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domingo, 31 de diciembre de 2017

LA PEDRIZA, UNA ALDEA DE TESOROS ENTRE CUENTOS Y LEYENDAS.EN JAÉN SEMANA










A lo largo de estas dos últimas semanas, apareció el mundo de tesoros de la Sierra Sur juntamente con las aldeas de Charilla y Ermita Nueva, pertenecientes al término de Alcalá la Real. Poner el punto final a este mundo es imposible, teniendo en cuenta de que no es raro el momento futuro del que pueda aparecer un nuevo hallazgo en estos pueblos con una  importante tradición legendaria.
Este es el caso de los partidos de campo de Cantera Blanca y  Valdegranada, donde se encuentran muchos rincones de un patrimonio perdido, tanto en los ajuares de las antiguas villas, alquerías y cortijos de conquista, como en las aldeas con pasado romano y musulmán. Y, como fue el caso de los tesoros comentados, en su entorno mantienen una tradición oral repleta de anécdotas, cuentos y leyendas. En Valdegranada, Ibn Jatib destaca aquel episodio del emir almorávide Tasfin ben Alí, que, al pasar por las Peñas de Majalcorón, el Prado de los Cuernos, se burló de su acemilero, manifestándole que todo aquel prado de cuernos, en este caso, de ovejas, era suyo, a lo que le respondió el vasallo, que más bien eran del emir y de su padre. Pero no podemos pasar de alto las leyendas de cuevas y tesoros escondidos por aquel entorno con arabismos como las de la Cañada Ámbar y del cerro de la Hortichuela. Pasadizos kilométricos imaginaban desde estas aldeas entre zonas de frontera, simulando a los terrenos palestinos actuales. Incluso, se atrevieron a divulgar la leyenda de la mezquita de columnas de oro en los  fondos subterráneos del Cerro de la Cruz.
            Pero, de seguro que la aldea de La Pedriza, con un pasado claramente musulmán  ofrece el campo propicio para tropezar con una sepultura pétrea musulmana  o una vasija de barro llena de monedas en su núcleo rural y en sus antiguos yacimientos del Castellón, Encina Hermosa o Fuente Nubes. Allá, por los años setenta del siglo pasado, aparecieron, con motivo de la pavimentación de sus calles, una auténtica necrópolis con tumbas antropomórficas excavadas en la roca del suelo, que quedaron selladas desgraciadamente con el cemento para la eternidad. Era un claro síntoma de un yacimiento poderoso, que se complementa con la cueva subterránea bajo la  placita de la aldea. Y, se ratifica con la lápida precalifal, encontrada cerca del cortijo del Toril y se exhibe en la Sala de la baja de la Campana de la Mota. No responde este elemento funerario a un simple objeto de unos coleccionistas que dejara abandonado en unos de los cortijos de los hombres de conquista, los que proliferan por estos lares con motivo de los diversos repartimientos de Alfonso XI y Carlos. Es una pieza valiosa de un caballero musulmán, datada en torno al año 872  y descubierta en la curva de la carretera de Montefrío hace unos cuarenta años. Además, cercano se encuentra  el cortijo del Toril  y el camino hacia Bajacar, un cortijo legendario. En este último se forjó la leyenda de La Encina Leona, y, en su entorno el cerro del Castellón, lo consideran los lugareños como un recinto fortificado desaparecido. Su etimología denota hasta un fundamento romano.
 Y el  cuento de aquel chaparro majestuoso, el de mayor frondosidad y sombra del entorno, anuncia y presagia un tesoro escondido. En días de luna, cuentan que su luz penetra entre las ramas fijando el lugar exacto del tesoro de la corona de la reina. Además, se reviste con el episodio de enriquecimiento de unos vecinos de Bajácar. 
Muy lejanos debieron ser los tiempos de aquel descubrimiento de una mujer viuda que acudió a la cita nocturna para encontrar el tesoro en esta famosa encina. Por su grandiosidad, le apodaban leona.  Los mismos ingredientes del relato del cortijo del Sotillo  charillero, en este caso, no fue un pozo, sino que se abrió el enorme tronco de aquel chaparro centenario. No disponía de manos aquella mujer acompañada de una niña pequeña para introducir las joyas de oro en su saco y canasto. Y mira por donde que, como todos los cuentos, no cumplió el condicionante desvelado, que debía acudir sola, sin acompañante. Por eso, se le esfumaron todo aquel caudal de joyas encontradas, porque ardió como la paja  en un solo instante transformando los vasos, platos, bandejas, colgantes, pulseras y adornos en pavesas que volaban en el aire. El terreno está sembrado de indicios para poner a la luz todo este tipo de tesoros. Incluso algunos objetos y monedas musulmanas se exhiben en el museo local. No es de extrañar que se hable de los tesoros numismáticos de La Pedriza. Es simple conjetura, habladuría de los pueblos, o se hizo realidad la leyenda de la viuda de Bajácar. Doscientos cincuenta años de frontera dieron para un patrimonio perdido y, a veces, irrecuperable. Un día apareció un astrolabio en un museo europeo, otro día en el museo jiennense el tesoro charillero, una copia de un manuscrito de un escrito de los Banu Said apareció en centros de estudios árabes. Oro día, el pasadizo condujo a un recinto olvidado como la Ciudad Oculta de la Mota en medio de la Leyenda de Caba.
Estos artículos de tesoros no han entrado en cuestiones profundas de investigación del mundo musulmán en al-Andalus, sino que tan solo su publicación se dirige a la defensa actitudinal del patrimonio artístico, en el campo de las artes no suntuarias. De seguro que otros estudiosos ya han aportado interesante aportaciones sobre la relevancia de estos tesoros o la continuidad y perduración de elementos de la cultura pre-islámica en el al-Andalus. Tampoco,  somos expertos en dilucidar la utilidad de las monedas en función monetal, atesorable y decorativa y decorativa, simplemente nuestra función es puramente divulgativa y descriptiva desde nuestro punto de vista, una contribución singular con inserción en la globalidad didáctica de los tesoros. .


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