Entre la calle Real y la calle Ancha, hace más de
doscientos cincuenta años, en tiempos del Catastro de la Ensenada, se encontraba
la placeta del Conde y callejón de los Moros, aledaña a la calle y
callejón de la Yedra, y confluyendo en la actual Llanete del Conde.
Hoy día, difiere de su ubicación pasada, porque más bien
esta calle o Llanete responde a su origen en las típicas calles paralelas a la
cardo alcalaína; y, otrora, era una plaza pequeña que se formaba en la confluencia
entre la calle Real, callejón de la Yedra y el actual Llanete del Conde. Parece
como si volviéramos a tiempos pasados, en los que las viviendas compartían vía
con los solares deshabitados. Era lógico que este paisaje urbano ofreciera esta
situación hasta el siglo XIX de modo que esta zona se convertía en expansión y posibilidad
de ampliar el suelo urbano. Actualmente, es diferente la panorámica de este paisaje
por despoblamiento de algunas calles del casco antiguo.
Estas calles secundarias a los ejes principales de Real y
Llanillo solían denominarse llanas o llanetes y se especificaban con los
nombres de los vecinos más importantes que habitaban en su entorno. Nadie se
imaginaba que hubiera vivido un conde en aquel vial desplazado del eje
principal de la calle Real, a no ser que el Conde de Tendilla hubiera plantado
su primera vivienda en aquel lugar en tiempos de los Reyes Católicos. Cosa
improbable e imposible. Hay dos hipótesis sobre el origen de su nombre, porque
ni siquiera se recoge esta calle hasta tiempo mucho más adentrado de la Época
Moderna.
La primera aduce a la denominación de un vecino con apellido Conde
que le dio nombre a la calle. En concreto, en tiempos de Ensenada, vivía por
estos lares el vecino Manuel Conde, que era lindero con Juan Rodríguez, vecino de la calle Vicentes. La segunda
hipótesis radica en el personaje del Conde de Humanes, emparentado con los
Aranda, ya que poseía una casa que solía arrendar a los vecinos como vivienda
que se ubicaba en esta calle, de ahí el nombre la calle de la casa del Conde.
Guardia Castellano confunde esta calle con la de los Vicentes, que es la
Ancha. Pero alude al hecho milagroso de un día de Santa Ana, cuando cayó
un rayo en esta casa, donde se ubicaba el granero de propios saliendo andenes los
regidores delegados de propios, el mayordomo y el almotacén. Y por eso se
colocó la imagen de la patrona en su hornacina. Con su traslado a otros
lugares, pues fue anteriormente carnicería pública, aquel pósito se reconvirtió
en vivienda de pobres cuya casa se vendió la casa por los años ochenta del
siglo XX.
En frente de esta casa, la Casa del Pecado resistió la picota hasta muy recientemente, y ya le han salidos novios para su reutilización. Pues cambió en varias ocasiones de funcionalidad, de ser una casa hidalga pasó a casa de vecinos, vivienda colectiva muy frecuente en los años de la tecnocracia, cuando el desarrollismo comenzaba a engendrar estos monstruosos edificios sin mirarla la cara ni a la protección de los recintos históricos y como mala pedagogía para futuras construcciones. Ahora ni eso, como si no se hubiera pensado que lo primero era descatalogarla como uso residencial y transformarla en espacio verde o de uso terciario.
La casa y la calle se dirimen una
disputa por una apuesta por el futuro del casco antiguo. En este momento
trascendental para conservar el recinto histórico, es el momento fundamental de
la participación vecinal, y hay que conjugar la imaginación de un nuevo recinto
con el proyecto de las reformas de viales, solares y funcionales. Conjugar la
historia con el futuro, porque los últimos tiempos del franquismo no fueron muy
ejemplarizantes, claro, vistos ahora a un lustro de aquella construcción que
deslumbró a las clases populares que les palió el problema de la vivienda. Se
juega el recinto histórico de una ciudad andaluza con el de una nueva ciudad
que deshoje las margaritas de los barrios altos, con la amenaza de quedarse solo
con la corola. Los partidos políticos apoyaban
una serie de iniciativas para la reforma de calles, proponiendo soluciones
para servicios que nadie imaginaba en
siglos anteriores, entre ellos la cocheras de los automóviles de la mayor parte
de la población, o la propagación de servicios con el mismo bienestar que los nuevos barrios del Llano. El Pepri es
el lugar de catalogar, proponer alternativas, conservar, rehabilitar, restaurar
y proyectar un futuro de la ciudad de la Mota. Sobran cantos de sirena, o
fuegos artificiales. Hay que coger el toro por los cuernos. Se juega el futuro
de la ciudad, con sus barrios, sus calles, sus casas, su turismo y su
identidad. Por cierto, es el Llanete del Conde, aunque en otros años ostentó la
condesa el título. En nuevos tiempos y con motivo del Día de la Mujer, se debía
rotular Llanete del/a Conde /esa.
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