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sábado, 19 de septiembre de 2015


DE AQUELLA FERIA DE ALCALÁ LA REAL A ESTA FERIA
Francisco Martín Rosales


Ya los decían los romanos, al hombre había que someterlo a dos parámetros que resultan vitales para su coexistencia y convivencia. Nos referimos al ocio y al negocio. Dos formas de completar su paso por la vida. Uno, fundamental para subsistir y  ejercitar las cualidades físicas; el otro, imprescindible para alimentar las cualidades del espíritu. Viene esto a cuento de la feria. Y, es que, siempre,  en las ferias se alimentaba el espíritu con el negocio, pero también, a sus expensas, el ocio fue ocupando un lugar privilegiado y surgieron miles de formas para evadirse con el espíritu de los momentos duros del pelear cotidiano y de la monotonía del ímprobo trabajo.
Muchas veces nos hemos revestido de una pluma que no nos correspondía  para describir la feria de Alcalá la Real, remontándonos a tiempos de tirios y troyanos. No tenía otra justificación que examinar los orígenes, los resultados y las expectativas de un ayer ganadero que se esfumó con la perspectiva ilusionada de  un mañana emprendedor, teñido del consumismo festivo del momento. Lo hacíamos con el fin de recuperar  tiempos que no podíamos ya recuperar y  en  los que tuvieron  lugar  el origen, el desarrollo y las características formales de la actual feria de septiembre de Alcalá la Real. Aquí van estas  pinceladas, estos fotogramas  hasta llegar a la feria de 2004.

Fotograma Uno.

En tiempos del negocio, cuando el hombre no podía hacer otra cosa que ejercitar  el negocio para alimentar a su familia, la feria de Septiembre siempre fue, por su esencia, ganadera y comercial. Durante el siglo XVI y XVII, incluso en siglos posteriores, la actividad agropecuaria centraba la mayoría de las actividades económicas de las tierras alcalaínas. En su amplia geografía comarcal se extendían los terrenos baldíos y comunales, pasto  para el gran número de ganados que abundaban en las sierras del Castillo de Locubín, de San Pedro en la Rábita, la Martina, Frailes y el Camello, o las dehesas  itinerantes de las Nogueruelas, Charilla, Fuente Álamo, de los Caballos( la actual Dehesilla), la Hondonera, Fuente Tétar, Mazuelos, Entretorres y  Mures. Allí se repartían gran número de cabezas de ganado vacuno, mular, yeguar, potros y caballos y los pequeños rebaños, -numerosos por cierto-, de ganado ovino, caprino y de cerdos en los cortijos particulares. Frecuentaban los conflictos con ganaderos procedentes de los pueblos limítrofes y se entablaban numerosos pleitos entre particulares a la hora de la utilización de los pastos comunales y adentrarse en los terrenos cultivados. Pero, a su vez, los terrenos alcalaínos recibían, por los meses de verano, la llegada de los ganaderos de  Martos, Torredonjimeno, Valdepeñas y, sobre todo, de Alcaudete que acudían a nuestros montes en busca del alimento de sus ganados. Fueron los tiempos en los que  el hombre no necesitó leyes ni proclamas reales para el negocio, el hambre convocaba a concentraciones para vender ganado y aperos de campo. Al final de este proceso, en 1688, Carlos II reconoció lo que ya era una evidencia del negocio humano.. 
Fotograma Dos.
El ocio llegó con  el Despotismo Ilustrado y la feria ya no era un puro  negocio de supervivencia. Por el  Catastro del Marqués de la Ensenada, elaborado en torno a 1750, tenemos constancia de la importancia relativa y en declive  de la cabaña alcalaína, pero también del avance de la agricultura. La trashumancia dejaba paso al asentamiento en los rincones más alejados del casco urbano. Nacían las aldeas, proliferaban cortijos por doquier. Ya, en la feria, no sólo se vendía el ganado, sino cualquier  tipo de apero de labranza, la caldera para la matanza, el candil de Lucena, y las trébedes para cocinar. Como era evidente, el negocio hacía volar a la imaginación, y se acercaron los promotores del ocio, como complemento de las actividades comerciales..
Para el  negocio de las alturas, se permitió una gran cantidad de roturaciones de las muchas dehesas, las pocas que quedaban:  los Llanos, terrenos de Frailes, Encina Hermosa, Charilla, el Palancares, el Camello, Mures, y otros lugares serranos comprendían una tercera parte de los terrenos  cultivados por los vecinos de la ciudad. Tan sólo el campo que sobraba  a la agricultura o era imposible de labrar, se reservaba para la ganadería. Pero, aún así,  la carnicería de los vecinos de la ciudad se abastecía con sus reses y animales-tan sólo trescientos cincuenta carneros anuales, cuarenta vacas, seiscientas ovejas y quince machos-. Poco, para tanto animal en los montes. Y ello  daba lugar a un excedente que obligaba al comercio entre los ganaderos de la zona que se desarrollaba en la feria y, a su amparo, hubo que regular aquella avalancha humana que se divertía con los saltimbanquis, los jugadores de cartas, los cantores de ciego, los  y teatros de calle .
Y la feria, que era heredera de los foros romanos, se sacralizó. Surgieron  los primeros problemas. Se produjeron disputas entre pueblos por las fechas de la celebración de este acontecimiento, se adoptaron medidas de prevención por pandemias, pestes, epidemias y promotores de altercados públicos. Porfiaban los gobernadores y señores por señalar patrón a este acto festivo y comercial. Primero, nombraron a San Agustín, luego se inclinaron con la festividad de la Natividad de la Virgen, a veces la dejaron en una actividad sin patrón, hasta que en el siglo XIX, el turnismo entre conservadores y  liberales, nombró artificialmente como patrón a San Mateo.  
Toda esta evolución y regresión ganadera  afectaron a la feria comercial, convirtiéndola desde mediados del siglo XX en una fiesta, testimonialmente comercial, y esencialmente de diversión. Sin embargo su tradición ganadera siempre pervivió obligando, incluso, hasta principios de  este siglo, a reglamentar la entrada de ganado. Pura anécdota es el año 1911, cuando  se fijó la entrada de ganaderías para la feria  por la calle Real, Rosario y San Blas y la normativa de establecerse en los ruedos de la ciudad a partir de  la Cruz de los Muladares, -donde se mantuvo hasta los años sesenta-, impidiendo la entrada por la calle Utrilla, que era uno  de los itinerarios más frecuentes de acceso del ganado.
Y la feria, por estos años,  se debatía entre Minerva y Mercurio. Pues el concurso de gente daba lugar al desarrollo de otras actividades que venían celebrándose en otras fechas festivas del año, como eran los toros, las veladas musicales y los espectáculos públicos. Pues, desde el siglo XIX, ya se acrecentaron los complementos festivos de la feria y decayó el negocio. Primero, una vez que se restableció la tradición taurina, prohibida por Carlos III, se instauró la costumbre de correr toros durante varios días de la feria.  Lo normal era celebrar dos novilladas en los días más importantes..
            Durante este mismo siglo, también las bandas militares y grupos musicales  introdujeron en la mayoría de las fiestas la novedad de realizar varios conciertos. Se acompañaban de bailes populares en la Plaza del Ayuntamiento y en la glorieta de la música del Paseo de los Álamos. Poco a poco, estas  actuaciones y bailes, que se iniciaron y celebraron con motivo de algún que acontecimiento o una celebración nacional, se extendieron en cualquier día festivo, y, predominantemente, en la feria.
Otro elemento de estas fiestas son los tradicionales paseíllos de gremios  y conciertos de las doce en el Paseo. Sin embargo, por su carácter satírico se prohibieron estos concursos de ingenios y carrozas, donde los  gremios  representaban mojigangas, tanto procedentes de las aldeas como de  la ciudad, por cierto muy frecuentes en la fiesta del Corpus y en la instauración de los Reyes. Recuerdos de estos son los gigantes y cabezudos, al mismo tiempo que el reparto de pan a los pobres jornaleros se distribuía por los comisarios de fiestas en un día señalado de la feria. También la elevación de globos y fantoches son reminiscencias de los artilugios y obras que los gremios presentaban para distraer a la gente en otros períodos.
Conforme avanza el siglo XIX, se observa que el cartel festivo se repite, normaliza y suele estar ocupado por tres o cuatro  veladas musicales, los teatros que se representaban en el claustro de Consolación y en el Teatro Martínez Montañés y los fuegos artificiales, hoy desaparecidos.
A principios del presente siglo, el cinematógrafo hace su presencia en nuestra ciudad y fue un acontecimiento público en la feria del año 1912. A partir de aquel momento, las películas de estreno y más populares  se proyectarán en nuestro Parque Cinema, aunque en los primeros tiempos fue gratuito.
Y en el ocio no podía faltar el vino y, para venderlo, se crearon  los puestos de las casetas que era una preocupación municipal y se encargaba su fabricación al gremio o sociedad de carpinteros para que los contrataran con motivo de la feria.
Finalmente, la luz va a ser un elemento esencial de la feria festiva, y aquel maravilloso invento se contrataba a una compañía  granadina de electricidad. Como dato curioso, en el año 1918 solían encenderse doscientas treinta y dos bombillas. Con el transcurso del tiempo, el alumbrado  oficial se fijará como una actividad que marcará  el principio de la feria. 
           
Fotograma Tres.

Con el paso del tiempo, aun más disminuyó la actividad ganadera, ampliándose totalmente la actividad agrícola por  la mayor superficie de campos cultivados. Se fueron ocupando totalmente las pocas zonas de dehesas, baldías, muertas y comunales que quedaban. Esto ocasionó un cambio peculiar  en la cabaña ganadera con un gran  detrimento del ganado vacuno y el aumento significativo de las mulas y los asnos, más aptos para los juegos de yuntas, por ende para la nueva agricultura.
Y el saltimbanqui dio paso al circo, el  trilero y los juegos de naipes a las tómbolas benéficas; los ingenios de los gremios con una participación colectiva a las casetas de  baile y danza- al principio elitistas y luego populares-; el aleo y la trompeta del alguacil, anunciando la proclama de feria,  a los gigantes y cabezudos; los ingenios de las murgas de los agricultores  a los caballicos, a  los tiovivos, al látigo, a las barquillas, al carrusel, y al látigo. Los arcabuceros  fueron sustituidos por las escopetas de aire comprimido porque eran menos peligrosas. Las ratillas por los globos volantes. Y, los trovadores y aedos  fueron sustituidos por las compañías de teatro y de  zarzuela. Ya, tan sólo, durante unos pocos días, se iba a la feria para  ejercitar el negocio. La mayoría,  para sangrar el bolsillo del padre de familia: el turrón para los abuelos,  los artilugios mecánicos  para montar  los niños, y,  las casetas para probar  las tapas  y de  el vino de la  Mancha. Y de Lucena, para los más acaudalados   .
Como si  huyera de la comunidad humana , el recinto ferial pasó de la calle Real al Llanillo, y de allí al Paseo de los Álamos. Pues, desde tiempo inmemorial, ocupaba el recinto de la venta de ganado el espacio comprendido  desde la Puerta de los Álamos hasta la ermita de la Magdalena, ya que era un lugar adecuado para todo tipo de transacción económica que se desarrollaba en medio de los caminos de Madrid, de Baena, de Montefrío y Frailes. Poco a poco, la llegada de comerciantes de mercadurías, aperos de labranza y de calderería daba lugar a que se ocupara el Llanillo, la calle Real, el Juego Pelota y parte del camino de Madrid por los Álamos. El paso y el aumento del número de coches de caballos originaron algún que otro incidente por la intensidad de tráfico cada vez más numerosa. Y así, el año 1879 se trasladó por primera vez el Paseo de los Álamos, aunque se mantuvieran tiendas de comercio de forasteros a lo largo del Llanillo, incluso solían  alquilarse las dependencias del Palacio Abacial por aquellos días. Definitivamente, se establece en el Paseo de los Álamos en el año 1899, para evitar el peligro de peatones que corrían en la carretera entre Alcaudete y Granada, como manifiesta el acta del trece de septiembre. Esta ubicación se mantuvo hasta el año 1983. 
Fotograma Cuarto.
Y el ocio dio un paso más. Pues la revolución  industrial introdujo el uso de la maquinaria en las labores del campo y prácticamente quedaron los antiguos animales como una reliquia dentro de la agricultura y sólo pastaron en los montes muy  pocos ganados y manadas particulares, que, por otro tiempo, tanto predominaron en la comarca.
El tractor, los motores eléctricos y, al final del ciclo, la informática ocuparon el puesto del asno y el mulo, y del hombre. La feria de ganado quedó convertida en un corral alambrado y se cambió por la feria de maquinaria y  del comercio. Mercurio alentó nuevos horizontes en el espíritu alcalaíno. 
La capital de la comunidad andaluza marcó tipos y formas invadiendo lo cateto y artesanal. Se trasladaron las casetas a un nuevo recinto. Primero,  provisionalmente al recinto ferial de la Magdalena, y en el año 1988, se inauguraron oficialmente las excelentes instalaciones que hoy día disfrutamos los alcalaínos, siendo alcalde Felipe López García. No obstante la feria genuina del ganado tuvo que adaptarse a los lugares cercanos, que ofrecían un lugar para el reducido comercio ganadero que todavía se mantiene entre los pueblos.
El vino de la Mancha dejo paso a los vino de la Andalucía Baja. Las casetas de madera y artesanales fueron sustituidas por las tolderas del  ferial de los Prados de San Sebastián. La Caseta de la Juventud, la del Pellizco y la Municipal se democratizaron con precios gratuitos. El disco de Machín, de los Mairena, de Juanito  Valderrama, y de tantas cupletistas  se cambió por el rock duro, los rap, el pop y la canción española en la Caseta Municipal.
A veces, circunstancias luctuosas, como la caída de la plaza de toros en el 1956, dieron lugar a la interrupción de las actividades festivas. Incluso hubo años que por tormentas debió ampliarse el calendario festivo para resarcir a los comerciantes de las pérdidas ocasionadas. Sin embargo, desde entonces se ha venido celebrando la feria con una brillante exhibición de colorido y, en los recientes años, con un nuevo aspecto festivo y alegre, sin que hasta ahora se haya perdido, aunque solo queden vestigios de lo que fue una de las mayores ferias de ganado y comercial de Andalucía.

Esperando que todos disfrutemos en estos días de descanso, sería interesante que no olvidásemos el gran componente que tenía la feria de intercambio comercial, entre vecinos y entre pueblos comarcanos. Sería interesante que la iniciativa privada recogiera la antorcha de nuestros antepasados, aunque imaginativamente debiera emprender nuevas actividades comerciales, dejando al municipio lo que siempre ha ejercido la seguridad, la organización festiva y la infraestructura, incluso superando con creces las condiciones tercermundistas de los años setenta. Felices Fiestas.












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