Los conflictos entre el
estamento civil y religioso son frecuentes. No es extraño que se firme un nuevo
convenio de concordia el año 1721, donde se recoge entre otras cosas anteriores
como la salutación en los sermones y la presidencia y llaves en el día del
Jueves Santo, junto con el acompañamiento de dos pajes en la procesión.[1]
Se repiten en el año 1751, que se llega a la concordia con el fin de que todos
los estamentos municipales ganen el jubileo que había otorgado Benedicto X.[2]
Pero reverdecen a finales de siglo,con motivo de llevar la silla el abad,
entablándose un pleito que se hace comparar los privilegios con el de otros
obispados[3].
Incluso, en el año 1783 no acudieron a la fiesta por dicho motivo[4]
prorrogando el conflicto hasta el año 1793.
Nuevos elementos diferentes a
los siglos anteriores se manifiestan en los siglos posteriores al siglo XVII. En el año 1725, en la víspera del Corpus, aprovechándose de la
presencia del Regimiento de Dragones Pavía, se iluminó la plaza del
Ayuntamiento en la calle Real, se hicieron
salvas de fusilería por las tropas y una velada, alternada entre la
capilla de música de la iglesia Mayor y los cuatro obóes del Regimiento.
Por los años treinta del siglo
XVIII, se escribe en el forro de las portadas de los libros de Cabildo, el dato
de la probanza de los dulces del Corpus por parte de todos los regidores y
oficiales del Ayuntamiento, señalando la fecha exacta de dicho acontecimiento,
como un acto importante de la festividad.
Es frecuente que el cabildo
costee la cera de la iglesia de los regidores.[5]
Esta se dedicaba a altar de la Iglesia
Mayor, al gobernador, los ministros y el cuerpo de la ciudad. Por las
circunstancias adversas o económicas, en años como el 1744, se restringe el
adorno de la plaza y se sugiere que sea lo menos costoso posible, ocurriendo el
caso de que se suspendan las propinas que se daban a los munícipes y los gastos
de danzas.[6]
En la misma línea de restricción de gastos,
se aceptó en el año 1749 que se cambiaran los dulces y propinas que daban a los
miembros del Cabildo por la parte correspondiente de telade lana para las
chupas.[7]
El año 1753 nos
ilustra de los elementos constitutivos de la fiesta al presentar las cuentas
los diputados encargados de ellas: Los adornos de la plaza, el altar,la cera,
los dulces y, curiosamente, la Danza de los Valencianos completaban el montante
de unos siete mil trescientos cincuenta y dos reales. Aunque no quieren
introducir estilos ni perjudicar lo esencial de la fiesta, la nueva danza de
los Valencianos es una novedad de la fiesta, que se repetirá en el año
siguiente en el día de la función en el de la Octava al contratarse a Pascual
Millares.[8]
Unos días después, se nos especifica la reiterada probanza y convite de dulces
y además se manifiesta que la procesión salía de la iglesia de San Juan hasta
la Plaza Nueva. Una arroba de cera para la hermandad del Santísimo Sacramento,
veintitrés libras para la iglesia( preste, diáconos, curas, beneficiados, sochantres,
sacristanes, organistas, maestro de ceremonias, capellanes, campanero y
caniculario), cuarenta y cuatro velas de media libra para el día del Corpus y
Octava, catorce velas de media libra para para el preste y altar en los días
señalados, otra al abad y gobernador, al fiscal, notario y mayordomo. No se
olvidaban de la media libra del paje del Gobernador. El altar de la plaza
alcanzaba los dos mil quinientos reales. Los dulces se repartían una arroba
para el abad y media para el gobernador, en la misma proporción el corregidor y
el alcalde mayor y los regidores y jurados recibían seis libras, dos los
escribanos, tres los abogados, dos el capellán del cabildo, dos el contador y
el alguacil mayor, administradores de propios y Pósito, y una en el mayordomo,
el fiscal, el portero y el trompetero. No obstante, este año se restringió el
refresco del Día de la Octava.[9]
A veces,se amplia el derecho de cera a los miembros del Tribunal Eclesiástico
como en el año 1763. En otras ocasiones, se distingue al corregidor con una
cera especial como en el año 1780 [10].
Durante muchos años los presupuestos fijados ascendieron los doscientas y
cincuenta mil maravedís.
A mediados de siglo se constata
que una familia granadina va ser la encargada de la organización de todos los
preparativos, ornamentos, aderezos, danzas, altares, y demás elementos de la
Fiesta del Corpus. Era la familia de los Perea, que provenían del Corpus de la
ciudad de la Alhambra y, mediante conciertos de siete y ocho años, se obligarán
de padres a hijos a organizar los principales actos y adornos. En concreto, el
1757, Juan Perea firma un contrato cuyo memorial recoge el acta del cabildo del
día ocho de enero, donde se compromete a a hacer todos los años la función del
Corpus y tener pertrechos suficientes, que eran los adornos y altar de la
plaza juntamente con las tres danzas de dichos días [1].
El período de duración del contrato suele establecerse con una periodicidad de
siete años, que a veces prorrogan como es el caso de este mismo en el año 1763,
aunque cada vez exigen nuevos elementos y materiales: en este año precisamente
las tablas, madera y rollizo de los altares y de los toldos.[2]
Al morir en el año 1772, sus hijos, tulelados por Felipe Guillén, mantienen las
mismas cláusulas[3].
En el año 1784, finalizó este contrato y el propio cabildo quien organiza la
tramoya del toldo e iluminarias[4].
Al
perderse el eslabón con ellos, la ciudad va a adquirir algunos elementos de
tramoya y aparato, que eran sobre todo los lienzos de damasco rojo que colgaban
todos los ventanales de las Casas de Cabildo y de las Carnicería y cubrían el
altar levantado en el centro de la Plaza del Ayuntamiento. Concuerda con el
color de terciopelo rojo que tenían los vestidos de los porteros y los
trompeteros y los asientos del cabildo en la Iglesia Mayor.[5]
Muestra de esta situación es el año 1748, cuando los comisarios Diego de Moya y
Juan de Callava se ven imposibilitados a traer
un adorno decente de la plaza. Los motivos eran claros: no había persona
que se comprometiera a venir por la escasa cantidad librada par tal efecto por
la ciudad. Acuden , entonces , al maestro Arenas, residente en Alcalá, que pide
un anticipo de doscientos ducados y se concierte con él un período de ochos
años. Así lo refieren los anteriores comisarios:
Han tanteado al maestro Arenas que se halla en esta
ocasión y este se obliga a hazer el adorno nuebo para la plaza con la condición
de que salgan con la anticipación doscientos ducados y que éstos se extingan en
ocho años a razón de veinticinco en cada uno y con la condición que a de
adornarla dicha plaza en los expresados años de nueba pintura y a satisfazión
de los caballeros comisarios en quien entrase el turno en los ocho años.[6]
En 1747 va a tomar cartas
en la organización de las fiestas el propio Marqués de la Ensenada que
transmite una orden a la ciudad.
Junto los lienzos y la cera del
altar, se entoldaba todo el recorrido de las calles de la Plaza. Para las
figuras y los paneles de los cuadros se procuraba contratar un maestro pintor,
que a veces se quejaba de que no era su obligación el entoldamiento de las calles de la plaza. Ante soluciones que
ocasionalmente se habían producido con encañados y verduras, el cabildo
manifiesta que no le parece, no vaya a que llueva y se haga irrisible
funzión que debe ser de la mayor venerazión[1].
Los toldos importaron dos mil cuatro ducados, ochenta y cuatro reales y
veintiún maravedís.[2] En el año 1798, se adquirieron ochenta varas
de damasco rojo que era para los
distintos doseles, manteles de altar, cubre balcones y ventanas. En dicho año
finaliza el conflicto entre el abad y el cabildo municipal acerca de las andas
del Santísimo Sacramento.En el año 1807, sufrió una importante desgracia al
incendiarse el altar en la noche del veintisiete de mayo " que se había
construido en medio de la Plaza Pública
por la celebración de la festividad cuyo adorno
se reducía a colgaduras de damasco, costeados
por esta M.N.L.C. y han resultado quemados seis cortinas y cuatro inutilizadas
de las noventa y seis que le entregó el caballero diputado don José Revilla,
encargado para la custodia de ellas, se entera la ciudad y obliga entregar las
ochenta y seis restantes"[3]
La fiesta del Corpus se mantiene
hasta entrado el siglo XX y hay relación de gasto presupuestario en el 1891,
recogido con la nueva moneda y concretado en doscientas setenta y cinco pesetas[4]
Algunos cambios se producen como son la contratación de la Música que
intervenía en la función religiosa, la iluminación de las Casas de Cabildo, la
velada musical en la víspera y los fuegos artificiales [5]
A veces , surgen problemas de competencia entre los dos grupos musicales de la
localidad como en el año 1889. La Sociedad Lírica de Alcalá la Real, provista
de su banda de música se vió alternar en las distintas funciones y veladas con
la banda de música de don Antonio Núñez López a lo largo de las fiestas [6].
La capilla de música, compuesta de músicos locales o foráneos suele ser parte
importante en la festividad los días del Corpus y la Octava [7]
La cera y la iluminación del
alumbrado público con bombillas solían ser uno de los gastos más importantes en
el año 1920.
El itinerario sufre un cambio
según se produce el desarrollo urbanístico se va plasmando. A finales del
siglo XVIII, se desplaza a la iglesia de
la Veracruz, Llanillo, Real , Llana y calle Veracruz, pasando por alto el
antiguo que llegaba por la calle Rosario.[8]
Curiosamente, la procesión va acompañada
de la Virgen de las Mercedes que, por aquel tiempo, permanecía en la Iglesia de
la Veracruz. En el año 1793, se aprueba la Cofradía del Santísimo Sacramento de
esta iglesia y se comunica al cabildo para conocimiento[9].
Esta hermandad se mantendrá a lo largo del siglo XIX y , junto con la de las
Animas de la dicha iglesia, ocuparán el vacío dejado por la Cofradía de la
Veracruz. La riqueza de sus fondos nos muestra ya en el año 1842 una hermandad
languidecida y pendiente de las limosnas por los demandantes de las calles y de
los campos para celebrar una función de iglesia precedida de unos fuegos
marciales y música marcial cuando la llevaban
a los enfermos.[10] Sin embargo, la decadencia es
notable y a partir del año 1830, se nos muestra que la fiesta del Corpus suele
coincidir con la de San Frenando y obliga gastos comunes y extraordinarios hasta tal punto que se restringe la colocación de cortinas como adornos en la Plaza de la Iglesia
Mayor de Consolación y sólo se colocan doscientas luminarias en las Casas
Capitulares y la música se hace presente con dificultad no permitiéndose el refresco.[1]
Todo ello tenía lugar el día del Corpus, su Octava y el mencionado día de San
Fernando, no permitiéndose por la escasez de recursos el resto de los días
intermedios, ya que no alcanzaba el presupuesto a los tres mil reales para
afrontar todos los gastos. La dejadez de estos años es manifiesta hasta tal
punto que se fija un contrato con un vecino de Granada, Pascual Muñoz, que
recibe las quejas del cabildo del veintiocho de mayo por los adornos de damasco
que eran sencillos e indecorosos, por las colgaduras de la fachada
prinicìpal,rota, descolorida y enmendada, por el dosel del Rey muy pequeño de
mal prospecto y estilo que en lugar
de aderezar afea y desagrada a santidad del día que es dedicado, mientras la ciudad pretendía un dosel con buen
gusto adornado de espejos y cornucopias para colocar los retratos reales y
poderles hacer guardias en los días de vocación y funciones. El cúmulo de
quejas alcanzaba a la ausencia de los pernios de la Corte que nos lo había
puesto, a la de los pabellones de damasco con platilla y pericardios de las
ventanas de las galerías convertidos en unas tiras de faldo los parabosi, y la conversión del gran pórtico a corcel anchuroso en un un indecente un cuatro pies de damasco viejo y un lienzo de fardo sin cubrir. En los portales de la plaza
también afectó todo esto, los pabellones y colgaduras se redujeron a una faja
con cortinas de filipidum y unos indecentes pabellones. Se completaba el adorno
de la plaza con el laberinto alegórico dedicado al santísimo Sacramento en la
fuente de la plaza, que quedó convertido en un o irrisorio en lugar de la
suntuosidad, sustituyendo las figuras alegórica y columnas en puras líneas
indecentes y poco significativas [2].
Es frecuente que se amenizaran
las fiestas con fuegos a lo largo del año, como hay constancia en el año 1848 [3].
Los antiguos comisarios van a dejar paso en la organización a la Comisión de
Ornato que son conscientes de que deben celebrar la fiesta con ostentación y
suntuosidad.
No obstante, en los momentos de
periodos revolucionarios, que frecuentemente coinciden con épocas de escasez y
penuria económica, se restringen los gastos de ostentación y lo primero que se
restringe son los fuegos artificiales y el refresco como sucedió con el Corpus
del dos de Junio de 1771, año que estalló la primera República [4]
El horario era matutino tras la
función de iglesia. Sin embargo a finales del siglo XIX, el cabildo solicita
que se celebre por la tarde por lo intempestivo de la hora y se concede hasta
hoy día desde el año 1891[5].
[3] AMAR. Acta del Cabildo del 16
de junio de 1807.Informe de Miguel de Cisneros, comisario del Corpus.
[9]AMAR. Acta del
cabildo del 26 de abril y 29 de mayo de
1793, posteriormente, el cinco de junio de 1820 y.
[5] AMAR. Acta del cabildo del
treinta de mayo de 1748, donde se libran
6.077 maravedís para los vestidos y la tela de los escaños.
[6] AMAR. Actas de
cabildo del dieciséis y veintiuno de abril, y cuatro de mayo ( libranza de
3.067 reales) de 1744.
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