DESDE EL MIRADOR DE LA FUENTE LA NEGRA
Pasando por el camino de San
Bartolomé o Pasadilla de Santo Domingo, o lo que es lo mismo que la famosa
Carrera de los Caballos ( donde, en siglos de frontera, solían ensayar los caballeros sus luchas a
caballo y prepararse los juegos de cañas, toros y de alcancía), el
camino de la Fuente la Negra se dirige directamente a este paraje, actualmente
tras pasar por debajo de un pasadizo de la N432.
Llegar a este lugar significa
adentrarse en el misterio de un acuífero que surte entre los álamos negros y, una vez
estancadas sus aguas, nos muestra un remanso de paz y de serenidad de espíritu
para meditar desde un mirador excepcional de Alcalá la Real. La fuente la Negra
se considera, según algunos, como el
origen del río San Juan, que se denomina por el
trayecto de Alcalá la Real arroyo del Guadalcotón tras su paso por
los predios de Charilla y los barrancales del paraje de la Fuente del Gato.
Y desde este misterio del líquido que
da la vida y que se convierte en una fuente negra para escondernos su origen, se divisa una cara de
la fortaleza, a la que se asciende por una escalonada alfombra de olivos
cortados por los peldaños de las antiguas veredas y los perennes caminos (
algunos sustituidos por las nuevas carreteras autonómicas, municipales y
nacionales que conectan Alcalá la Real con las aldeas y los pueblos comarcanos). Una carretera de circunvalación y de entrada a la ciudad
fortificada ha permitido acceder a los
barrios altos de la actual ciudad tras
pasar por el entorno del Antiguo Arrabal, cementerio e iglesia de san
Bartolomé, hoy abandonado en medio de
cercas privadas con sillares públicos de las antiguas casas del patrimonio
local. Pero no se pasa por este barrio solamente, sino que es un lugar ideal
para pasear: precisamente allí, donde antiguamente existían las eras que barcinaban
los cereales de agosto ( el trigo, la cebada, el mijo, las lentejas, las
habas..) y antaño se encontraban los
barrios de la Peña Hazconada, el Rastro y del Matadero: por estos parajes el monocultivo del olivar, y antes el viñedo, presentan una
contienda entre su rocoso suelo y la tierra artificial de la destrucción.
Estos barrios abandonados rezuman el sacrificio del hombre del campo en
su lucha con la conquista de los frutos
de la naturaleza ( tan mayoritario en nuestra zona , porque alcanzaba más del
noventa por ciento de la población activa) huelen a mañanas aceituneras de invierno, nos manchaban con la uva de los viñedos otoñales
que se remontaron a los tiempos de las
alquerías musulmanas, y recuerdan los antiguos huertos familiares con ganadillos, melocotonares y manzanares para
las trojes de las casas en invierno.
El palenque de la puerta Nueva se
simula con una calle escorzada que forma una pirámide truncada, anunciando en
su rellano la única salida de muchos vecinos
en tiempos de guerras, epidemias y pandemias para poder sobrevivir. Esta parte de la ciudad es un
canto al pasado, sin viviendas ni urbanas ni rurales, y hoy día reclama
urgentemente una intervención de
restauración en medio de torres desgastadas en las bases de sus cuerpos
cilíndricos o en los tapiales rectangulares. Los ladridos de los perros
encubren miradas carnitas y chabolas de madera donde se cobijan algunos
gallineros en torno a la nueva
carretera.
Parece que, desde el mirador de
la Fuente de la Negra, resonaron los
ladridos de los canes, que nos llevaron las reminiscencias de los gritos de luchas de
homicianos contra almogávares. Este lugar recuerda un canto postrero al pasado de luchas
intestinas, de abandonos de miserias con ansias de libertad y de
proyectos truncados por la modernidad. Pero, al acercarnos a la profundidad del agua , parece como si surgiera un torbellino que
anunciara el preludio de un momento nuevo e histórico que surgirá entre las cenizas
del ave de Fénix.
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