TORRE DE LA DEHESILLA
En el mes de septiembre, la torre de
la Dehesilla comparte el trajinar cotidiano de todas las gentes de Alcalá (No sólo de estos tiempos sino de épocas anteriores).
En la lejanía de los siglos, la torre se levantó probablemente sobre una
cimentación púnica en un lugar estratégico como un cuerpo de guardia para la
fortaleza de la Mota; le informaba de avanzadillas nazaríes, caravanas monfíes,
quemas de panes y robos de ganados; no
debió quedar la cima al descubierto en tiempos de los musulmanes, pues los cristianos la orlaron con una corona de
matacán y fuego de luminaria para cambiarla en atalaya del
camino de los playeros; y, tras despedir a su alcaide, se convirtió en
guardiana de la dehesa de los caballos,
la más cercana a la ciudad, donde pastaron los jumentos de las tropas que como
transeúntes pasaban por Alcalá o se alojaban antes del combate.
Fiel testigo de un cambio de un
importante sistema productivo, mudó
a los alcalaínos de una actividad agroganadera a otra puramente
agrícola; fue,
también, notaria fedataria de las
últimas labores de la cosecha veraniega antes de que entraran las maquinarias
con sus segadoras de diesel; en el primer decenio del tercer milenio, casi está
a punto de despedir la auténtica feria instituida por Carlos III, la del
ganado trasformada en una muestra
de exhibición de maquinaria agrícola y
de productos agrarios al amparo
de un silo, que almacenó tantos sacrificios de los labriegos alcalaínos ( y
ahora retumba con los timbales y trompetas entresemana y por los fines de semana se convierte en recinto báquico de la
juventud).
La torre de la Dehesilla, llamada antiguamente de los
Caballos, dio su primer paso hacia la
metamorfosis humana cuando fue roturada
y repartida entre los hombres de yunta; a mediados del siglo pasado, hizo los primero guiños a las instalaciones
industriales de la antigua CEPSA, a los herreros de la cooperativa de San José
Artesano y a los primeros hornos de cerámica y barro. Ovacionó con un eco de
Víctor prolongado los goles de los equipos de futbol y de las diversas categorías de Alcalá
la Real; se entusiasmó con las buenas tardes del equipo de Baloncesto; se
inició en nuevas modalidades deportivas como el hockey, bádminton, balonmano y
tenis, que ejercieron los vecinos de Alcalá la Real ( con éxitos
nacionales e, incluso, con participación olímpica) .Disfrutó de grandes celebraciones como la inauguración
del gran pabellón cubierto en el Llano de las Aves Frías o la Piscina Cubierta
en los terrenos de enfrente, los que
pertenecieron al Dulce Nombre.
En los pies de su cerro, se vio rodeada por un área de servicio con la
implantación de una variante de la antigua carreta 432 poblándose con casas de
segunda vivienda, grandes supermercados y un nuevo centro hospitalario que despierta nuevas ilusiones en la mejora
de la vida de las personas.
Pero también, se ha visto invadida por la técnica y el
progreso, ofreciendo a veces caminos antiguos cerrados por el asfalto, veredas
cortadas por los intereses particulares, antenas de radiotelefonía que
desgarran el horizonte paisajístico
y vallas que cierran lo que anteriormente e ofrecía despejado sin
miedo a hurtos. Muchas fuentes públicas,
algunas como las del Cañuelo,
se han visto mermadas y secas por ese afán de robar el agua a la comunidad con pozos privados por doquier. Otros manantiales y su lavaderos se han transformado en depósitos fitosanitarios, como la Fuente Granada; y los hay que han desaparecido por completo como las de las Peñuelas.
Los antiguos caminos, abrevaderos, amebas y descansaderos han dado paso a espacios educativos, deportivos y
recintos industriales en perjuicio de la ganadería y el disfrute humano. El olivar
ha invadido al cereal y al viñedo y las antiguas hortalizas solo han quedado
reducidas a unas cuantas parcelas y al experimento de los huertos urbanos. Poco
queda de aquella antigua fábrica de
harina de los Sierras que lució su grandeza hasta en los extraordinarios
del Blanco y negro por los años treinta del siglo XX. Tan sólo, un poste de luz
caído, restos de la caseta y la carretera de entrada al recinto harinero son el
canto de cisne de la primera industrialización alcalaína.
No siempre, esta torre mantuvo la alegría sino que soportó
los fríos y las nieves de invierno con cosechas afectadas por los hielos y
agangrenadas por sus efectos nocivos. Incluso lloró en una tarde triste de
toros allá por los años cincuenta. Pero, en septiembre siempre sonreía con las
fiestas campesinas y la de San Mateo, aconsejando posturas en los tratos entre
payos y gitanos, endulzándose con el turrón de Lucena y brillando con los
reflejos del bronce de los calderos que se vendían en los tenderetes de lonas
negras.
Todavía la torre de la Dehesilla pierde su vista avizora y le
da la mano al horizonte todas las tardes envuelta en olivos y sonando las
sirenas de las fábricas y la del parque de bomberos. Pues ya no relinchan los
caballos n su suelo sino que el sonido
se ha enlatado artificialmente.
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