Archivo del blog

viernes, 26 de junio de 2015

LA TORRE DE SAN ANTÓN
            No entiendo en modo alguno por qué la iglesia de San Antón se ha levantado con una esbelta torre que forma una perfecta línea aurea desde los distintos ángulos y perspectivas por donde se contemple  con relación al resto de la fábrica de la iglesia, sin ser parroquia. Esta coqueta  torre, desde el siglo XVIII, ha desempeñado las funciones de aduana y puerta de entrada, desde la que se divisaba la llegada de forasteros a la ciudad de la Mota.
 Hasta los años ochenta del siglo XIX, controlaba el paso  de los que recorrían el camino de la Corte provenientes de Granada a través de los tres ojos de la Puerta de los Arcos. Desde  allí, diariamente, acudían los cosarios que traían los encargos  de la ciudad de Granada ( desde el terciopelo más lujoso hasta el último fallo de un pleito de la Chancillería); los comerciantes que traficaban sus mercancías con los vecinos de Alcalá; los  viajeros que se trasladaban a los baños de esta comarca abacial; los presos que se transportaban desde las  tierras de interior a Granada para  cumplir las penas de prisión o y de galeras; los predicadores que acudían a realizar misiones religiosas a los pueblos de la Abadía  o a darle realce a las fiestas cristianas de las ciudades de las diócesis colindantes; en fin, procuradores, artistas, abogados, militares que se alojaban en las dehesas del municipio alcalaíno y un sinfín de pobres que recorrían los pueblos de España pidiendo una limosa o un alojamiento en los hospitales que jalonaban el trayecto de este camino real. 
            Pero esta torre ha llorado y ha secado  las lágrimas con el pañuelo de la despedida a  muchos vecinos de Alcalá la Real. Algunos, simplemente, debieron abandonar gozosamente esta tierra por razones familiares, laborales o profesionales, y, el gozo cabía en este pozo, porque eran fruto de matrimonios bien avenidos  y, a veces,  mejor  concertados  con buenas dotes; sin embargo  otros desgraciadamente lo hicieron por múltiples motivos de desgracias personales o exequias funerarias. Es verdad que hubo muchos artistas que abandonaron nuestra tierra y triunfaron en ciudades importantes. Desde esta torre, la estatua de Pablo de Rojas (que afortunadamente  ya la conocen  muchas más personas que un servidor, aunque algún que otro osado la convierta en un famoso líder político del pasado) es un claro testimonio de  la diáspora de toda la familia de los Sardos Raxis que triunfaron hasta en tierras americanas, y, no pasemos por alto, a toda la familia de su discípulo Juan Martínez Montañés  que, con su gubia y arte,  se convirtió en un artista universal. Pero , esta escultura trasciende lo  local y  lo artístico para transformarse  en  el mejor exponente de  muchas personas que  tuvieron que emigrar a los rincones  más recónditos de todo el mundo: en los siglos de la edad Moderna, como exponente de  muchos aventureros que emigraron a tierras americanas; en el siglo XIX, como testigo de una gran parte de la burguesía hidalga alcalaína ya que abandonó la ciudad para asentarse en otras  ciudades, principalmente, la  de la Alhambra;  o recordatorio  de algunos  trotamundos como Enrique Jiménez, padre e Alberto Jiménez Frau,  que hicieron sus pinitos en las primera industrias de la capital malagueña.; y en el siglo XX,  como monumento de la memoria histórica, cuando se completó  el círculo de las migraciones  desde las  estacionales como la golondrina ( primero a segar tierras de la Campiña , y  actualmente,  a la vendimia francesa o a la manzana leridana, que perviven en muchos vecinos nuestros) a las más trágicas que  conllevaron muchos desgarramientos  hasta la despedida final

de la Alcalá, la patria de su alma y familia.
Si volvieran a este entorno los autobuses y  taxis de la  segunda mitad del siglo XX, no darían cabida en un lustro a una población  emigrante que redujo a una ciudad de 30.000 habitantes en menos de 20.000.  Ni las taquillas  de la antigua estación de Autobuses darían abasto a expandir billetes hacia tierras europeas (sobre todo Alemania, Francia y Suiza)  u otras tierras de España (Cataluña, País Vasco y Madrid sin olvidar los pueblos de nueva colonización)

Por eso, la torre  de San Antón mira diariamente  con recelo a la estatua del imaginero (provisto de un hálito melancólico)  cuando, a pesar del remozamiento del entorno   y el traslado de la Estación,  en estos tiempos, todavía   despide a los vecinos que marchan a otras tierras para trabajar y prestar servicios en zonas  de turismo o en las tradicionales  migraciones, que perviven desgraciadamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario