El amarillo invadió por todas partes la comarca de
la Sierra Sur.
Ya la tierra alcaláina se adentró por
completo en el ecuador otoñal. Quedó atrás el veranillo del membrillo y el calor prologó
los efectos de Febo hasta muy entrado el mes de Octubre, a causa de los
trastornos climatológicos ocasionados por la contaminación atmosférica. Se resistieron
las lluvias. Pero, al final irrumpieron gozosamente en el cielo. Pues el primer día de Noviembre sorprendió a
todos con una fuerte viento que hizo realidad la teoría freudiana, del thanatos
y el eros.
Por un lado, muchos
vecinos se atrevieron a acudir a los
camposantos y honrar a sus muertos y fue curiosamente el momento de la memoria histórica ante las vivencias personales recordando a los antepasados ante sus tumbas
y monumentos; por otro lado, proliferaron los visitantes a los monumentos de
Alcalá la Real ,
sobre todo, a la ciudad fortificada de la Mota afrontando los embates y envites del dios Eolo que no recató su muy potente fuerza por aquellos parajes; e, incluso, hubo
ruteros que disfrutaron de caminos programados a través de rincones y lugares más
insospechados, donde topaban a
borbotones con la caída de la hoja de los árboles.
Como una costumbre gastronómica, las castañas y
las gachas formaron parte del aperitivo
de algunas familiares refugiándose en
los hogares, y echando de menos a aquellas personas que se ganaban la
vida con los hornillos portátiles en las esquinas del Llanillo.
No es de extrañar que
noviembre se convierta por excelencia en el mes del romanticismo concebido
desde todos los ángulos con los que uno puede acercarse a interpretar la
realidad. Este mes invita a la meditación
ante la inseguridad del entorno que circunda a nuestra sociedad; es el mes de repasar
nuestro pasado y reconocer los pros y los contras, los errores y los aciertos,
los retrocesos y los progresos; en fín, un mes dualista, donde conviven
los polos opuestos; y, mantiene la esperanza de que, tras la tempestad, viene la calma. Esta, que
muchos esperan tras el torbellino actual en el que se encuentra el panorama
nacional cuestionando hasta los cimientos más profundos de este tiempo o época
en el que se ha compartido un proyecto
común. Pues, ya no sólo afecta a las más altas instancias sino que sus
tentáculos repercuten hasta el lugar más
recóndito y el valor más profundo.
Parece como si este viento
torrencial no dejara títere con cabeza.
Arrasa y purifica por todas partes. Tiene un perfil destructor e iconoclasta.
Se asemeja al cuadro romántico de Eugène
Delacroix "La
Libertad guiando al pueblo". Ni siquiera se ha reparado en mantener
intocables algunos principios básicos que, según Freud, sublimaban a los individuos en su lucha personal
entre el eros y el thanatos, cuales eran la patria, la familia y la religión.
Vaticina un nuevo "super yo",
constituido con una nueva versión de estos tres pilares que formaron
parte de muchas personas. A las
generaciones actuales les ha tocado conseguirlo, es un nuevo reto generacional para afrontarlo, y asumir este enfoque de la
versión romántica, casi épica, que se ofrece como un nuevo y apasionante acicate para tratar de
conseguirlo. Pues, es verdad que están en juego y se cuestionan muchas
cosas, instituciones, programas, todo lo habido y por haber. Sin embargo lo que
se necesita es la sensatez , la serenidad y la empathia de entusiasmar al
pueblo con ideas claras e ilusionantes, sin tirar todo por tierra a todo bicho
viviente ni dividir lo consolidado haciendo añicos lo que tanto costó conseguir. Es la hora del eros, del amor, de tender puentes y olvidar
los reproches continuos. En estos momentos sobran los líderes que dejen en las
carpetas los discursos del odio, la revancha y la desunión. Pues me viene
aquella cita proverbial que afirmaba "El odio es lo que suscita contienda
, pero el amor cubre todas las
transgresiones". Faltan hombres de estado con perspectivas de
futuro, que limpien, fijen y den
esplendor, como muy bien preside a la Real
Academia Española.
En Alcalá la Real , el amarillo motea por las alameda de
riachuelos, arroyos y humedales, pero en los altos de los Tajos queda un
resquicio del rojizo zumaque, testigo de una industria artesanal convertida en
otro símbolo otoñal, por cierto que ha despertado el interés de toda la
población y es muy visitada hasta por turistas extranjeros.
Todo un símbolo romántico, el zumaque desarrolla una metamorfosis desde el verde primaveral pasando por el rojo y acabando en el
amarillento color del otoño. Entusiasma los rojos y amarillentos colores de
unos días de la tercera estación, pero es más perenne el verde de la esperanza.
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