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miércoles, 4 de noviembre de 2015

LA TORRE DE SAN MARCOS



La torre de San Marcos no fue siempre una torre; era la espadaña que culminaba un mirador con su  corredor renacentista y  adosado a la ermita de santo evangelista, uno de los tetramorfos leonado. Esta torre, una vez levantado siglos después  su cuerpo sobre un cajón de mampuesto, oculto por su blanquecina cal,  adosó su fingido chapitel con su ventana para la campana y lo coronó con unos aletones muy del estilo de los canteros alcalaínos del siglo XVII.
Esta torre siempre rezuma una espiritualidad  profunda, porque se remonta a una sociedad alcalaína anterior a su historia. Tiene sangre ganadera porque a sus espaladas se asentaron los pueblos argáricos, los de la época de los Metales, los más antiguos de Alcalá. Y quién sabe si no se encontraba, en este recinto apartado de los  caminos pecuarios- el del  Portillo Cerrado y los de la cornisa de los Tajos-, su lugar sagrado , luego reconvertido en mansión religiosa de cenobio cristiano  en tiempos de las conquista del Reino de Granada.
Esta torre son los ojos de una plaza desde donde se contempla la ciudad alcalaína con perspectiva utópica, y, ahora reciente y bellamente remozada, proyecta una traza singular que invita a la ilusión de  buscar un futuro mejor para los hombres de Alcalá. Pues esta atalaya ermitaña  rezuma  historia,  y sangra con las  dificultades del pasado. En su derredor y en la cuesta que culmina el caminar  hacia la ermita, las bellas casas, en forma de vagones de un tren de tercera ( qué de tercera , de cuarta y de  quinta del siglo pasado) parecen los peldaños del romero que se encamina al santuario de su itinerario  vital. Estas casas son un claro testimonio de la solidaridad  humana, la de la familia  afrancesada  de los Batmala Laloya. Esta, ya casi extinta a mediados del siglo XX,  levantó este relicario urbano como un monumento testimonial de la fraternidad  y de la caridad. Tanto Pablo como Clotilde Batmala simbolizan los dos modos de luchar por la injusticia humana cooperando con sus propios medios, más bien desprendiéndose de su hacienda personal  para aportar su  granito de arena  a la hora de conseguir la igualdad de las personas. No quedaron ni insensibilizados, ni  lamentándose ni , como  simples pedigüeños, a un Papá Estado que poco soltaba de  las tetas de la fláccida vaca.
El primero,  un republicano radical, no de palabra sino de acciones, entregó su  vida  siendo fusilado en enero de 1937 en las paredes del cementerio de San José de Granada y, sus bienes incautados por los tribunales de las Responsabilidades Políticas, fueron  recuperados gracias a las gestiones de su hermana Clotilde para cooperar con el hombre donando aquellas viviendas que alojaron a muchas familias pobres de solemnidad, como se decía por aquellos tiempos. Su hermana era la mejor muestra de unas manos rotas a toda regla, cooperando con todo tipo de acciones  sociales ( en aquel tiempo benéficas o caritativas) puso  su casa a disposición de la ciudad para abrir un mercado que no llegó  a ser realidad, lo mismo hizo con la instalación  para las Escuelas de la Sagrada Familia; se desprendió de su capital para construcciones religiosas y sociales, , cómo no , culminó su vida entregando prácticamente toda su  hacienda para levantar estas casas que jalonan el camino de la Virgen de la Cabeza. Pablo  fue un modelo de un hombre de bien, filántropo, altruista, agnóstico y defensor del auténtico humanismo; Clotilde, la otra parte de la media naranja, desde la órbita de la caridad cristiana, entendida no como beneficencia ( a lo que muchos han dado  lugar con su  falsa interpretación o los hipócritas comportamientos) sino superadora de la solidaridad y de la lucha por la auténtica justicia.


La mirada  de los alcalaínos siempre  se dirige hacia la torre de San Marcos  convocados por esa campana cantarina y alegre  que  redobla sin cesar  en los días de fiesta de la Virgen Romera. Subir hacia este santuario siempre es una forma de gozo al contemplar desde su renovada plaza la Alcalá, en este caso, la del siglo XXI, y, siempre,    una buena lección ética transmitida por la cuesta de la Virgen  de la Cabeza. Y  eso que nadie se acuerda de la memoria histórica de sus benefactores. Para colmo,  ya no se conservan sus nombres, ni siquiera, en la bóveda del cementerio del Cerrico de los Caballeros.




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