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jueves, 24 de septiembre de 2015

EN ALCALÁ IDEAL TORRE DE LA DE LA DEHESILLA

TORRE DE LA DEHESILLA                              
En el mes de septiembre, la torre de la Dehesilla comparte el  trajinar cotidiano de todas las gentes de Alcalá (No sólo de estos tiempos sino de épocas anteriores). En la lejanía de los siglos, la torre se levantó probablemente sobre una cimentación púnica en un lugar estratégico como un cuerpo de guardia para la fortaleza de la Mota; le informaba de avanzadillas nazaríes, caravanas monfíes, quemas de panes  y robos de ganados; no debió quedar la cima al descubierto en tiempos de los musulmanes, pues  los cristianos la orlaron con una corona de matacán  y fuego de  luminaria para cambiarla en atalaya del camino de los playeros; y, tras despedir a su alcaide, se convirtió en guardiana de la dehesa  de los caballos, la más cercana a la ciudad, donde pastaron los jumentos de las tropas que como transeúntes pasaban por Alcalá o se alojaban antes del  combate.
Fiel testigo de un cambio de un importante sistema productivo,  mudó a  los alcalaínos de  una actividad agroganadera a otra puramente agrícola;  fue, también, notaria fedataria de  las últimas labores de la cosecha veraniega antes de que entraran las maquinarias con sus segadoras de diesel; en el primer decenio del tercer milenio, casi está a punto de despedir la auténtica feria instituida por Carlos III,  la del  ganado  trasformada en una muestra de exhibición de maquinaria agrícola y  de productos  agrarios al amparo de un silo, que almacenó tantos sacrificios de los labriegos alcalaínos ( y ahora retumba con los timbales y trompetas entresemana y por los fines de semana  se convierte en recinto báquico de la juventud).
La torre de la Dehesilla, llamada antiguamente de los Caballos, dio su primer paso hacia la metamorfosis humana cuando  fue roturada y repartida entre los hombres de yunta; a mediados del siglo pasado,  hizo los primero guiños a las instalaciones industriales de la antigua CEPSA, a los herreros de la cooperativa de San José Artesano y a los primeros hornos de cerámica y barro. Ovacionó con un eco de Víctor prolongado  los goles de los equipos de  futbol y de las diversas categorías de Alcalá la Real; se entusiasmó con las buenas tardes del equipo de Baloncesto; se inició en nuevas modalidades deportivas como el hockey, bádminton, balonmano y tenis, que ejercieron los vecinos de Alcalá la Real ( con éxitos nacionales e, incluso, con participación olímpica) .Disfrutó  de grandes celebraciones como la inauguración del gran pabellón cubierto en el Llano de las Aves Frías o la Piscina Cubierta en  los terrenos de enfrente, los que pertenecieron al Dulce Nombre.
 En los  pies de su cerro, se  vio rodeada por un área de servicio con la implantación de una variante de la antigua carreta 432 poblándose con casas de segunda vivienda, grandes supermercados y un nuevo centro hospitalario  que despierta nuevas ilusiones en la mejora de la vida de las personas.
Pero también, se ha visto invadida por la técnica y el progreso, ofreciendo a veces caminos antiguos cerrados por el asfalto, veredas cortadas por los intereses particulares, antenas de radiotelefonía que desgarran el  horizonte paisajístico y  vallas que cierran  lo que anteriormente e ofrecía despejado sin miedo a  hurtos. Muchas fuentes públicas, algunas como las del Cañuelo, 

se han visto mermadas y secas por ese afán de robar el agua a la comunidad con pozos privados por doquier. Otros manantiales  y su lavaderos  se han transformado  en depósitos  fitosanitarios, como la Fuente Granada; y los  hay que han desaparecido por completo como las  de las Peñuelas.
Los antiguos caminos, abrevaderos, amebas  y descansaderos han dado  paso a espacios educativos, deportivos y recintos industriales en perjuicio de la ganadería y el disfrute humano. El olivar ha invadido al cereal y al viñedo y las antiguas hortalizas solo han quedado reducidas a unas cuantas parcelas y al experimento de los huertos urbanos. Poco queda de aquella antigua fábrica de  harina de los Sierras que lució su grandeza hasta en los extraordinarios del Blanco y negro por los años treinta del siglo XX. Tan sólo, un poste de luz caído, restos de la caseta y la carretera de entrada al recinto harinero son el canto de cisne de la primera industrialización alcalaína. 
No siempre, esta torre mantuvo la alegría sino que soportó los fríos y las nieves de invierno con cosechas afectadas por los hielos y agangrenadas por sus efectos nocivos. Incluso lloró en una tarde triste de toros allá por los años cincuenta. Pero, en septiembre siempre sonreía con las fiestas campesinas y la de San Mateo, aconsejando posturas en los tratos entre payos y gitanos, endulzándose con el turrón de Lucena y brillando con los reflejos del bronce de los calderos que se vendían en los tenderetes de lonas negras.

Todavía la torre de la Dehesilla pierde su vista avizora y le da la mano al horizonte todas las tardes envuelta en olivos y sonando las sirenas de las fábricas y la del parque de bomberos. Pues ya no relinchan los caballos n su suelo sino  que el sonido se ha enlatado artificialmente.  

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