Ese viento, templado y solano,
recordaba lo que siempre se llevó.
Y dejó en sepulcros abandonados
la estela de un ser apasionado,
marcado por el sino del amor.
Ese viento, raudo y huracanado,
en las puertas capuchinas abrasó
un pasado y una rémora de cambios,
en medio de un egido de antaño,
cobijo de un convento y mansión,
antaño señorial, hoy aulario
y de la cultura llama y mentor.
Ese viento, otoñal y de presagio,
de nubarrones en el cielo amenazando
al duende de la Mota abandonó,
cambiando el hospital, allá nefasto,
por una monasterio de monjas dominicas,
devotas de la María Encarnación.
Ese viento, en cuevas enclaustrado,
cual Eolo contuvo y encerró,
recuerda la mansión , ogaño trinitaria,
residencia hidalga tras el Catastro,
ahora testigo de corredores y un atrio,
do claustro de mojas albergó.
Ese viento fuerte y arremolinado,
en torno al compás de Consolación,
se ve con los óculos vigilado
de los frailes franciscos exclaustrados,
y el espíritu de reforma interior.
Ese viento, impetuoso y amansado,
toca en el Toril chirimías y atabor,
recoge los niños abandonados,
disfruta de la comedia y zarzuelas
y huele aceite serrano en su interior.
Ese viento, de fuerza acrecentado,
en la casa do el artista nació,
se intensifica a cuentas del Rosario,
un claustro y una iglesia,
do el nazareno se albergó
luego fue parroquia y santuario,
almnacén y de niños aulario.
Ese viento, sublime y planetario,
do el monasterio inconcluso quedó,
te acerca a un morabito abandonado
convertido en ermita trinitaria,
do las frailes, primero, rescataron
cautivos en tierras de Granada
y, las monjas en manasterio trnasformaron.
Ese viento, intenso, no soportado,
por los ruteros del compás franciscano,
remueve las últimas piedras y sillares
de un convento en coso taurino mutado,
como canto de cisne de unos frailes,
primer t4estimonio de verbo y oración,
do se instruyeron los alcalaínos y cristianos.
Ese viento, imposible de aguantarlo,
junto a la Puerta de Lanzas, lleva volando
a los ruteros a laicos camposantos,
a leyendas, también de vírgen triniaria
y a la primera mezquita del arrabal dominicano.
Ese viento, alcahuete y traicionero,
que no deja nadie en pie y despojando
los vestidos en la plaza de la Mota,
como cantaba Ben Said en corolario,
encierra a los ruteros en la vieja sacristia,
do, en corro, al duende lo recuerdan
y remontan el vuelo a restos argáricos,
pasando por sepulcros antropomorfos,
mezquita aljama, y cementerios
de tiempos de romanos y de godos,
también de nuestros abuelos y antepasados.
Ese viento de otoño, de lluvias
preñado en el día de los Santos,
se hizo alcahuete en la Mota,
de turquesa a gris cambiando,
T estalló en la noche alcalaíno
entre nubes y relámpagos.
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