RAMÓN HINOJOSA FERNÁNDEZ
Ramón Hinojosa |
A
los niños y adolescentes del barrio de San Juan se le han quedado grabadas
varias imágenes de la mitad del siglo XX. Para unos, estas se centrarán en
las procesiones infantiles con papel de seda o los corros carnavalescos, que se celebraban en las
esqla
Salud le imprimían una
huella especial en el Primer Domingo la primera Semana de Septiembre. Día de
gloria para los vecinos de los arrabales altos; convivencia y vivencia
religiosa con sabor a garbanzo tostado y vino del terreno. La marca de la
sencillez y humildad del campesinado alcalaíno se patentizaba en su fiesta
religiosa de la mañana y la procesión de la tarde. Y, por encima de todo, nadie
faltaba a la cita del descendimiento del Cristo para ser fijado en el trono de
Tejero. Y, allí, siempre se encontraba
la figura de Ramón Hinojosa Fernández,
un vecino ejemplar de la calle Rosario. Había bebido de las fuente familiares
la devoción al Cristo pegujalero, ya que pronto se integró en su hermandad y
ejerció de vocal de la Junta Directiva
durante los años comprendidos entre 1964
y 1976. Todavía se conserva una
fotografía de los años sesenta
recogiendo la imagen que portaban otros vecinos y compañeros de trabajo
agrícola como Domingo Serrano Liranzo.
uinas de la calle del Rosario y Veracruz rompiendo cántaros y cubriéndose
los rostros de caretas de cartón. Para la mayoría de ellos, - sean ya personas
sexagenarias o emigrantes de otras
tierras- las fiestas del Cristo de
Supo
dar ejemplo e imprimir pasión por su Cristo y por la hermandad. Y la imagen se prolongó en la cadena humana
familiar de sus hijos Domingo-tesorero y secretario de hace pocos años-, Luís- miembro de la Junta Directiva actual-, Loli y
de Antonio. Y no quedó roto el eslabón que se reanuda de nuevo en yernos y nietos, los cuales forman parte de la
hermandad en la agrupación musical y la Junta Directiva haciendo honor
a la enseñanza transmitida por su abuelo.
La bandera de la cruz plateada
del día de su entierro daba testimonio de lealtad con su historia. Era un
recuerdo de aquel año cofrade, en el que se celebraban las Bodas de Plata de
la Reorganización
de la Hermandad. Un
año, que le marcó una huella especial, ya que pasó a formar parte de la
etapa de los hijos de los
reorganizadores de la hermandad,
iniciada con Antonio Martín Gámez. Por eso formó parte de un grupo que marcó
una línea especial hasta los años ochenta. En este año cofrade precisamente,
Francisco Castillo Cano lo nombró miembro de la Junta Directiva , la que no
abandonó hasta 1974 compartiendo muchas innovaciones con los anteriores hermanos nombrados, y Pepe
Serrano, Francisco Arenas, Agustín Sánchez, Juan Gámez, Amadeo Peñalver,
Francisco Aguayo, Rafael Serrano y otros
muchos más, algunos vecinos suyos.
No
olvidó vestir la túnica negra y la capa blanca acompañando el paso de Viernes Santo, ya fuera como penitente o
andero- ayudando como costalero- o empujando aquel trono de ruedas, obra
barroca e insigne escultor
prieguense Tejero. Tampoco escatimó su ayuda para la escena del descendimiento
del Cristo en la peana del Cristo de la Salud.
Por aquellos años, colaboró en la medida de sus posibilidades
en enriquecer el patrimonio de la
Hermandad y adquirir
nuevos bienes muebles e inmueble:
el trono mencionado, los candelabros, la
Cruz Guía , el templo sanjuanero y sus
edificios anexos , la cochera de la placeta de San Blas, embellecimiento del
patín, mobiliario de iglesia y casa..Fueron años de renovación con la llegada
de nuevos tiempos instaurados por la reperecusión de las directrices
eclesiásticas del Concilio Vaticano II y no era de extrañar que la nueva línea de pureza y sencillez calara
en este hombre forjado en los campos
alcalaínos, amante de su familia, y,
pendiente siempre de su esposa.
No
sólo vistió el traje penitencial sino que, con su andar silencioso y recatado,
siempre acudía a cualquier acto que le
convocara el toque de la campana de la torre del Saliva. Siempre
prestaba su colaboración sin buscar una medalla ni un diploma de
reconocimiento, con su sonrisa en los labios transmitiendo alegría a todos los
demás y siempre esperanzado en la advocación de la Salud , entendida como
salvación pascual.
De
seguro que Ramón ha dado un nuevo paso por entre los andamios del cielo y el Cristo de la Iglesia de San Juan lo ha
recogido entre sus abrazos, el mismo que, en muchas ocasiones, él sostuvo con sus
brazos de callos del campo.
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