Son importantes todas las
funciones del lenguaje. Desde la
representativa o comunicativa hasta la conativa pasando por la
expresiva. Y no digamos las que no descubrió Karl Bühler y se las debemos a
Jakobson o a los lingüistas del Círculo de Praga como la metalingüística, la poética, la mágica y la lúdica. Aunque estas dos últimas
se encuentran a pie de calle y, por otra parte, falta mucho trabajo de campo para ponerlas en
valor, ofrecerían un amplio elenco para una tesis doctoral e, incluso un
tratado enciclopédico. Y mucho más en el argot y usos dialectales del habla del
pueblo andaluz. Viene a esto a cuento de lo que me contó mi barbero y amigo
Juan José en su rebotica, más bien en su lugar de trabajo. Sin pensárselo dos
veces, aludiendo a los montajes que algunos proponen para defender lo imposible
o alcanzar objetivos inexplicables, zahirió a todos los peludos presentes con
este dicho que se lo había comentado un antepasado suyo " Esto es la concaraba
del abuelo". Vaya palabreja, sonaba más a un americanismo de procedencia
inca o maya que a un étimo grecolatino. Nadie acertaba por donde meterle la
mano. Lo primero que vino a la boca de todos fue "esto es la caraba".
Por más que le comentaban que hacía referencia a un hecho o dicho
extraordinario, positivo y negativo de alguien " Nada de nada, rien de
rien", era la respuesta a la hora
de contestar las sugerencias significativas de
aquel prefijo que había engrandecido a la caraba. Pues, esta podía
referirse tanto a un hombre como a una mujer, a un animal o un automóvil. Pero,
para el ingenioso creador de aquel sintagma "la concaraba del abuelo"
sólo se refería a su pariente y no podía
trascender más allá de un instrumento. Ni con esas sugerencias ni esas pistas,
nadie daba en el clavo.
Y mira por donde que el
barbero dio una lección magistral, que
se remontaba a un aspecto fundamental de las fiestas locales. Sin tener
conocimiento ni ciencia de ello, esta palabra hacía referencia a las murgas o
comparsas de los gremios que
frecuentaban las actividades o actos festivos de las celebraciones
extraordinarias de Alcalá la Real
( luego pasaron al Carnaval e, incluso al Corpus), consistentes en un desfile
en los que trabajadores de una misma rama laboral e agrupaban para desfilar y
ofrecer un ingenio o un invento a la ciudad, con el fin de divertir al público
presente ( algo así como un montaje escénico o mecánico). En este caso, este
personaje sumamente creativo tuvo la ocurrencia (palabra de moda) de proclamar
por todos los lugares y de convocar a los presentes a "La concaraba de su
abuelo". Todos los vecinos acudieron a un lugar cerrado en círculo y picaron como las chinches, porque atiborraron el recinto dejando un pequeño
redondel en el centro y un pasillo, por donde pasó aquel personaje del gremio
campesino. Y a la voz de "señores y señoras, entren, pasen todos, quieren ver la concaraba de mi abuelo", antes de que fuera respondido al grito de un
"venga ya" colectivo, como si esperaran el elixir del físico más
prestigioso o la receta más potente
contra todo dolor o antojo, sacó de un saco un viejo arado de madera " con
que araba su abuelo". Mas no podía pedirse, reafirmaba su dicho y hacía
añicos el sueño ilusionado de un
colectivo que rabiaba viéndose engañado. Esto no era la caraba, era algo más:
la concáraba. Mucho más grande, había llegado al alma de todos los presentes y no se creían
engañados. Muy simple y muy real, sin fuegos de artificios ni montajes mágicos.
Se sentían autoculpables recordando los versos calderonianos " y los sueños
sueños son" y habían caído en la
misma trampa que aquel que simuló un
circo y
atrajo a la gente por otro elemento básico: el pan .En este caso "
el pan que habla ". Y, aún más, en
una sociedad donde el " pan y el circo" eran básicos, quién no iba a
acudir a la cita, porque, sin lugar a dudas. le surtía de esos dos elementos
esenciales para saciar su relación social y personal. Y fue otro fracaso. Pues,
tras el desarrollo de las diversas escenas circenses, todos pasaron desapercibidas
ante la ansiedad del "pan que habla" ( ni las fieras ni las panteras
pudieron con el mago que les prometía la felicidad en el trabajo y en el circo
de la vida). El final, en este caso, ni fue
otra concáraba del abuelo ni la caraba de una persona; fue algo más
impresionante: el mago sacó el pan, condujo a un espectador de la platea y le
preguntó cómo estaba el pan. El inocente, inmediatamente,
respondió: " esta blando" Y , atónito y pálido como la cera, bajó con gran esfuerzo la cara mirando hacia atrás. Había picado como un pardillo.
Dos bellas lecciones, dos cuadros
de la realidad puras y duras. Pues hay muchas personas que se montan un circo ,
en este caso a su apaño o antojo, o ,
como los antiguos comparsitas hacían, un ingenio ficticio sin importarle las
artimañas de la magia de la retórica del lenguaje ni las invenciones más
exorbitantes y alejadas de la verdad
para conseguir lo que no pudieron con las buenas artes de la oratoria y la verdad de los hechos. Pero, esta
interpretación la corrigió mi amigo y mi sugirió que aquellos inventos no eran sino fruto de una
agudeza mental y creativa de nuestros antepasados que afinaban la mente para
conseguir los recursos que les negaba su pobreza congénita. Tercera lección al
mundo de hoy, decía, porque todo se les da hecho a muchas generaciones.
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