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domingo, 30 de junio de 2019

LA ESCLAVITUD EN JAÉN EN LA REVISTA DE LA SEMANA DEL DIARIO DE JAÉN



A lo largo de los estudios de muchos investigadores sobre la esclavitud o la trata de niños o blancas, es frecuente que su procedencia es muy variada en las diversas épocas  de la historia. Siempre la actitud de los propietarios no solo es inhumana, sino que se convierte en una acción más propia de un animal que de un ser con razón y seso. Casi siempre, los esclavos se ven abocados a su ventas por circunstancias de violencia o supremacía entre los seres humanos. De ahí que en los contratos siempre estos seres vivos  y desamparados aparecían durante la Edad Moderna, resos de guerras, víctimas de tropelías en el mar; y en nuestras tierras españolas, lo eran por ser moriscos, turcos o berberiscos, tanto hombres como mujeres, negro o de color membrillo, blancos o indios mujeres u hombres, niños o adolescentes, maduros o mayores de edad. Tampoco no nos extraña que los otomanos convirtieran a los cautivos cristianos en esclavos de su Corte musulmana.
Es verdad que la esclavitud siempre ha existido desgraciadamente  en la historia de la humanidad  y se acrecentó este deterioro de la condición humana en tiempos de los romanos. Kovaliov no podía concebir la Historia de Roma con otro nombre sino el  de la República esclavista. También, abundan las leyendas e historias de cautividad en tiempos medievales. Y se acrecientan con la llegada de los españoles a América, al mismo tiempo que se alzan voces contra los que se excedían en humillar a aquella población como el padre Bartolomé de las Casas.  Pero, en este mundo de la esclavitud se encuentra este primer caso de la presencia de un esclavo de tierras americanas, relacionado con los comerciantes portugueses y su compraventa por parte vecinos del antiguo reino de Jaén. No es de extrañar porque los centros de mercado más cercano  solían ser los pueblos e Málaga y Granada,  y los implicados estaban relacionados con hidalgos y caballeros de guerra.
Nos referimos a  un documento notarial levantado ante el escribano alcalaíno Antón García de los Ríos, en 22 de junio de 1555,  que consistía en un contrato de trueque y cambio entre el portugués García Gómez, vecino de Jaén y estante de Alcalá la Real, y el comerciante  alcalaíno Lucas Martínez. El primero le entregaba un esclavo, curiosamente indio, y el segundo se comprometía a intercambiarlo por un potro. El esclavo se llamaba Juan, de unos veinte años poco más o menos, de buena guerra y sano, sin tachas y, como exigían las normas de trueque, ni borracho ni tenía enfermedad alguna encubierta;  tampoco era fugitivo o ladrón. Para mayor aberración se intercambiaba este esclavo por un potro, que tenía tres años, sellado y enfrenado. Y se fijaba el valor de la transacción en esta cláusula: si en caso de que se contravinieran estas condiciones y enfermara el esclavo, se veía obligado García Gómez a pagar 70 ducados por menoscabo. Un hombre como, un potro, solo siete decenas de ducados.

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El documento no tiene desperdicio alguno, si se puede llamar de alguna manera este trato. Pues  nunca había llegado tanto la degradación humana que el trueque fuera entre un ser humano y una animal. Nos viene a la mente el mantenimiento ideológico de aquellos tiempos sobre el trabajo y el ser humano. Fueron siglos y siglos  en los que  según el poder de la persona, podía caer su estima y valoración  entre concebirse como un ser humano o simplemente una cosa. Se basaban en el concepto romano de las herramientas de trabajo para la agricultura: por una parte, las manuales o dicho en lengua latina  instrumentum non vocale, quedaban generalizadas para los animales como el arado, la azada el amocafre; y por otro lado los esclavos romanos, se consideraban instrumentum vocale, herramienta que habla. Es un decir, que era para los romanos, pues, como se describe por estas líneas también lo era para los hombres del Renacimiento del siglo XVI de nuestra tierra.  En el futuro de la globalización, la esclavitud se ha extendido con otros parámetros, sino nos liberamos de la esclavitud virtual de las nuevas tecnologías. O lo mejor hay que crear una nueva nomenclatura para el hombre actual, siguiendo a los romanos instrumentum tecnologicum.


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