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viernes, 6 de noviembre de 2015

EN ALCALÁ LA REAL. PRIMEROS DE NOVIEMBRE.



           El amarillo invadió por todas partes la comarca de la Sierra Sur. Ya la tierra alcaláina  se adentró por completo en el ecuador otoñal. Quedó atrás el veranillo del membrillo y el  calor prologó  los efectos de Febo hasta muy entrado el mes de Octubre, a causa de los trastornos climatológicos ocasionados por la contaminación atmosférica. Se resistieron las lluvias. Pero, al final irrumpieron gozosamente en el cielo.  Pues el primer día de Noviembre sorprendió a todos con una fuerte viento que hizo realidad la teoría freudiana, del thanatos y el eros.
            Por un lado, muchos vecinos  se atrevieron a acudir a los camposantos y honrar a sus muertos y fue curiosamente  el momento de la  memoria histórica  ante las vivencias personales  recordando a los antepasados ante sus tumbas y monumentos; por otro lado, proliferaron los visitantes a los monumentos de Alcalá la Real, sobre todo, a la ciudad fortificada de la Mota afrontando los embates y envites del dios  Eolo que no recató su muy potente  fuerza por aquellos parajes; e, incluso, hubo ruteros que disfrutaron de caminos programados a través de rincones y lugares más insospechados, donde topaban  a borbotones con la caída de la hoja de los árboles.
            Como  una costumbre gastronómica, las castañas y las gachas  formaron parte del aperitivo de algunas familiares refugiándose en  los hogares, y echando de menos a aquellas personas que se ganaban la vida con los hornillos portátiles en las esquinas del Llanillo.
            No es de extrañar que noviembre se convierta por excelencia en el mes del romanticismo concebido desde todos los ángulos con los que uno puede acercarse a interpretar la realidad. Este mes invita a la meditación  ante la inseguridad del entorno que circunda a  nuestra sociedad; es el mes de repasar nuestro pasado y reconocer los pros y los contras, los errores y  los aciertos,  los retrocesos y los progresos; en fín, un mes dualista, donde conviven los polos opuestos; y, mantiene la esperanza de que,  tras la tempestad, viene la calma. Esta, que muchos esperan tras el torbellino actual en el que se encuentra el panorama nacional cuestionando hasta los cimientos más profundos de este tiempo o época en el que se ha compartido  un proyecto común. Pues, ya no sólo afecta a las más altas instancias sino que sus tentáculos repercuten hasta el lugar  más recóndito y el  valor más profundo.
            Parece como si este viento torrencial  no dejara títere con cabeza. Arrasa y purifica por todas partes. Tiene un perfil destructor e iconoclasta. Se asemeja al cuadro  romántico  de Eugène  Delacroix "La Libertad guiando al pueblo".  Ni siquiera se ha reparado en mantener intocables algunos principios básicos que, según Freud,  sublimaban a los individuos en su lucha personal entre el eros y el thanatos, cuales eran la patria, la familia y la religión. Vaticina un nuevo "super yo",  constituido con una nueva versión de estos tres pilares que formaron parte de  muchas personas. A las generaciones actuales  les ha tocado  conseguirlo, es un nuevo reto generacional  para afrontarlo, y asumir este enfoque de la versión romántica, casi épica, que se ofrece como un nuevo y  apasionante acicate  para tratar de  conseguirlo. Pues, es verdad que están en juego y se cuestionan muchas cosas, instituciones, programas, todo lo habido y por haber. Sin embargo lo que se necesita es la sensatez , la serenidad y la empathia de entusiasmar al pueblo con ideas claras e ilusionantes, sin tirar todo por tierra a todo bicho viviente ni dividir lo consolidado haciendo añicos lo  que tanto costó  conseguir. Es la hora del  eros, del amor, de tender puentes y olvidar los reproches continuos. En estos momentos sobran los líderes que dejen en las carpetas los discursos del odio, la revancha y la desunión. Pues me viene aquella cita proverbial que afirmaba "El odio es lo que suscita contienda ,  pero el amor cubre todas las transgresiones".  Faltan hombres de estado con perspectivas de futuro, que limpien, fijen  y den esplendor, como muy bien preside a la Real Academia Española.
            En  Alcalá la Real, el amarillo motea por las alameda de riachuelos, arroyos y humedales, pero en los altos de los Tajos queda un resquicio del rojizo zumaque, testigo de una industria artesanal convertida en otro símbolo otoñal, por cierto que ha despertado el interés de toda la población  y es  muy visitada hasta por turistas extranjeros. Todo un símbolo romántico, el zumaque desarrolla una metamorfosis  desde el verde primaveral  pasando por el rojo y acabando en el amarillento color del otoño. Entusiasma los rojos y amarillentos colores de unos días de la tercera estación, pero es más perenne el verde de la esperanza.
   









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