Si buscáramos el origen mitológico de las ciudades, como hacían nuestros antepasados, de seguro que encontraríamos que el dios Mercurio debió asentarse en Alcalá y parió una amplia estirpe de comerciantes, regatones, o corredores de comercio, y, actualmente, tocaría con su citueso el nido de inmobiliarias que actualmente abundan como setas. No somos sino un eslabón más de aquellos que nos precedieron. De los hispanorromanos, que desde sus villas esparcidas en la comarca alcalaína acudírían a las oppida para intercambiarse, en los días feriados, producto -el trigo por el aceite, o la vid por el buey-,. al mismo tiempo que se fomentarían los sacrificios y los juegos en honor a Hércules.
Además, Alcalá es una ciudad de feria, porque, a lo largo de su historia, Alcalá ha sido, es y siempre será cruce de caminos, un lugar de encuentro de hombres y pueblos, y, sobre todo, el principal paso de Andalucía hacia muchos lugares para feriantes y hombres de comercio. En el siglo XII, ya lo escribía Pero Marín refiriéndose a la venta de esclavos cristianos que se realizaban en la fortaleza de Aben Zayde. Allí estaba el rastro, la alhóndiga, los pesos de la harina, los mesones y los mercados.
Como diría mi amigo, colega y profesor de la universidad sevillana Pedro Cano Ávila acerca de la enorme importancia de este puerto terrestre de entrada de Castilla al reino de Granada:
“Si nos atenemos ahora al valor económico del comercio entre los reinos de Castilla y Granada, y sobre todo a través del puerto de Alcalá la Real , llegaremos a la conclusión de que fue realmente importante”
Y, de la fortaleza Alcalá bajó al Llanillo. Fue, en tiempos de Felipe V cuyo cuarto centenario celebramos este año. Cambiaron los sitios del comercio y los géneros de trasacción.
Desde este tiempo. el recinto de la venta de ganado comenzó a ubicarse el espacio comprendido desde la Puerta de los Álamos hasta la ermita de la Magdalena , ya que era un lugar adecuado para todo tipo de transacción económica que se desarrollaba en medio de los caminos de Madrid, de Baena, de Montefrío y Frailes. A partir del siglo XIX, el Llanillo y el Paseo de los Álamos se convirtieron en el eje radial de la ciudad. Curiosamente, una de aquellas aceras recibía también el nombre de los Mesones, porque era lugar de posada obligatoria para viajeros y caballerizas en el paso por la ciudad. No sólo había posadas, sino que también se jalonaban todos los comercios y todas las tiendas artesanales, donde se mezclaba el trabajo con la venta directa.
Y, la feria se hizo amiga fiel de esta columna vertebal urbana. Poco a poco, la llegada de comerciantes de nuevas mercadurías, aperos de labranza y de calderería dio lugar a que se ampliara el recinto y comenzó a ocuparase el Llanillo, la calle Real, el Juego Pelota y parte del camino de Madrid por los Álamos hasta el punto que el paso y el aumento del número de coches de caballos ocasionaron algún que otro incidente por la intensidad de tráfico cada vez más numerosa. Y así, el año 1879, por este motivo se trasladó por primera vez y en exlclusiva al Paseo de los Álamos, aunque se mantuvieron tiendas de comercio de forasteros a lo largo del Llanillo, incluso se alquilaron las dependencias del Palacio Abacial por aquellos días los feriantes y comerciantes. Como lugar definitivo de la feria, se estableció en el Paseo de los Álamos en el año 1899, para evitar el peligro de peatones que corrían en la carretera entre Alcaudete y Granada, según manifiesta el acta del trece de septiembre de este año.Esta ubicación se mantuvo hasta el año 1983, que se trasladó provisionalmente al recinto ferial de
A su vez, las posadas y mesones de los Álamos resistieron el envite del desarrollismo hasta que se inauguró el hotel de los Tres Amigos. Y, de nuevo, vuelven los lugares de hospedería.
Y es que el Paseo de los Álamos ofrecía una ubicación ideal para las nuevas corrientes que impregnaban las actividades de la feria, que se adaptaban a los progresos de la técnica y de las costumbres. Su jardín de estilo borbónico, al principio, facilitaba en sus diversos rincones y parterres los más variados usos que podía encontrar el visitante. Como punto cardinal se encontraba la glorieta, donde la músca amenizada por las veladas militares, ofrecía desde antaño a los vecinos conciertos de zarzuelas, pasadobles y marchas. A lo más, los grupos de música de cámara transformadas en orquestas de bailes o la intervención de alguna estudiantina amenizaban la danza de los mirones y más atrvidos. En las calles laterales, se ubicaban todo tipo de casetas artesanales, que, con el paso del tiempo, dieron lugar al traslado de las tabernas de barrio a estos habitáculos hechos de madera y cubiertos de lonas para resguardarse de las tormentas de otoño. Otras actividades quedaban relegadas al reparto del pan de los pobres y la elevación de globos que se llevaban a cabo en iglesias y en la plaza del Ayuntamiento. Pero llegaron los años cincuenta, y la velada musical fue sustituida por la caseta popular, la del Pellizco o, en otros años, la de la familia Gálvez. Las bandas militares dejaron paso a las orquestas de saxofón, trompeta y batería con bombos y platillos como la orquesta Florida. Las canciones de las copletistas españolas y de Antonio Machín se abrieron paso a los valses y la múica de fanfarria militar. Mercurio quedaba relegado por el dios Cupido, y en aquellas casetas, con vallas de madera blanca, se encontraron muchos seguidores de las cuitas amorosas. Ya, el espacio de ocio se amplió y los jardines de las entre calles sirvieron de lugar oculto para desvelar los primeros atrevimientos amorosos.
Finalmente,
poco a poco, el desarrollismo de los
años setenta quedó reflejado en una nueva versión reproductora del
dualismo de la sociedad. La tradicional caseta del Pellizco tuvo una
competidora “La Caseta
Andaluza ”. La primera mantenía su carácter popular y se
convirtió el lugar de escape de la clase
popular ; la segunda ocupaba el sitio de honor de la feria, era su blasón y
su emplema, donde acudía el gobernador de turno para ser agasajado. Esta última se distinguía por
su inversión municipal en portadas de
albañileria, las vallas de pintura y
barra selecta, así como la oficialidad del ambiente. El pueblo sencillo
y de las aldeas mantuvieron su lugar de ocio, con precios populares y las
orquestas que enseñaron a muchas parejas a rebajar el colesterol en el parterre central del Paseo hasta que la fiesta fue conquistada por la emulación
del elitismno aristócrata . Fueron los años del Duo Dinámico o de los Tres Sudamericanos, entre otros. Fue el
momento de los concursos de mises, en el que
las jóvenes de la nueva burguesía y las clases bajas comenzaron a
competir con las bellas damas de los Juegos Florales de los años cincuenta.
Parecía que se anunciaban nuevos
tiempos. En los años setenta, soplaron nuevos ritmos, nuevas orquestas con
guitarras eléctricas. Surgió la competencia con la Caseta de la Juventud que trajo aires
de los Beatles, los Módulos, y los Pekenikes. A las casetas de vinos, se
controponía la elitista del Cículo el Pireo con la de RLos puestos de
calderería, a un margen de la carretera, junto con los puestos del turrón y de
buñuelos acudían puntuamente a la cita festiva procedentes de Lucena, Rute y
Baena. . Al otro lado, el infierno de la feria: los aviones. el látigo, el
carrusel, los caballicos, los coches de choque y el tren taponaban, durante dos
semanas, todas las calles de los alrededores. Los cables y mangueras de
electricidad se pisaban por todos los sitios. En un chapuezón, el ferial
quedaba desalojada en cinco minutos. Pero, con la calma volvía todo el mundo a
la feria.
La transición democrática afectó de lleno a este recinto. Fórmulas que habían obtenido
un relativo éxito ya no acumulaban sino fracasos. No se podía comprender una
caseta ofical, cuando el pueblo había conquistado la libertad. Tampoco las
clases sociales se ofrecían a ser distingos de casetas. Aquel recinto era
invadido por la inseguridad de la tiranía del automóvil. Las casetas de vino se vestían con banderas de los
partidos y de las asociaciones. Faltaba espacio. Tdo el mundo clamaba un cambio de ubicación. Pero se resistía el
pueblo, que no quería dejar
abandonado aquel eje radial, donde el
teatro, el cine, y las salas de
exposiciones enriquecían los progrmas festivos por la cercanía con el Paseo de
los Álamos..
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