñascos de la linde majestuosa de los Llanos, hacia el promedio de ese cerro, que como decía este insigne Personaje “a cuyos pies tiene Alcalá su caserío, abre su boca una mina, cubierta de zarzas y tomillos, cuya senda tortuosa y estrecha, descendiendo con el declive de la ladera, parece como que va a perderse por bajo de las primeras casas enclavadas en sus faldas”.
Hubo un antepasado que me comentó las célebres brujas cerniendo higos que se transformaron en personajes provistos del espíritu de la hechicería; otro me comentaba que a un familiar suyo aquella hechicera lo había dejado encantado y no daba respuesta a nadie; algunos se remontaban a los tiempos del principio de la Edad Moderna y comentaban que allí acudían y se refugiaban los duendes que acudían por la noche a la Mota, a la casa del Miedo; más consistencia tenía el hecho de que esta mina había sido refugio de los monfíes cuando acudían a Ruta entre cuentos y leyendas. Desde los miradores de las Cruces asaltar a los arrieros y sus recuas en su paso desde la Campiña a Granada; dicen que un pariente mío vio algunos bandoleros de la Sierra de Ronda esconderse
en aquella Mina para despistar a los alguaciles y caballeros de la sierra que le seguían los pasos. Con mi padre, me acerqué una vez al hueco de aquella mina, pero, lleno de
miedo, no me atrevía a bajar al fondo de aquella oquedad y nunca pude descifrar su misterio. No sé si allí había tiestos de vasijas o restos de fuego, ni jergones de paja, ni nada de nada. Pero un amigo de mi niñez el Pacuco nos condujo a ella en una día de batalla infantil entre barrios alcalaínos. Se introdujo entre sus matorrales, buscando el palacio de oro, que le había comentado su abuela, lleno
de estalactitas y estalagmitas, para descubrir la presencia de una reina de hadas sentada en el trono de marfil, que había salvado del hambre a un niño pobre del barrio del Arrabal. Fue el único que se atrevió a avanzar con una caja de cerillas actuales, y un pedernal por si fallaba eñ fósforo y estopa. Le acompañaba Patavana, con una capacha de su padre portando todos aquellos elementos incendiarios
y una vela. Lo esperábamos sentados bajo un almendro; y se nos hacían los minutos horas, y a ellos semanas. Al principio sentíamos algún que otro alarido y grito, pues parecían que topaba su cabeza con alguna piedra imprevista de la bóveda natural de aquella oquedad circular. Al fin, los vimos salir. Nos abrazamos. Andamos con un azogue especial, para preguntarles muchas cosas.
Ávidos de conocer muchas historias, de contemplar los tesoros escondidos. Nuestra primera pregunta consistió en si habían visto a los hombres de piedra, aquellos liliputienses de que habían poblado las entrañas de la tierra, o si les habían quitado las hachas de sílex. No nos daban satisfacción alguna, solo los harapos y zancajos de sus ropas se nos presentaban a nuestra vista. Dejando aparte estos seres, le preguntamos ya por historias de moros y cristianos.
-Escucha, Pacuco, Pacuco,
-Bueno, que no he visto nada.
-Pero mi padre me leyó sobre un pasadizo que desde aquí llegaba por debajo de tierra a otra mina del pie de la torre de la Cárcel Real.
-Cuenta, cuenta, hemos visto una oscuridad.
-Te cuento: Sabes las veces que hemos entrado por esa mina en el torreón de la Mazmorra, que se yergue como torre barbacana de la fortaleza de la Mota.
-Claro que sí. Allí, hay un hueco similar, oscuro. Lanzamos piedras y suena el agua y retumba en su fondo.
-Pues, entonces me confirma la leyenda de la Mina. Aquella que hicieron bajo tierra en tiempos de los cartagineses, la utilizaron los romanos y no nos extraña que los visigodos se escondieran.
-Más que camino oculto subterráneo, que arranca de la mazmorra, es un escondrijo o guarida de animales.
-Déjame, que prosiga. Desemboca en el Cerro de enfrente, tenlo por seguro, bajo un peñón. Fue obra humana. Pasaron los tiempos, y quedó en el olvido, como si fuera
un túnel sin fondo. Algunos intentaron atravesarlo por curiosidad, sobre todo, algunos muladíes para salvarse de las garras de otros musulmanes.
Pero no pudieron volver. Lo que te puedo asegurar es esta historia.
-Dime cual.
-En 1340, Alcalá se encontraba asediada y cercada por las tropas de Alfonso XI. No podían salir sus moradores de la fortaleza para enviar misivas al rey granadino. Entonces el alcaide Ibrahim cayó en la cuenta de que existía este pasadizo comentado en muchas ocasiones por los ancianos del lugar. Convocó al pueblo en el patio de armas de la torre del caid. Allí les pidió que necesitaba un hombre valiente para que asumiese una hazaña especial. Tenía que avisar al rey granadino que estaban cercados y debía acudir en su ayuda. Se ofreció Tayre. Era un hombre de espíritu inquieto, capaz de todo como un adalid castellano, una auténtico almogávar, osado, de mediana estatura, su guardia personal, y también archero distinguido; no necesitaba altura para hacer muestras de su valor.
El alcaide lo llamó al aposentó de su palacete y le desveló que existía un pasadizo que nacía de la mazmorra y moría en las Torres Bermejas, a quinientos pasos de la cuartel castellano, a través de aquel conducto debía pasar por el camino de Guadix, y de allí avisar a las tropas granadinas que estaban cercados. Tayre no dudó, no podía soportar más la humillación que sufrían de parte los cristianos,
los padecimientos de sed y hambre durante tantos meses de asedio. No se lo pensó dos veces, se hizo de una lucerna de bronce y de una antorcha, se introdujo por la sal de la mazmorra de la torre de la Cárcel Real, y, logró atravesar aquel pasadizo. Llegó a la corte granadina, donde fue recibido por su rey. Pero, de nada le valieron sus lamentos y dotes de persuasión. No recibió respuesta alguna.
Volvió a su tierra, con la callada como respuesta. El rey no tenía tropas de refuerzo en aquellos momentos, porque estaban dedicadas a cubrir otros flancos.
Ante el alcaide alcalaíno no hacía sino lanzar improperios contra su rey. El rey convocó al pueblo y no les dio más opción que entregarse a las tropas cristianas. Unos meses después, un grupo de ellos se avecindaba en Moclín y otro en el Norte de África, donde recuerdan el nombre de Said en algunas aldeas del Atlas.
Nos contaron que los rasguños recibidos no eran sino fruto de haberse arrastrado como cangrejos y los descosidos de pantalones y camisas se los había causado la estrechez de la parte final. Desilusionados, decían que ni la esfinge ni la Sibila de Cumas habían salido a su encuentro. Tan sólo al final se contemplaba una profunda sima que goteaba y formaba un pozo de agua. Pero, de ahí que hubiera un pasadizo era otro cantar.
-Probablemente, el emisario del alcaide Ibrahim buscó otras salidas de la fortaleza asediada, la puerta poterna, la Peña Horadada… O se vistió de cristiano para evadir la vigilancia de los asediadores -se dijo Pacuco muy alicaído por su vano intento.
Años después, se excavó la Torre de la Cárcel, se restauró, se pudo bajar a través de la portichuela de la sala de la primera bóveda nervada con la estrellas de ocho puntas a la mazmorra, la sala baja con bóveda estrellada, y aparecióun hueco, el principio del pasadizo, ....que pena..quedó interrumpido y mojaba su humedad por alguna conducción de agua...y hay un pozo al lado....entonces, el pasadizo, dónde quedó ?
Bajo el suelo reconstruido tras la toma de 1340 y levantar esta torre. Era lógico que la torre comunicaba con Puerta Zayde, no con la Mina.Pero las leyendas son leyendas.
ESTA ES LA LEYENDA QUE EDITAMOS
viernes, 11 de julio de 2014
La leyenda de la Mina
La última vez que me recordaron el nombre de La Mina fue con motivo de una conducción de agua que bajaba al Cuartel de la Guardia Civil. Se había agotado aquel canal de agua y los miembros de la Benemérita, alarmados me pidieron ayuda en mi servicio municipal. Y ahondé en los derechos adquiridos su historia.
Ví La mina, de pequeño, y mis abuelos me habían contado miles de historias. La mina se ubicaba en la falda del nuevo barrio que había nacido en torno a las calles de Moreas de Gamboa y Tal de Arroba. La orientaba un cronista hacia el occidente del barrio de las Cruces, moteado de blancas cruces.
Pero realmente se hallaba en dirección sur, en la ladera de los peñascos de la linde majestuosa de los Llanos, hacia el promedio de ese cerro, que como decía este insigne Personaje “a cuyos pies tiene Alcalá su caserío, abre su boca una mina, cubierta de zarzas y tomillos, cuya senda tortuosa y estrecha, descendiendo con el declive de la ladera, parece como que va a perderse por bajo de las primeras casas enclavadas en sus faldas”.
Hubo un antepasado que me comentó las célebres brujas cerniendo higos que se transformaron en personajes provistos del espíritu de la hechicería; otro me comentaba que a un familiar suyo aquella hechicera lo había dejado encantado y no daba respuesta a nadie; algunos se remontaban a los tiempos del principio de la Edad Moderna y comentaban que allí acudían y se refugiaban los duendes que acudían por la noche a la Mota, a la casa del Miedo; más consistencia tenía el hecho de que esta mina había sido refugio de los monfíes cuando acudían a Ruta entre cuentos y leyendas. Desde los miradores de las Cruces asaltar a los arrieros y sus recuas en su paso desde la Campiña a Granada; dicen que un pariente mío vio algunos bandoleros de la Sierra de Ronda esconderse
en aquella Mina para despistar a los alguaciles y caballeros de la sierra que le seguían los pasos. Con mi padre, me acerqué una vez al hueco de aquella mina, pero, lleno de
miedo, no me atrevía a bajar al fondo de aquella oquedad y nunca pude descifrar su misterio. No sé si allí había tiestos de vasijas o restos de fuego, ni jergones de paja, ni nada de nada. Pero un amigo de mi niñez el Pacuco nos condujo a ella en una día de batalla infantil entre barrios alcalaínos. Se introdujo entre sus matorrales, buscando el palacio de oro, que le había comentado su abuela, lleno
de estalactitas y estalagmitas, para descubrir la presencia de una reina de hadas sentada en el trono de marfil, que había salvado del hambre a un niño pobre del barrio del Arrabal. Fue el único que se atrevió a avanzar con una caja de cerillas actuales, y un pedernal por si fallaba eñ fósforo y estopa. Le acompañaba Patavana, con una capacha de su padre portando todos aquellos elementos incendiarios
y una vela. Lo esperábamos sentados bajo un almendro; y se nos hacían los minutos horas, y a ellos semanas. Al principio sentíamos algún que otro alarido y grito, pues parecían que topaba su cabeza con alguna piedra imprevista de la bóveda natural de aquella oquedad circular. Al fin, los vimos salir. Nos abrazamos. Andamos con un azogue especial, para preguntarles muchas cosas.
Ávidos de conocer muchas historias, de contemplar los tesoros escondidos. Nuestra primera pregunta consistió en si habían visto a los hombres de piedra, aquellos liliputienses de que habían poblado las entrañas de la tierra, o si les habían quitado las hachas de sílex. No nos daban satisfacción alguna, solo los harapos y zancajos de sus ropas se nos presentaban a nuestra vista. Dejando aparte estos seres, le preguntamos ya por historias de moros y cristianos.
-Escucha, Pacuco, Pacuco,
-Bueno, que no he visto nada.
-Pero mi padre me leyó sobre un pasadizo que desde aquí llegaba por debajo de tierra a otra mina del pie de la torre de la Cárcel Real.
-Cuenta, cuenta, hemos visto una oscuridad.
-Te cuento: Sabes las veces que hemos entrado por esa mina en el torreón de la Mazmorra, que se yergue como torre barbacana de la fortaleza de la Mota.
-Claro que sí. Allí, hay un hueco similar, oscuro. Lanzamos piedras y suena el agua y retumba en su fondo.
-Pues, entonces me confirma la leyenda de la Mina. Aquella que hicieron bajo tierra en tiempos de los cartagineses, la utilizaron los romanos y no nos extraña que los visigodos se escondieran.
-Más que camino oculto subterráneo, que arranca de la mazmorra, es un escondrijo o guarida de animales.
-Déjame, que prosiga. Desemboca en el Cerro de enfrente, tenlo por seguro, bajo un peñón. Fue obra humana. Pasaron los tiempos, y quedó en el olvido, como si fuera
un túnel sin fondo. Algunos intentaron atravesarlo por curiosidad, sobre todo, algunos muladíes para salvarse de las garras de otros musulmanes.
Pero no pudieron volver. Lo que te puedo asegurar es esta historia.
-Dime cual.
-En 1340, Alcalá se encontraba asediada y cercada por las tropas de Alfonso XI. No podían salir sus moradores de la fortaleza para enviar misivas al rey granadino. Entonces el alcaide Ibrahim cayó en la cuenta de que existía este pasadizo comentado en muchas ocasiones por los ancianos del lugar. Convocó al pueblo en el patio de armas de la torre del caid. Allí les pidió que necesitaba un hombre valiente para que asumiese una hazaña especial. Tenía que avisar al rey granadino que estaban cercados y debía acudir en su ayuda. Se ofreció Tayre. Era un hombre de espíritu inquieto, capaz de todo como un adalid castellano, una auténtico almogávar, osado, de mediana estatura, su guardia personal, y también archero distinguido; no necesitaba altura para hacer muestras de su valor.
El alcaide lo llamó al aposentó de su palacete y le desveló que existía un pasadizo que nacía de la mazmorra y moría en las Torres Bermejas, a quinientos pasos de la cuartel castellano, a través de aquel conducto debía pasar por el camino de Guadix, y de allí avisar a las tropas granadinas que estaban cercados. Tayre no dudó, no podía soportar más la humillación que sufrían de parte los cristianos,
los padecimientos de sed y hambre durante tantos meses de asedio. No se lo pensó dos veces, se hizo de una lucerna de bronce y de una antorcha, se introdujo por la sal de la mazmorra de la torre de la Cárcel Real, y, logró atravesar aquel pasadizo. Llegó a la corte granadina, donde fue recibido por su rey. Pero, de nada le valieron sus lamentos y dotes de persuasión. No recibió respuesta alguna.
Volvió a su tierra, con la callada como respuesta. El rey no tenía tropas de refuerzo en aquellos momentos, porque estaban dedicadas a cubrir otros flancos.
Ante el alcaide alcalaíno no hacía sino lanzar improperios contra su rey. El rey convocó al pueblo y no les dio más opción que entregarse a las tropas cristianas. Unos meses después, un grupo de ellos se avecindaba en Moclín y otro en el Norte de África, donde recuerdan el nombre de Said en algunas aldeas del Atlas.
Nos contaron que los rasguños recibidos no eran sino fruto de haberse arrastrado como cangrejos y los descosidos de pantalones y camisas se los había causado la estrechez de la parte final. Desilusionados, decían que ni la esfinge ni la Sibila de Cumas habían salido a su encuentro. Tan sólo al final se contemplaba una profunda sima que goteaba y formaba un pozo de agua. Pero, de ahí que hubiera un pasadizo era otro cantar.
-Probablemente, el emisario del alcaide Ibrahim buscó otras salidas de la fortaleza asediada, la puerta poterna, la Peña Horadada… O se vistió de cristiano para evadir la vigilancia de los asediadores -se dijo Pacuco muy alicaído por su vano intento.
Años después, se excavó la Torre de la Cárcel, se restauró, se pudo bajar a través de la portichuela de la sala de la primera bóveda nervada con la estrellas de ocho puntas a la mazmorra, la sala baja con bóveda estrellada, y aparecióun hueco, el principio del pasadizo, ....que pena..quedó interrumpido y mojaba su humedad por alguna conducción de agua...y hay un pozo al lado....entonces, el pasadizo, dónde quedó ?
Bajo el suelo reconstruido tras la toma de 1340 y levantar esta torre. Era lógico que la torre comunicaba con Puerta Zayde, no con la Mina.Pero las leyendas son leyendas.
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