Parece que, en Charilla , sucediera algo así como si se entablara un bello diálogo de amor entre sus aldeanos y la tierra, un diálogo de orgullo entre el ser y el ensueño, un bello vínculo que se parece a todos aquellos enamorados de la poesía, el mismo que cantaba Ben Jakán, poeta charillero, cuando lo hacía con estas bellas palabras:
Me perdí, y
dejé mi continencia en el desierto;
Y monté mi
gozo a rienda suelta.
Me ofreció la
rosa de sus mejillas,
Y la
recogí con la mirada sin pecado.
Quise
abstenerme de su amor, pero no pude,
Mostrándole
seriedad en medio de la broma.
Y dejé que mi
corazón fuese, por el ardiente afecto,
Como un ave
con la que vuelan, sin ala, los deseos.
Por eso, no es de extrañar que los charillero
s siempre se ufanen de que han nacido en esta tierra, y Charilla sea su escudo y honor, su tarjeta de presentación en muchos lugares de España, porque esta tierra ha dado muchos frutos. Ya hace ciento cincuenta años, de esta manera nos la describía bellamente el ministro Madoz en tiempos de Isabel II:
“aldea con dos
alcaldes pedáneos en la provincia de Jaén. Es uno de los doce partidos de campos de la ciudad de
Alcalá la Real , y, por tanto,
corresponde a su partido judicial y
abadía, distando de ella media legua. Está al sur al pie del cerro de la Torre , sobre la cañada de la Boca de Charilla, en terreno
bastante alegre y pintoresco, por las muchas aguas que fertilizan sus ruedos y
la multitud de cerros que la circundan,
formando variados paisajes. Su figura es irregular, sus once calles tortuosas y
la mayor parte sin empedrar, aunque casi todas llanas y anchas; sus 184 casas, una de un piso, dos de tres y las demás de dos
pisos””
No hay comentarios:
Publicar un comentario