A lo largo de estas dos
últimas semanas, apareció el mundo de tesoros de la Sierra Sur juntamente con
las aldeas de Charilla y Ermita Nueva, pertenecientes al término de Alcalá la
Real. Poner el punto final a este mundo es imposible, teniendo en cuenta de que
no es raro el momento futuro del que pueda aparecer un nuevo hallazgo en estos
pueblos con una importante tradición
legendaria.
Este
es el caso de los partidos de campo de Cantera Blanca y Valdegranada, donde se encuentran muchos
rincones de un patrimonio perdido, tanto en los ajuares de las antiguas villas,
alquerías y cortijos de conquista, como en las aldeas con pasado romano y
musulmán. Y, como fue el caso de los tesoros comentados, en su entorno
mantienen una tradición oral repleta de anécdotas, cuentos y leyendas. En
Valdegranada, Ibn Jatib destaca aquel episodio del emir almorávide Tasfin ben
Alí, que, al pasar por las Peñas de Majalcorón, el Prado de los Cuernos, se
burló de su acemilero, manifestándole que todo aquel prado de cuernos, en este
caso, de ovejas, era suyo, a lo que le respondió el vasallo, que más bien eran
del emir y de su padre. Pero no podemos pasar de alto las leyendas de cuevas y
tesoros escondidos por aquel entorno con arabismos como las de la Cañada Ámbar
y del cerro de la Hortichuela. Pasadizos kilométricos imaginaban desde estas
aldeas entre zonas de frontera, simulando a los terrenos palestinos actuales.
Incluso, se atrevieron a divulgar la leyenda de la mezquita de columnas de oro
en los fondos subterráneos del Cerro de
la Cruz.
Pero, de seguro que la aldea de La Pedriza, con un pasado
claramente musulmán ofrece el campo
propicio para tropezar con una sepultura pétrea musulmana o una vasija de barro llena de monedas en su
núcleo rural y en sus antiguos yacimientos del Castellón, Encina Hermosa o
Fuente Nubes. Allá, por los años setenta del siglo pasado, aparecieron, con
motivo de la pavimentación de sus calles, una auténtica necrópolis con tumbas antropomórficas
excavadas en la roca del suelo, que quedaron selladas desgraciadamente con el
cemento para la eternidad. Era un claro síntoma de un yacimiento poderoso, que
se complementa con la cueva subterránea bajo la
placita de la aldea. Y, se ratifica con la lápida precalifal, encontrada
cerca del cortijo del Toril y se exhibe en la Sala de la baja de la Campana de
la Mota. No responde este elemento funerario a un simple objeto de unos
coleccionistas que dejara abandonado en unos de los cortijos de los hombres de conquista,
los que proliferan por estos lares con motivo de los diversos repartimientos de
Alfonso XI y Carlos. Es una pieza valiosa de un caballero musulmán, datada en
torno al año 872 y descubierta en la
curva de la carretera de Montefrío hace unos cuarenta años. Además, cercano se
encuentra el cortijo del Toril y el camino hacia Bajacar, un cortijo
legendario. En este último se forjó la leyenda de La Encina Leona, y, en su
entorno el cerro del Castellón, lo consideran los lugareños como un recinto
fortificado desaparecido. Su etimología denota hasta un fundamento romano.
Y el
cuento de aquel chaparro majestuoso, el de mayor frondosidad y sombra
del entorno, anuncia y presagia un tesoro escondido. En días de luna, cuentan
que su luz penetra entre las ramas fijando el lugar exacto del tesoro de la
corona de la reina. Además, se reviste con el episodio de enriquecimiento de
unos vecinos de Bajácar.
Muy
lejanos debieron ser los tiempos de aquel descubrimiento de una mujer viuda que
acudió a la cita nocturna para encontrar el tesoro en esta famosa encina. Por
su grandiosidad, le apodaban leona. Los
mismos ingredientes del relato del cortijo del Sotillo charillero, en este caso, no fue un pozo, sino
que se abrió el enorme tronco de aquel chaparro centenario. No disponía de
manos aquella mujer acompañada de una niña pequeña para introducir las joyas de
oro en su saco y canasto. Y mira por donde que, como todos los cuentos, no
cumplió el condicionante desvelado, que debía acudir sola, sin acompañante. Por
eso, se le esfumaron todo aquel caudal de joyas encontradas, porque ardió como
la paja en un solo instante
transformando los vasos, platos, bandejas, colgantes, pulseras y adornos en
pavesas que volaban en el aire. El terreno está sembrado de indicios para poner
a la luz todo este tipo de tesoros. Incluso algunos objetos y monedas
musulmanas se exhiben en el museo local. No es de extrañar que se hable de los
tesoros numismáticos de La Pedriza. Es simple conjetura, habladuría de los
pueblos, o se hizo realidad la leyenda de la viuda de Bajácar. Doscientos cincuenta
años de frontera dieron para un patrimonio perdido y, a veces, irrecuperable.
Un día apareció un astrolabio en un museo europeo, otro día en el museo jiennense
el tesoro charillero, una copia de un manuscrito de un escrito de los Banu Said
apareció en centros de estudios árabes. Oro día, el pasadizo condujo a un
recinto olvidado como la Ciudad Oculta de la Mota en medio de la Leyenda de
Caba.
Estos
artículos de tesoros no han entrado en cuestiones profundas de investigación
del mundo musulmán en al-Andalus, sino que tan solo su publicación se dirige a
la defensa actitudinal del patrimonio artístico, en el campo de las artes no
suntuarias. De seguro que otros estudiosos ya han aportado interesante
aportaciones sobre la relevancia de estos tesoros o la continuidad y
perduración de elementos de la cultura pre-islámica en el al-Andalus.
Tampoco, somos expertos en dilucidar la
utilidad de las monedas en función monetal, atesorable y decorativa y
decorativa, simplemente nuestra función es puramente divulgativa y descriptiva
desde nuestro punto de vista, una contribución singular con inserción en la
globalidad didáctica de los tesoros. .
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