Desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XIX gran cantidad de tierras de la abadía o de las
instituciones religiosas fueron poco a poco desamortizadas o convertidas en
bienes de la beneficencia municipal, sobre todo, en los
primeros años del siglo
XIX. No hay un estudio serio de la gran cantidad de tierras que controlaba la
iglesia a través de capellanías, memorias de misas que se pagaban con los
rendimientos anuales de fincas, fundaciones que costeaban servicios de
huérfanas, fiestas que dependían de donaciones de patronos como la de las
Angustias o el Cristo de la
Salud , y, aún más, el gran número de tierras, cortijos, y
tierras gravadas con impuestos para los beneficios de los seis conventos de la
localidad.
La desamortización de Mendizabal supuso un
punto final a lo que ya venía sucediendo desde la política de Godoy por lo que
se refiere a los bienes y beneficios
eclesiásticos. Más tarde, acabó por los años cuarenta, con el diezmo, un
impuesto que obligaba a los campesinos
pagar el diez por ciento de sus fruto. Aquellos bienes eran
considerados que no producían en manos de la iglesia, sin embargo no supusieron
un cambio en los alcalaínos sino que vinieron a caer en otras manos forasteras,
que se aprovecharon de las políticas desamortizadoras. Luego, algunos pasarán
años más tarde a los labradores y pujareros sin beneficio para la masa
jornalera que cada vez se acrecentaba más en este siglo. Así se nos describe
años más tarde por un periódico conservador[1]:
llegó el año
1836, precedido de epidemias y acompañado de estruendo del cañón. La nación
española se agita a impulsos de una revolución, todo se conmueve, todo se
trastorna y la transformación que sufriera el sistema de gobierno, se hizo
sentir de una manera bien notable en
nuestro país. Los privilegios e inmunidades de Alcalá quedaron suprimidos, y con ellos parte de nuestra
riqueza, especialmente la vinícola. Las inmensas riquezas acumuladas en
monasterios y clero se declaran en venta. Los mayorazgos y vinculaciones de
todas esas propiedades cambian de dueño con prontitud, con una velocidad
pasmosa. los montes desaparecen para utilizar su valor, se descuajan casi todos
los terrenos con un afán vertiginoso. Las continuas guerras exigen sacrificios,
y para hacer frente a ellas se grava la agricultura con impuestos
extraordinarios, y como consecuencia natural de estos acontecimientos, varió
completamente nuestra manera de ser en
orden a la explotación de los campos. Los terrenos, que a raíz de la desamortización,
fueron roturados produjeron relativamente a su bondad, por cierto tiempo,
medianas y aún abundantes cosechas de cereales, pero siempre a costa de la
riqueza pecuniaria, pues a medida que se aumentaban aquellas, disminuía esta.
Las fincas que antes pagaban rentas exiguas, los nuevos propietarios en general
variaron sus arrendamientos, subiendo los precios a tal punto, que en la actualidad casi es
imposible que ningún colono pueda subsistir. Aquella seguridad que el
arrendatario disfrutaba en el goce de su colonia, desapareció desgraciadamente,
pues habiéndose aumentado el número de habitantes, claro es que siendo muchos
los pretendientes, tanto más cuanto en este país no existen otros recursos con
que poder hacer frente a las necesidades de la vida, de aquí el obtienen la
colonia aquellos, que más ventaja ofrecen al propietario. El precio del dinero
que en tiempos pasados era bastante módico, en la actualidad ha subido en tales
términos, que el labrador que necesita pedir dinero prestado para atender sus
labores, seguramente que más temprano o más tarde concluye por arruinarse.
Más tarde, en
el año 1855 la nueva desamortización de Madoz va a significar la pérdida de
todos los bienes del ayuntamiento alcalaíno, los importantes cortijos que les
había permitido hacer frente a las cargas municipales, y todos los bienes
comunales y concejiles que la
Corona había dejado a la ciudad que disfrutara durante los
dos últimos siglos. Tampoco, la política liberal consiguió que
fueran sus beneficiarios las clases más desfavorecidas. Generalmente
cayeron en manos de la burguesía de ciudades cercanas, comerciantes procedentes
de Francia y otros países y antiguos labradores.
Aun hay más.
Impulsados muchos por el deseo de poseer, de salir de la humilde esfera de colonos
o pegujaleros y pasar a las elevadas regiones de los propietarios, se lanzaron
de una manera activa, tomaron parte en la última desamortización, adquirieron
fincas, aparecieron en la sociedad no ya con aquella tradicional, modesta y
característica angorina el hombre y las enaguas de lana la mujer e hijas, sino
con el bordado capote, los pañuelos de seda y los vestidos de esas telas que
tanto halagan la vista por los variopintos colores, como despiertan en el
corazón los deseos de obtenerlas a todo trance. Vencían los plazos de la finca
adquirida, y como carecieron del dinero para adquisición , se vieron obligados
precisamente a tomar fondos prestado, siendo al término de esta operación, dar
la finca en quiebra, quedarse sin capital, que poseían, sin labor y algunos,
por desgracia, sin crédito.
No
obstante, algunos pudieron mantenerse en manos de los antiguos arrendatarios de
cortijos por medio de un sistema de censo perpetuo o renta perpetua que al
final les libró de caer en manos de la burguesía estatal ajena a la situación económica de la zona. Este
proceso conllevó que extensas dehesas, montes, terrenos cercanos a los ríos se
roturaran y, divididos en suertes y parcelas, pasaran a manos particulares en
detrimento del ganado. Sin embargo, aquellas tierras, al principio, lograron
satisfacer las necesidades de los nuevos censatarios o propietarios que pagaban
un censo perpetuo por la producción en cada una de las parcelas otorgadas. Sin
embargo, algunos nuevos propietarios tuvieron que ceder sus terrenos a los
antiguos labradores. En estos años, se
culmina la nueva situación agrícola, que dará lugar a un gran minifundio,
explotado por una gran cantidad de labradores, que desarrollan poco a poco las
aldeas con sus casas de labor y cortijos cercanos a los lugares de producción
hasta tal punto que, a finales de siglo la población aldeana supera la
población del casco urbano. Además,
se produce un cambio en los cultivos, donde se mantiene el cereal y se ve
mejorado por los adelantos de la técnica en los últimos años de siglo XIX. El
olivar va ocupando los nuevos terrenos
roturados en las partes altas y, debido a la filoxera, se perdieron
muchos viñedos de tal manera que a principios de siglo ya no se exportaba vino
y el consumo interior provenía la mitad de tierras manchegas. En el año 1891
tan sólo quedaban cuatrocientas hectáreas de viñedos. La ciudad tuvo gran
preocupación ante la situación, creándose una Comisión antifiloxera que no pudo
impedir que aquella se propagara y quedara el viñedo reducido a escasos
pagos. Por lo que respecta a los
cultivos de huerta son insignificantes con respecto al resto de los otros
cultivos y, pretenden el abastecimiento de las economías familiares.
[1] LA VOZ DE ALCALÁ LA REAL. Periódico
científico, literario, de intereses locales y noticias. Año I.20 de abril de
1879. Número 4.Nuestra agricultura II.
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