Si
las torres son, actualmente, un patrimonio religioso, en tiempos pasados este
espacio de una construcción noble no fue
una reserva de las diferentes religiones, sino que en los palacios de las
familias privilegiadas y, en muchos
edificios públicos, se levantaba con altivez la torre. Por ejemplo, en
los castillos abundan y sobresale la del Homenaje, como símbolo de poder
político de un rey o un conde. El colectivo civil, también, distinguía su lugar
de trabajo y reunión con una torre en muchos lugares de España, son las torres
del Concejo. Pero, en Alcalá la
Real , la torre fue un elemento intrínseco del cabildo
municipal, ya que en los primeros momentos de su historia tras la conquista los
regidores y jurado-lo que son los actuales concejales- se reunían en la Torre del Postigo, del
Pendón o del Rey, como la llamaban antes de que los Reyes Católicos conquistaran Granada. Y, si las primeras torres de las iglesias
alcalaínas jugaron un papel fundamental
en la formación de los vecinos, convocándolos para los cultos y servicios
religiosos e, incluso, para las reuniones del pueblo, el toque de la torre de la Plaza del Ayuntamiento de la
Mota no se le quedó a la zaga a la hora de formar parte de la
vida comunitaria.
Esta
torre actual, construida por el maestro de obras Leñeira a finales del siglo XVIII, convocó a
concejo abierto y cerrado, las asambleas populares o los plenos municipales de
hoy, a
los vccinos ante acontecimientos importantes de la vida nacional Con su
repique de vísperas se iniciaban celebraciones extraordinarias que iban de la
proclamación de una Constitución ( desde la Pepa o la
de 1808 hasta 1977 pasando por todas las demás proclamadas del convulso siglo
XIX y la de 1931) a la prevención ciudadana ante una invasión del enemigo.
Alarmó de terremotos, incendios y desastres públicos. Reunió a los quintos para
encuadrarlos en sus destinos militares y a los obreros sin trabajo para
reivindicar empleo o el mínimo sustento para las familias. Reguló los ciclos de
la vida humana y animal con sus dos relojes, el solar y el lunar, desde el alba
al ano
checer: en el amanecer, para que los vecinos y comerciantes acudieran a vender sus productos en el mercado de la plaza que se encuadraba entre las Oficinas Municipales y las Casas de Enfrente, o Las Pescadería y Albóndiga; y, al atardecer, para cerrar las puertas de la ciudad tras el toque de la queda y convocar a los serenos de la noche. A veces, la torre se tiñó de sangre con motivo de alguna cogida de un sobresaliente o un aficionada en las corridas de toros que se celebraban su artificial coso de la plaza urbana programado con motivo de las fiestas. Danzó y bailó, en muchas ocasiones, celebrando veladas por diversos motivos y acontecimientos, un día lo era por el parto de una reina, otro lo fue por un tratado de Paz. Hasta su chapitel, se escucharon las notas de bandas marciales y capillas musicales, las orquestas del siglo XX, y casi le hicieron temblar los altavoces de muchos vatios y gran megafonía de coros famosos de compañías de zarzuela o, simplemente, de grandes conjuntos o intérpretes. Entre sus piedras quedaron inscritos muchos de ellos, el más actual la cantante alcalaína Roco.
La
torre cubre de blanco su cúpula coronada por una graciosa veleta entre cantos
navideños y despedida de Reyes mirando a un enlosada que se ha modernizado en
varias ocasiones, pero no ha perdido el impacto pétreo de aquella reforma de
los años setenta sustituyendo el tradicional empedrado andaluz; en verano,
derrama un soporífero sudor de cera y sol con motivo de las fiestas patronales;
en la estación de primavera, se nutre de grupos de turistas que acuden a
contemplar la estatua montañesina; y en otoño,
bosteza tras haber compartido
tantos días festivos entre Alcalá y aldeas.
De
seguro que la torre no puede olvidar muchos momentos históricos de la vida
municipal alcalaína, desde que se irguió, coqueta y solemne, en tiempos de
Carlos IV. Agitada y alegre como nunca,
se manifiesta, en los tiempos democráticos, con los cambios de equipos de gobierno municipal, celebrando la llegada
de los elegidos para tomar posesión de sus cargos, de la misma manera que siempre
está dispuesta a compartir el futuro de
la ciudad con los nuevos munícipes que se alojan, afortunada y actualmente por
cuatro años olvidando los periodos de los concejales vitalicios y de renombre
gracias a las elecciones democráticas.
Si
hubiera que darle un cargo de relevancia a la torre del ayuntamiento alcalaíno,
no le cabe otro mejor que haber sido notario y testigo de importantes
acontecimientos contemporáneos. Vibró, en los años ochenta, con las acciones reivindicativas un agua que
era para todos y todo, y para siempre en
los hogares de todos los barrios de Alcalá dejando en el arcón los tiempos
de cortes diarios; transmitió su empatía
en muchos momentos trágicos de la vida
nacional o de violencia familiar defendiendo la libertad muchas veces en
peligro durante la transición y buscando en los tiempos recientes la igualdad
de género; y, desde 1979 , sirvió
de guía para señalar el camino de la participación ciudadana ganando peldaños
desde la libertad perdida y marcando con
sus toques el signo de la solidaridad para no olvidar a los más excluidos y dejarlos en manos del capitalismo
imperante.
Las
torres del Ayuntamiento eran
gemelas, y pareaban la fachada del
consistorio municipal, pero, curiosamente, se impuso la del reloj de Fernando de Tapia en un señalado lugar de
progreso. Qué casualidad.
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