En los años ochenta, comienza a trascender su fama a territorios lejanos a la capital granadina y
no es extraño verlo relacionado en la ejecución de imágenes que posteriormente
otros artistas compartieran en distintos momentos de la elaboración artística.
Este campo, aun sin investigar, nos ha ido descubriendo diversas aportaciones
para el conocimiento de la obra de Pablo de Rojas. Unas veces, la influencia de
su impronta artística es tan evidente
que sus huellas en la nueva visión iconográfica y en el manejo de la gubia
hacían difícil la atribución en posibles e hipotéticos discípulos. Otras han
puesto al descubierto o han insinuado la
fase escultórica a favor del maestro y se constata la reserva de la policromía
y pintura para los discípulos en las ciudades.
Uno de estos casos es el recientemente descubierto círculo antequerano
que, como en otros muchos lugares, tuvo lugar en los últimos decenios del siglo XVI. A su
sombra- y no olvidamos que por los años cincuenta en casa de su padre Pedro
Sardo aparece un hijo de un tal Pedro López de Antequera para enseñarle el oficio como aprendiz y
anteriormente a un tal Juan-, un gran número de imagineros, escultores y
pintores manifiestan la huella de Pablo de Rojas. Entre ellos, destacan Juan
Vázquez de la Vega, Diego de la Vega, Andrés de Iriarte, Baltasar López, Luis
de Haya, y Alonso Martín Alamilla. Claro ejemplo de ello es la imagen del
Virgen del Rosario del convento de Santo Domingo de Antequera, una imagen de
bulto redondo, de 130 de altura con drapeado de paños muy clásico y ricamente
estofado, erguida y sosteniendo al Niño en la mano izquierda y el cetro en la
derecha, cuyo rostro ofrece una gran serenidad, toda ella de gran delicadeza, que a José Escalante
López le hace pensar en el estilo de Pablo de Rojas y su escuela. Sin embargo,
el mencionado investigador recientemente descubrió que en el año 1587 se le
encargaba a Juan Vázquez de la Vega.
Y
aún más, este imaginero se encuentra muy relacionado con el maestro de cantería
Francisco Gutiérrez Garrido en diversas obras y retablos de la ciudad de
Antequera, el mismo personaje, de origen norteño y residente en Antequera, que
se le ve interviniendo en los años finales del siglo XVI y principios del siglo
XVII en la capital granadina y en la abadía de
Alcalá la Real. Y lo que es más evidente, de la colaboración entre los
artistas, en el año 1690, Pablo de Rojas realizó una imagen de San Pedro para la cofradía del mismo nombre de Lucena y
fue pintada por Antonio Mohedano y el mencionado Juan de la Vega, naturales de
Lucena y residentes de Antequera.
Antonio
Mohedano, pintor lucentino, y hasta ahora siempre vinculado con el círculo
sevillano, nos ilustra, con esta imagen, de un momento en el que colabora con
una obra de Pablo de Rojas, el mencionado san Pedro. No es ésta la única
atribución de obras de dicha ciudad a Pablo de Rojas en esta ciudad cordobesa,
un Crucificado del antiguo monasterio de Santa Clara refleja también las
huellas del escultor alcalaíno, lo que demuestra evidentemente que su
influencia se propagó en otros lugares. Al mismo tiempo, la huella del
idealismo renacentista de Pablo de Rojas, tan típica de su escultura se hace
palpable en la obra de Mohedano durante
su estancia en Antequera, donde pudo contemplarlas directamente o a través de
las enseñanzas y colaboraciones con los discípulos Pablo de Rojas y del propio
padre Pedro Sardo, como hemos indicado anteriormente. Por eso no es de extrañar
que en futuros años el propio Juan Martínez Montañés le fiara en contratos
durante su estancia sevillana, como fue el caso
de la Asunción fray Mateo de Recalde, pues las relaciones de los
artistas y la influencia del maestro debían ser básicas a la hora de contactar
entre ellos.
Está
claro que los descubrimientos recientes de arte han dejado en evidencia anteriores atribuciones con las
que otros aseguraban la autoría de Pablo
de Rojas. Pero, también, esta evicente influencia nos deja, al menos, la duda
de un primer contacto de estos artistas con el maestro alcalaíno. Por eso, no
debe ser objeto de avasallamiento y humillación de otros críticos la aportación
de nuevos descubrimientos para avanzar en el conocimiento de otros artistas en
detrimento de la figura del maestro. Tan sólo, nos constata que la obra de Pablo
de Rojas y de su círculo imprimió una importante difusión en los pueblos de la
Andalucía Oriental. El carácter enigmático de los años treinta de Pablo de Rojas
es el que ha provocado todos estos desajustes, como el de otro entallador
antequerano Diego de la Vega, que debió compartir con el alcalaíno algunos años
de formación. Pues, hasta recientemente, muchas obras de la ciudad de Antequera
se le venían atribuendo a Pablo de Rojas y, sin embargo, es hoy una realidad que son obra del
antequerano. Claro ejemplo es un contrato Crucificado, una Dolorosa, un
sepulcro, tres pares de parihuelas, y una cruz con su calvario que la cofradía
antequerana de la Soledad y Santo Entierro, que, hasta ahora, se habían
atribuido a Pablo de Rojas, un reciente contrato descubierto por el
investigador José Escalante manifiestan que eran obra de Diego de la Vega por
la firma de un contrato de 1578.
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