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miércoles, 27 de mayo de 2015

LA TORRE DEL AYUNTAMIENTO



            Si las torres son, actualmente, un patrimonio religioso, en tiempos pasados este espacio  de una construcción noble no fue una reserva de las diferentes religiones, sino que en los palacios de las familias privilegiadas y, en muchos  edificios públicos, se levantaba con altivez la torre. Por ejemplo, en los castillos abundan y sobresale la del Homenaje, como símbolo de poder político de un rey o un conde. El colectivo civil, también, distinguía su lugar de trabajo y reunión con una torre en muchos lugares de España, son las torres del Concejo. Pero, en Alcalá la Real, la torre fue un elemento intrínseco del cabildo municipal, ya que en los primeros momentos de su historia tras la conquista los regidores y jurado-lo que son los actuales concejales- se reunían en la Torre del Postigo, del Pendón o del Rey, como la llamaban antes de que los Reyes Católicos  conquistaran Granada.  Y, si las primeras torres de las iglesias alcalaínas  jugaron un papel fundamental en la formación de los vecinos, convocándolos para los cultos y servicios religiosos e, incluso, para las reuniones del pueblo, el  toque de la torre de la Plaza del Ayuntamiento  de la Mota no se le quedó a la zaga a la hora de formar parte de la vida comunitaria.
            Esta torre actual, construida por el maestro de obras  Leñeira a finales del siglo XVIII, convocó a concejo abierto y cerrado, las asambleas populares o los plenos municipales de hoy,  a  los vccinos ante acontecimientos importantes de la vida nacional Con su repique de vísperas se iniciaban celebraciones extraordinarias que iban de la proclamación de una Constitución ( desde la Pepa o  la de 1808 hasta 1977 pasando por todas las demás proclamadas del convulso siglo XIX y la de 1931) a la prevención ciudadana ante una invasión del enemigo. Alarmó de terremotos, incendios y desastres públicos. Reunió a los quintos para encuadrarlos en sus destinos militares y a los obreros sin trabajo para reivindicar empleo o el mínimo sustento para las familias. Reguló los ciclos de la vida humana y animal con sus dos relojes, el solar y el lunar, desde el alba al ano


checer: en el amanecer, para que los vecinos y comerciantes  acudieran   a vender  sus productos en el mercado de la plaza que se encuadraba entre las Oficinas Municipales y las Casas de Enfrente, o Las Pescadería y Albóndiga; y, al atardecer, para cerrar las puertas de la ciudad tras el toque de la queda y convocar a los serenos de la noche. A veces, la torre  se tiñó de sangre con motivo de alguna cogida de un  sobresaliente o un aficionada  en las corridas de toros que  se celebraban su artificial coso de la plaza urbana programado con motivo de las fiestas. Danzó y bailó, en muchas ocasiones, celebrando veladas por  diversos motivos y acontecimientos, un día lo era por el parto de una reina, otro lo fue por un tratado de Paz. Hasta su chapitel, se escucharon las notas de bandas marciales y capillas musicales, las orquestas del siglo XX,  y casi le hicieron temblar los altavoces de muchos vatios y gran megafonía de coros  famosos de compañías de zarzuela o, simplemente, de grandes conjuntos o intérpretes. Entre sus piedras quedaron inscritos muchos de ellos, el más actual la cantante alcalaína Roco.
            La torre cubre de blanco su cúpula coronada por una graciosa veleta entre cantos navideños y despedida de Reyes mirando a un enlosada que se ha modernizado en varias ocasiones, pero no ha perdido el impacto pétreo de aquella reforma de los años setenta sustituyendo el tradicional empedrado andaluz; en verano, derrama un soporífero sudor de cera y sol con motivo de las fiestas patronales; en la estación de primavera, se nutre de grupos de turistas que acuden a contemplar la estatua montañesina; y en otoño,  bosteza  tras haber compartido tantos días festivos entre Alcalá y aldeas.
            De seguro que la torre no puede olvidar muchos momentos históricos de la vida municipal alcalaína, desde que se irguió, coqueta y solemne, en tiempos de Carlos IV. Agitada  y alegre como nunca, se manifiesta, en los tiempos democráticos, con los cambios de equipos de gobierno municipal, celebrando la llegada de los elegidos para tomar posesión de sus cargos, de la misma manera que siempre está dispuesta  a compartir el futuro de la ciudad con los nuevos munícipes que se alojan, afortunada y actualmente por cuatro años olvidando los periodos de los concejales vitalicios y de renombre gracias a las elecciones democráticas. 
            Si hubiera que darle un cargo de relevancia a la torre del ayuntamiento alcalaíno, no le cabe otro mejor que haber sido notario y testigo de importantes acontecimientos contemporáneos. Vibró, en los años ochenta,  con las acciones reivindicativas un agua que era para todos y todo,  y para siempre en los hogares de todos los barrios de Alcalá dejando en el arcón los tiempos de  cortes diarios; transmitió su empatía en muchos  momentos trágicos de la vida nacional o de violencia familiar defendiendo la libertad muchas veces en peligro durante la transición y buscando en los tiempos recientes  la igualdad  de género;  y, desde 1979 , sirvió de guía para señalar el camino de la participación ciudadana ganando peldaños desde la  libertad perdida y marcando con sus toques el signo de la solidaridad para no olvidar a los más excluidos  y dejarlos en manos del capitalismo imperante.  

            Las torres del Ayuntamiento  eran gemelas,  y pareaban la fachada del consistorio municipal, pero, curiosamente,  se impuso la del reloj de Fernando de Tapia en un señalado lugar de progreso. Qué casualidad.      

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