Archivo del blog

martes, 19 de diciembre de 2017

EL SECTOR SECUNDARIO EN LA CALLE BRACEROS

En la construcción, Andrés de Frías ( 1010) oficial de albañil, casado con dos hijas menores y una mayor, que complementaba su oficio con  el rendimiento de 20 reales en una finca de una fanega y tres celemines en el Barrero, de segunda calidad de trigo y cebada, propia de la Iglesia Mayor Abacial. 
 En el sector secundario, Alfonso López Domedel (1011), maestro de cerrajero, casado y con más de sesenta años. Lo debió aprender por tradición familiar.  Este oficio, se conocía como "herreros", pues  trabajaban especialmente con metales, produciendo ornamentos que servían como divisiones entre casas, parecidos a los portones de hoy en día. Por esta razón los inicios de la cerrajería van de la mano con el uso de la forja que es el proceso utilizado para fundir el hierro, darle forma y poder utilizarlo, y en el caso de la cerrajería, para formar las llaves y cerraduras. 

Bernabé de Paredes ( 1016), maestro de latonero, casado con dos hijas. No responde al latonero tradicional en el arreglo de útiles caseros de latón o cobre. Era un oficio ambulante que existió hasta la década de los cincuenta del siglo XX. Su cometido consistía en arreglar cacharros de cocina como sartenes, cacerolas, casos o jarros metalizados por precios asequibles a economías débiles.Reparaban y remozaban los utensilios mediante soldaduras hechas con estaño, que en algunos casos suponía poner una nueva base con material de hojalata.
Sus herramientas de trabajo las llevaban en una arqueta metálica y como medio energético les acompañaba un hornillo portátil alimentado con carbón vegetal, con el que calentaban los soldadores para derretir el estaño.

Era también muy común que el latonero reparase tinajas, lebrillos, cántaros y cualquier elemento de barro esmaltado, mediante lañado de la grietas producidas en los recipientes. Hacer un lañado suponía un buen nivel profesional, pues tenían que realizar los agujeros en el vidriado mediante un taladro de mano, tipo cordel, que perforaba el barro hasta una profundidad suficiente como para no traspasar el grueso de la pared del elemento a trabajar. Los orificios iban de forma paralela a la grieta uno frente a otro con objeto de introducir lañas de acero una vez dilatadas por el calor que previamente habían ido introducido en el hornillo. Estando al rojo vivo las lañas se colocaban en los agujero y se enfriaban con un trapo mojado. Si quedaba un pequeño hueco entre la laña y la superficie vidriada se rellenaba con un empastado de cemento, que al cuajar se hacía resistente y sellaba la grieta, de esta forma se evitaba el vaciado de líquidos y le daba nueva consistencia al recipiente. El latonero era un personaje popular por su oficio callejero, ya que tenía un contacto permanente con el vecindario. Solía avisar su paso por las calles mediante una voz fuerte con la cancioncilla:
¡¡Vecina el Latonero!!
Se arreglan casos, cacerolas, sartenes de porcelana, se hacen jarritos de lata.
Se lañan lebrillos, cantaros, palanganas y pucheros de barro.
¡¡ Niña el Latonero !!.
  • Otros lo relacionanan con este dicho 
¡Latonero! ¡Se arreglan cacharros de lata y cántaros de porcelanaaa!
Ni siquiera, en su humildad, atrevía a llamarse fontanero. Era simplemente, latonero. Y su actividad no tenía nada que ver con el latón, sino con la propia del material que mejor definía aquel tiempo: la hojalata.
Viajaba con su instrumental a bordo de una achacosa bicicleta. Un hornillo de carbón, una barra de hierro oxidada que hacía las veces de soldador y algo de carbón. Cobraba de acuerdo con el pregón y con la entidad de lo que reparaba: paletas, cazos de cocina, ollas de aluminio o cacerolas desconchadas, aunque la estrella de su labor eran las jofainas o cántaros de porcelana. Porcelanaaa en el pregón que goteaba entre las calles soleadas de primavera.
Si alguna vecina requería sus servicios encendía con primor el anafre, calentaba en las brasas el soldador y derretía con habilidad el estaño, entre humaredas breves y acres. Localizaba el poro, el agujero de aquellos cacharros, cerrando la puerta menestral por la que se escapan el aceite, el agua o el orín infantil.
En el suspenso de la operación había que hacer la prueba de la verdad: llenar de líquido el utensilio y demostrar que todo quedaba en orden. Entonces volvía a su pregón:
¡Latonero! ¡Se arreglan cacharros de lata y cántaros de porcelanaaa!
Creciendo en su engastada orfebrería, el artesano, pura dignidad, terrenal y harapiento, se alejaba buscando un nuevo cacharro, una nueva porcelana, avanzando sólo en la mañana de abril, tenaz viajero de una vocal que se alargaba como su pobreza.
Como  cerrajero Francisco López Gamarra ( 1022), era oficial, casado. Y se complementaba con el oficio de guarda  de las rentas provinciales  de la venta de aceite con una renta de 712 reales. 


Felipe García Peinado (1021) maestro de arquitectura y tallador, casado con un hijo menor y una hija y ganaba 1.100 reales. Fue uno de de los arquitectos que construyó las Casas Consistoriales del ayuntamiento actual y el Pósito del Castillo. Su vivienda lindaba por la parte baja con estas y por lo alto con la de doña Ana María de la Rosa Montijano, compuesta de corral, portal, caballeriza, cuarto primero y segundo y cámaras, de ocho varas de frente por diez de fondo ( rentaría 132 reales ) Estaba gravada con 150 ducados a favor de la Iglesia Mayor Abacial que resultaban 149 reales réditos anuales. Poseía varias casas<: a="" class="OAVLIQC-nc-a" kind="click">
Opciones-Una en la calle Pajarejos, compuesta de corral, portal, cocina, cuarto segundo y cámaras, de siete varas de frente por diez de fondo, lidera con el solar de Juan de Molina, por parte alta y la baja María de Manuela Ramírez ( 55 reales).

-Otra en la calle Zalamea, compuesta de corral, portal, cocina, cuarto y cámaras de siete varas de frente por cuatro de fondo, lindera por parte alta con camino que va al Calvario y por la baja casas de María de Paredes.  (55 reales) gravada con 100 reales a favor del Hospital del Dulce Nombre de Jesús con tres reales anuales.. 


 Y el maestro de este oficio cordonero Juan Megía ( 1029), casado, se complementaba con una haza de sembradura y secano con una fanega de primera calidad en el Aceitunillo, arrendada a doña Manuela Vicenta de Santo Tomás monja dominica en la Encarnación ( renta de 20 reales) y otra arrendada a sor María de Santo Domingo Y Arce, monja dominica, en l Fuente del Rey, de segunda calidad que le rentaba 18 reales. Vivía  con un oficial . Francisco Mejías ( 1029oficial de cordonero, con un hijo menor y una hija.





Matías del Arca ( 1036), caedador casado con tres hijos menores y una hija. Mateo Romero de Flores  trabajaba en un horno, propiedad de don José Cubero ( le rentaba 350 reales), era  casado con dos hijos menores, tres hijas y un mozo sirviente (1038). Tomás Cano (1040), maestro de carpintería, casado con cuatro hijos menores.Complementaba  sus ingresos como fiel sobresaliente, recaudador , de las rentas decimales del campo, lo que le rentaba 18 fanegas de trigo, y nueve de cebada, en concreto 405 reales. Y arrendaba las tierras del camino del Castillo, propias de la convento trinitario que rentaba 130 reales, de segunda calidad  y de nueve fanegas y cuatro celemines. 

Tomás Guerrero Malpica ( 1041), maestro de tintorero, viudo con cuatro hijas. Vivía en la casa de su propiedad en la plaza y calle de los Braceros,  compuesta de portal, corral, cuarto, cocina, dos cuartos en alto, y cámaras, de seis varas y media de frente y ocho de fondo, lindera con casas de don Diego de Ortega por la lata y por la baja con don Juan Marañón, gravada con un censo de 60 ducados a favor de la capellanía de Pedro fernández de Aranda a razón 19 reales. Administraba los bienes, rentas y censos del monasterio dominico de Nuestra Señora de la Encarnación, con lo que obtenía 1.460 reales. Además se complementaba su oficio con dos fincas arrendadas: una de una fanega de segunda calidad, propia del patronato de la Obra Pía de Pedro Fernández Peñalver  con unos rendimientos de 20 reales; y otra de dos fanegas  en el Torcal de la Magdalena, propia del convento dominico de la Encarnación, que le rentaba 45 reales. 
Su oficio de tintorero lo usaría junto a las aguas de la Tejuela. Pues este oficio hasta el siglo XVIII era muy mal visto. Porque manipulaban sustancias peligrosas, apestaban el aire, contaminaban las aguas de los ríos, eran  sucios, llevaban ropas salpicadas y tenía






n las uñas y los cabellos manchados. Pastoureau, 2006, pp.207 (líneas 16/25)

No hay comentarios:

Publicar un comentario