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viernes, 21 de junio de 2019

EN IDEAL ALCALÁ LA REAL, LAS GRAJERAS



LAS GRAJERAS
 



Siempre agrada visitar nuestro entorno rural, y, aunque en muchos sitios la población se concentra en aldeas en torno a la ermita, la escuela, el lavadero público y algún que otro centro público, mantienen algunas muestras de los primeros asentamientos humanos en la zona rural. Un recuerdo de aquellos primitivos campos roturados en los montes y de aquellas casas que ocuparon los labradores de los grandes rentistas en torno a los caminos reales y de campo, abrevaderos y descansaderos. Ese es el caso de las Grajeras, que responden ortográficamente a su derivación de la palabra grajo, probablemente por ser un lugar donde anidaban gran cantidad de esta variante ornitóloga. Y en verdad que hasta muy avanzado el silgo XVIII, debió estar muy dispersa e inhabitada esta zona, que se asumía como parte de la Rabita en la mayoría de los padrones y censos con unos ocho vecinos o casas en tiempos del Catastro de la Ensenada; e, incluso, muchos de ellos se recogen en los partidos de campo de las Caserías y de Fuente Álamo en padrones más recientes. Lo mismo acontece en los primeros años del siglo XIX, el partido de campo la Rábita todavía no se estaba muy bien definido, porque incluía todavía a estos tres partidos y el de las Grajeras. En 1822, que se hizo un padrón por los párrocos del arciprestazgo, se delimitaron claramente La Rábita, de las Caserías (José Serrano) y de las Grajeras (Lucas Britz).
En tiempos del famoso diccionario histórico-geográfico de Madoz, a mediados del siglo o XIX, el fonema fricativo posvelar sonora /X/ se representa con la grafía de las GRAGERAS por eso de no distinguirse durante muchos tiempos el sonido de las grafías (g ante e i, la j y X). Y se le considera una aldea al este de la provincia de Jaén constituyendo uno de los doce partidos de campo de Alcalá la Real, y   formando parte de su abadía y partido judicial, a una legua de la ciudad de la Mota, de modo que su población dispersa estaba constituida por cuarenta casas sin formar trama urbana ni calle alguna, veredas y senderos y caminos comunicaban a los vecinos. Destacaba el cortijo del Cerrillo de amplias dimensiones frente al resto de las mansiones reducidas y cubiertas de retama. Y de las casas de retama a la casa de una planta, cámaras y trojes de principios de siglo XX: las de Antonio López y Francisco Pérez por la Jabonera; entre el arroyo del Toril y el de las Grajeras las casas y casillas de Antonio Ariza, Juan Lizana, María Viana,  José Arjona, Antonio Pérez, Francisco Díaz,  María Castillo, Pedro Sánchez,  de Juan Vicente, Juan Vico,  Vicente Viana y Juan Aguayo ; y en la confluencia de los dos arroyos el cortijo y las casas del hacendado don José Oria y dos de José Fuentes; entre  el arroyo del Toril y el de Moriana , la casa de Antonio Zamora, de  don Antonio Ariza, Anita  Regis, José Segura, varios cortijos y el de Valenzuela; y entre los arroyos de los Pedregales y Grajeras, casas de Antonio López y Francisco Ruiz, de Francisco Gutiérrez, molino de aceite de Francisco Romero, casas de Francisco Escribano, de Juan Prieto, varias casas con la denominación de las Grajeras, Juan Prieto, Pedro Cano, José Vico, Manuel Viana, Juan Aguilera, María Márquez y de Francisca Viana y el cortijo del Cerrillo.

Si nos adentrásemos a su paisaje, se manifestaba como un terreno nada fructífero y cortado en diferentes direcciones por barrancos


y cañadas, y ya se celebraba un nacimiento de agua potable poco abundante, sin pilar, del que se surtían los vecinos para sus necesidades. Incluso, indicaba este diccionario que, convencidos los colonos de lo poco a propósito que eran estas tierras para el cultivo de cereales, se había empezado la plantación del olivo, la higuera y otros distintos árboles de que se va poblando todo el término del partido.  Todavía recuerdan los vecinos actuales la roturación de sus abuelos a las faldas de la Jabonera de la Sierra de San Pedro en los primeros decenios del siglo XX. No olvidan momentos de la posguerra, donde se refugiaron los maquis y la gente de la Sierra, y el episodio del cortijo de Valenzuela, cuando fueron abatidos los miembros de las juventudes Comunistas de la provincia de Jaén.
A mediados del siglo XIX, la familia Cano levantó una almazara que no funciona en la actualidad, pero   mantenía su maquinaria de viga, y, junto a ella, dejaron sus huellas y mandas en una ermita dedicada a San Vicente, haciendo honor al nombre de su primer fundador con el que colaboraron los vecinos de aquellos primeros asentamientos y roturadores. Remozada a principio del siglo XXI, esta ermita se yergue blanca entre el fondo olivarero con dos cipreses silescos, su portada de un arco de piedra de medio punto y su torre altiva que sobre un pequeño soto sirve de mirador de estas tierras que pierden su vista hacia las tierras de las Subbética cordobesa. Las casas de su derredor y las que se contemplan desde la plaza recuerdan años de lucha contra la naturaleza y supervivencia en medio de algunas pitas y chumberas.
        
    El paisaje se ha hecho por todos los rincones olivar y, por todos los lugares se ha buscado el agua para regar estos campos áridos, que se extienden por los parajes de las Mimbres, de Valenzuela, Sierra de San Pedro, el arroyo de las Grajeras, las Salinas, Fuente la Encina, Pineda, No obstante, su gente es emprendedora y se han ensayado complementos al monocultivo del olivar con las viviendas de turismo rural y los alcaparrones y otros árboles frutales. Un testigo de un pasado en medio de un paisaje lunar se encuentra por la zona de las Salinas, que todavía se alzan unas pozas, donde se observa la recogida de la sal en siglos anteriores.

Su población parte de aquellos 120 vecinos de mediados del siglo XIX hasta su momento álgido en los años sesenta del siglo pasado que sobrepasaban los 600 habitantes en torno a las casas construidas en las proximidades del barranco de las Grajeras, y donde se instalaron una renovada fábrica de aceite, varias tiendas y hasta un centro social en el III Milenio. Desde esa fecha la diáspora ha incidido drásticamente, como en todas las aldeas, alcanzando en estos años la cifra de 253 habitantes, que han abandonado las casas más dispersas y alejadas de la carretera provincial entre Alcalá la Real y la Rábita.


 


1 comentario:

  1. Gracias! Me ha encantado tu investigación. Espero poder visitar un dia el lugar.

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