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sábado, 14 de noviembre de 2015

un cuento de los primeros coches. EL ROSAL DE CUATRO ROSAS


                              

                       
(Este cuento está tomado de Guardia Castellano “En serio y broma”)

          Había un precioso rosal cercano a la casa de un escritor. Destacaba entre todas las plantas de todos los huertos vecinos por su belleza y colorido. El escritor, siempre que pasaba por el rosal, se quedaba atraído por su aroma fragante y el aspecto colorista de sus hojas. Las consideraba como si tuvieran alma humana, porque, al mirarlas, se llenaba de gozo o de esperanza y se las figuraba como si se trataran de mujeres en la flor de la vida o en la plenitud de la  juventud en medio de su nostalgia.  Cierto día, entre el bardal de espinos de una parte del huerto, encontró un rosal que mantenía cuatro rosas, fruto de la buena simiente del antiguo rosal y de la pureza  de la gama de colores  que fueron asimilando a lo largo de su crecimiento.
          Eran frecuentes, por mayo y junio, las tormentas alcalaínas,  y un fuerte aquilón se llevó a una de ellas en una noche de mayo repleta de relámpagos y rayos.  Quedó tronchada y marchita en el suelo, junto a un hoyo que le servía de fosa abierta de tal modo que fue como si siguiera perfumando aquel huerto con su aspecto marchito.
          Después,  vino el viento céfiro y con suave viento y se llevó a otra rosa, que guardaron por su belleza en un convento de la ciudad; y allí llenó de su fragancia todas las estancias  monjiles hasta que se marchitó  también muy joven.   
          Un día, el escritor salió de paseo, vio a un automóvil parado junto al huerto, rodeado de mucha gente. Le pregunto a la vecina:

-¿Qué pasa?
-Nada, que se llevan a la tercera flor, que tu tanto amas.
-¿Quién se la lleva?-preguntó el escritor.
-El amor-responden varias vecinas.
          Y el amor y la rosa se marcharon sonando la trompeta, mientras el escritor se repetía interiormente: “ es que amar en automóvil debes ser cosa muy rica ”
         
          Quedó el jardín mustio y triste con la única flor que regaban los dueños del jardín  durante todos los días; pero el escritor no hacía más que cantarle poesías como esta:

          La de mirada ideal,
La de risa de cristal,
Y fresco y garrido talle;
 La última flor del rosal
Y ornamento de la calle.


          Y siempre se preguntaba interiormente si vendría a aquel huerto  un nuevo jardinero que se llevara la flor para acabar aquel cuento. 

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