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jueves, 23 de mayo de 2019

El contacto de Pablo de Rojas con el círculo antequerano y cordobés








     En los años ochenta, comienza a trascender su fama a  territorios lejanos a la capital granadina y no es extraño verlo relacionado en la ejecución de imágenes que posteriormente otros artistas compartieran en distintos momentos de la elaboración artística. Este campo, aun sin investigar, nos ha ido descubriendo diversas aportaciones para el conocimiento de la obra de Pablo de Rojas. Unas veces, la influencia de su impronta artística  es tan evidente que sus huellas en la nueva visión iconográfica y en el manejo de la gubia hacían difícil la atribución en posibles e hipotéticos discípulos. Otras han puesto al descubierto o  han insinuado la fase escultórica a favor del maestro y se constata la reserva de la policromía y pintura para los discípulos en las ciudades.
   Uno de estos casos es el recientemente descubierto círculo antequerano que, como en otros muchos lugares, tuvo lugar en  los últimos decenios del siglo XVI. A su sombra- y no olvidamos que por los años cincuenta en casa de su padre Pedro Sardo aparece un hijo de un tal Pedro López de Antequera  para enseñarle el oficio como aprendiz y anteriormente a un tal Juan-, un gran número de imagineros, escultores y pintores manifiestan la huella de Pablo de Rojas. Entre ellos, destacan Juan Vázquez de la Vega, Diego de la Vega, Andrés de Iriarte, Baltasar López, Luis de Haya, y Alonso Martín Alamilla. Claro ejemplo de ello es la imagen del Virgen del Rosario del convento de Santo Domingo de Antequera, una imagen de bulto redondo, de 130 de altura con drapeado de paños muy clásico y ricamente estofado, erguida y sosteniendo al Niño en la mano izquierda y el cetro en la derecha, cuyo rostro ofrece una gran serenidad, toda ella  de gran delicadeza, que a José Escalante López le hace pensar en el estilo de Pablo de Rojas y su escuela. Sin embargo, el mencionado investigador recientemente descubrió que en el año 1587 se le encargaba a Juan Vázquez de la Vega.
     Y aún más, este imaginero se encuentra muy relacionado con el maestro de cantería Francisco Gutiérrez Garrido en diversas obras y retablos de la ciudad de Antequera, el mismo personaje, de origen norteño y residente en Antequera, que se le ve interviniendo en los años finales del siglo XVI y principios del siglo XVII en la capital granadina y en la abadía de  Alcalá la Real. Y lo que es más evidente, de la colaboración entre los artistas, en el año 1690, Pablo de Rojas realizó una imagen de San Pedro  para la cofradía del mismo nombre de Lucena y fue pintada por Antonio Mohedano y el mencionado Juan de la Vega, naturales de Lucena  y residentes de Antequera.    
     Antonio Mohedano, pintor lucentino, y hasta ahora siempre vinculado con el círculo sevillano, nos ilustra, con esta imagen, de un momento en el que colabora con una obra de Pablo de Rojas, el mencionado san Pedro. No es ésta la única atribución de obras de dicha ciudad a Pablo de Rojas en esta ciudad cordobesa, un Crucificado del antiguo monasterio de Santa Clara refleja también las huellas del escultor alcalaíno, lo que demuestra evidentemente que su influencia se propagó en otros lugares. Al mismo tiempo, la huella del idealismo renacentista de Pablo de Rojas, tan típica de su escultura se hace palpable  en la obra de Mohedano durante su estancia en Antequera, donde pudo contemplarlas directamente o a través de las enseñanzas y colaboraciones con los discípulos Pablo de Rojas y del propio padre Pedro Sardo, como hemos indicado anteriormente. Por eso no es de extrañar que en futuros años el propio Juan Martínez Montañés le fiara en contratos durante su estancia sevillana, como fue el caso  de la Asunción fray Mateo de Recalde, pues las relaciones de los artistas y la influencia del maestro debían ser básicas a la hora de contactar entre ellos.
     Está claro que los descubrimientos recientes de arte han dejado en  evidencia anteriores atribuciones con las que  otros aseguraban la autoría de Pablo de Rojas. Pero, también, esta evicente influencia nos deja, al menos, la duda de un primer contacto de estos artistas con el maestro alcalaíno. Por eso, no debe ser objeto de avasallamiento y humillación de otros críticos la aportación de nuevos descubrimientos para avanzar en el conocimiento de otros artistas en detrimento de la figura del maestro. Tan sólo, nos constata que la obra de Pablo de Rojas y de su círculo imprimió una importante difusión en los pueblos de la Andalucía Oriental. El carácter enigmático de los años treinta de Pablo de Rojas es el que ha provocado todos estos desajustes, como el de otro entallador antequerano Diego de la Vega, que debió compartir con el alcalaíno algunos años de formación. Pues, hasta recientemente, muchas obras de la ciudad de Antequera se le venían atribuendo a Pablo de Rojas y, sin embargo,  es hoy una realidad que son obra del antequerano. Claro ejemplo es un contrato Crucificado, una Dolorosa, un sepulcro, tres pares de parihuelas, y una cruz con su calvario que la cofradía antequerana de la Soledad y Santo Entierro, que, hasta ahora, se habían atribuido a Pablo de Rojas, un reciente contrato descubierto por el investigador José Escalante manifiestan que eran obra de Diego de la Vega por la firma de un contrato de 1578. 
 

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